¿Qué filosofía? Mona despeinada y esquizofrénica

La filosofía es una mona despeinada.

También se podría describir como un ovillo compuesto de múltiples hilos de diferente textura, materiales y multicolores. Por eso habría que hablar más de filosofías que de filosofía. En esto se parece a la poesía: hecha también de tonos, colores, sabores y ritmos. Se contra argumentará: la filosofía descansa en el argumento y la poesía en las emociones. No necesariamente. Filosofía y poesía trabajan y elaboran sus productos con lenguajes, éstos son la forma en la cual destilan sus producciones, sean conceptuales o imaginativos, emocionales o cerebrales, experienciales o abstractos. Así como es posible una poesía que se plantee preguntas filosóficas, también existe una filosofía que recurre a la poesía para clarificarse (dicho lo anterior, tampoco estoy afirmando que sean idénticas y ni siquiera asimilables).

Los manuales de historia de la filosofía suelen presentarla como trayectorias continuas y homogéneas, primero Platón y Aristóteles, luego Kant y Hegel, después de Hegel, Marx y en seguida Lenin, Rosa Luxemburgo y Hannah Arendt. Si a los latinoamericanos nos va bien, en algún pie de página se incluye a Adolfo Sánchez Vázquez, José Revueltas, Jorge Portilla y Enrique Dussel. Imaginemos el escenario: a los adolescentes que preguntan sobre la vida, la sociedad y sus relaciones, se les dice: primero hay que conocer lo que sostuvo el tatarabuelo Platón, luego lo que corrigió el bisabuelo Aristóteles y después ir a la casa del abuelo y solterón Kant, para que explique los límites del conocimiento humano. De ahí que los manuales —a partir de un punto por determinar— se convierten en tóxico para el intelecto (aunque, en otro sentido, comprender qué se ha dicho en el pasado sea relevante). Otra manera de acercarse a la filosofía es revisar los argumentos, sus estatutos y consistencia. Pero ambas formas terminan por vaciar la experiencia y despolitizarla. De ahí que sea fundamental una tercera forma: a partir de lo apremiante del presente, preguntar por el dentro y afuera, por el mundo y su entorno, la mente y los olores del cuerpo, por el saber y sus límites, por el poder, el dolor y la opresión social y la política. Por eso Deleuze afirmaba que la filosofía es el detective que indaga y va tras las huellas del “criminal”.

Pero preguntar no es asunto sencillo ni tampoco imparcial e indiferente. Siempre se pregunta desde un lugar, en un contexto y una densidad histórica. Si Adán y Eva no se veían “en pelotas” y no se podían preguntar por qué estaban cegados ante su desnudez, el motivo era que estaban presos de las garras de la ideología religiosa. De aquí que también sea importante hacerse cargo del contexto social, político y económico en el cual planteamos las preguntas. Ese contexto es el capitalismo, como modo de producción y reproducción social que se funda en la explotación de trabajadores y personas. Esta disociación de la filosofía con respecto al modo de producción en el cual surge, la hace esquizofrénica. El capitalismo, entonces, es determinante en la forma en que vemos el mundo y vivimos dentro de él. Éste es el criminal que persigue el detective deleuzeano y al que hay que combatir, por más que se oculte tras mil máscaras y se comporte seductoramente (¡la mercancía!).

Entonces, la filosofía es un asunto del preguntar crítico que se hace cargo del contexto de dominio capitalista e intenta generar figuras y espacios de lucha y resistencia. En este punto se clarifica que la filosofía no es sólo un asunto de ideas y abstracciones, sino también de maneras que buscan transformar el mundo y luchar contra la explotación y el sufrimiento humano. Y esta lucha tiene un sólo sentido: la liberación de las y los oprimidos. Por ello, si bien la filosofía tiene su identidad, también linda con la poesía y la política.

          La filosofía, además de ser una mona despeinada, es esquizofrénica.

 

* Enrique G. Gallegos

 

*Es poeta, filósofo y crítico literario. Ha publicado poemas, aforismos, crítica literaria y artículos de investigación. Algunas de sus publicaciones: Épocas, 2014 (poesía); Poesía mayor en Guadalajara. Anotaciones poéticas y críticas, 2007 (crítica literaria); Poesía, razón e historia, 2010; Walter Benjamin y el ciframiento político de la estética en Baudelaire, 2015 (ensayo). Ha participado en antologías nacionales y co-editado algunos libros colectivos. Es profesor en la Universidad Autónoma Metropolitana y miembro del SNI.

¿Solidaridad como acto desinteresado?

Blanca Celeste Aguirre Hernández

Preparatoria Regional de Degollado

Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2018

Resumen

¿Existe verdaderamente el acto de hacer las cosas sin ningún interés de fondo? No. Todavía no existen las acciones desinteresadas. Los humanos somos seres egoístas, malvados y ambiciosos, que sólo aparentamos la bondad y la solidaridad para evitar sentirnos tan mal por nuestras malas acciones. Somos seres que creemos poder ser mejor que los demás, que no nos reconocemos como seres sociales, como alguien que siempre va a necesitar de otro. Sin embargo, se necesita ser un ciudadano, un amigo, un hijo, un miembro perteneciente de algo, para así ser reconocido, y que eso le brinde una cierta seguridad. Por ello, la solidaridad y la seguridad del existencialismo van de la mano, aunque aún no nos demos cuenta de ellos.

Para que exista controversia en algo es necesario detenerse a filosofar, a cuestionarse, y en la actualidad aún no hay suficientes personas con el valor de hacer dicha acción tan sencilla y complicada a la vez. Hacerlo conlleva revisar las acciones de cada quién y distinguir entre el gran dilema de si se es feliz o no.  Hablar de solidaridad es hablar del hombre y todo lo complejo que es. Entonces surgen las preguntas: ¿el hombre es bueno por naturaleza?; ¿en verdad ayudamos a los demás sin esperar nada a cambio?; ¿quién o qué nos ha ensañado a ser solidarios?, ¿es obligación serlo?

          Al observar a nuestro alrededor, podemos concluir que todo lo malo que nos rodea se define en una sola cosa: el hombre, único ser que posee inteligencia, la cual brinda además la posibilidad de hacer daño, convirtiéndonos en manipuladores, mentirosos, corruptos o asesinos. No hacemos nada porque sí; no hemos adquirido el gusto o la costumbre de actuar desinteresadamente, siempre estamos esperando algo a cambio, pensando en qué beneficio proporcionará lo que vayamos a realizar.  Por lo tanto, el hombre se vuelve su propio enemigo, en una lucha constante de querer ser mejor que el otro, y hacer lo que sea para imponer su voluntad por encima de la de los demás. Al respecto el filósofo Thomas Hobbes (2013) comentó que “el hombre es un lobo para el hombre”, que al mismo tiempo tiene un miedo terrible a no sobrevivir por su cuenta y la idea de equivocarse le aterra, dudando de su propia libertad a la hora de tomar decisiones.

          El que existan las formas de gobierno y las religiones es sólo una cuestión de estrategia. Al haber una autoridad imponiendo un orden, dictando lo que está bien y lo que está mal, se establece seguridad relacionada con la supervivencia. Si todos hicieran lo que se les da la gana, todo se convertiría en un completo caos. Por eso, Nietzsche (2013) habla de la muerte de Dios, que entre todos lo hemos matado, porque lo necesitamos para vivir. Requerimos estar bajo la sombra de un padre protector que nos guie al momento de cómo comportarnos, que reconozcan nuestros méritos, y que logre hacernos sentir mal cuando nos equivocamos, queriendo así brindar una solidaridad falsa, aparentando que lo hacemos por ayudar a los demás cuando en realidad en el fondo es para así lograr limpiar nuestras culpas, para hacernos sentir mejores, cuando hemos hecho algo bien.

          Le tememos al karma. Nadie quiere para sí mismo todo el daño que le ha brindado a alguien más.  Nos queremos considerar buenas personas y sobre todo encargarnos de que los demás también lo crean, porque desde pequeños nos han vendido esta idea. Vivimos en un lugar donde hay que decir y hacer todo con suavidad, con tacto, aparentar ser buenas personas, para que nadie se ofenda, para que nadie te vea mal, que no te tachen de egoísta o narcisista, pero de todos modos todos lo somos, ¿no? Siempre pensando primero en nosotros y en nuestro bien, sin importar a quién lastimo, y cuando estamos verdaderamente cómodos, nos preocupamos por ayudar a los demás, ya después de que hicimos todo para dañarlos, intentamos remediar el daño, pero no por ellos, sino por nuestra propia moral.

