Un multiverso literario

De entre todas las actividades recreativas, la que más disfruto es leer literatura. Al abrir un libro, abrimos una puerta a un mundo nuevo, del que podemos entrar y salir las veces que queramos, libros que podemos leer y volver a leer, y en ocasiones compartir con otros lectores para que nos acompañen en estos viajes. Durante la pandemia me fue posible decir que, aunque estuve desde mi habitación, pude visitar La Habana, recónditas calles londinenses, pueblos mexicanos, épocas medievales, y castillos encantados. Las páginas y las letras se transforman en calles, caminos, y guías que toman nuestras manos y nos adentran al ignoto mundo por conocer.
Sin embargo, existen dos posibilidades, ser el viajero entre mundos o ser el creador de estos mismos. Así que no es posible para mí hablar de la literatura sin mencionar la escritura, artes tan afines y complementarias que, aunque suene obvio, no existiría una sin la otra. El escritor decide qué mundo crear a partir de sus propias experiencias, él decide cómo contar la historia y de qué manera invitar a los lectores, muchas veces escribiendo sobre aquello que más conocen o quizá sobre lo que les gustaría conocer. Los últimos años han sido un viaje constante de emociones para todos los que habitamos el mundo; pasamos de un encierro obligatorio a una reintegración social, las aulas volvieron a llenarse de alumnos y las cabezas, que son cada una un mundo, volvieron a converger y fusionarse en un multiverso de historias.
Los cuentos y microrrelatos que encontrarás en este número, fueron creados por estudiantes que buscan, a través de sus letras, despejar su mente de este mundo caótico en el que vivimos. Algunos de ellos de manera metafórica pueden hablar de sus miedos más profundos como lo podemos leer en “¿Estoy bien?”, algunos otros hablan de sus deseos más insospechados como en “¿Se nace o se hace al vanidoso?”, sin embargo, otros en un sentido literal intentan confiar en nosotros para compartir su alma, como se puede leer en “Sempiterno”.
Bienvenido al número 23 de la revista literaria, creada por y para alumnos de SEMS. Abre las puertas a este multiverso estudiantil. Deja que las páginas te cautiven en este vaivén literario hacia un nuevo mundo, y puede que nos encontremos ahí.

Jorge Alberto Muñoz Santana

Licenciado en Letras Hispánicas, imparte clases en la Academia de Lengua y Literatura en la Preparatoria 5 de la UdeG, y en la Academia de Comunicación del SUV. Amante de la literatura, ha publicado varios cuentos en diversas revistas y en la Antología Mar de Voces. De 2016 a 2020 impartió talleres literarios y de escritura creativa a estudiantes de SEMS. Actualmente tiene un canal de YouTube (JorgeSantana16) donde participa como Promotor de la Lectura, y gusta de hablar de temas paranormales.

¿Por qué mi cuerpo no te quiso?

Mariana Soto Almaguer

Preparatoria Regional de Santa Anita

Lo amé; con un amor visionario, sensitivo, especulativo. Aprendí a ser paciente, aprendí a ser creativa para imaginar cómo sería lo nuestro…Lástima que se escurrió por mis muslos, dejándolos húmedos, viscosos como una clara de huevo, pero con pigmento rojizo.

Irresponsable

Mariana Soto Almaguer

Preparatoria Regional de Santa Anita

No sé si podré perdonarlo. ¡Me dejó plantada durante tres décadas!, hasta que murió y lo enterraron junto a mí.

Bajo la lluvia| Dalia Anyuli Romero Reyes
Preparatoria Regional de El Salto

¿Se nace o se hace al vanidoso?

