El dictador

Su incautación
logra destruir convicciones.
Su pensar disturba
la imaginación.

Su prepotencia, venenosa hiedra,
se desperdiga por todo paraje
convergente en su camino.
Explora por las arterias
añorando clavar el anzuelo,
ahogar la esperanza
que boya al aislar el desencanto

Se nombra a sí mismo
y la palabra, floja, cae.

Noemí García Magaña
Preparatoria 13

Retroceso

¿Acaso reina el mundo confuso?
Los recuerdos han zapardo,
la cabeza me da vueltas
y el océano
borbotea sonidos.
Que todo pare.
Reinicia este cuerpo.

Yaneth Virgen Jiménez
Escuela Politécnica Ing. Jorge Matute Remus

Jhostin Leonardo Galindo Gómez, Preparatoria Regional de El Salto

Jhostin Leonardo Galindo Gómez, Preparatoria Regional de El Salto

La filosofía es una aventura del pensamiento

La más reciente edición del Coloquio de Filosofía fue una grata experiencia por la muestra del talento y alcances reflexivos de los alumnos del Bachillerato General por Competencias, pues en sus trabajos expusieron importantes aportaciones teóricas sobre los problemas de la humanidad y su diversidad.

Las expectativas de los que de alguna forma nos vemos involucrados sobre el coloquio son superadas; nos sorprende gratamente que expusieron con elocuencia sus exposiciones, y la defensa de sus ideas desarrolladas en sus trabajos presentados fue interesante, además de la manera en la que analizaron su contexto y dieron una ponencia crítica de la realidad con los fundamentos que la teoría filosófica les brinda.

Fue destacable el manejo de las corrientes filosóficas propuestas para desarrollar tales problemas como: ¿somos producto del azar o formamos parte de un destino? La posibilidad en la historia es el contenido desarrollado por el alumno Carlos Emmanuel Castillo Núñez, de la Preparatoria Regional de Tecolotlán. Castillo Núñez nos hace pensar en la causalidad de la historia, no como un producto del azar o del destino, sino una serie de circunstancias producidas por el factor humano que provocan fenómenos dignos de estudiarse desde un punto científico, considerando condiciones climáticas, las implicaciones del tiempo como una magnitud los procesos sociales y su significación para el cambio social.

Otros ejemplos fueron las destacadas participaciones de alumnos como Elizabeth García Gómez Escuela Regional de Ocotlán, módulo Tototlán, que nos habló de un tema clásico de la filosofía “¿Qué es la justicia?”. O el punto de vista ético de Eduardo Mariscal Rentería, de la Preparatoria Regional de Tala: ¿es posible justificar racionalmente la autoridad moral de las religiones?

Evidentemente la temática requirió buen nivel de análisis asertivo para exponer las condiciones de injusticia que enfrentan las personas diariamente con el uso o mala distribución de la propiedad, situación de género, el pretexto de la raza para validar una actitud de discriminación o el abuso del poder; con sus conclusiones se pueden considerar esas condiciones favorables como causas probables para suscitar la descomposición del tejido social, sino se evitan sentimientos de venganza cuando la demanda de posibles víctimas no son atendidas o son ignoradas.

Por su parte, Eduardo Mariscal nos explica las discrepancias que pueden surgir cuando de religión se trata, debido a los alcances que tiene como autoridad moral, exponiendo su grado de complejidad por considerarse en el contexto de un país que en su mayoría tiene población eminentemente religiosa y la opinión o acción de cualquier credo propicia tendencias o cierto grado de movilidad en la sociedad. Por ello fue interesante fincarle responsabilidad por el manejo de su discurso o posiciones frente a la dinámica de grupos.

La filosofía es para todos y como disciplina humanística despierta la necesidad de comprender a profundidad el origen de nuestros problemas o dilemas.

Felicitamos a los alumnos participantes por la calidad de sus trabajos y sus exposiciones en la más reciente edición del Coloquio de Filosofía. Valoramos el saber filosófico como una gran aventura, debido a la aproximación alcanzada en las cuestiones humanas de manera profunda y comprometida con valor humano. Los estudiantes de bachillerato representan la esperanza, por emplear su criterio para el manejo de información, superar los conflictos mediante el diálogo o emplear el pensamiento reflexivo y crítico para compartir sus opiniones en temas trascendentales

*María Adriana Sotelo Villegas

*Es licenciada en historia con maestría en educación (investigación en educación con intervención en la práctica educativa) y docente con la categoría de tiempo completo en la Preparatoria de Tonalá. En la actualidad es presidenta de la academia de filosofía y humanidades. Es autora de diversos programas académicos curriculares como: Programa del seminario-taller especializante: Investigación en ciencias del hombre, Seminario taller avanzado: valores éticos en la realidad global entre otros.

 

 

¿Qué es la justicia?

Elizabeth García Gómez
Escuela Regional de Educación Media Superior de Ocotlán
Módulo Tototlán
Participante del v Coloquio Filosófico del SEMS 2016
“Hannah Arendt”
Publicado en la edición Núm. 12

 

 

Abstract

La justicia es un tema que la mayoría cree conocer y lo limita a cuestiones jurídicas y de derecho porque pocos se atreven a verla como lo que es: una cuestión de igualdad, fraternidad, equidad, generosidad y hasta de libertad. Si la justicia no existiera todo lo anterior tampoco porque la justicia es la filosofía de esos valores; es el comienzo de ellos y no sólo implica dar a cada quien lo que le corresponde o merece. A continuación se revisará a profundidad, y desde un punto de vista filosófico, todo lo que la justicia desprende y puede llegar a abarcar, desde un sencillo dilema ético hasta la forma determinante de un gobierno. Recurriendo a la excelsa obra de la República, de Platón, filósofo griego. Observaremos cómo ésta es aplicada donde menos lo vemos y entenderemos cómo un valor tan olvidado puede medir el progreso humano.

 

Hablar de justicia es hablar de un tema difícil porque es más fácil definir lo que no es a lo que es. “Esa amplia variedad de ideas asociadas a la noción de justicia están relacionadas con las injusticias percibidas en cada época que van desde la propiedad, el género, la raza y el poder y que casi siempre la convierten en el lenguaje de la reclamación y a veces de la venganza.” (Ponce, 2005).

Aplicando el argumento anterior a nuestra cotidianidad, la mayoría de nosotros ha sido víctima de la injusticia en más de una ocasión en la vida y eso es lo que moldeará en cada persona el concepto que tendrá de justicia; por lo que es importante reconocer que cada quien idealiza ese concepto de acuerdo con sus necesidades, intereses o experiencias, y es entonces cuando el ser humano es   injusto, desde el momento de querer definirla, porque no lo hace con imparcialidad.

Diversos filósofos se han dado a la tarea de responder la común pregunta   ¿qué es la justicia? Sin embargo, Platón es quien, a mi criterio, se acerca más a esa respuesta en su famoso y excelso libro La República. En él, Platón se dedica a estudiar lo justo y lo injusto a la voz de Sócrates, con su tradicional método de la mayéutica. (Olivari, 2008).

“Platón decía que el individuo justo es aquel que usa su razón según la verdad, que tiene fortaleza y valentía y que actúa con moderación; sin embargo si es ignorante no puede salir de la oscuridad en que está sumergido por falta de conocimiento.” (Malena, 2008).

En ese sentido, Platón explica que al ser la justicia un aspecto muy ligado con la razón es un tema que también abraza a la sabiduría y que ambas son determinantes para aplicar la justicia correctamente, porque no se puede emitir un juicio sin hacer uso del raciocinio y los valores personales. Además, no hay que olvidar que en ocasiones las personas no se quedarán conformes y sólo con fortaleza y valentía se afrontará esa hipotética derrota.

En el debate de La República Trasímaco define la justicia como lo que es provechoso al más fuerte4 y dice también que:

El hombre justo siempre lleva la peor parte cuando se encuentra con el hombre injusto   […]  Es preciso fijarse en un hombre de esas condiciones para comprender cuanto más ventajosa es la injusticia que la justicia […] una justicia como utilidad universal no existe, puesto que estaría en contra la naturaleza de los hombres los cuales obran solo en vista de la propia utilidad personal (Olivari, 2008).

Todo eso la mayoría de las ocasiones se cumple porque los seres humanos somos animales con instinto de supervivencia que buscamos imponernos ante los más débiles; sin embargo, también somos los únicos seres pensantes y, aunque el instinto nos lleve a ser injustos, el raciocinio es lo que nos hace justos, por eso la justicia hasta hoy sólo se conoce en la especie humana, ya que al final no es tangible, sino abstracta. Por ejemplo, si una persona quiere ser honesta en un ambiente de corrupción y ésta se corrompe, no tiene justificación porque al final es decisión de cada quien.

En La República, Trasímaco dialoga y argumenta a Sócrates que los hombres injustos son buenos y sabios, ya que son muy fuertes para apoderarse de las ciudades y los imperios, (Olivari, 2008), argumento que Sócrates derriba con una concisa pero severa afirmación: “…El que es hábil y sabio no quiere tener ventaja sobre su semejante, sino sobre su contrario, por consiguiente el alma justa y el hombre justo vivirán bien y el hombre injusto vivirá mal” (Olivari, 2008).

De ese diálogo podemos discernir que muchas veces confundimos la astucia con la inteligencia, por ello creemos que las personas que se apoderan de mala manera de las cosas son inteligentes, cuando en realidad sólo son astutas. Una persona que de verdad es inteligente no se aprovecha de las debilidades; al contrario, aprende de las fortalezas de su oponente y es como en realidad logra la victoria. Porque quien sólo es astuto e injusto construye sobre arenas movedizas y se crea enemigos; quien es inteligente y justo construye firmemente rodeado de aliados y amigos.

Sócrates, a través Platón, explica dónde nace y cuál es la naturaleza y el origen de la justicia:

 Se dice que es un bien en sí cometer la injusticia y un mal padecerla. Pero resulta mayor mal en padecerla que bien en cometerla. Los hombres cometieron y sufrieron la injusticia alternativamente; y habiéndose dañado por mucho tiempo los unos a los otros, no pudiendo los más débiles evitar los ataques de los más fuertes, ni atacarlos  a su vez, creyeron que era un interés común, impedir que se hiciese y que se recibiera daño alguno. De aquí nacieron las leyes y se llamó justo y legítimo lo que fue ordenando por la ley. (Olivari, 2008).