          Y no siempre podremos aparentar ser almas puras. Nos mentimos a nosotros mismos, tratamos de convencernos de algo que no somos. Para remediar eso necesitamos poner en práctica la propuesta de Freud: el psicoanálisis, para conocernos. Sin embargo, es imposible mostrarte tal como eres, siempre ocultamos; existe algo más dentro de nosotros del cual no estamos conscientes pero que se expresa en nuestro comportamiento. Una parte desconocida de nosotros que nos hace actuar, pensar y sentir, de cierta forma, pero desde un punto de vista externo nunca vamos a lograr funcionar en un mundo donde las personas sean juzgadas por ser buenas o malas. Necesitamos formar un mundo donde las personas sean libres de negar lo que les han inculcado, personas que desconfíen de todo y sean capaces de pensar por ellos mismos.

          La libertad se complica desde el momento en el que nacemos, y no porque alguien más nos la prive, sino porque como dijo Aristóteles (2016): el hombre es un ser social, somos la única especie que no puede estar sola completamente. Necesitamos de los demás, desde que nacemos, con una familia que nos cuide los pasos, nos guíe y nos haga sentir protegidos. Tardamos alrededor de un año en lograr movernos de un lado a otro por nuestra propia cuenta, y aun con mamá detrás de nosotros, nos sentimos inseguros al ir andando solos. Y aunque miremos a la familia como un obstáculo para obtener la libertad, nadie se ha podido librar de ella completamente, porque somos dependientes. Y ésta nos hace sentir que formarnos parte de algo, igual que el gobierno nos hace ser ciudadanos. Ser ciudadanos también nos hace cargar con ciertas reglas y estándares sociales sobre ayudar y ser buenos con los demás, aunque sea sólo por aparentar. Y por mucho que esto no nos guste, no será sencillo romper con esa idea de agradar, porque comportarse como el verdadero ser egoísta que somos no nos deja buena aceptación de los demás, la cual la necesitamos para la supervivencia.  El ser diferentes, decir lo que pensamos y hacer lo que queremos, nos provoca un rechazo social, nos aparta, y al estar separados sufrimos, porque no sabemos aún cómo lidiar con nosotros solos. Por mucho que una persona se considere independiente y afirme que ella puede ir sola, es una completa mentira, siempre llegamos a un punto en el cual vamos a necesitar de los demás. Aunque lo tengas todo, nunca alcanzarás la felicidad, finalidad de la existencia. Los amigos son los únicos que te dan la posibilidad de no sufrir en esta vida.

          Por lo tanto, mientras no nos reconozcamos como los seres malvados y egoísta que somos, lo cual nos obliga a fingir, a actuar de cierta manera simplemente para ser ciudadanos, miembros de algo que nos brinde seguridad y supervivencia; mientras no digamos lo que pensamos, y no actuemos conforme con nuestros propios criterios; si no hacemos algo de manera desinteresada, sólo por el gusto de hacerlo, sin buscar un reconocimiento; mientras no nos conozcamos, y no logremos controlar los deseos de ser mejor que los demás; mientras no nos guiemos conforme nuestra propia verdad, ya que no existe una absoluta simplemente diferentes puntos de vista; mientras no aceptemos que somos seres sociales, y que todos necesitamos de todos; mientras no actuemos pensando en el bien ajeno; mientras no dejemos el “hoy por ti, mañana por mí” y sea simplemente el “por ti”, porque puedo y porque quiero hacerlo, no porque alguien me lo impone, porque me nace voy a ayudarte, sin esperar que hagas lo mismo; mientras todo esto no suceda; y no dejemos el interés; entre tanto no tengamos una chispa de benevolencia, podremos ser ciudadanos, pero nunca verdaderamente solidarios.

Bibliografía

Aristóteles (2016). Ética nicomaquea. Política. México: Porrúa.

Nietzsche, F. (2013). La gaya ciencia. México: Colofón.

Hobbes, T. (2013). Leviatán. México: FCE.

 

Sergio Jaír Sáenz Uribe. Dualidad

Dualidad. Sergio Jaír Sáenz Uribe. Egresado de la Preparatoria 10.

 

¿Hay la obligación moral de ser solidarios con todo el mundo?

Christopher Josué Medrano González

Preparatoria de Tonalá

Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2018

Ganador del primer lugar del I Concurso

Nacional de Ensayo Filosófico 2017-2018

Resumen

Considero que todos somos conscientes de que algo anda mal en el mundo, de que en los últimos años, o quizá décadas o siglos, la crueldad humana se ha visto incrementada. Estamos llenos de malas noticias, día tras día. ¿Cuál es el problema, el origen de todo esto? Lo atribuyo a la forma en que opera el actual sistema social, específicamente hablando, al individualismo mismo, al que deberíamos de culpar por muchas de las problemáticas por las que pasamos hoy en día. Sólo nosotros podemos erradicar ese sistema y salvarnos, y así salvar al planeta porque, aunque no lo parezca, nos dirigimos a un camino que apuesta, en el peor de los casos, a la extinción y, esta vez, las circunstancias no me dicen que sea ficticia. La solidaridad es la solución, es decir, hay la obligación moral de ser solidarios con todo el mundo para erradicar ese sistema.

El siglo XXI será ético o no será

Gilles Lipovetsky

Así está el actual sistema social a nivel mundial: uno que privilegia al yo por encima de todos, uno en donde vemos un auge del individualismo (Ojeda y otros, 2007: 128). Ese sistema ha sido el detonador de los más grandes problemas que ahora enfrentamos los humanos: la terrible contaminación del ambiente, la pobreza de millones de personas, la violencia, entre muchos otros problemas. Lo menos confortante en este momento sería decir que estamos viviendo una especie de apocalipsis, mas lo estamos viviendo y está bien disfrazado, con un traje de múltiples progresos tecno científicos por aquí y por allá, que nos hacen creer que vamos por el rumbo correcto, pero hemos retrocedido en lo que respecta a la moral.

          Ahora los humanos, como producto de esas consecuencias negativas del sistema social actual en el que estamos inmersos y por el que hemos sido afectados, tenemos dos objetivos claros, totalmente radicales y determinativos: la lucha por la subsistencia de nuestra especie y la reconciliación con la naturaleza (ibídem: 129), pues ¿de qué valdría otro interés (económico, cultural, religioso, político) si ya no hay vida humana? Sócrates decía que conocernos a nosotros mismos es conocer nuestras capacidades para lograr el fin que perseguimos (ibídem: 144). Para valorar y tomar buenas decisiones es necesaria una reflexión constante, un aprendizaje profundo de quiénes somos y qué queremos (ibidem: introducción). En este caso, me atrevería a afirmar que ya sabemos qué somos (humanos), con qué capacidades contamos (la razón como la mayor de todas) y qué queremos: erradicar, contra atacar a ese sistema, un problema social, al lograr dos objetivos claros. Con todo esto, estamos en el mejor de los estados para valorar y así lograr el fin que perseguimos. Y ya que nuestro problema es uno de tipo de social, propongo a la ética como solución, específicamente a un deber moral de la aplicación del valor de la solidaridad, por todos y para todos. Porque la ética es nuestra posibilidad, como diría Fernando Savater, “vivir una buena vida” (1999, cap. 1), en todos los aspectos.

          La tesis que defenderé en este ensayo es acerca de la obligación moral de ser solidarios con todo el mundo, que al ser adquirida por todos permitirá erradicar ese actual sistema social, que es individualista, al lograr dos objetivos por medio de la solidaridad que demostremos. Pero, ¿por qué no elegí otra cosa que no fuera la obligación de ser solidarios con todo el mundo como solución? Porque en un sistema individualista en donde sólo importa el yo, es justo la solidaridad o el apoyo o ayuda mutua la que hace falta para que se logre el bien común (el de los humanos y el de la naturaleza), antes de que sea tarde.

          Para desarrollar este ensayo es pertinente expresar en forma de pregunta o problema filosófico (por ser la solidaridad parte de la moral, y el objeto de estudio de la ética, uno de los campos de análisis de la filosofía): ¿hay la obligación moral de ser solidarios con todo el mundo? Buscaré responder con un sí, basándome en argumentos sustentados.