Daniela Carolina Aguirre Orozco

Preparatoria 5

María Carmen era una mujer bonita, y todo el mundo se lo hacía saber cada segundo de su vida. Pareciera que su único logro en la vida fue haber nacido bonita y que sus facciones fueran agradables a la vista.
Siempre que le preguntaba al novio de turno qué le gustaba de ella, nunca decía que su intelecto o personalidad, se limitaban a expresar que su cara o su cuerpo eran su mayor atributo, a veces haciéndole creer que no tenía ningún otro. Cuando le preguntaba a su padre qué se siente tener una hija tan bonita, el hombre con apenas mirarla decía «un orgullo » estas palabras consternaron a María Carmen, entonces, si fuera fea ¿estaría decepcionado?
Como toda mujer bonita que sabe que es bonita, se casó con un hombre apuesto, bien acomodado socialmente, que apenas y se molestaba en conocerla a fondo. Tuvieron una hija que no era bonita, sino hermosa, la niña más bella que sea haya visto jamás.
Conforme la niña iba creciendo la vida de María Carmen iba cambiando, le gustaba ser mamá, amaba su hija, pero en la calle todo el mundo le decía “pero qué hermosa hija tiene; tu hija es bellísima; tu hija parece muñequilla; tu hija, tu hija, tu hija”. Y ¿qué pasa con María Carmen? Acaso ya no es bonita. Es cierto que el embarazo le hizo perder cabello y aumentar de talla, además que las noches sin dormir le crearon unas grandes ojeras y cada día se veía más cansada desviviéndose por su bebé.
En la mente de María Carmen se empezaron a formular preguntas que no quería contestar, preguntas que con el simple hecho de cuestionarse le hacían sentir mal, pero ¿y si su hija estaba robando su belleza? ¿y si ya no tenía nada más para ofrecer al mundo? ¿y si ya no era amada si no era bella? Estas incógnitas se inmiscuían cada vez más en sus pensamientos, siendo a veces lo único que tenía en mente. Pasó días enteros sin dormir por la culpa, y pronto esa culpa se volvió odio hacia su primogénita, la odiaba por haberle robado su belleza, su única cualidad, para lo que había nacido.
Una noche de insomnio, harta de no poder conciliar el sueño, se decidió, iba a matarla, no podía seguir viviendo de esa manera, no podía ser esclava de su desgracia. Así que, con su almohada en mano, demencia en sus ojos y determinación en su alma, se encaminó a la habitación de su rival. Abrió la puerta lentamente para que el ruido no la despertara y de esa manera alertar a su marido, igualmente caminó muy despacio hacia el costado de la cuna. Con la respiración intranquila y los nervios de punta, vio a esa hermosa bebé que ella había creado, era la cosa más hermosa que jamás había visto. Eso fue suficiente para que dentro de María Carmen comenzara una batalla, después de ver a su hija se llenó de amor y regocijó, pero el odio no había menguado. De repente, sin previo aviso, miró hacia sus manos y noto que ya no había más una almohada, sino una soga y una última carta en la que se leía: Te amo, mi niña bonita.

Hasta ahora

Santiago Paul Aguayo Castillo

Preparatoria 15

El escenario se vuelve viejo por cuanto se ha contado encima suyo: los senderos infinitos se contraen y dejan de serlo, los perros furiosos caen y quedan muertos, los árboles ya no suponen abrigo apto para las inclemencias nocturnas del duelo. Dos, tres, cuatro, infinitas historias se narran paralelas porque el tiempo es indistinguible a los ojos de cobre; se mezclan la utilería, las luces y las vivencias. Se confunden la mente inquieta con la espalda desecha, los pasos al borde de la fuente con las blasfemias profesas, el negativo que expone un suceso traumático con la luna que rinde socorro a quien la busca por fuera de los barrotes blindados, el andar en círculos de a quien la indecisión lo trae domeñado con el de un desaparecido más que, a la muerte y resurrección de la estrellas, por fin habrá vomitado.

Prismal| José Gael Sigarroa Reynoso
Preparatoria Regional de Chapala

El traje

Mayra Estefania Mendoza Díaz

Preparatoria Regional de Santa Anita

Tomo mi traje, lo lavo, lo plancho y lo doblo. Queda todo listo y sé que a mamá le encantará, pues el color negro me favorece. Pronto lo coloco encima de mi cama y emocionado imagino cómo me veré con él, sin soportar la espera tomo la soga y la enredo en mi cuello.

Metamorfosis| José Gael Sigarroa Reynoso
Preparatoria Regional de Chapala

No me dejes pensar

Santiago Paul Aguayo Castillo

Preparatoria 15

La oscuridad no consuela, en ella mi mente vuela. Levanto la cortina con mis fríos dedos y lo que revela la ventana es el mismo cielo enfermo.

El hielo interno me paraliza, las cobijas no lo alivian. Hay certeza en que la mañana me encontrará muerto y esperanza de que mi locura sea el único veneno:

Me siento tan frustrado que me vuelvo loco,
y esa locura me frustra más.

Brillo lunar| José Gael Sigarroa Reynoso
Preparatoria Regional de Chapala

Baño

Montserrat Guzman Gonzalez

Preparatoria 9

Como todas las noches, le doy un baño al bebé antes de ponerlo a dormir.
Tallo su espalda con cuidado, no para de llorar desesperada mientras su piel se derrite.
Tengo que ocultar el bote de ácido antes de que alguien venga.