De acuerdo con cita de arriba, la justicia nació para proteger a quien lo necesite, incluyendo tanto al justo como al injusto, evitando los abusos y las sangrientas venganzas.

La mayoría de las personas asocia lo justo con lo bueno y lo injusto con lo malo; sin embargo, muchas veces lo justo no es lo bueno ni lo injusto lo malo, habrá ocasiones donde los roles se cambien y aun así estaremos frente a casos de justicia. El ejemplo más conocido de lo anterior es la leyenda de Robin Hood, el ladrón que le quitaba a los ricos para darle a los pobres. Lo que hacía era moralmente malo porque robaba; sin embargo, y contradictoriamente, era justo porque le daba a quienes menos tenían, quitándole a los que vivían en la abundancia. En resumen, hacía una mejor distribución de la riqueza y era considerado un héroe.

El asesinato de Francisco I. Madero en México es un ejemplo de una ineficaz forma de justicia porque él, al defender la democracia, no se atrevió a ser “malo”. No se atrevió a sancionar, a vengarse de aquellas personas que en algún momento formaron parte del gabinete de Díaz y que eran personas a favor de la injusticia que no deberían estar dirigiendo la nación y que a final de cuentas se salieron con la suya asesinándolo.

Para evitar situaciones como los ejemplos anteriores Platón también habla, en su famosa utopía política La República, de un modelo basado en cuatro virtudes que deben guiar al ser humano: prudencia, fortaleza, templanza y justicia. Compuesto por tres clases sociales: el pueblo, los militares y los filósofos, cada uno está regido por una virtud diferente: el pueblo por la templanza, los militares por la fortaleza y los filósofos por la prudencia; éstos estarían unidos por la justica. Los dos últimos debían cumplir un voto de pobreza y celibato, consolidando con esto el mito del Rey Filósofo. (Barrera, 2004).

Se trata de una utopía porque nunca se logrado que un filósofo gobierne una nación, para ello el candidato necesita hombres y mujeres que sean sus amigos y le sean leales; Platón lo dijo claro: son muy difíciles de encontrar. Por algo se repite la historia del joven Platón que, decepcionado de la política, renuncia a ser gobernante, permitiendo que un mediocre ocupe su lugar. (Olivari, 2008)

Lo curioso de todo esto es que las naciones no aplicaron lo que dijo Platón pero la Iglesia sí, aunque no de una forma tal cual. Sin embargo, si se analiza un poco su forma de organización se puede observar que el pueblo (del que habla Platón) estaría representado por los feligreses; los militares: los clérigos, sacerdotes, religiosas y demás personas que dediquen su vida a la Iglesia; el “Rey Filósofo” estaría representado por el Papa y se centra en defender lo que concierne al creador que representa todo lo bueno, lo justo y lo perfecto. El Papa tiene que ser una persona muy instruída, con grandes nociones de raciocinio para poder interpretar las Sagradas Escrituras, lo que lo vuelve un filósofo. Los dos últimos cumplen el estado de celibato durante toda su vida; en cuanto al voto de pobreza recientemente el Pontífice lo está llevando más a la práctica. Ese sistema es lo que ha llevado a la Iglesia a vivir como organización cerca de 2 000 años; cada quien hace lo que le corresponde a favor del bien común.

Aunque si bien es cierto que la Iglesia está pasando por su periodo más cuestionable, pues la pederastía y su gran riqueza están dando mucho de qué hablar.

Lo más alarmante de ello es que no sólo la Iglesia está pasando por esa crisis; el mundo tiene una crisis de liderazgo general porque la justicia trasciende más allá de lo jurídico y lo normativo, de lo justo y lo injusto, de lo bueno y lo malo. Ser justo es toda una forma de vida, porque una persona que no es justa consigo misma no podrá ser justa con los demás. Y cuando de justicia se trata no puede haber amigos, familiares ni intereses de por medio, porque entonces se pierde la imparcialidad y no se puede hacer una correcta aplicación de la misma.

Muchos perciben el modelo político de Platón como una utopía por una sencilla razón: no conocen la justicia. Cuando el mundo no conoce esa forma de vida pasa lo que se está viviendo en México: que vive bajo el yugo de un gobierno corrupto y un pueblo indiferente.

Pareciera que Platón busca al hombre perfecto para ser el Rey Filósofo pero no es así; Platón habla de un hombre o de una mujer que sean íntegros porque sólo una persona íntegra puede ser lo suficientemente capaz de poder ejercer la justicia sin confundirla ni quebrantarla. El verdadero reto de la humanidad no es en realidad conquistar otros planetas, su verdadero reto es aprender a ser justos entre nosotros mismos.

No olvidemos que la justicia se puede parecer a la equidad, la igualdad, la fraternidad, la generosidad y hasta la libertad, pero la realidad es que la justicia no es nada de ello; por sí sola, la justicia es el conjunto de todos esos valores entrelazados por el amor a la verdad y el entendimiento de las cosas. (Santos, 2010). La humanidad, por naturaleza, enaltece la injusticia y entierra la justicia pero el día que se comprenda el verdadero valor de cada una entonces podremos decir que progresamos.

 

 

Bibliografía

  • Ponce, M. (2005) Los conceptos de justicia y derecho en Kant, Kelsen, Hart, Rawls, Habermas, Dworkin y Alexy. México: Biblioteca Jurídica Virtual de Investigaciones Jurídicas de la Unam.
  • Olivari, W. (2008) “Sobre la justicia en el libro ‘La República’ de Platón”, Prologuemos derechos y valores (pp. 99-108). Colombia: Universidad Militar Nueva Granada.
  • Malena. (2008) La justicia. Consultado el 18 de septiembre de 2016, de La Guía de Filosofía. Sitio web: http://filosofia.laguia2000.com/diccionario-de-filosofia/la-justicia
  • Barrera M. (2004) “Platón y la utopía política”, Enciclopedia Temática Tercer Milenio Visual (I, p. 235). México: Editorial Norma.
  • Santos, J. (2010) Valores y liderazgo: la armonía de la Justicia. Consultado el 18 de septiembre de 2016, de: http://liredazgo.blogspot.mx/2010/10/valores-y-liderazgo-la-armonia-de-la.html

¿Es posible justificar racionalmente la autoridad moral de las religiones?

Eduardo Mariscal Rentería
Escuela Preparatoria Regional de Tala
Participante del v Coloquio Filosófico del Sems 2016
“Hannah Arendt”
Publicado en la edición Núm. 12

 

 

Abstract

La religión siempre ha tenido autoridad sobre las personas. Algunos siglos atrás, por ejemplo, estaba prohibido el estudio de las ciencias y era imposible buscar explicaciones acerca del mundo si diferían a las que la religión imponía. A través del tiempo, todas las religiones han basado su autoridad en seres divinos, de quienes buscan promulgar su palabra; dicen ser representantes de un ser omnipotente; sin embargo, los líderes religiosos mienten al decir que son el medio de figuración de Dios, pues, en realidad, Dios es el la fórmula que utilizan para  justificar la supremacía sobre las masas. La autoridad moral tiene que basarse en la búsqueda del bien común y en lo que sea mejor para la sociedad, así mismo no corresponder hacia seres divinos de los que a día de hoy aún no se tiene una sola evidencia que pueda hacer posible la comprobación de su existencia.

Desde que la religión se ha impuesto en el mundo, las religiones han tenido una clase de poder o superioridad sobre las personas, más en específico, se trata de una autoridad moral. Una autoridad que nos guste o no ha sido puesta en práctica durante muchísimos años y hoy en día se puede observar cómo la mayoría de las personas religiosas tienen un representante supremo o líder moral, hacen caso de ellos y los adoptan como sus “pastores”. Sin embargo, creo que es imposible justificar racionalmente la autoridad moral de la religión por los siguientes puntos:

  • Los valores morales no dependen en ningún punto de una religión, no se es mejor persona por seguir dogmas religiosos.
  • No es posible justificar una autoridad moral que ha sido impuesta de manera violenta y que ha sido profundamente represora en la historia de la humanidad, como el caso de las religiones (por ejemplo, la Santa inquisición).
  • La autoridad moral de las religiones ha obstaculizado al conocimiento científico y su intención por entender el universo (en épocas anteriores se castigaba a quienes buscaban una verdad diferente a la de la religión)
  • La religión ha sido uno de los grandes limitadores de identidad moral, ya que la mayoría de los creyentes se diferencian a sí mismos (en términos morales) de aquellos que no comparten sus creencias o su fe.

Se supone que existe una autoridad moral cuando las acciones cumplen los valores morales de los que se hablan, es decir, poner en práctica todo aquello que se cree que es correcto. Entonces ¿cómo es posible justificar el dominio ético que ha tenido la religión cuando cada una de ellas se contradice en lo que predican y en lo que hacen? Las religiones han basado su autoridad en el nombre de un Dios del cual nunca se ha mostrado alguna evidencia. Han impuesto valores prometiendo recompensas falsas, así como supuestos castigos para condicionar el comportamiento y las acciones de los seguidores.

Esto lleva al fundamento de que esa autoridad moral ha favorecido a las organizaciones religiosas para obtener beneficios propios como por ejemplo recursos económicos en abundancia. La sede del Vaticano, hogar de la máxima institución católica, es un ejemplo de ello, pues se ha caracterizado por sostenerse de las aportaciones “voluntarias” de sus seguidores, pero ¿cuál es la razón que justifique la obediencia y el seguimiento de la autoridad de su religión? Considero que todo se debe a la ignorancia misma de las personas debido a su necesidad de discriminar lo bueno de lo malo en el mundo, pues a nadie que se le diga que cuando muera va a recibir una especie de paraíso o un infierno eterno dependiendo de sus acciones en la tierra estaría dispuesto a obrar con absoluta libertad, pues necesita actuar de acuerdo con normas espirituales que le garanticen paz interna y la esperanza de un eterno descanso.

Las religiones lo que hacen es tomar esa esperanza de alivio, así como el miedo infundido y usarlo en su favor para establecer una autoridad moral sobre los seguidores. Las religiones establecen sus propias leyes, dictaminan qué es lo que se debe hacer y qué es lo que no, ordenan lo que es moral y lo que no, clasifican los actos buenos y los malos, los actos moralmente adecuados y los que deben evitarse a toda costa.