          Entonces, lo que estoy tratando de defender es la solidaridad entendida como la adhesión o apoyo a una causa, o al interés de otros1  (en esencia, ayudar a otros, no ser individualistas, como el sistema) forme parte de los valores de la moral de todos los seres humanos, la cual se define como ese conjunto de valores (como la solidaridad), normas y reglas que regulan la convivencia de los hombres en sociedad (Ojeda y otros, 2007: 21), para evitar el individualismo que afecta a muchos hombres y a la naturaleza misma. Con el fin de que el ser solidarios sea en nuestras vidas un acto moral de día a día, el que se hablaría de un acto libre (es decir, no impuesto a manera de ley, que es totalmente contraria a un valor, norma o regla moral, sino impuesto por nosotros mismos), consciente (sabiendo que se está ayudando a otros siendo solidario) y determinado por un valor (ibídem: 61), en este caso, la solidaridad. Todo esto para que en nuestras andanzas por la vida siempre busquemos, además de a nosotros mismos, apoyar a los otros (nuestros semejantes) directamente (con esa moneda que nosotros damos a ese mendigo que nos la pide, por ejemplo) e indirectamente (cuando, por ejemplo, plantamos un árbol sabiendo que será capaz de purificar el aire que todos respiramos, lo que nos beneficia o ayuda) en la medida de lo posible (sin caer en la cuenta de decir que no se tiene nada para dar, puesto que esto nunca es posible, pues se puede dar no sólo con dinero, sino también con una decisión o acción encaminada a ayudar) con nuestro hablar (al dar consejos, por ejemplo), actuar (al donar algo a alguien que lo necesita) y decidir diario (que pueda llegar a provocar algún efecto sobre alguien más, siempre buscando no perjudicar a otro, sino beneficiarlo, ayudarlo).

          Pero, ¿dónde quedó la parte de nuestra reconciliación con la naturaleza, que también será fundamental para erradicar a ese sistema individualista? Al ser solidarios unos con otros lograremos la subsistencia de nuestra especie (pues ya no habrá humano que mate a otro humano, es decir, no habrá humano que no busque ayudar, apoyar a otro hasta el punto de matarlo) y en consecuencia nuestra reconciliación con la naturaleza, pues, por ejemplo, yo, siendo solidario, sabré que con mi fábrica que desprende grandes cantidades de gases tóxicos perjudicaré (no ayudaré o apoyaré) a mis semejantes al contaminar el aire que respiran, por lo tanto busco y aplico la forma de producir de tal manera que los perjudique mínimamente, es imposible hasta ahorita que no nos veamos perjudicados tan siquiera en un mínimo grado, y en consecuencia me reconciliaré con la naturaleza, pues la beneficiaré también.

          El aseguramiento de la existencia de nuestra especie a través de la solidaridad dará como resultado nuestra reconciliación con la naturaleza, y esto ya habrá roto, erradicado a ese sistema individualista, egoísta. Se trata de que con lo que hagamos, digamos o decidamos siempre, busquemos ayudar a los otros (ser solidarios) pues, en palabras de Jean Paul Sartre, “nuestra resposad abarca a la humanidad entera” (ibidem: 210). De nosotros depende hacia donde la dirigimos, si le damos fin al relato o le damos una saga.

          Entonces, ¿hay la obligación moral de ser solidarios con todo el mundo? Sí, porque de acuerdo con la concepción histórica del hombre en la época clásica, la Edad Media y la modernidad, el hombre tiene una naturaleza que lo identifica como tal y ésa es la que determina cómo debe de actuar. Lo que determina cómo debe de actuar es la moral, el deber ser (ibidem: 38-52). Por lo tanto, si se incluyera el valor de la solidaridad en la moral de todos los humanos como un deber ser, todos actuarían de forma solidaria, y ya que la guía para actuar moralmente (conforme al deber ser) es nuestra razón (William, 1965: 132; Ojeda y otros, 2007: 65), todos actuarían de forma solidaria y racionalizada (conscientes de que ayudan, buscando el bien común).

          La solidaridad como un acto moral es la que ha asegurado la vida hasta hoy y la solidaridad como un acto moral obligatorio es la que asegurará la existencia de la especie humana. Todos, para poder llegar hasta este día, tuvimos que haber recibido cuidados, apoyo, ayuda, solidaridad. Es decir, lo que ha permitido que a la fecha de hoy todavía existan humanos (transcendentalmente, vida) es la solidaridad practicada no como un deber.

          ¿Entonces por qué no seguir así, sin la necesidad de que la solidaridad se vuelva un deber para asegurar la vida del futuro? Porque justo aquellos que con su actuar por ejemplo, amenazan la existencia de la especie humana en el futuro, son los que no practican la solidaridad como una obligación moral. Immanuel Kant, como resultado de su arduo trabajo filosófico, una vez se atrevió a afirmar que el hombre no sólo es merecedor de la solidaridad, sino producto de ella. Y con esto la idea está clara: existiremos en tanto que la solidaridad exista. Y no hay mejor forma de asegurar la existencia de la solidaridad que practicándola, haciéndola parte de nuestra moral.

          El planeta Tierra es el único lugar que conocemos en donde es posible la vida y que podemos habitar para vivir, por lo tanto lo que digamos, hagamos y decidamos siempre debe de estar orientado no sólo a beneficiarnos a nosotros, sino también a apoyar, a ser solidarios, a beneficiar al género humano, en su totalidad, para que así cuidemos del planeta, en beneficio de todos. Se trata de que se rompan las fronteras y nos convirtamos en ciudadanos del mundo, de que nuestro yo particular englobe a la humanidad entera, de que encontremos el sentido trascendente de lo que hacemos, decimos y decidimos, es decir, no es sólo decidir hacer algo para beneficiarnos, sino pensar en si ese algo ayuda o beneficia también a nuestros semejantes, si es solidario o no lo es y entonces actuar solidariamente para así también beneficiar al planeta.

          Kant afirmaba que el hombre debe actuar de tal forma que su acción pueda convertirse en ley universal, lo cual significa que el hombre debe pensar que su acción debe ser benéfica no sólo para él, sino para todo el género humano (ibídem). A partir de ese momento sería bueno que la pregunta siguiente forme parte de nuestras vidas: ¿lo que estoy decidiendo, haciendo o diciendo me beneficia a mí y a los de mi especie? Elijamos nuestro beneficio y ayudemos al planeta.

          Si bien Friedrich Nietzsche escribió que nadie puede construirnos el puente por el que hemos de caminar sobre la corriente de nuestra vida (Nietzsche, 1999: 28), tarde o temprano las condiciones del puente o las propias nos imposibilitarán para seguir el camino o pasar por la vida, pues con una vida llena de factor humano (todo ese mundo físico e intelectual que hemos creado) y de factor biológico (lo que somos capaces de hacer y lo que no en cada una de las etapas del ciclo de la vida, por ejemplo), se corre el riesgo de que en cualquier momento ya no sepamos cómo seguir o ya no podamos seguir por nuestros propios medios. Es entonces cuando nos damos cuenta de que en algún punto de nuestras vidas requeriremos del apoyo, de la solidaridad de otros para poder continuar. Y es entonces también cuando reflexionamos acerca de la importancia del acto moral de ser solidarios siempre, lo cual radica en hacer consciente que el día de hoy debemos de ser solidarios con los otros, para que el día en que nosotros caigamos, ellos sean solidarios con nosotros y nos ayuden. Y esa consciencia será la que sea capaz de erradicar al sistema individualista e implantar uno solidario.

          Para finalizar este ensayo me gustaría hacer uso de un contra argumento. Protágoras de Abdera, sofista de la antigua Grecia, alguna vez dijo: “El hombre es la medida de todas las cosas; de las que son en tanto que no son y de las que no son en tanto que no son”. Esta frase implica una cierta visión ética: si el hombre es la medida de todas las cosas, entonces es correcto hacer cualquier cosa. No hay nadie más que el sujeto para definir qué es lo bueno y lo malo, es decir, no existe la posibilidad de un consenso o ley universal (Ojeda y otros, 2007: 180).

          De acuerdo con Protágoras, no es posible que la solidaridad se vuelva parte de la moral de todos, que sea universal. Sin embargo, si el ser humano tiene una naturaleza que determina cómo actuar y esa es la moral, que es un acto racional que nos dice cuál es el deber ser (lo bueno, para no hacer el no deber ser, lo malo), y si Jean-Jacques Rousseau dice que el hombre es esencialmente bueno, que la vida en sociedad es lo que lo hace malo (ibídem: 129-130), entonces sólo el hombre será capaz de actuar conforme a su deber ser, el ser bueno (de acuerdo con Rousseau), cuando aplique la racionalidad moral dentro de la sociedad de la cual forma parte y así descubra que el verdeber ser (que es la moral) que debe llevar a cabo es ese, ser su esencia (porque ¿cómo es posible que el ser humano sea la única especie que se vuelva contra sí misma hasta el punto de amenazar su propia existencia?), pues actuará conforme al bien (deber ser), se dará cuenta que iba por el camino equivocado del no deber ser, actuará de acuerdo con todas esas virtudes que existen y que van en contra del no deber ser (lo que se opone al bien, la maldad), las cuales se entienden como aquellas cualidades que tienden al bien (ibídem: 147), una de ellas la solidaridad (que va en contra del egoísmo, el individualismo).

