Una noche estrellada

Cuando nuestros apellidos no se habían inventado y nuestros ancestros vivían a las buenas de dios en alguna comunidad con diez o veinte chozas, la noche impresionaba los corazones. Si pudiéramos imaginarnos ahí mismo, levantando la mirada del fogón central y mirando las estrellas, encontraremos en esos cielos perdidos la inspiración de cientos de historias magníficas: héroes peleando a mandobles contra monstruos, viajeros en barcos de vela surcando el espacio sideral. Con un juego de puntos iban marcando su destino. Es por eso mismo que las historias que tenemos en nuestros adentros son impresionantes, son parajes de sabiduría llenos de magia y misterio: el cuento.

Proveniente de la tradición oral, los cuentos nos narran una anécdota increíble llena de sorpresas en cada palabra. Todo relato debe comenzar con una frase que nos sumerja en la maravilla. “¿Alguien se ha preguntado de dónde provienen las montañas?”, “Todos conocemos a las águilas… pero antes no podían volar”, y demás frases que figuran en el imaginario y nos llevan a esos tiempos míticos donde los dioses susurraban historias en los oídos de los bardos para que las cantaran en tabernas y a mitades de las plazas. Estamos ante los comienzos de una historia, de una anécdota.

Así, cualquiera puede iniciar una historia con una buena frase, una pregunta, una comparación, un diálogo o una hermosa y basta descripción. Las mejores aperturas tienen palabras inolvidables que no dejaremos de repetir. Aunque parezca apabullante y temeroso enfrentarnos a la página en blanco, no es tan difícil. Cualquiera puede escribir, sólo es cuestión de tiempo para encontrar cómo mejorar.

¿Cómo se logra esto? Escribiendo. Sentándose ante una vieja y lenta computadora a teclear nuestras ideas en el procesador de texto y haciendo uso desmedido de la tecla “Supr”. Ya lo decía el escritor alemán Georg Christoph Lichtenberg en sus aforismos: “Leer y escribir es tan necesario como beber y comer”. Y es aquí la otra cara de la moneda. Para escribir sólo falta una idea; ser un buen escritor es un trabajo complicado, pero gratificante cuando miras el resultado.

Estar horas frente a una consola de videojuegos nos llena de emociones, nos da experiencias gratificantes, aunque nada qué desearle a los libros, novelas gráficas y tiras cómicas. Leer es estar en contacto con la mente de otra persona, conocer sus experiencias, enterarse de lo que le hace vibrar; es colocarnos bajo el mismo cielo estrellado de nuestros antepasados, mirar las mismas figuras que ellos veían y descubrir cómo un puñado de puntos luminosos en el cielo van cobrando forma en nuestro imaginario; es llenarse de otro, estar atento a lo que alguien más quiere decirnos y unir nuestras intenciones en un solo objetivo: terminar la historia.

Si quieres ser un buen escritor hace falta leer, conocer, tener experiencias buenas —y sobre todo malas—. Ninguna persona en plenitud escribirá algo nuevo; por eso hay que enfrentarnos a libros buenos y malos, conocer historias de seres imaginarios y reales, el amor y el desamor. Desde cómo Emma Bovary le es infiel a su marido, de cómo el renombrado Conde de Monte Cristo planea la venganza contra todos los malditos que le hicieron pasar una eternidad en la cárcel, saber el modo en que te puedes defender de los vampiros según la novela de Bram Stocker y conocer a los cronopios, a los famas y a los esperanzas de Julio Cortázar.

Arriesgarse a escribir es un acto de valentía: escribir es arriesgarse a ser leído. Y si queremos que nos conozcan en este mundo, que alguien sienta lo mismo que nosotros cuando colocamos toda nuestra ficción en una página en blanco, que encuentren cómo unimos esas infinidad de estrellas para que nuestros barcos naveguen en ciertas direcciones, leamos, escribamos y conozcamos esas perspectivas tan variadas que tenemos, no de otros, sino de nosotros mismos.

 

*Miguel Ángel Galindo Núñez
Publicado en la edición Núm. 12

*Estudió la maestría en Literatura Hispanoamericana y es profesor de lengua y literatura en la Escuela Preparatoria 20. También es promotor de lectura por parte de la Secretaría de Cultura y tallerista con “Senderos de lectura. Lectores por Jalisco”, columnista del periódico am Express de Guanajuato, y locutor del proyecto «Las 9 noches».