Nietzsche señala que “No existen fenómenos morales, sino sólo una interpretación moral de fenómenos” (1886: 59). Él se basaba en que los fenómenos no iban acompañados de moralidad, sino que había una interpretación moral de los fenómenos que los determinaba como buenos o malos, algo que considero razonable, pues, ningún acto tiene moralidad por naturaleza, lo que es bueno para algunos no lo es para otros, por lo tanto, todo depende de la interpretación que se le dé y ésta estará determinada por la cultura, el lugar donde se vive, el tiempo o en dado caso y de manera muy influyente por la religión. Podríamos tomar de ejemplo basado en una encuesta desarrollada por Win/Gallup (2015) que señala que Suecia es uno de los países menos religiosos (19% de su población), por lo que las acciones cometidas no se juzgan moralmente correctas o incorrectas por alguna imposición religiosa sino por una autoridad jurídica. Contrario a esto, Bangladesh es uno de los más religiosos (93% de su población), por lo que sus habitantes actuarán de acuerdo con sus dogmas religiosos. Sin embargo, esto no es suficiente para mencionar por qué es injustificable la autoridad religiosa, lo que sí lo es, es que la interpretación moral de las doctrinas religiosas es realmente una percepción que sólo ve las cosas de una manera, de una conveniente para sí mismos limitando la libertad de quienes crean en ella.

Pero ¿ómo podríamos hablar de moralidad cuando por ejemplo en el catolicismo los homosexuales son vistos como  una anomalía y que están contra el diseño de Dios? Basta con señalar su actitud hostil cuando los homosexuales reclaman sus derechos, así como la posibilidad de formar una familia con hijos adoptivos. El caso más próximo de esta hostilidad se refleja con las marchas de católicos en México los últimos meses para evitar las familias con padres del mismo sexo, ocupándose más de seguir sus ideales que por el bienestar de los niños sin hogar, obstruyendo que éstos puedan estar con padres de quienes puedan recibir cariño y que logren desarrollar una vida íntegra.

Pero la injustificación de la autoridad moral de la religión en general no se puede limitar a basarse en la corriente del catolicismo (religión dominante en el occidente), o la falta de coherencia entre los valores que dicen seguir los religiosos y las acciones que realizan; también podemos concebir injustificable una autoridad cuando se busca imponer de manera violenta y represiva como lo hace hoy en día la religión del Islam. El estado islámico ha demostrado ser tan radical pero aun así argumentan tener una clase de moralidad que define lo que sus fieles deben hacer y lo que es traicionar a Dios. Para ellos es justificable que la mujer sea vista más como objeto del hombre que como persona, lo que también tiene su justificación dentro de su moralidad, que una mujer quiera vestir igual que un hombre sea visto como algo inmoral y una falta de respeto para la autoridad de todo el estado islámico. Los musulmanes han demostrado al mundo lo peligrosos que pueden ser con tal de defender sus ideales, Harris (2004: 14) argumenta:

El Islam es una religión proselitista: no es probable que lo que mueve al mundo musulmán  provenga de una doctrina soterrada de racismo o incluso de nacionalismo. Por su puesto, los musulmanes a la vez pueden ser racistas y nacionalistas, pero es probable que si occidente pasara por una conversión masiva al Islam —repudiando de paso todo interés judío por tierra santa— acabaría desapareciendo la base del odio musulmán.

Algo totalmente plausible por lo siguiente: los fieles musulmanes han demostrado lo que son capaces de hacer para que su autoridad sea “respetada” por los demás con ataques terroristas como los recientes atentados en Francia y Bélgica.

Muchos podrán argumentar que la autoridad moral de las religiones lleva a las personas a tener una vida más pacífica y que manifieste amor por el prójimo, que gracias a ello son buenas personas, pero esto es un argumento absolutamente inválido, pues como ya he argumentado, esa autoridad moral de los religiosos los ha llevado a cometer crímenes y reprimir la libertad de quienes piensen diferente, por lo que es incoherente que una religión base su autoridad moral en el amor de un supuesto dios pero sus seguidores manifiesten que sólo hay pocos dignos, pocos con derechos y que llegan a ser tan racistas como la organización de cristianos del Ku Klux Klan.

Entonces, ¿qué lleva a las personas a seguir cierta moralidad? Nietzsche (1878) dice que “Ser moral, tener buenas costumbres, tener virtud; esto significa practicar la obediencia hacia una ley y una tradición fundadas desde hace tiempo”. Esto es totalmente cierto, y en el caso de la religión no es diferente, el problema es que se enseña desde niños lo que es bueno de una manera autoritaria y arrebatando de los niños la oportunidad de ser críticos y reflexivos ante el mundo que les rodea, toma su raciocinio y lo convierte en una manera de ver las cosas determinada y delimitada, creando así una clase de hostilidad contra los que no compartan su fe y a esto le llaman moral, una basada en la palabra de su deidad (su autoridad máxima) y que no debe ser contradicha en ningún momento.

A modo de cierre, si se buscase una explicación más científica, podríamos sugerir que el seguir creencias que mantengan la autoridad religiosa tiene sus bases biológicas, pues el cerebro humano es un generador prolífico de creencias sobre el mundo, es en el cerebro donde se originan nuestros pensamientos, donde se almacenan nuestras experiencias y los conocimientos y también donde surgen las emociones y sentimientos.

Después de todo es creyendo diversas propuestas sobre el mundo como podemos predecir los acontecimientos y calcular las consecuencias probables de cada acto. Las creencias son principio de acción. Independientemente de lo que sean nivel cerebral; son procesos mediante los cuales se representa nuestra comprensión (e incomprensión) del mundo y que guían nuestra conducta (Harris, 2004: 28).

Nuestro cerebro permite la posibilidad de percibir al mundo de cierta forma, adoptar creencias y tomar la decisión de seguirlas. Todo sentido de moralidad, toda interpretación moral es gracias al cerebro, pero me parece inconveniente que se sigan autoridades morales basadas en falsedades como las religiosas.

Finalmente, es imposible justificar la autoridad de las religiones, ya que éstas están representadas por un líder que dice interceder por la autoridad máxima que es un ser supremo del que no hay pruebas. Dios es otro invento del hombre, Dios existe en el cerebro de quien siga una autoridad religiosa, pero la moral se debe dejar en manos de la ética y la axiología, no en lo que basa su autoridad en deidades, pues las enfermedades, la corrupción, las guerras, los abusos y las distintas ramas de las ciencias han dejado claro que ningún Dios puede ser real, por lo que no hay nada que justifique la autoridad moral de ninguna de las religiones.

Bibliografía

  • Nietzsche, F. (2015) Obras maestras. México: Editores Mexicanos Unidos.
  • Harris, S. (2004) El fin de la fe. Estados Unidos: Paradigma.
  • Bbc Mundo (2015) “¿Cuáles son los países más y menos religiosos del planeta?”. Disponible en: http://www.bbc.com/mundo/ultimas_noticias/2015/04/150413_ultnot_encuesta_gallup_paises_religiosos_egn

¿Somos producto del azar o formamos parte de un destino? La posibilidad en la historia

Carlos Emmanuel Castillo Núñez
Preparatoria Regional de Tecolotlán
Publicado en la edición Núm. 12

Abstract

Entender los fenómenos que nos rodean ha sido el reto más grande que la civilización se ha planteado; comprender cómo y para qué es que las cosas funcionan de tal manera, el por qué suceden, buscar las respuestas de nuestro entorno, son interrogantes que explican la necesidad de la existencia de las ciencias y la incesante inquietud de desarrollarlas.

Sin embargo, los constantes avances producen un nuevo problema, y es que por lo general damos todo por sentado, desde nuestra propia existencia hasta la manera en que funciona el mundo, sin pensar realmente en una verdadera causa, ni preguntarse siquiera qué fue lo que tuvo que suceder para que tal situación se diera, para que se explicara de dicha manera. Por ello es que vivimos en el presente preocupándonos sólo por resolver nuestro futuro, por lo que ¿qué importancia tiene dar un vistazo hacia nuestro pasado?

Responder a esta pregunta involucra pensar en todas las cosas que pasaron, en las que pudieron pasar, en las que nos gustaría que pasaran y en las que nunca pasaron; y es aquí donde nos debemos dar cuenta del sinfín de posibilidades en que nos desenvolvemos, que por un lado pueden convertirse en acciones que inevitablemente forjan nuestro destino sean cuales sean nuestras decisiones o, por el contrario, nos hace pender de un contexto azaroso del cual todos formamos parte originando una condición exageradamente dependiente en la cual se rige el presente.

Comencemos por definir ambos conceptos, en particular el estoicismo se ha encargado de defender al destino como una respuesta que explica todo lo que sucede a nuestro alrededor. Crisipo propone un modelo basándose en la experiencia científica, específicamente en la aseveración de que nada surge de la nada, en donde todo tiene una razón lógica que no depende del azar.

La ciencia ha demostrado que todo tiene una causa que provoca una reacción, que cual sea que fuese estaba destinada a existir desde que la causa inicial surgió, por lo tanto, pensar por ejemplo en los primeros organismos unicelulares como el origen de una cadena evolutiva indica que la presencia del ser estaba escrita, porque de esa forma la Naturaleza crea un orden que asimismo adoctrina a la experiencia del razonamiento, le previene de que dos acciones iguales tendrán siempre la misma reacción, por ello existe el método tan exacto que rige a la comunidad científica y de la cual depende la realización de leyes universales. Al fin y al cabo Albert Einstein dijo “si buscas resultados distintos, no hagas siempre lo mismo”.

Crisipo entendía entonces que “el destino es un orden natural de todas las cosas desde la eternidad, unas cosas siguiendo a otras y vinculándose, siendo el entrelazamiento de ellas inalterable”, concepto alejado de la superstición, más bien orientado a explicar el porqué del suceso de los fenómenos desde nuestra existencia, la razón de la cual llegaron a ser los hechos del pasado, son los hechos del presente y serán los del futuro.