          Bien lo decía Sócrates: no hay hombres malos, sino ignorantes (ibídem: 182), que no son racionales y no descubren el deber ser para así ser hombres buenos, que es nuestra naturaleza humana, como él también lo defiende (ibídem: 39-40).

          Entonces, existe la posibilidad de que la solidaridad pueda convertirse en una especie de ley universal, pues ese es nuestro deber ser, de todos, sólo falta razonar moralmente para hacerlo consciente y llevarlo a la práctica.

          En resumen, sólo cuando nos atrevamos a detenernos un momento a reflexionar, racionalizar sobre nuestro deber ser y los argumentos que se defendieron en este ensayo, se verá que debemos de ser virtuosos (hacer el bien), que debemos ser solidarios, y así nos reconciliaremos con nosotros mismos, no habrá lucha por la subsistencia de nuestra especie, y nos reconciliaremos también con nuestro planeta. Por lo tanto, sí hay la obligación moral de ser solidarios con todo el mundo para así erradicar al sistema social actual.

          Otro aspecto a considerar es la naturaleza humana reflejada en este caso en los estados de ánimo, eso inmaterial que hace que el hombre se sienta enojado, triste o feliz. El estado de ánimo de un hombre influye mucho en su percepción sobre el mundo, su percepción de la realidad hace que tenga sentido su existencia y encuentre su lugar en el mundo. Entonces, en el terreno de las experiencias y la naturaleza humana es y será indispensable para él mismo expresar dichos estados de ánimo hacia sus semejantes y que estos tengan cierto grado de comprensión y entendimiento.

          Desde el comienzo de la historia se puede apreciar en los discursos de las ciencias “a la humanidad como un todo”, generalizando así a la especie humana como la administradora del mundo. Al pasar del tiempo (la historia) se puede observar que el hombre tiene su lugar como especie en el mundo por un grado de naturaleza distinta, llamado conciencia de sí mismo, y la existencia puede ser sólo concebida teniendo en cuenta que se existe —me refiero a “tener en cuenta” en el sentido de ser consciente (Descartes, 2008).

          La evolución del hombre en cuanto a producción de ideas (pensamiento sistematizado, o como se le llama en la modernidad, ciencia) está invadida en muchas ocasiones de ideologías que arrastran a ciertos grupos sociales a actuar de cierta forma sin cuestionar sus propuestas.

Bibliografía

DOMINGO Moratalla, A. (s. f.). “Solidaridad”. Consultado el 3 de marzo de 2018, disponible en: http://www.mercaba.org/DicPC/S/solidaridad.htm

FRANKENA, W. (1965). Ética. Madrid: UTEHA.

NIETZSCHE, F. (1999). Schopenhauer como educador. Barcelona: Biblioteca Nueva.

OJEDA, M. E. y otros (2007). Ética. México: Pearson.

“¿Qué es solidaridad?”, consultado el 4 de marzo de 2018, disponible en: https://www.significados.com/solidaridad/

SAVATER, F. (1999). Ética para Amador. Barcelona: Ariel.

 

Sergio Jaír Sáenz Uribe. Omnipresencia

Omnipresencia. Sergio Jaír Sáenz Uribe. Egresado de la Preparatoria 10.

De la libertad de escoger y la voluntad dirigida a la búsqueda de trascendencia en la vida

Lael Calamateo Rodríguez Orozco

Preparatoria 19

Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2018

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Tiburón mano. Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Egresado de la Preparatoria 20.

Resumen

En este ensayo me enfocaré en hablar desde una postura existencialista atea, con la finalidad de poder enfocarme en el ser del hombre como un individuo capaz de definirse a sí mismo, por lo tanto idóneo para determinar la trascendencia que se le da la vida. Esto no es de alguna manera un intento por descalificar la existencia de Dios, sino que sólo sigo la postura del  filósofo, escritor, activista político, biógrafo y crítico literario francés Jean-Paul Charles Aymard Sartre. Además, también incluiré un poco del pensamiento de Martin Heidegger, filósofo y profesor universitario, ambos grandes maestros del existencialismo. Sus textos reflejan con claridad la corriente filosófica a la que pertenecen, incluyendo la importancia y relación que tienen la existencia y la esencia, siendo estos conceptos mis principales herramientas para señalar el sentido de la vida desde la postura existencialista.

Al indagar sobre la existencia o el sentido de la misma, es usual adentrarse en una discusión de si existe un ser superior que rige en un plano más allá de lo material, de lo que es correcto y lo que no, del porqué de las cosas:

          El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana (Sartre, 1946: 20).

          Lo primero que corresponde es identificar que el existencialismo es una corriente filosófica y literaria que tuvo su origen oficial en el siglo xix con Søren Kierkegaard (1813-1855) y se prolongó hasta finales del siglo xx con Jean-Paul Sartre (1905-1980), pero hay que recordar que la búsqueda del sentido de la vida y algunos temas existencialistas ya se hablaban en la antigua Grecia por prominentes filósofos, como Aristóteles, quien la definió como filosofía primera: “existencia del ente en cuanto al ente”.

          Así, desde tiempos remotos los filósofos existencialistas se han centrado en el análisis de la condición humana, la libertad y responsabilidad individual, las emociones, así como el significado de la vida, por lo que me parece adecuado introducir el existencialismo en este ensayo, pues hasta resulta gracioso pensar en un artículo que aborde sobre el sentido de la vida y no considerar aquella corriente que trata del análisis del significado de la misma. Además, el existencialismo me parece una herramienta muy útil para responder preguntas como “¿qué es la vida?” y ¿cuál es el sentido de la vida?”, ya que considera más importante la experiencia subjetiva vivida sobre la objetividad y qué mejor para responder estas preguntas que la experiencia de lo vivido.

          Si se me cuestionara acerca del sentido de la vida, lo meditaría antes de poder responder; de inmediato recordaría la ocasión en la que tuve la oportunidad de leer el libro El existencialismo es un humanismo, donde el autor relata una experiencia en la que un alumno se cuestiona lo mismo y, antes de responder, le dijo que él no la necesitaba, después explicó que para el momento en el que una persona hace una pregunta, esa persona ya tiene su respuesta. Esto sucede porque para realizar un cuestionamiento, éste (la duda) debe de ser dirigida hacia alguien y al ya haber escogido a una persona para preguntárselo ya sabemos la clase de respuesta que esperamos obtener (Sartre, 1946).

          Por ejemplo, imaginemos un momento que por alguna razón tenemos cinco mil pesos y no sabemos qué hacer con ellos, por lo que le preguntaremos a alguien qué deberíamos hacer. Ésa es la parte intearesante, porque al preguntárselo a un inversionista es porque queremos que nos responda que deberíamos invertirlo para así obtener algún rendimiento o beneficio; al preguntárselo a un adicto a las compras respondería que deberíamos gastarlo, y al hacerle la pregunta a un sacerdote o alguna persona con cargo religioso, podría sugerir que se ofrezca como ofrenda al templo y que se cumpla la voluntad de Dios o, bien, que lo uses para ayudar a los necesitados. ¿A quién sería correcto preguntárselo? ¿En realidad siempre que se hace una pregunta ya se conoce la respuesta?

          Sugiero que el lector se imagine una escena en la que un niño le pregunta a sus padres sobre cualquier cosa… por ejemplo: ¿cómo nacen los bebés?, ¿en realidad el niño de tan sólo cuatro o cinco años de edad conoce la respuesta y sólo pregunta para ver qué le responden? Lo más sencillo es pensar que no, pero entonces, ¿por qué lo hace? Es razonable que lo haga, pues sabe que sus padres deben saberlo, porque ellos ya tienen un hijo, de modo que es lógico pensar que está bien preguntar cuando a quien le preguntas sabe la respuesta; además, la familia es el primer círculo social con el que los niños tienen contacto, de modo que quienes ocupan este círculo se vuelven sujetos de constante e importante influencia para él y ellos a su vez son reflejos de la sociedad que habitan.

