Cierra los ojos

Memorias después de la muerte Jürgen Alexander Carmona Espinoza Preparatoria 12, Módulo Tlaquepaque

Memorias después de la muerte
Jürgen Alexander Carmona Espinoza
Preparatoria 12, Módulo Tlaquepaque

Abrió los ojos sobresaltada. ¿Qué había sucedido? ¿Había tenido una pesadilla? ¿Qué estaba pasando? Su respiración estaba agitada y no podía evitar sentir que algo se le escapaba de las manos, y al tratar de recordar sólo se volvía más borroso.

Tomó aire un par de veces y se incorporó dejando que sus manos tocaran el colchón, pero sólo sintió un par de hojas frías. No quería levantar la mirada, pero estaba segura de que era lo mejor, aunque se quedó un tiempo tocando aquellas hojas. ¿Dónde estaba?

Farah levantó la mirada con miedo de lo que iba a encontrar una vez que mirara más allá de sus piernas. Tenía miedo, su cuerpo temblaba sin control y sentía cómo dentro de ella algo se oprimía.

El miedo la estaba paralizando, pero aún así se atrevió a mirar. Estaba en lo que parecía ser un bosque, pues a su alrededor sólo había árboles que se alzaban sobre ella de una manera amenazante. Su respiración se cortó, no podía pensar con claridad y su cuerpo temblando de esa manera hacía que todo dentro de ella se rompiera. Era normal que estuviera asustada, era una chica débil que le tenía miedo a todo.

Apretó sus labios al mismo tiempo que sus puños trataban de reprimir el temor que la invadía, pero le resultaba imposible, el miedo la había dominado completamente. Bajó su mirada hacia sus manos, las vendas seguían adornando sus muñecas como un mal recuerdo de que no tenía control sobre sí misma y bajó el camisón blanco que llevaba se alcanzaban a notar algunos rasguños que ella se había ocasionado noches atrás, aún estaban rojos y dolían con sólo tocarlos.

Las lágrimas no tardaron en aparecer, la frustración que sentía en su pecho incrementaba cada segundo que pasaba en ese lugar, realmente quería volver a ser la niña que sólo se preocupaba por tener buenas calificaciones y amigos; pero Farah sabía que esa niña había muerto tiempo atrás, quitando su mundo de fantasía y llevándola de golpe a su cruel realidad que terminó por volverla loca.

El viento alborotó su cabello pelirrojo que caía por sus hombros, a veces era lo único que le recordaba que seguía con vida; el viento siempre estaba cuando más lo necesitaba, la hacía sentirse fuerte, la animaba a continuar, porque Farah siempre había creído en que como el viento, algún día las cosas dejarían de afectarle.

Con sus manos quitó su cabello que le cubría todo su campo visual y se puso de pie tambaleante. Sus piernas le ardían y sus muñecas le pesaban, sentía que en cualquier momento caería al suelo, pero se obligó a seguir, necesitaba encontrar una salida de ese mundo, de sus propios demonios.

Empezó a caminar en línea recta, pues parecía que la única manera de seguir era caminar por aquel tenebroso sendero. Tenía frío y sus nervios no ayudaban en nada, pero Farah sabía que su voluntad era mucho más poderosa que cualquier demonio que intentara frenarla.

“No mueras sin mí, Farah”, aquellas palabras hacían que la pelirroja sintiera que aún quedaba una esperanza por la cual vivir. Su mejor amigo Leonel contaba con ella, no podía defraudarlo. Habían hecho una promesa desde que eran niños y no importaba que ella estuviera en aquel hospital psiquiátrico, seguían unidos por un lazo mucho más fuerte que la sangre, pues Farah lo consideraba un hermano y siempre se recordaba que la familia no termina con la sangre.

Sentía cómo su cuerpo le suplicaba para que parara, pero no podía hacerlo, algo dentro de ella le decía que era necesario continuar.

—No eres débil, no lo eres —se repetía constantemente.

Cuando por fin logró llegar a un claro de luz se detuvo, parecía que el sendero no tenía final. Se sentía perdida, quizá moriría en aquel lugar y rompería su promesa. Tomó aire tratando de reprimir las lágrimas que amenazaban con salir de nuevo, estaba aterrada, no quería morir, por fin lo entendía.

Una vez que logró calmarse volvió a caminar, sintiendo cómo el viento jugaba con sus cabellos y hacía que su piel se erizara por sus dulces caricias.