Por su parte, Aristóteles consideraba al azar como “la causa accidental de lo que se hace con intención y con cierto fin”, más bien como algo que desordena, que altera una situación inicial convirtiéndola en otra por necesidad de realizarlo, por lo que esa necesidad es a su vez un producto del azar y al mismo tiempo la culpable del cambio, en un sentido más estricto las causas que producen los efectos atribuidos al azar son indeterminados, pues todo es parte de una red de infinitas posibilidades que dependen una de otras, contradiciendo a la propuesta estoica.

Encuentro al destino dependiente del azar, y prueba de ello es la historia de la humanidad. En la historia de la humanidad, ésta se ha encontrado en momentos claves en donde un ligero cambio a alguna pequeña decisión terminaría condicionando completamente la situación en que vivimos ahora; se convierte en la prueba más grande de lo que sería un efecto mariposa, en el cual el rumbo del futuro se vería totalmente alterado, todo a consecuencia de un instante previo en que el azar marcaría un destino distinto.

Por ejemplo, quizá el presente fuese diferente si el emperador Mehmed ii no hubiese decidido conquistar Constantinopla, punto de contacto de comercialización entre Europa y Asia; si los turcos no se hubiesen apoderado de la ciudad los españoles nunca habrían buscado nuevas rutas hacia las Indias, lo que en unos años más se traduciría al descubrimiento de América. El contacto con el “nuevo mundo» se realizaría años después y algunos aspectos culturales serían muy diferentes a lo que es ahora. Incluso la suposición pudiera no ocurrir si los vikingos le hubiesen prestado atención a estas tierras, posiblemente celebraríamos rituales paganos en vez de cultos religiosos a la Iglesia católica.

Si el emperador no hubiese mandado a su pueblo a luchar, nuestro destino sería diferente. Atacar o no, el azar dentro del pensamiento de Mehmed ii en aquel momento condicionó irremediablemente al destino actual, y al presente de entonces que es nuestro pasado; casos como éstos son sencillas demostraciones de que el azar es quien rige las reglas del destino.

Indagar en las pruebas que nos ha dejado este fenómeno permite reconocer la importancia de las diferencias muy pequeñas que puede tener un efecto verdadero en los resultados finales a través del tiempo; la magnitud del cambio depende de tan sólo un segundo para que el destino sea otro, y en algunas ocasiones no depende del hombre, sino que existen factores externos como el clima que son los que tienen la última palabra.

¿Qué hubiese pasado si la lluvia nunca hubiese cesado para que el ejército prusiano llegara a tiempo en la batalla en Waterloo? Napoléon habría ganado el enfrentamiento por la ventaja numérica y seguro se convertiría en el amo supremo de toda Europa. ¿Y si no se hubiese presentado un cielo nublado aquel día en la ciudad de Kokura? Nagasaki nunca experimentaría el horror de los destrozos de una bomba nuclear. El poder que se le puede atribuir a la posibilidad es inmenso, y más cuando se trata de los mandatos de la Naturaleza.

Particularmente los hechos del pasado ayudan a comprender lo vulnerable que es el ser humano ante cada persona que habita en el mundo, al igual que frente a las que ya lo han abandonado, pues de la humanidad depende ampliamente el destino de nuestra propia existencia, y dependió en algún momento de las decisiones de nuestros antepasados.

Incluso las acciones que fueron olvidadas por ellos repercutieron en los sucesos del futuro. El azar involucra sólo una posibilidad aceptada y el resto se pierde en la incertidumbre, el historiador Paul Veyne considera que “la historia está llena de posibilidades abortadas, de acontecimientos que no han tenido lugar […] un tropel indefinido de historias simultáneamente posibles, de ‘cosas’ que podían ser de otra manera”, y uno se pregunta qué hubiese pasado si aquellas posibilidades olvidadas no fuesen etiquetadas de dicha manera.

Vincent Van Gogh, uno de los pintores más reconocidos a través del tiempo, tuvo la oportunidad de convertirse en sacerdote, al igual que Adolf Hitler, líder de la Alemania nazi, y que mantenía el sueño de convertirse en pintor en su juventud. ¿Qué hubiese pasado si el mundo careciera de las obras que más tarde revolucionaron totalmente al arte? Puede que el gusto por la representación gráfica hubiese tardado mucho tiempo, quizá la vida de Van Gogh no terminaría en un suicidio. ¿Cómo sería la historia si Hitler hubiese ignorado a la política en aquel entonces? Millones de personas mantendrían su vida, la Segunda Guerra Mundial nunca habría ocurrido, tal vez sea él quien termine revolucionando al arte, recibiendo los méritos que se le brindan a Van Gogh en la actualidad. Pero no.

El destino de Adolf Hitler estuvo marcado cuando su peculiar personalidad explotó dentro de la política y aun así el azar evitó que éste fuera quien ganara la guerra, pues de los dos bandos participantes sólo uno podía resultar victorioso. Y dentro de toda la posibilidad en este suceso, con facilidad se puede pensar en que una alianza entre los alemanes y los ingleses desde un inicio pudo cambiar completamente la historia de aquel entonces y, por ende, en el presente el impacto hubiese sido inmenso e innegablemente transformador.

Los nazis se habrían apoderado de todos los continentes, indiscutiblemente Hitler fuese el líder supremo del mundo, Alemania se convertiría en la potencia mundial del siglo xx, mientras que Estados Unidos y la Unión Soviética nunca librarían la carrera tecnológica por el espacio, el fascismo controlaría todos los aspectos de la vida y nada sería igual a como lo conocemos ahora.

Sin embargo, gracias a las posibilidades, al conjunto de decisiones y de acciones que se llevaron a cabo, Alemania pierde la guerra, y de ese acontecimiento en adelante se desencadenaron muchas cosas más que de igual manera pudieron condicionar al presente; el orden actual vigente es tal y como lo conocemos gracias a las personas que evitaron cualquier indicio de catástrofe, como sucedió en la Crisis de los misiles en Cuba, o el estado de tensión entre las dos Coreas, que con facilidad pudieron ocasionar desastres nucleares y en un futuro ser recordadas como las causantes de un mundo devastado y desolador.

Pensar que nuestra vida obedece y dependió de una decisión de una persona viva o muerta que puede encontrarse al otro lado del mundo, y que tal vez nunca lo conoceremos ni lo conocimos es comprender la fragilidad de la cual todos formamos parte. Por ello no somos más que un montón de accidentes provocando más y más accidentes, alterando el ‘orden’ constantemente, y la necesidad de atribuirle al azar o al destino el curso de los asuntos humanos es sólo una manera de entenderlo.

 

Analizando todas las situaciones, el conjunto de personas, la posición geográfica y la infinidad de instantes a través del tiempo, uno resulta ser una versión burda y afortunada de la gran cantidad de combinaciones y factores que situados en el momento correcto ante el contexto indicado desbocan finalmente en un nuevo ser, una posibilidad en millones que fácilmente pudo ser frenada en cualquier instante del proceso, una acción o decisión que condicionaría el vivir de dicha persona de una manera totalmente diferente, o que simplemente, culminaría privándolo de su existencia.

Entender que cada persona en el mundo es un milagro cuántico que se sobrepuso al capricho de la Naturaleza conlleva a darse cuenta que nuestro tiempo en la tierra es sólo un parpadeo para la inmensidad del universo, algo insignificante para el espacio pero tan poderoso como para dirigir un rumbo distinto.

Ser o no ser producto del azar o el destino sólo deja en claro que la humanidad está íntimamente conectada entre sí. El poder de una decisión o de un suceso puede transformar al camino colectivo completamente. Lo que hagamos y dejemos de hacer ahora innegablemente traerá consecuencias a corto y largo plazo, actos tan sencillos como elegir el auto en vez de la motocicleta puede salvarnos la vida, evitar guerras o encontrar la cura para el cáncer. Las posibilidades están presentes en ello y depende de nuestras acciones escribir el futuro, trazar nuestro destino como persona y colaborar para una historia común.

Bibliografía

  • Barroso, A. G. (2008) El azar en la historia. Recuperado el 7 de junio de 2016, de Universidad Autónoma de Zacatecas: http://www.uaz.edu.mx/cippublicaciones/ricvol2num1/humanisticas/elazarenlahistoria.pdf
  • Donís, M. R. (1997) Azar y finalidad en Aristóteles y Epícuro. Recuperado el 7 de junio de 2016, de Universidad de Sevilla: http://institucional.us.es/revistas/themata/18/03%20Rodriguez.pdf
  • Espíndola, L. L. (2013) Revisión de Crisipo de la teoría estoica del destino. Recuperado el 7 de junio de 2016, de Universidad del Valle: http://www.scielo.org.co/pdf/ef/n48/n48a9.pdf
  • Tabakian, D. (2011) El azar según Aristóteles. Recuperado el 7 de junio de 2016, de Universidad de Buenos Aires: revistascientificas.filo.uba.ar/index.php/CdF/article/download/961/940

Una noche estrellada

Cuando nuestros apellidos no se habían inventado y nuestros ancestros vivían a las buenas de dios en alguna comunidad con diez o veinte chozas, la noche impresionaba los corazones. Si pudiéramos imaginarnos ahí mismo, levantando la mirada del fogón central y mirando las estrellas, encontraremos en esos cielos perdidos la inspiración de cientos de historias magníficas: héroes peleando a mandobles contra monstruos, viajeros en barcos de vela surcando el espacio sideral. Con un juego de puntos iban marcando su destino. Es por eso mismo que las historias que tenemos en nuestros adentros son impresionantes, son parajes de sabiduría llenos de magia y misterio: el cuento.

Proveniente de la tradición oral, los cuentos nos narran una anécdota increíble llena de sorpresas en cada palabra. Todo relato debe comenzar con una frase que nos sumerja en la maravilla. “¿Alguien se ha preguntado de dónde provienen las montañas?”, “Todos conocemos a las águilas… pero antes no podían volar”, y demás frases que figuran en el imaginario y nos llevan a esos tiempos míticos donde los dioses susurraban historias en los oídos de los bardos para que las cantaran en tabernas y a mitades de las plazas. Estamos ante los comienzos de una historia, de una anécdota.

Así, cualquiera puede iniciar una historia con una buena frase, una pregunta, una comparación, un diálogo o una hermosa y basta descripción. Las mejores aperturas tienen palabras inolvidables que no dejaremos de repetir. Aunque parezca apabullante y temeroso enfrentarnos a la página en blanco, no es tan difícil. Cualquiera puede escribir, sólo es cuestión de tiempo para encontrar cómo mejorar.