          La sociedad es un órgano que ayuda al individuo a determinarse a sí mismo, ya que establece reglas de comportamiento o conducta que el infante observará, imitará y finalmente adoptará, como indica Vygotsky en su teoría del aprendizaje social. Por lo tanto, la sociedad y sus individuos son un margen para identificar el sentido que se le da a la vida para trascender como un individuo de dicho grupo.

          Muchas veces se pregunta para obtener información de cómo se debería actuar, con tal de sentirnos pertenecientes a un grupo determinado de personas y ser reconocido, es decir, trascender ante la sociedad.

          Retomando la postura existencialista atea (donde debe de negarse la existencia de Dios para así poder enfocarse en el hombre) la existencia precede a la esencia, lo que abre la posibilidad de escoger, tomar decisiones, ser libres y, junto con eso, el deber de responsabilizarse por los actos propios. Como todo lo que nosotros somos (y podemos llegar a ser) sólo se plasmará en el plano que conocemos como vida. Resulta natural que deseemos que ese espectro, evidencia de nuestro pasado, sea conservado por el mayor tiempo posible, plasmando nuestros rostros en pinturas y labrándolos en piedra, compartiendo el conocimiento a través de la oralidad, los libros y en la actualidad hasta mediante métodos digitales.

          Indica Heidegger que en el transcurso de la vida se intentará buscar la trascendencia con distintos métodos, quizá un deseo un tanto narcisista y hasta nihilista por alejarse de la sociedad, pero no es un comportamiento negativo, ¡claro que se puede escoger tomar esa conducta!, es totalmente natural, evadiendo los términos bueno y malo, como dice Friedrich Nietzsche en Más allá del bien y el mal: concentrarse en desvanecer los limites, no depender de los demás, buscar ser mejor, son aspectos que impulsan a la superación, a convertirse en un superhombre, una conducta aceptada porque no se pretende denigrar a nadie y la humanidad no se ve detenida por reglas culturales que la misma sociedad impone, ¡donde se siente la libertad de ser uno mismo!, de definirse y trascender.

          Desde una postura existencialista atea, la trascendencia radica precisamente en las propias creencias e intereses; si se le pregunta a un escéptico, a un religioso, a un capitalista, cada persona dará una respuesta desde su perspectiva, pero los demás son libres de aceptar los consejos o no, recordando que durante la vida se tiene la libertad de elegir y eso condena a hacerse responsable de las consecuencias; que tanto el aprendizaje social como el individual determina, pues cada uno forma parte de la cultura y la sociedad y esto a su vez infunde la sensación de la necesidad de trascender en la vida. Por ello todo el tiempo las personas se encuentran en una constante búsqueda de sentido para la misma, con la esperanza de que al encontrarlo se logre afrontar a la muerte, dejando parte de nuestra esencia en este mundo material.

Bibliografía
SARTRE, J. P. (1946). El existencialismo es un humanismo. México: Editores Mexicanos Unidos.
VYGOTSKI, L. (1934). Pensamiento y lenguaje. Barcelona: Paidós.
HEIDEGGER, M. (1927). El ser y el tiempo. México: FCE.
NIETZSCHE, F. (1986). Más allá del bien y el mal. México: Editores Mexicanos Unidos.

Ruth Andrea Sandoval Tovar. Isocoria

Iscoria. Ruth Andrea Sandoval Tovar. Egresada de la Preparatoria 5.

La desbocada imaginación

La literatura ha sido siempre un testimonio de la vida, y entre los géneros narrativos, el cuento es el que más se acerca a esa espontaneidad de la existencia misma.

Los orígenes del cuento se remontan a esos días en que la humanidad habitaba en cuevas y se reunía en torno a un fuego para calentarse y contar algún lejano suceso o una experiencia recién acontecida. A esta tradición oral le siguió la escrita, y con ella la permanencia y expansión del género.

A lo largo de la historia el cuento estuvo entrelazado, en diferentes momentos, a la leyenda, al mito, a la fábula o a la epopeya. Posteriormente, dentro del período del romanticismo, fue cuando alcanzó cierta exclusividad y su destino como género propio. Pero ha sido durante las últimas décadas cuando el cuento ha obtenido un dominio exitoso y una floreciente creación ficcional por parte de los escritores.

Y es que los cuentos actuales, por su eficaz brevedad, sus narraciones rotundas y concisas, los pocos personajes, las acciones dosificadas, sus descripciones concretas y sus finales culminantes, han conseguido capturar el interés y la curiosidad de más lectores, habitantes de un mundo con prisa, que administra o fluye al ritmo de urgente, del no tengo tiempo.

Lectores que además coexisten ante una saturación informativa persistente y eterna, con diversos medios digitales que promueven lo mínimo como deseable, la simpleza, las pocas palabras, y el necesario acompañamiento de imágenes para atraer y distraer su atención constante.

Pero los cuentos, por su tensión interna y su aglutinante intensidad temática, logran incitar a que los lectores despierten su imaginación, consigan percibir distintos efectos emocionales, se diviertan o reflexionen y, tal vez, forjen algún recuerdo persistente e inolvidable en su memoria.

Así que leer cuentos, novelas, ensayos, poemas, crónicas o relatos puede detener el tiempo imperioso y alcanzar una fuga de nuestras propias vidas azarosas. Una oportunidad, como la que ahora tienen en sus manos, con la revista Vaivén, en su número 15 y celebrando el décimo aniversario de publicación. Detengan un rato este apremiante mundo de prisas, preparen u obtengan alguna bebida que les plazca, pónganse cómodos y disfruten leer a esta juventud creadora.

 

* Godofredo Olivares

 

*Godofredo Olivares. Narrador y ensayista. Ha publicado más de media docena de libros y una veintena de antologías, y obtenido varios premios literarios nacionales e internacionales. Fue presidente y consejero titular de letras del Consejo Municipal para la Cultura y las Artes de Guadalajara. Y desde 2002 a la fecha es coordinador del Curso-Taller Narrativa “Amparo Dávila”, de la Secretaría de Cultura de Jalisco.

 

Dibujante ¿o dibujo?

Estaba sentado con la mente en blanco, listo para dibujar lo que fuera; sin embargo, no lograba realizar un trazo y estar seguro de querer dibujarlo. Se resignó a rayar sólo líneas, esperando que su obra poco a poco fuera tomando forma o que le llegaran ideas para plasmar en el papel o rendirse y colmar (aún más) al cesto de basura, lo que pasara primero.

          Nunca sabía con exactitud qué hora era, o si el sol alumbraba el lugar o si estaba nublado, dormía sólo cuando estaba cansado, si es que lograba cerrar los ojos; se ha mantenido en su viejo cuarto con sábanas sucias por encima de las cortinas rasgadas, las cuales dejaban entrar la luz exterior de vez en cuando, interrumpiendo la profunda obscuridad que tanto amaba, así que hizo lo posible para que eso no pasara de nuevo.

          Una duda sin importancia atacó su mente y lo trajo de nuevo en sí: ¿Cuánto tiempo llevaba ahí adentro?, y no se refería exactamente al cuarto, porque sabía que eran algunos años, sino que no estaba seguro de cuánto tenía enfrascado, sin ideas, con una hoja amarillenta, ahogada por las lágrimas de un ser que no sabía nada de sí mismo y que inútilmente trataba de dibujar su vida, su muerte, o cualquier cosa que tuviera en mente, aunque creía que esas líneas y palabras sin sentido no distaban mucho de la indescifrable masa de formas inacabadas que se pintaban en su cabeza.

          Quizá por tener tanto tiempo ahí adentro sus pupilas se habían obligado a ver con una luz prácticamente nula que sólo permitía diferenciar contornos de muebles que “seguro podrían sepultarme con tanto polvo que los cubre”; lo pensaba tanto que en realidad lo deseaba, e incluso lo llegó a dibujar en alguna hoja que ya estaría hecha puño y que tal vez yacía en el cesto de basura.

          A pesar de no estar seguro de soportarlo, encendió el foco para tener una visión más clara de su actual creación basura: un montón de líneas que se encimaban sobre otras, creando una perfecta nada, junto a ella un tanto de hojas llenas de letras y que no estaba seguro de haber sido él quien las escribiera:

Me…                               Solo…            Es…                 Nadie…

             Odio…             Muerto…                         Estoy…

 Creador…                     Suicidio…        Vida…

                                                                                  Fallida…

          Comenzaron a caer gotas sobre la mesa, era una mezcla de sudor, lágrimas y suciedad. Tomó otra hoja que se había mojado un poco, la analizó y se dio cuenta de que tampoco recordaba haber dibujado ese cuarto viejo, con sábanas en lugar de cortinas, una oscuridad impenetrable y una persona dentro, con una mesa enfrente, un lápiz en una mano y una hoja blanca en la otra, además una mancha que él pensó que era una forma humana que había perdido rasgos gracias a la asquerosa mezcla que había caído ahí.