A lo lejos logró divisar una luz, por lo que con las últimas fuerzas que le quedaban corrió hasta ella, pero se detuvo de golpe cayendo de rodillas por lo que vio: frente a ella se encontraba una niña pelirroja con un oso de peluche en la mano y la miraba con una sonrisa.

—Es bueno verte otra vez —susurró la niña.

Farah se quedó paralizada observándola, ¿ya estaba loca?, ¿dónde estaba? Tantas preguntas se acumularon en su mente, hasta que se dio cuenta de que conocía aquel lugar, era el bosque dónde se había perdido cuando era pequeña, todo por tratar de huir de casa de sus tíos; tenía sólo cinco años.

No pudo reprimirse más y rompió en llanto sintiendo el sabor salado de sus lágrimas que bajaba por sus mejillas hasta su boca. Estaba viendo a la niña que alguna vez había sido, la que había muerto.

—Has llegado, debes saber lo que significa —la niña volvió a tomar la palabra y le dio la mano a la chica para ayudarla a pararse.

—¿Qué significa? ¿Acaso…? —el terror en la voz de Farah se hizo presente.

—Sí, estás muriendo.

El viento volvió a soplar con mayor intensidad que antes, haciendo que las hojas a su alrededor se elevaran y su cabello se revolviera aún más, pero por fin lo entendía. Aquel día había estado en su habitación después de haber ido a la sala común, su doctor le había prohibido convivir con los demás como castigo por haber cortado sus muñecas, así que era evidente que iba a recibir un castigo mayor por haber desobedecido las regla, pero todo empeoró cuando se puso agresiva y se lanzó contra una de las enfermeras.

Todo había sucedido en cámara lenta y lo último que recordaba era estar en su habitación minutos antes de que el doctor entrara, pero ahora por fin lograba recordarlo: le habían inyectado una droga letal, querían matarla. Después de todo, su expediente ya estaba sellado como una paciente sin cura.

—Es momento de cerrar los ojos, Farah —susurró el doctor con una sonrisa macabra antes de inyectarle aquella droga.

Abrió los ojos para encontrarse nuevamente en aquel bosque junto con la niña que la observaba con tristeza.

—Ahora lo entiendes, ¿no?

Farah levantó la cabeza, ¿acaso era momento de tomar la decisión más difícil de su vida? ¿Tenía elección entre vivir o morir? Tal vez ese era el final, era momento de abandonar todo por lo que había estado luchando.

—Es tu decisión, Farah. Después de todo, ya estabas muerta desde hace tiempo, moriste desde que decidiste matarme.

Los ojos de la pequeña se tornaron llorosos, aún era doloroso recordar cómo había acabado con la niña que había dentro de ella, ese día había sido una tortura, recordaba haberse gritado frente al espejo: “Esta no soy yo, no lo soy, para”, antes de romperlo.

Farah no pudo evitar sentir un vacío en su pecho, estaba muriendo, pero antes de hacerlo estaba teniendo una lucha interna entre quedarse o dejarse llevar. Era extraño, pues momentos antes su mayor preocupación era mantenerse con vida.

—Lo siento, yo no quería que todo esto ocurriera —las lágrimas hacían que la voz de Farah se quebrara.

—Somos humanos, es normal equivocarnos —la pequeña trató de sonreír.

—Lo siento, realmente lo siento, por favor perdóname —Farah apretó los puños, haciendo crujir algunas hojas por la presión.

—Te perdoné hace mucho tiempo, después de todo siempre hemos sido una sola— susurró encogiendo los hombros.

Aquellas palabras se clavaron en su pecho haciendo que por un momento perdiera el aire; pero la niña tenía razón, ahora sólo faltaba que ella se perdonara por todo lo malo que había hecho.

Sus hombros temblaron mientras trataba de incorporarse para ver a la niña, el viento hacía que su cabello cubriera su rostro, pero eso no impedía que lograra verla, era tal cómo la recordaba.

—Lo siento Leonel, pero no pude cumplir nuestra promesa.

Farah no vaciló al momento de tomar la mano de la niña, había tomado su decisión. Todo a su alrededor se volvió blanco, después de todo, había decidido cerrar sus ojos.

 

Etzalli Pardo Zepeda
Preparatoria 6
Publicado en la edición Núm. 12