¿Cómo se logra esto? Escribiendo. Sentándose ante una vieja y lenta computadora a teclear nuestras ideas en el procesador de texto y haciendo uso desmedido de la tecla “Supr”. Ya lo decía el escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg en sus aforismos: “Leer y escribir es tan necesario como beber y comer”. Y es aquí la otra cara de la moneda. Para escribir sólo falta una idea; ser un buen escritor es un trabajo complicado, pero gratificante cuando miras el resultado.

Estar horas frente a una consola de videojuegos nos llena de emociones, nos da experiencias gratificantes, aunque nada qué desearle a los libros, novelas gráficas y tiras cómicas. Leer es estar en contacto con la mente de otra persona, conocer sus experiencias, enterarse de lo que le hace vibrar; es colocarnos bajo el mismo cielo estrellado de nuestros antepasados, mirar las mismas figuras que ellos veían y descubrir cómo un puñado de puntos luminosos en el cielo van cobrando forma en nuestro imaginario; es llenarse de otro, estar atento a lo que alguien más quiere decirnos y unir nuestras intenciones en un solo objetivo: terminar la historia.

Si quieres ser un buen escritor hace falta leer, conocer, tener experiencias buenas —y sobre todo malas—. Ninguna persona en plenitud escribirá algo nuevo; por eso hay que enfrentarnos a libros buenos y malos, conocer historias de seres imaginarios y reales, el amor y el desamor. Desde cómo Emma Bovary le es infiel a su marido, de cómo el renombrado Conde de Monte Cristo planea la venganza contra todos los malditos que le hicieron pasar una eternidad en la cárcel, saber el modo en que te puedes defender de los vampiros según la novela de Bram Stocker y conocer a los cronopios, a los famas y a los esperanzas de Julio Cortázar.

Arriesgarse a escribir es un acto de valentía: escribir es arriesgarse a ser leído. Y si queremos que nos conozcan en este mundo, que alguien sienta lo mismo que nosotros cuando colocamos toda nuestra ficción en una página en blanco, que encuentren cómo unimos esas infinidad de estrellas para que nuestros barcos naveguen en ciertas direcciones, leamos, escribamos y conozcamos esas perspectivas tan variadas que tenemos, no de otros, sino de nosotros mismos.

 

*Miguel Ángel Galindo Núñez
Publicado en la edición Núm. 12

*Estudió la maestría en Literatura Hispanoamericana y es profesor de lengua y literatura en la Escuela Preparatoria 20. También es promotor de lectura por parte de la Secretaría de Cultura y tallerista con “Senderos de lectura. Lectores por Jalisco”, columnista del periódico am Express de Guanajuato, y locutor del proyecto «Las 9 noches».

La tienda de dulces

El olor del azúcar inundó el lugar, la melodía de una caja de música resonaba cada casa y embriagaba a los oyentes, atrayéndolos hacia aquel lugar de aromas fuertes e irreales dimensiones. Un hombre de extravagante traje y asombrosa altura que recibía a las personas y de su sombrero de copa colgaba un letrero en madera obscura.

“TIENDA DE DULCES” decía en letras casi ilegibles, mientras el portero sólo masticaba sonriente chicle, manteniéndose recto todo el tiempo, mirando directamente a las personas, dándoles a cada uno una pequeña paleta de color rojo. ”Bienvenidos”, decía a cualquiera que se acercara y con los ojos bien abiertos observaba a los humanos, viéndolos caer en la trampa que hacía más de 100 años seguía funcionando.

Las sonrisas y carcajadas se desbordaban en el lugar, escuchándose en toda la calle. Esas expresiones aburridas y deprimidas eran remplazadas por divertidos rostros llenos de chocolate y caramelos, embarrados hasta los pies en azúcar y jarabe. Sin excepción, toda la cuadra había perdido la cordura dentro de esa tienda.

Los niños comenzaban a agotarse de llenar sus bocas y bolsillos de caramelos, sus pequeños cuerpos empezaban a hincharse y sentía que algo dentro de sus tórax explotaría. Puf, sonaba mientras de los estómagos salían dulces a montones, de adentro hacia afuera explotaban sus entrañas llenas de melaza. Y los demás comensales parecían no haberse enterado de aquello, pues siguieron comiendo, pisando algunos de los restos de los que habían perecido. Mientras más comían, la cordura y humanidad se iba desvaneciendo de su mente siendo remplazada por el pensamiento de comer hasta acabar con aquellos dulces y chocolates. Cada bocado que daban era un paso más cercano a la locura.

Estanterías llenas de caramelos inimaginables, una fuente de chocolate al centro, interminables pasillos con miles de hileras de los dulces más exquisitos. Los sonrientes rostros por todo el lugar, cada uno comiendo de todo lo que pudiese servirse y algunos más masticando a otros. El interior de aquellos compradores estaba tan repleto de azúcar que su sangre sabía a fresa con crema batida, su piel a turrón y su carne a chiclosos de caramelo con café. El mejor dulce que podría ofrecer la tienda eran sus propios clientes.

Sin gritar siquiera, las personas se mordían mutuamente, colapsando en los pasillos, arrancándoles trozos de piel y músculos. Algunos seguían comiendo los deliciosos y adictivos caramelos, mientras que otros se comían a sí mismos, probando su sangre sabor fresa y su piel de turrón. El aroma a viejo y olvidado se mezclaba con el característico aroma a óxido de sangre, poco a poco cada cliente que había entrado comenzaba a marearse y caía sin cuidado sobre el suelo. Quienes aún podían moverse, desesperados lamian los charcos hasta que perdían la conciencia.

Y de nuevo, como miles de veces había sucedido tiempo atrás, las personas caían bajo los efectos del azúcar hasta enloquecer.

—Maravilloso —mencionó el portero al asomar su cabeza dentro de la tienda—, ahora, al siguiente pueblo —la tienda comenzó poco a poco a desinflarse, hasta quedar compacta en un maletín, el cual  tomó con una mano y comenzó a caminar hacia adelante, murmurando algunas cosas incomprensibles en un idioma inexistente.

 

 

Laura Susana García Gámez
Preparatoria 9
Publicado en la edición Núm. 12

El levantamuertos

El calor era intenso y húmedo. Todo mi cuerpo atentaba con derretirse si un sólo rayo de sol chocaba contra mi delicada piel; me encogía bajo la sombra de un edificio. Publicidad de decenas de años atrás se seguía viendo erguida pobremente sobre lo que alguna vez fue un espectacular. A veces los veía con nostalgia y otras con odio. Otras veces sólo los veía.

Cansado y agazapado por el clima me adentré a mi refugio de escombros. Hacía mucho tiempo que la gente había dejado esta ciudad. La realidad es que la mayoría había muerto y los que no se habían ido lejos para olvidar el dolor.

Yo no tenía a quién llorarle, así que decidí quedarme y tratar de buscar una razón para no suicidarme cada mañana. Hasta ahora iba bien, creo.

Como fuera, después del “desastre de agosto“ (ese fue el nombre que los medios de comunicación le dieron) México estaba bastante jodido. Créeme, se puede más. Aunque era una cosa buena, ya no sufríamos de problemas con el narco ni con los enfrentamientos en Oaxaca y mucho menos con la corrupción, la devaluación del dólar. Ahora sólo me preocupaba no morir ni matarme.

Todos los días me vendía la idea de que mi existencia era muy cómoda. No poseía ningún miembro extra, tampoco había tenido que vender mis órganos al inicio de la guerra. Vivir recolectando cadáveres no era tan malo.

Ese era mi trabajo. Yo metía las manos entre los titanes de concreto en busca de los pobres que quedaban debajo. Las víctimas inocentes de una guerra que no era suya eran mi especialidad, sobre todo los niños y mujeres.

Rara vez me pagaban, rara vez exigía un pago. Todos merecemos un entierro digno.

En sus años mozos el edificio que me ofrecía un refugio había sido un bonito complejo departamental. Familias enteras quedaron atascadas entre las paredes, estaban sepultadas y habían quedado en el olvido.

Muchas de esas pobres almas no saldrían jamás de lo que fue un hogar pero yo hacía mi intento; me daba una semana en cada lugar y luego seguía.

—Hey —escuché a lo lejos.

Envuelta en harapos se movía como cascabel en el desierto. La guerra nos convirtió en seres extraños, todos estábamos un poco mal pero ella nos superaba.

—Jamás creí volver a ver tu trabajo —arrastró las sílabas. Es raro poder hablar con alguien en estos días. Usualmente todos están muy muertos o muy tocados.
—Yo tenía fe de que nuestro siguiente encuentro fuese metiéndote en un hoyo y cubriéndote con tierra —le respondí.— Después de todo, esas son mis reuniones habituales entre amigos.

Sonrió. El viento jugaba con su burka de manta mugrosa y corrió hacia mí; la tarada por poco le rompe el cráneo a una anciana mayor que estaba limpiando pero me dio gusto verla. Al menos esta vez la caché a tiempo.
Se sentó junto a mi plancha de trabajo y me contó sus aventuras mientras envolvía a mis pacientes. Sólo me quedaba ella para acabar con aquella zona y seguir al sur, posiblemente en compañía de Xóchitl.

—Entonces, Miguelito —me dijo pasándome una de sus latas de elotes—. ¿Cuándo piensas dejar de enterrar gente?
—Cuando dejen de morir, o cuando me entierren a mí. Lo que pase primero.

Nos reímos. Dejamos que la estrella luminosa se alejara y diera paso a su hermana pálida y bonita para ponernos al día.

Al parecer los del norte habían levantado un pueblo cerca del Lerma, en el sur seguían viviendo en la selva y para lo que fue la capital había epidemia de cólera; igual ellos tenían personas para dar y regalar.

Pablo había muerto en la capital y Julia se había perdido entre las cortinas de arena. Sólo quedábamos Xóchitl y yo.

—Hay que viajar juntos Migue, como cuando éramos chavos y salíamos a tirar barrio.
—Ya no tenemos 15 morra, andar en grupo esta cabrón.