          Miró a los lados, pero sólo lograba distinguir siluetas tenues de lo que creía alguna vez habían sido muebles, ahora cubiertos de polvo (el suficiente para sepultarlo) pero nada ni nadie más.

          Cuando se volvió a su escritorio notó que estaba otra hoja que contenía palabras que esperaba hayan sido escritas al azar:

 Ambos…                                        Soledad…

            Matar…                Existo                  …aquí…                               Esclavo…

                            H     a     r    t   o…       ¡No…!

          Su corazón comenzó a acelerarse y su mente se sentía perdida más que nunca. Poco a poco perdía la calma y controlar su cuerpo se volvía más difícil. Inevitablemente comenzó a arrojar trazos sobre la penúltima hoja limpia, del centenar que tenía inicialmente, sin poder detenerse la hoja se llenaba de figuras y formas; en esta ocasión todo tenía sentido en cuanto a lo que estaba plasmado, pero no tenía nada coherente en cuanto a lo que representaba.

          Tomó la última hoja que quedaba y escribió algo que no tenía idea de dónde había salido. Alguien tocó su hombro. Se sobresaltó. Sintió húmeda su piel, se tocó con la yema de los dedos y los acercó a la lámpara para averiguar qué era. Estaban teñidos de rojo.

          Inminentemente cayó sobre la mesa cubriendo todo de sangre.

          Dio un fuerte último suspiro provocando que el centenar de hojas en blanco cayera esparcido en el cuarto olvidado y la última hoja que utilizó cayó sobre un cúmulo de polvo que se situaba en el centro de la habitación. De algún lugar cayó un dibujo sobre el escritorio, la hoja número 101, apenas visible, de un cuarto deshabitado, un escritorio deteriorado y en medio de la habitación un montón de tierra, encima de éste alguien había escrito más letras.

                  …zo…

                                                                              …frenia…

Eugenio David Aguilar Díaz

Egresado de la Preparatoria Regional de Tecolotlán

 

Andrea Yepez Mendoza. Insanus

Insanus. Andrea Yépez Mendoza. Preparatoria UTEG Plantel Zapopan.

La jugada perfecta

La jugada perfecta

La vi y quería que fuera mía, corrí tras de ella y jamás la perdí de vista, el área no estaba libre pero tres paredes en espacio reducido fue suficiente para burlar toda defensa, sólo y sin dudarlo disparé de primera. La euforia exaltaba mis venas, las de ella se desangraban.

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Vales oro. Julissa Sinaí Flores Medina. Egresada de la Preparatoria 7.

Bajo el árbol

Herido, solo y rodeado por el enemigo, pensó en su familia, en la guerra que lo había llevado hasta ahí y en lo que había guardado en el bolso de su camisa para justo ese momento. Alucinando, se llevó a la boca aquel mortal amigo suyo que de tantas lo había salvado, sintió por última vez ese polvo destinado a arder hasta convertirse en cenizas, de a poco lo introdujo en su garganta, y al cerrar sus ojos, jaló del gatillo.

 

Carlos Emmanuel Castillo Núñez

Egresado de la Preparatoria Regional de Tecolotlán

Recordando un parpadeo

Antes creía que era sólo un sueño que estropeaba mis amaneceres, pero hoy me doy cuenta que estropeó más que eso. Mirar la enorme pecera era un hábito natural para mí. En ella había peces de todos los tipos, tamaños y colores. Luego, la caja de vidrio se elevó hacia el techo de la casa dejando a los peces sin protección.

          El agua se derramó y los peces comenzaron a nadar, a flotar, o a volar a mí alrededor, infestando el lugar con sus ojos sin párpados y sus aletas puntiagudas. Algunos empezaron a crecer hasta el tamaño de un tiburón y se comían a los peces más chicos, los devoraban enteros o los destrozaban desgarrándolos con dientes filosos y los restos comenzaban a caerme encima y, al sentir el olor a muerto en mí, se acercaron apresuradamente…

          Desperté en mi querido sillón individual y disfruté la sensación de las calorías llenando mi cuerpo. Di un rápido vistazo al Libro de los sueños. Los peces no eran buena señal: agravación de una enfermedad, injurias, sufrimientos y pérdidas. Pero no tuve mucho tiempo para preocuparme, tenía que investigar el caso de una mujer acusada de haber matado a su mejor amigo. Sergio Balcázar apareció muerto en la casa de mi clienta en su misma habitación. Ella llamó a la policía al encontrarlo y los forenses interfirieron pronto. Descubrieron que murió por arma de fuego: tenía un impacto de bala calibre .22 en la frente y otro de una bala más grande en la pierna derecha. Se presumía que las balas entraron por la ventana, pero sólo había un agujero hecho por la bala más gruesa.

          Mi clienta, la señorita Aurora Aldama, una mujer soltera de 28 años, amante de juegos de azar y apuestas, había comprado un arma calibre .22 (que en ese momento se encontraba perdida), así que era la principal sospechosa y fue detenida. Ella juró no haberlo hecho y fue llevada a juicio. Su abogado, Federico Thépot, un moreno y elegante francés, me pidió ayuda para que encontrara pistas que favorecieran a Aurora, pero poco había podido hacer, la escena fue limpiada antes de que fuera a investigar. No vi más que la ventana rota con vista a la casa de al lado que abarcaba casi toda a pared. Frente a ella estaba la cama con la cabecera recargada a la pared paralela a la ventana. El colchón estaba manchado de sangre, así como la esquina inferior del pie de la cama y el lado izquierdo de ésta. Según informes, los forenses sólo se llevaron las piezas con sangre de un juego desordenado de craps que yacía en el piso. Dejaron un dado que marcaba cinco, el cual decidí llevarme.

          Cuando le conté a Aurora y a Thépot mis resultados tan inservibles, ella no pudo contener el llanto. El abogado la tomó del hombro y trató de consolarla mientras la abrazaba. Ella me aseguró que conocía a un tal Balcázar desde hacía mucho tiempo, ese hombre se había ganado la confianza de mi clienta y ella le había dado una llave de su casa. Él la usaba para ir a los juegos de apuestas que organizaba cada semana y para visitarla de vez en cuando.

          —No puedo hacer más por ahora —les dije—. Necesito reflexionar.

          Mientras me iba, el abogado me dijo débilmente una extraña frase que entendí como “Adiós, monsieur. Que tenga éxito”.

          No paraba de preguntarme qué pudo haber sucedido. Si ella no era culpable, pudieron haberlo matado porque tenían algo más que una amistad, o por alguna deuda con un jugador. Caminaba por un camellón ausente de transeúntes y noté una parpadeante luz roja en mi estómago. Al verla me escondí al tiempo que iniciaron las detonaciones de las balas. Me cubrí detrás de un auto hasta que los disparos dejaron de sonar. Vi debajo del auto los botines cafés estilo vaquero de un hombre que usaba un pantalón de vestir negro.

          Fue un verdadero susto, pero regresé a mi departamento a reflexionar sobre el caso, tanto que olvidé casi por completo el episodio anterior. Comencé a sudar y mi ropa pronto se mojó al grado de enfriarme la espalda, pero estaba increíblemente caliente. Repasaba una y otra vez los indescifrables términos de los reportes forenses. Vi tantas fotos en mi celular de la escena del crimen que mis ojos se inyectaron en sangre y, el dolor me impidió seguir viendo las letras. Estaba desesperado. No lograba encontrar nada.

          Sabía que si no lo lograba perdería mi trabajo, mis jefes ya habían notado el fracaso que soy y desde que murió Gaby, mi esposa, los casos siempre quedaban sin resolver. Ella era la detective. Su inteligencia, siempre superior, veía lo invisible y encontraba a ladrones, delincuentes y asaltantes en las partes más desconocidas del país. Podía hablar cinco idiomas y yo apenas tenía conocimientos muy superficiales de francés. Creo que Aurora lo sabía, hasta el abogado.

          Comencé a sentir más calor, uno que abrazaba y hasta asfixiaba. Mis sentidos percibian un olor corporal reconocible, me recordó a Gaby y juro que por un instante estaba junto a mí, vestida con su pantalón negro acampanado y su pequeño saco blanco. No me atrevía a decir nada. Ella caminó lentamente hacia mi sillón y se sentó en mis piernas. Me miraba con tristeza, como la última vez que hablé con ella. Me había insistido en que dejara el trabajo que llevaba a cabo. Pocas son las esposas que se atreven a decir que sus maridos no sirven para algo. Yo ni siquiera me digné a seguir viéndola a los ojos, fingía revisar el expediente abierto. Mientras se alejaba le grité bruscamente, más enojado que triste, “¡tienes que ayudarme!”.

          Como si estuviera en mi estancia actual, tomó el dado y, sin que siquiera me volteara a ver, lo arrojó. No supe en qué momento realmente tiré el dado, pero al revisarlo noté que cayó cinco. Lo tomé y lo volví a tirar: cinco, otra vez. Una vez más y volvió a caer cinco. Ya había visto algo así en uno de los expedientes antiguos de Gaby. No era la primera vez que ocurría.

          Llevaba muchos días caminando entre las sombras, siguiendo a tientas una pared gris y áspera, y hasta el final me cubrió un centello que dejaba burlado al Sol…

          Otra vez desperté. Un sueño nuevamente. Libro de los sueños. Laberinto. Misterio encontrado. Ya no son tonterías. No hay tiempo que perder. La duda es el retraso más grande.

          El abogado, Aurora y yo nos reunimos con el juez en cuanto les conté que tenía pistas aún inconclusas, pero con mucho potencial. Cuando me dieron la palabra, exclamé:

          —¡El asesino es el mismo Thépot! No había mucha gente que hiciera ruido, así que proseguí:

          —El señor Balcázar entró para visitar a Aurora en un momento en el que la señorita se encontraba fuera. Subió a su recámara para buscarla y encontró al señor Thépot sosteniendo el juego de craps que soltó del susto. Colocó a un francotirador (si así le podemos decir) alerta en la casa de al lado y cuando vio a alguien más en la habitación, disparó contra él y atinó a su pierna. Usted —dije señalando al culpable– tomó el arma de la señorita que debió encontrar mientras registraba la casa y disparó en su frente, ya que Sergio estaba retorciéndose de dolor mientras el tirador creía que ya lo había matado.

          —¿Pero por qué pensaría yo que habría una cantidad significativa de efectivo en la casa? —me reprochó Thépot con su acento francés pedante.

          —Una mujer que apuesta cada semana tiene que tener algo de efectivo guardado en casa; una mujer que, recordemos, puede pagar un abogado francés, y un abogado no se acerca con infrecuencia a los asesinos.

          —¿Tiene pruebas?

          —Fue interesante que un juego de dados que yacía en el piso tuviera sangre de la víctima en todas sus piezas, a excepción de una de ellas, que limpió con sus guantes–. Creo que ni yo me había dado cuenta de la adrenalina que sentía en ese momento.

          —Usted buscaba en la caja del juego de craps el dinero de la señorita porque no lo encontraba en ninguna otra parte. Cuando Sergio quedó herido en el suelo, usted no se decidió a matarlo, quizá por compasión pasajera. Lo dejó a la suerte esperando un número impar. ¿Le son familiares los dados cargados de los apostadores como mi clienta? Claro, ¿por qué usar su propio dado cuando ha encontrado uno que no evidencie una visita? Así, usted se llevó el arma que, por la orden que traigo aquí, espero encontrar pronto en su casa, así como sus cuentas, que coincidan con el dinero que se llevó y el contacto del francotirador.

          Mientras era retenido, me acerqué para decirle en voz baja:

          —Algo me decía que usted no contrató a un detective inepto al azar. Esperaba que yo mismo matara las esperanzas de mi clienta de salir libre. Ya me conocía a mí y a mi esposa. Ella abrió varios expedientes con sus asesinatos. ¡Sólo espere a que demuestre cómo fue que me quitó todo! La próxima vez fíjese a quien le dice adieu, no es una palabra de todos los días y casi la confundo con un simple adiós. Y cambie de botines antes de buscar a sus víctimas en la calle.

          Mi éxito debió haber sido tan grande como mi satisfacción. En ese momento la señora Aurora me felicitó al igual que mis superiores. Mi talento sería reconocido en las noticias y en los periódicos. Aún tenía trabajo por hacer y mi carrera hubiera sido exitosa, todos sabrían de lo que soy capaz. Todos, incluso alguien que al salir del juicio me apuntó con una parpadeante luz roja.

Óscar Rito Muñoz

Egresado de la Preparatoria 5

 

Scarlett Lizeth Regalado FernándezNYBok

Ojo. Scarlett Lizeth Regalado Fernández. Egresada de la Preparatoria 7.

Predestinación

Predestinación

Todo estaba escrito. El día llegaría… lo sabía, no podía hacer nada. Moriría, sin saber cómo ni a qué hora. Estaba desesperado, comenzó a desquiciarse, perdió la razón. ¡Que ya terminé! Sin poder soportarlo hizo el corte y vio cómo la sangre caía.

          Todo estaba escrito, el día llegaría…

          Llegó.

Esquizofrenia

Escuchó una amenaza detrás de él: que soltara el arma o se vería en serios problemas. Temeroso se giró y, sin dudarlo, jaló el gatillo; no podrían hacerle daño ya que estuviera muerto.

Eugenio David Aguilar Díaz

Egresado de la Preparatoria Regional de Tecolotlán

 

¡Bang!

Cuando mi verdugo apuntó la pistola a mi cabeza, miré directo al cañón del arma y me recordó a la mirada enojada de mi madre que de niño me acongojó tantas veces cuando intentó corregirme. Fue sin duda una forma acogedora de escuchar el gatillo presionarse.

Dalia Sarahí Hinojosa Mayoral

Egresada de la Preparatoria 4

La Broma Russelliana

Las grises paredes eran equivalentes a la negra consciencia de aquella masa existencial que se refugiaba en la idea de una vida vacía de necesidades banales, reprimida por su incipiente exigencia a una convivencia que se reducía a la charla con un mueble solitario y una puerta que sólo se abre por manos humanas.

          El hipopótamo con temple wittgensteiniano, ausente, sin sentido, se pregunta “¿acaso las proposiciones de la existencia son proposiciones místicas, y por lo tanto, indecibles?”. No lo sabe. La incertidumbre lo obliga a escapar, a esconderse y protegerse de la duda ontológica. Corre estrepitosamente, se desmorona conforme va llegando a su refugio. Un escritorio sombrío, viejo y demacrado por la dialéctica fundamentada en la lucha constante por demostrar quién es el amo y quién el esclavo. Llora, solloza, pide clemencia, quiere aniquilar su pensamiento y dejar de torturarse por su conciencia hacia aquel dinamismo constante y melancólico que se encuentra en su ser.

          Se abre la puerta, el cuarto se llena de un aire sistemático y riguroso generado por la discusión frenética de dos individuos extravagantes sumidos en un atomismo lógico que calló de manera inmediata y aséptica el llanto de aquel mamífero. Se sentaron en el escritorio sin parar de dialogar sobre temas que parecen fruto de la locura: acontecimientos que conforman el mundo, la figura lógica de los hechos como pensamiento y sobre el límite del lenguaje.

          El hipopótamo, hipnotizado por las palabras de aquellos personajes, dejó de pensar sobre su existencia y comenzó a plantear una filosofía del lenguaje y conceptos referentes a una manera de percibir aquella función elemental del ser humano, reflejo del pensamiento, como juegos de lenguaje o el significado reducido al uso de las expresiones.

          El ruido de figuras y objetos cayendo a su alrededor, y por desgracia a su cabeza, hecho que causó la pérdida de su innovadora idea, pues por la gravedad y la profundidad de la misma sólo tenía como único destino el incipiente suelo; sin embargo, logró apreciar cómo la idea no se quedaba sufriendo en el piso, sino que subió por las pantorrillas de aquel sujeto de cara lunática y penetró de forma imperativa a su oído, tratando de buscar una mente adecuada para manifestarse como palabra.

          Después de tal festival de unión epistémica, el cuadrúpedo observó a su alrededor y se vio rodeado por libros, imágenes y personas que caían de aquellas bocas que nunca conocieron el concepto de “mantenerse cerradas” y que pertenecían a los correctamente llamados filósofos, pues su discurso no se limitaba a mera expresión de una teoría lingüística, llevaron su pensamiento a la vida diaria hasta convertirse en símbolos lógicos hechos estructuras óseas y vivas.