Por más chingones que fuéramos era más fácil morir, más difícil avanzar y  encontrar comida. Yo me robaba lo que estaba en las casas o enterrado y era útil, pero con ella al lado sería más difícil, sobre todo la parte de enterrar y limpiar cuerpos.

—Ay, qué mamón eres.
—Simón.

Entonces se quedó callada y se quitó su burka. Se veía gorda, pero no le dije nada porque luego se ponía como gato de monte y no quería tener ningún miembro roto.

—¿No notas nada?
—¿Habría de haber algo distinto?
—Estoy embarazada.

Toda la sangre se me fue del cuerpo y el alma se me cayó a los pies. Antes de que pudiera preguntarle nada ella me miró y dijo:

—Ni creas que es tuyo, pinche homosexual, es de Pablo.

Luego empezó a llorar como posesa, haciéndose bolita alrededor de su panza protuberante y encogiéndose, como niña golpeada. Era tan frágil y pequeña y su largo cabello le caía en la cara húmeda.

Pobre chica, casi me estaba convenciendo para quedarme con su niño pero aún seguía molesto por el insulto a mi orientación sexual. Todavía tenía un poco de trauma por mi vida anterior.

—No quiero que nazca —dijo entre baba, mocos y pelo—. No quiero que nazca en el infierno.

Observé en silencio y sentí su dolor. Era profundo, pesado y muy oscuro. Era un dolor lleno de miedo y desesperación porque era un dolor real. Casi podía sentir su dolor como mío.

Después de unos minutos de jadeo, Xóchitl se volvió a sentar y no dijo ni una sola palabra más.

—Si tanto te preocupaba, ¿por qué continuaste con el embarazo?

Levantó la vista y me rompió el corazón. Con los ojos como noches sin luna, ocultos en la cueva de sus ojeras, me lo dijo todo sin hablar.

Continuó el embarazo por Pablo. Porque se amaban, y él era de ella y ella de él.

Mi cuerpo me obligó a abrazarla fuerte y lloramos juntos. Ella por él y yo por ellos. Nos derramamos hasta el amanecer y nos secamos con el nacimiento del sol.

Era una mañana hermosa, tanto que decidimos no hablar para no arruinarla, sólo nos mirábamos mutuamente esperando a que algo nuevo sucediera.

—Lo extraño mucho —dijo pesadamente, arrastraba cada sílaba con una gran tristeza, muy lento, como si así doliera menos.

Luego volvió a llorar. Su llanto era tan margo que olía a café quemado y a té de chaparro amargo. Las pocas hierbas se secaban bajo tales lágrimas y a mí se me iba marchitando el corazón.

La pobre estaba muy embarazada y sola en el fin del mundo. Parecía que iba a explotar en cualquier momento, que de la panza le iba nacer una nube muy negra de tristeza y soledad. Parecía que en vez de un niño fuese a dar a luz a una bola de depresión.

Con los ojos en blanco se levantó de su esquina. Mientras gemía pesada y lentamente caminó lejos, se detuvo frente a una de las tumbas que hice y se dejó explotar del pecho hacia afuera, de la panza hacia afuera y la cabeza hacia arriba. Como en esas series antiguas, como en las películas de terror. Ella gritó y luego puf.

Explotó de tristeza, impotencia y coraje. Su corazón se convirtió en dinamita y sus lágrimas en gasolina. El sol fue el detonante. Xóchitl, la flor más hermosa del ejido, decidió inflarse como pez globo y que el viento se llevara su cuerpo, como las flores de león.

Y yo sólo vi desde mi escondrijo, en silencio, como un buen espectador. La vi deshacerse y convertirse en lluvia roja, tan roja como los ojos de un ratón.

Me hubiera gustado poder enterrarla.

 

Laura Susana García Gámez
Preparatoria 9
Publicado en la edición Núm. 12

Pisando firme Isis Lizbeth de la Torre Ortega Preparatoria del Centro Universitario UTEG Américas

Pisando firme
Isis Lizbeth de la Torre Ortega
Preparatoria del Centro Universitario UTEG Américas

Ángel

La belleza detrás de la maldad Aislinn Arguelles Rojas  Preparatoria Regional de El Salto

La belleza detrás de la maldad
Aislinn Arguelles Rojas
Preparatoria Regional de El Salto

Estoy al borde de la desesperación. No sé dónde estoy ni cuantos días llevo aquí, o incluso si tengo familia. Lo único que recuerdo es que estaba esperando a mi novio en la parte trasera de un restaurante. Creo recordar que me llamo Megan. La estancia donde estoy es fría y obscura, y recibo comida por una compuerta, no sé quién me tiene aquí y eso hace que cada vez tenga más miedo.

Estaba sentada en un colchón viejo y sucio, cuando el rechinido de la compuerta interrumpió mis pensamientos. Poco a poco una mano introdujo una charola con comida y un periódico, me incliné para recogerlo y vi que la fecha estaba obstruida con marcador negro y a un lado escrito: “Hasta mañana, dulces sueños, mi ángel”. ¿Qué me trata de decir con esto?
Grité: “¡Púdrete en el maldito infierno, vendrán por mí!”. Pateé la charola y le dije a quien sea que estuviera de tras de la puerta: “¿Qué es lo que quieres de mí?… ¡Maldita sea!”. Entonces vi la perilla girar, sentí un frío aterrador recorrer mi cuerpo, mi corazón latir tan rápido que creí que se me iba a salir y escuché una voz:
—Hola Elena, aunque prefiero “ángel”, me gusta más. Ángel, no es justo desperdiciar la comida, hay personas que no tienen—.

Estaba caminando por toda la habitación y no me quitaba los ojos de encima,  me ponía nerviosa, estaba en shock, no tenía palabras, quería matarlo pero tenía pavor de que me pudiera hacer algo.
—¿No tienes nada qué decir? —pronunció—. Bueno, ponte cómoda porque no saldrás de aquí y maldecir no es digno de una dama, ángel. Cuida esas palabras, porque las consecuencias no te gustarán.
Cuando ya iba camino a la puerta para salir, le dije:
—No me llamo Elena, ni quiero que me llames “ángel”.
Al escuchar esto se giró furioso y camino hacia mí. Con voz fuerte exclamó:
—¡Ya no existe tu vida pasada, olvida todo, absolutamente todo, ahora ésta es tu vida!
Dio vuelta pero en cuanto iba a dar un paso, dije:
—¿Quién eres?
Volteó a verme y puso sus ojos sobre los míos, eran verde esmeralda y con una sonrisa sarcástica respondió:
—Logan, mucho gusto, ángel.
Se dirigió hacia la puerta y lo último que se escuchó fue el cerrojo atrancar.

***

Ya han pasado 13 meses y no sé si es correcto sentirse aliviada o sin interés alguno por seguir aquí. Me estoy acostumbrando a ello. Son constantes las visitas de Logan, no me ha hecho daño y la idea del chico violento, malo y posesivo se ha ido de la mente. Pero la pregunta que me asecha día y noche es ¿qué quiere de mí y por qué estoy aquí?

Estaba recostada y sentí una mirada, giré mi cabeza y vi a Logan observándome como si fuera una escultura.
—¿Hace cuánto estas ahí?
—Hace un par de horas. Eres muy linda cuando duermes y me pregunto qué pasa por tus pensamientos… Además, quiero asegurarme, por supuesto, que soñaste conmigo.
Torcí los ojos.
—¿Me puedo acostar? —lo escuché decir. No respondí.
—Creo que eso es un sí —respondió.
—¿Logan? —dije.
—¿Sí? —me contestó.
—¿Qué es lo que quieres de mí?
Hubo un silencio incómodo por unos segundos.
—Cuando estoy contigo no me siento solo, eres mi ángel y si no te tengo nadie más te podrá tener. Nunca dejaría que te lastimaran, mi ángel.
Hubo otro silencio más largo, Logan hizo que me acercara a él y me abrazó de una manera que no podía escapar de su regazo, era demasiado fuerte. Le pedí que me soltara, pero ya se había dormido. En un susurro le dije:
—No sé qué pensar de ti. Debería estar gritando porque estás aquí, sentir pánico. Lo raro es que no es así, me siento segura, protegida y temo sentir algo por ti. Siento decirte que el que me está haciendo daño eres tú.
Se escucharon unas fuertes pisadas del otro lado de la habitación y que alguien forzaba la manija para abrir. Grité:
—¡Logan, hay alguien más aquí!
Logan se levantó de la cama rápidamente, me levantó y me dijo que no hiciera ruido alguno. Hubo un grito:
—¡Abran o tendré que utilizar la fuerza!
Logan sacó un arma de sus vaqueros y me colocó detrás de él. Esperó a que hicieran su siguiente movimiento. Se escuchó la puerta caer, me sobresalté. Vi cómo entró un hombre con un arma apuntando hacia él, le pidió que me soltara. El hombre dio un paso hacia mí queriendo tomarme por el brazo.
—No te le acerques más —gritó Logan.
Todo pasó tan rápido. Logan me aventó hacia el piso, me pegué en la cabeza contra la pared y lo único que alcancé a escuchar fueron unos cinco disparos.

Me dolía la cabeza, me sentía confundida, miré alrededor. A un lado mío yacía Logan con un disparo en el estómago. Me acerque a él, estaba pálido, sudaba frio, entonces me miró con una sonrisa melancólica. No sé en qué momento fue pero una lágrima recorrió mi mejilla. Susurrando me dijo:
—Tranquila, ángel, no llores, ya lo arreglé.
Miré hacia enfrente, ahí estaba el hombre con su placa de policía, con varios disparos en su torso. Me giré hacia Logan y recostándome en su hombro, me dijo con dulzura:
—Eres mía Elena, siempre estarás conmigo, estaremos juntos y yo me encargaré de eso.
Al instante escuché otro disparo, mis ojos se abrieron inesperadamente, al segundo siguiente sentí mis párpados muy pesados y un dolor insoportable en mi cintura. Los labios helados de Logan rozaron los míos y susurraron:
—Serás un hermoso ángel, mi pequeño amor.