          Comenzó a realizar una lista en su mente de aquellos objetos que lograba entender:

  • Un Tractatus logico-philosophicus. Él sabía que se trataba de ese libro, pues pudo ver con cierta facilidad a siete personas que cargaban de manera autoritaria y sin miedo alguno sus teorías; la primera era la más delgada pero entendía de manera sencilla y fáctica al mundo; la segunda, que a primera vista parece sola, se regocija con los hechos que conforman su ser; la tercera y cuarta, conjugándose en la constante ejecución del pensamiento: entienden y sostienen con gran ímpetu el aspecto psicológico del libro; la quinta y sexta, siempre rigurosas y autónomas, conviven amenamente con un metalenguaje.

          Al final, por más simple que aparente ser, se encuentra la persona más fuerte e inteligente, de una comprensión ética y práctica del lenguaje y de la vida, que tiene como propósito curarnos de la enfermedad de la confusión. Todos ellos se erigen con un temple de respeto y autoridad intelectual.

  • Un Círculo de Viena. Lo categorizó como tal al ver a cientos de personas diminutas congregadas alrededor del Tractatus y alabarlo energéticamente, tal como se ha hecho al presenciar a la Biblia.

  • Un Principia mathematica. De ésta obtuvo su significado de manera sencilla, pues vio con cierto pavor la forma en la que Aristóteles daba a luz, sobre aquel libro, a unos seres que de manera desconcertante se percataban de la verdad al respecto de su creación; eran números y axiomas matemáticos los que miraban con cierto amor biológico a su única madre: la lógica.

  • Un pequeño Whitehead, que salió de aquel libro donde Aristóteles era ayudado con técnicas mayéuticas por la filosofía y la aritmética, tratando de subir por el escritorio para defender a uno de los interlocutores, con un aprecio de hermano.

          Sólo uno de todos esos elementos llamó la atención del cuadrúpedo: era la séptima persona del brillante libro consagrado, al que persiguió, capturó, olfateó y, al final, con un deseo de autodidactismo, consumió.

          Al ver tal fenómeno, todos los diminutos personajes salieron corriendo; Aristóteles corría mientras seguía pariendo a más y más números y expresiones matemáticas; el Círculo de Viena se destruyó y ahora parecía más una estampida; Whitehead, asustado, logró subir todo el escritorio hasta llegar a la superficie, suspirando y presumiendo su capacidad por la sobrevivencia; los seis guardianes restantes cargaban como podían el libro sagrado pero el temor les ganaba, les habían quitado a la razón de su seguridad: la medicina para la filosofía.

          Sintieron el cansancio de su estrategia para sobrevivir, o al menos eso creyeron, pues su ser comenzaba a desvanecerse, todos esos pequeños elementos padecieron el final de su corta permanencia en el mundo, pues la introducción de una frase imponente y refutadora que flotaba sobre aquel espacio lógico firmó la inestabilidad de su existencia: Si digo, “en este lugar no hay ningún hipopótamo”, ¿carecería de sentido?

          El hipopótamo se estremeció, reconoció la temática que tanto dolor le causó al principio del día, se había dado cuenta que aquella frase sobre su ser y su esencia que se atrevió a bajar al suelo y bailar alrededor de su cabeza para mofarse de su persona, tenía sentido, pero lo tenía sobre su no existencia.

          Tembló, captó la relevancia de tal proposición y sintió cómo su estructura ontológica se desvanecía, aquella que trató de proteger dentro de su gran escondite, que trató de suprimir con pensamientos del lenguaje e intentó solucionar consumiendo a la más rica de las frases filosóficas. Ahora desaparece, se convierte en un positivismo lógico.

          El interlocutor, padre de la proposición asesina, revisó dentro y fuera de la habitación sin dejar rincón alguno donde posar aquel ojo hostigador y juez de la verdad; también analizó, personificando a Averroes y su intensidad de análisis, dentro de los cajones del escritorio, sobre y debajo de aquel mueble que por dentro contenía todo un mundo y sistema lógico-filosófico; fue así como demostró la certeza de su enunciación.

          Antes de levantarse y de limpiar sus rodillas empolvadas por el resto de los personajes místicos que expulsaron sus palabras, pudo escuchar, con gran nitidez, la última frase de aquel espíritu que se desvanecía: De lo que no se puede hablar hay que callar.

Diego Alberto Ramírez García

Egresado de la Preparatoria 5

 

Damián Maravilla García. Mr. Bird Bone

Mr. Bird Bone. Damián Maravilla García. Preparatoria Regional de Tecolotlán.

Al ritmo de «Call me»… de Blondie

Sábado por la noche. Crop-top transparente sin mangas. Chamarra de piel rosa. Jeans rotos. Botas negras con tacón. Cabello rosa desaliñado/peinado. Arete septum de oro rosado. Cartera llena. Dinero y condones. Lentes estilo Janis Joplin. Collar con una “A”. Intenciones perversas. Celular, Uber, fiesta, amigos. Luces neón. Música electrónica. Hombres musculosos, osos, lobos, daddys, twinks, asiáticos, travestis, góticos, Club kids, alcohol. Caricias, besos, desnudos. Piscina. Oral. Orgasmos. Manos. Uber. Escaleras, puerta, sofá-rosa, sillón azul, comedor, habitación. Fuera telas, cuatro tacones, dos instrumentos, veinte dedos. Beso negro. Condones. Ritmo. Arañazos. Asfixia. Golpes. Orgasmos. Leche. Noche. Cigarros. Domingo por la mañana.

Juan Luis González Hernández

Egresado de la Preparatoria 12

 

Phoebe Daniela Cruz Chávez. Confusión

Confusión. Phoebe Daniela Cruz Chávez. Preparatoria Regional de El Salto.

Hundido

El agua lo envuelve, sus movimientos rápidos lo ocultan y si quieres meterte deberás pensarlo, te abrazará hasta lo hondo, tendrás que observar bien dónde pisas. El sol está en su tardío. El sonido de avispa del agua que va rápida.

          Tu corazón palpita como el de un caballo que galopa en un campo abierto, verde. Miras a todos lados sin dejar de ver agua. Los árboles con sus ramas largas y frondosas dan sombra potente, basta y espesa.

          Bramas un nombre esperando en el eco el tuyo, tus dos manos en la boca en forma de embudo. Gritas de nuevo. Las nubes, el viento frío, el chocar del agua con las piedras, como si rascara el lomo de las piedras que suenan como susurro y te rosa la mejilla la humedad del sonido. El arrebol en su paroxismo.

          Algunas nubes negras sustituyen las rojas hasta abarcar el cielo, tan aprisa. Un rayo truena seco y tiembla. Corres a un lado del río como en una carrera, tratas de alcanzar toda esa agua, la espuma. El miedo te invade, la respiración arrecia, tus ojos chorrean lágrimas, la lluvia en tu cabeza comenzado suave, una caricia apenas.

          El viento furioso golpea los árboles, las hojas se escuchan chocar con otras y ramas. El agua hierve, burbujas en efervescencia, un suspiro se te escapa, un nombre a gritos. El agua que va, que nunca viene. El último hilo de sol se teje en una orilla, reconoces la forma y brota como flor de noche el cuerpo de tu hijo.

Héctor Miguel González Machuca

Egresado de la Preparatoria 12

Alternativo

Alternativo

Encontrado el paquete de explosivos el detective no hizo más que meterlo dentro de una caja. Pasados 15 segundos todos nos percatamos de la masacre sucedida dentro del cubo de cartón, del otro universo, en donde el gato también estaba muerto.

La hija de…

De pronto, Zamara Rosalba María Carmen segunda, hija del multimillonario catador de vid, Bill Warren Amancio Carlos, que se casó con Liliane Alice Jacqueline Susanne, conoció al ingeniero José. La relación no pudo germinar, el nombre del profesionista no llenaba las expectativas del libreto.

Fernando Cocolán Villegas

Egresado de la Preparatoria 7

Se venden ojos esmeraldas

Puros, hermosos e inocentes. Traídos especialmente desde la tierra, su sabor no es sólo delicioso, sino que sólo pueden utilizarse una vez, ya que al abrirlos la retina capturará su primera y única imagen.

          Interesados llamar y hacer sus pedidos a tiempo.

          El costo es de 1/4 de tierra lunar, se harán excepciones según territorio. Favor de ser considerados, los bebés humanos son especialmente difíciles de atrapar.

Karen Elizabeth Camacho Buenrostro

Egresada de la Preparatoria 17