 

 

Ayleen Cristina Meza Oloño
Preparatoria del Centro Universitario UTEG Zapopan
Publicado en la edición Núm. 12

Cierra los ojos

Memorias después de la muerte Jürgen Alexander Carmona Espinoza Preparatoria 12, Módulo Tlaquepaque

Memorias después de la muerte
Jürgen Alexander Carmona Espinoza
Preparatoria 12, Módulo Tlaquepaque

Abrió los ojos sobresaltada. ¿Qué había sucedido? ¿Había tenido una pesadilla? ¿Qué estaba pasando? Su respiración estaba agitada y no podía evitar sentir que algo se le escapaba de las manos, y al tratar de recordar sólo se volvía más borroso.

Tomó aire un par de veces y se incorporó dejando que sus manos tocaran el colchón, pero sólo sintió un par de hojas frías. No quería levantar la mirada, pero estaba segura de que era lo mejor, aunque se quedó un tiempo tocando aquellas hojas. ¿Dónde estaba?

Farah levantó la mirada con miedo de lo que iba a encontrar una vez que mirara más allá de sus piernas. Tenía miedo, su cuerpo temblaba sin control y sentía cómo dentro de ella algo se oprimía.

El miedo la estaba paralizando, pero aún así se atrevió a mirar. Estaba en lo que parecía ser un bosque, pues a su alrededor sólo había árboles que se alzaban sobre ella de una manera amenazante. Su respiración se cortó, no podía pensar con claridad y su cuerpo temblando de esa manera hacía que todo dentro de ella se rompiera. Era normal que estuviera asustada, era una chica débil que le tenía miedo a todo.

Apretó sus labios al mismo tiempo que sus puños trataban de reprimir el temor que la invadía, pero le resultaba imposible, el miedo la había dominado completamente. Bajó su mirada hacia sus manos, las vendas seguían adornando sus muñecas como un mal recuerdo de que no tenía control sobre sí misma y bajó el camisón blanco que llevaba se alcanzaban a notar algunos rasguños que ella se había ocasionado noches atrás, aún estaban rojos y dolían con sólo tocarlos.

Las lágrimas no tardaron en aparecer, la frustración que sentía en su pecho incrementaba cada segundo que pasaba en ese lugar, realmente quería volver a ser la niña que sólo se preocupaba por tener buenas calificaciones y amigos; pero Farah sabía que esa niña había muerto tiempo atrás, quitando su mundo de fantasía y llevándola de golpe a su cruel realidad que terminó por volverla loca.

El viento alborotó su cabello pelirrojo que caía por sus hombros, a veces era lo único que le recordaba que seguía con vida; el viento siempre estaba cuando más lo necesitaba, la hacía sentirse fuerte, la animaba a continuar, porque Farah siempre había creído en que como el viento, algún día las cosas dejarían de afectarle.

Con sus manos quitó su cabello que le cubría todo su campo visual y se puso de pie tambaleante. Sus piernas le ardían y sus muñecas le pesaban, sentía que en cualquier momento caería al suelo, pero se obligó a seguir, necesitaba encontrar una salida de ese mundo, de sus propios demonios.

Empezó a caminar en línea recta, pues parecía que la única manera de seguir era caminar por aquel tenebroso sendero. Tenía frío y sus nervios no ayudaban en nada, pero Farah sabía que su voluntad era mucho más poderosa que cualquier demonio que intentara frenarla.

“No mueras sin mí, Farah”, aquellas palabras hacían que la pelirroja sintiera que aún quedaba una esperanza por la cual vivir. Su mejor amigo Leonel contaba con ella, no podía defraudarlo. Habían hecho una promesa desde que eran niños y no importaba que ella estuviera en aquel hospital psiquiátrico, seguían unidos por un lazo mucho más fuerte que la sangre, pues Farah lo consideraba un hermano y siempre se recordaba que la familia no termina con la sangre.

Sentía cómo su cuerpo le suplicaba para que parara, pero no podía hacerlo, algo dentro de ella le decía que era necesario continuar.

—No eres débil, no lo eres —se repetía constantemente.

Cuando por fin logró llegar a un claro de luz se detuvo, parecía que el sendero no tenía final. Se sentía perdida, quizá moriría en aquel lugar y rompería su promesa. Tomó aire tratando de reprimir las lágrimas que amenazaban con salir de nuevo, estaba aterrada, no quería morir, por fin lo entendía.

Una vez que logró calmarse volvió a caminar, sintiendo cómo el viento jugaba con sus cabellos y hacía que su piel se erizara por sus dulces caricias.

A lo lejos logró divisar una luz, por lo que con las últimas fuerzas que le quedaban corrió hasta ella, pero se detuvo de golpe cayendo de rodillas por lo que vio: frente a ella se encontraba una niña pelirroja con un oso de peluche en la mano y la miraba con una sonrisa.

—Es bueno verte otra vez —susurró la niña.

Farah se quedó paralizada observándola, ¿ya estaba loca?, ¿dónde estaba? Tantas preguntas se acumularon en su mente, hasta que se dio cuenta de que conocía aquel lugar, era el bosque dónde se había perdido cuando era pequeña, todo por tratar de huir de casa de sus tíos; tenía sólo cinco años.

No pudo reprimirse más y rompió en llanto sintiendo el sabor salado de sus lágrimas que bajaba por sus mejillas hasta su boca. Estaba viendo a la niña que alguna vez había sido, la que había muerto.

—Has llegado, debes saber lo que significa —la niña volvió a tomar la palabra y le dio la mano a la chica para ayudarla a pararse.

—¿Qué significa? ¿Acaso…? —el terror en la voz de Farah se hizo presente.

—Sí, estás muriendo.

El viento volvió a soplar con mayor intensidad que antes, haciendo que las hojas a su alrededor se elevaran y su cabello se revolviera aún más, pero por fin lo entendía. Aquel día había estado en su habitación después de haber ido a la sala común, su doctor le había prohibido convivir con los demás como castigo por haber cortado sus muñecas, así que era evidente que iba a recibir un castigo mayor por haber desobedecido las regla, pero todo empeoró cuando se puso agresiva y se lanzó contra una de las enfermeras.

Todo había sucedido en cámara lenta y lo último que recordaba era estar en su habitación minutos antes de que el doctor entrara, pero ahora por fin lograba recordarlo: le habían inyectado una droga letal, querían matarla. Después de todo, su expediente ya estaba sellado como una paciente sin cura.

—Es momento de cerrar los ojos, Farah —susurró el doctor con una sonrisa macabra antes de inyectarle aquella droga.

Abrió los ojos para encontrarse nuevamente en aquel bosque junto con la niña que la observaba con tristeza.

—Ahora lo entiendes, ¿no?

Farah levantó la cabeza, ¿acaso era momento de tomar la decisión más difícil de su vida? ¿Tenía elección entre vivir o morir? Tal vez ese era el final, era momento de abandonar todo por lo que había estado luchando.

—Es tu decisión, Farah. Después de todo, ya estabas muerta desde hace tiempo, moriste desde que decidiste matarme.

Los ojos de la pequeña se tornaron llorosos, aún era doloroso recordar cómo había acabado con la niña que había dentro de ella, ese día había sido una tortura, recordaba haberse gritado frente al espejo: “Esta no soy yo, no lo soy, para”, antes de romperlo.

Farah no pudo evitar sentir un vacío en su pecho, estaba muriendo, pero antes de hacerlo estaba teniendo una lucha interna entre quedarse o dejarse llevar. Era extraño, pues momentos antes su mayor preocupación era mantenerse con vida.

—Lo siento, yo no quería que todo esto ocurriera —las lágrimas hacían que la voz de Farah se quebrara.

—Somos humanos, es normal equivocarnos —la pequeña trató de sonreír.

—Lo siento, realmente lo siento, por favor perdóname —Farah apretó los puños, haciendo crujir algunas hojas por la presión.

—Te perdoné hace mucho tiempo, después de todo siempre hemos sido una sola— susurró encogiendo los hombros.

Aquellas palabras se clavaron en su pecho haciendo que por un momento perdiera el aire; pero la niña tenía razón, ahora sólo faltaba que ella se perdonara por todo lo malo que había hecho.

Sus hombros temblaron mientras trataba de incorporarse para ver a la niña, el viento hacía que su cabello cubriera su rostro, pero eso no impedía que lograra verla, era tal cómo la recordaba.

—Lo siento Leonel, pero no pude cumplir nuestra promesa.

Farah no vaciló al momento de tomar la mano de la niña, había tomado su decisión. Todo a su alrededor se volvió blanco, después de todo, había decidido cerrar sus ojos.

 

Etzalli Pardo Zepeda
Preparatoria 6
Publicado en la edición Núm. 12

La consciencia de la muerte

Encuentro personal Daniela Cervantes Castellón Preparatoria Regional de Autlán de Navarro

Encuentro personal
Daniela Cervantes Castellón
Preparatoria Regional de Autlán de Navarro

La noche se había impuesto ya sobre el crepúsculo hacia muchas horas. Había perdido la noción del tiempo viendo aquella película hollywoodense que insistía en que buscara mi destino. Salí a recorrer la misma callejuela de siempre, tan tétrica como de costumbre. Sin luces, con olor a los orines de algún borracho que se quedó tirado. Justo al final miraba la tenue luz que salía de la casa del drogadicto que tenía por vecino.

Cuando aún vivía con mi madre ella me decía que dejara de salir tan noche a la calle, que algún día un tipo se aprovecharía de mí. Yo siempre me burlaba y le respondía:  “Tu hija morirá virgen”, ignorando que cuando me salí de la casa hacía mucho tiempo que yo no era virgen, así que podía seguir escudándome con la misma mentira que ni yo me creía.

Irónicamente, cuando caminaba por la callejuela esos recuerdos invadieron mi cabeza. Quizá eran una premonición de lo que se aproximaba. Jamás olvidaré esa sensación de terror que me invadió al sentir justo detrás de mí la respiración de aquel tipo que olía a alcohol y orines, que parecía no haberse bañado en semanas y que además me daba casi el mismo asco que siento por mí misma en este momento.

Recuerdo a la perfección la sensación de tener en mí yugular su fría navaja. Aún tengo grabadas en mi memoria sus malditas palabras: “Si no gritas quizá te deje vivir” y cómo, al mismo tiempo, ponía sobre mi boca su inmunda y repugnante mano. Lo mordí con todas mis fuerzas y él sólo me volvió a decir: “Estoy tan acostumbrado al dolor que tu mordida es para mí como una caricia­­”. En ese momento supe que conocí al diablo hecho humano.

Tomó mis manos, me estrujó por la cintura y me llevó a su auto. Antes de subir me golpeó en la cabeza tan fuerte que dejé de sentir el frío de la noche, hasta que perdí el conocimiento.

Para cuando desperté ya no estaba en el auto. Me encontraba en lo más parecido a las cloacas que había conocido en mi vida, atada de pies y manos. Por un momento me sentí en un escenario de película de terror, y en ese instante mi verdugo entró en escena. Por primera vez le vi el rostro. Tendría algunos cuarenta y tantos, su cabello estaba largo y muy sucio, su estatura se acercaba al 1.90 y sus dientes estaban podridos. Su aliento era similar al de un cadáver en descomposición y su apariencia era la de un vagabundo. Volvió a acercarse a mí y no dijo nada, sólo me lamió la cara como si disfrutara de un rico helado. Yo le rogaba que no me hiciera daño y que me dejara ir. Él ni siquiera me escuchaba, siguió haciendo lo mismo.

Volvió a acercarse a mi oreja derecha para decirme la aberración más horrible que yo había escuchado en mi vida: “Desde hace meses te observo, eres como un pastelito, joven, dulce y muy linda; ideal para cogerte, pero como sé que tu jamás te acostarías conmigo tuve que raptarte para disfrutar de ti. Te voy a tener que violar”.

En ese momento sentí que el corazón se detenía, que la sangre ya no llegaba a mi cerebro. En verdad deseé estar muerta, dejar de respirar, dejar de oír y de sentir. No quería que aquel hombre me hiciera suya, me daba asco.

Yo le grité que sólo muerta sería suya, que antes me matara porque yo no quería vivir una sensación tan horrible. Él se rió a carcajadas y se limitó a decir: “No, prefiero que veas cómo disfruto de tu cuerpo porque será la última vez que un hombre esté contigo”.

Volvió a sacar su navaja y con ella desgarró mi ropa. Primero me quitó mi camiseta de los Beatles, después siguió con mi pantalón de mezclilla que ya estaba rasgado por sí solos. Sólo dejó mi ropa interior y se alejó de mí por unos segundos. Noté  cómo me contemplaba en ropa interior y cómo disfrutaba verme muerta de terror.

Nunca había odiado a una persona tan intensamente en tan poco tiempo. En ese momento me arrepentí de haberme vestido con un sexy brasier y pantaletas de encaje.

Cuando lo vi abalanzado sobre mi pensé en todas la veces que me había acostado con otros hombres, en cómo fingía placer para recibir dinero de ellos, porque a eso me dedicaba. Era un joven prostituta. A mis 18 años ya había perdido la cuenta de todas las veces que lo había hecho. Para mí era totalmente normal tener sexo todos los días. Así que pensé en fingir placer, tal vez así el desgraciado me dejaría vivir, sin imaginarme que sería peor.

Cuando comencé a fingir el orgasmo mi maldito agresor se molestó y me ladró: “Algo estoy haciendo mal, no quiero que sientas placer, tu sufrimiento me excita, así que tendré que tomar otras medidas”. Sacó de nuevo su navaja y el muy desgraciado comenzó a  hacer pequeños cortes en mis senos. Yo comencé a gritar de dolor. Me sentía indefensa, humillada. No podía entender cómo cabía tanta maldad en una persona. Él comenzó a disfrutar de su acto aún más, mientras yo moría lentamente.

Sus penetraciones eran tan intensas que desgarró mi cérvix. Yo ya no soportaba el dolor interno, ni el de mis pechos. Su mirada de placer me causaba un repudio enorme y la impotencia que sentía al no poder hacer nada me estaba matando también el alma. Me sentía mareada y aturdida como cuando me golpeó en  la  cabeza y de nuevo perdí el conocimiento.

No sé cuánto tiempo estuve inconsciente. Para cuando desperté el sol me encandilaba y ya no estaba en las cloacas de la noche anterior. Me encontraba envuelta en una sábana manchada de sangre abandonada a orilla de la carretera, frente a un edificio en construcción. Quise buscar algún conductor que pudiera ayudarme pero no se miraba pasar a nadie, raramente la carretera estaba completamente desierta. Comencé a caminar, con todo el dolor, como era de esperarse.

Llegué hasta una casa muy bonita y entré con la esperanza de encontrar a alguien pero estaba vacía. La puerta estaba abierta así que entré. Recorrí todas las habitaciones y en una de ellas estaba extendido sobre la cama un lindo vestido blanco y a su lado unas zapatillas del mismo color. Ninguno mostraba señales de uso y al estar completamente desnuda me adueñé de ambos para arroparme. Frente a mí había un espejo donde podía ver los golpes que tenía en la cara y mi cabello completamente desordenado. Entré al baño a lavármela y ahí había un cepillo que usé para arreglarme un poco.

No estaba muy segura de volver a mi casa, así que acudiría con la única persona con la que me sentiría segura: mi madre, a la que hacía tres años que no veía, los mismos que tenía de prostituta. Supuse que al principio no me aceparía pero sabía que con el tiempo me perdonaría.

Cuando llegué a su casa toque la puerta, ella la abrió y al verme la volvió a cerrar como si no hubiera visto a nadie. Por más que le supliqué que me recibiera ella no volvió siquiera  acercarse a la entrada, hasta que me di por vencida y esperé afuera. Me resigné a bordarla en la primera oportunidad que saliera. Para cuando salió ya habían transcurrido cerca de tres horas. Le hablé pero ella me seguía ignorando. Iba vestida completamente de negro. Supuse que se dirigía al cementerio a ver la tumba de mi padre, pues si mis cálculos no fallaban era su aniversario de muerte número 13. Así que decidí alcanzarla en la tumba yéndome por un atajo.

Al llegar al cementerio me senté a esperarla unos minutos. Me pareció raro verla venir hacia mí en compañía de unos hombres que cargaban un ataúd. Ella se miraba muy triste, parecía que había llorado por muchas horas seguidas.

Cuando llegó hacia a mí y de nuevo me ignoró me llené de terror y comprendí una cosa: la persona por la que mi madre lloraba y se vestía de luto era yo. La persona del ataúd era yo, mis deseos se habían cumplido…

Nunca en mi vida había deseado abrazar a mi madre como en ese momento. Le quería pedir perdón por haberme convertido en lo que fui, por haber mandado a la basura todo su esfuerzo para sacarme adelante a pesar de que mi padre nos dejó. Le quería decir que la amaba cuando ya no podía. Me sentía más impotente que en el momento en que aquel monstruo estaba abusando de mí.

La tumba se abrió y metieron mi ataúd, mi madre con el alma destrozada y la voz quebrada me dijo sus pablaras de despedida: “No sé si me escuches o lo sepas pero en este momento te pido perdón por no haber estado a tu lado, por no haberte dado la atención que te merecías. Siempre quisiste volver a ver a tu padre, ahora espero que se reúnan y sean muy felices. Nunca olvides lo mucho que te amo. Descansa en paz, hijita mía”.

Hubiera querido detener el tiempo y nunca haberme ido de su lado. Siempre viví de prisa, sin valorar lo que mi madre me ofrecía, preferí la calle y sus placeres. Para cuando quise enderezar el camino ya era demasiado tarde.

Estaba confundida no sabía que esperar. Cuando mi madre se fue me quede sola y apareció un hombre que hacía años no veía; mi padre. Lo abrace y llore desconsolada, le conté todo lo que había vivido.

Él sólo me miró, me abrazó y me susurró al oído: ­– Despierta, mi pequeña Alice, ve y vive tu vida que aún no es tiempo de que estés conmigo. Te amo.

Eran las 12 del día. Me levanté con la peor resaca del mundo, envuelta en una sábana blanca, había tenido el sueño más raro de mi vida y no estaba segura si creerlo pero sabía a dónde dirigirme y lo que tenía que hacer.

 

Elizabeth García Gómez
Escuela Regional de Educación Media Superior de Ocotlán, Módulo Tototlán
Publicado en la edición Núm. 12

 

Brillando en nostalgia Aislinn Arguelles Rojas Preparatoria Regional de El Salto

Brillando en nostalgia
Aislinn Arguelles Rojas
Preparatoria Regional de El Salto

Penal

Todo el día hablaba de fútbol: en la primera cita, en el parque, en el café de las 17:00 horas.
No se callaba: que si el tiro de esquina, que el partido de ayer, que si el árbitro vendido.
Estaba enfadada. Así que salió disparada la bala y ¡GOL! justo en medio de los ojos

Imelda Lizette Ledezma Carbajal
Preparatoria 7
Publicado en la edición Núm. 12

Lira alienígena Daniela García Barragán Preparatoria Regional de Autlán de Navarro

Lira alienígena
Daniela García Barragán
Preparatoria Regional de Autlán de Navarro

Me lo dijo el coronel

—No es por nada, pero pienso que ellos son demasiado unidos, ¿no lo crees? —hizo énfasis en el “demasiado”, mientras que con las cejas arqueadas me observaba con un tono burlón.
—No lo creo, son amigos, o bueno, camaradas, tienen ideales parecidos, luchan por el mismo fin y en contra del mismo mal; se odien o no, tienen que estar juntos, es un tema estratégico.
—Sí, lo es, pero no me digas que el estar siempre tomados de la mano les ayudara a derrocar a Batista.

Fernando Cocolán Villegas
Preparatoria 7
Publicado en la edición Núm. 12

Cuando mueres

—Abuelo, ¿qué pasa cuando se mueren las personas? —dije balanceándome en un solo pie, con una voz muy tímida.
El abuelo tomó mi hombro y respondió: —Cuando mueres, los matasanos se limitan a dar una explicación científica, que dice algo así: ha muerto, porque su corazón ha dejado de latir. No es que aquel corazón hueco haya, por la presión de los años, dejara de latir; lo que ha sucedido aquí, es que su alma se ha desencadenado de ese mórbido saco de huesos y se ha librado del cautiverio.
Tragué saliva y le pregunté:
—Abuelo, ¿los muertos son malos?
Y el abuelo sonriendo respondió:
—Teo, ¿acaso yo soy malo?

 

 

Arath Azael Castro Mendoza
Escuela Vocacional
Publicado en la edición Núm. 12