Pozo

Montserrat Guzman Gonzalez

Preparatoria 9

No podía ser que estuviera aquí, sonriéndome de forma tan dulce, riéndose como si nada hubiera pasado, besándome tan tiernamente.

¿Cómo podría ser? Si yo mismo me aseguré de que su cuerpo se hundiera en aquel pozo.

Prejuicio| Yareli Estefanía Jiménez Garibay
Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado

Perlas

Mayra Estefania Mendoza Diaz

Preparatoria Regional de Santa Anita

Impecables, algo inédito en mi profesión. Relucientes a más no poder, blanco perfecto, que coordinándose con su simpleza y geometría irreprochable logran que destaque cualquiera. Lleno un frasco y me parece espléndido, ahora solo queda colocarlo en el estante y suturar.
-¡Mi mejor paciente en años!, lástima que no aguantó la extracción.

Carnicero



Mayra Estefania Mendoza Diaz

Preparatoria Regional de Santa Anita

-¡Excelente calidad de filete!, lástima que Lucía no aparece, le encantaría.
-No se angustie, si de algo le sirve, condimentada sabe mejor.

 

Prejuicio| Yareli Estefanía Jiménez Garibay
Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado

Lo ajeno al invierno

Alexia Valentina Aguirre Contreras

Preparatoria 9

Ellos no llegarían al invierno. Lo supo desde que cruzaron miradas por primera vez, una tarde a finales de la primavera.
No, no llegarían, porque entonces ya había enterrados secretos e inseguridades a flote. Y cuando olió su dulce aroma a finales de Junio, se dio cuenta que quizá un amor de verano no sería tan trágico. Pero no, definitivamente no llegarían al invierno. Compartieron horas de sol, y quizá algunas horas de luna, pero si se lo preguntas, por supuesto que lo negará todo.
No, no estábamos hechos para el otro. Por eso me sorprendió cuando llegamos de la mano a otoño, mientras la temperatura descendía y compartíamos un dulce chocolate caliente. Las hojas verdes que admiramos en el verano, se destiñeron a un color ocre. Pero no, yo sabía que igual que esa hermosa vegetación, nos secaríamos y caeríamos con las suaves brisas.
No fue su culpa, porque siempre supe que sería efímero, nos enamoraríamos tan rápido y todo acabaría de la misma forma. Y a inicios del último mes, mire sus ojos, su piel, su sonrisa. «No llegaremos al invierno.»
En la cama del hospital, recordé su mirada, su sonrisa, su aroma, horas de sol, horas de luna. No, no llegamos al invierno, pero no fue su culpa, fue mía.

Día de otoño

Erik Marbén Zepeda Martínez

Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado

Casi pensé que el día era bello. “Parece un día de otoño”. Musitó un tipo sentado a mi lado en el tranvía. El sol se matizaba por una masa invisible, el viento que corría sin prisa se impregnó de un aroma a flores. La noche anterior había llovido, el agua subió por los patios y las casas en que el césped se podó el día anterior, amanecieron con el umbral y las aceras zarpeadas de residuos verdes. Bajé del tranvía para entrar a una cabina telefónica, instrumento anticuado por este tiempo. No tenía mi celular, lo había vendido para comprar mi autoexilio.
—¿Bueno? —Escuché al otro lado de la línea. Me preguntó cómo estaba, pero sabía el tono con que lo decía. Me había temblado la voz al contestar.
—Pronto nos vamos a ver. — Eso pareció hacerle un poco de ilusión porque escuché que reía; entre tanto, imaginé su sonrisa. Luego me dijo algo que no entendí. No quería hablar de la guerra.
—Ya nada es como lo recuerdas. De la plaza no queda ni la banca en que nos sentábamos. El otro día fui y… ya no estaba. — El tiempo se había agotado, la máquina me pedía depositar una moneda para darle otra vuelta al reloj de palabras. “Nos vemos… Te quiero”. Pero las dos últimas palabras no bajaron por el cable en dirección a otro país. Fueron calladas y cegadas por la fulgurante luz de un relámpago que hizo estallar los polveados escaparates de la esquina, que expusieron mi cuerpo y mis palabras.

¿Estoy bien?

Alejandro Díaz Veloz

Preparatoria 9

-¿Estás bien? – me preguntaste, cortando de forma tajante nuestra conversación.

-¡Claro! – te respondí con el mejor tono posible.

-¿Segura? – insististe.
Me gustaría decirte –pensé-, pero no quiero que minimices lo que siento, no quiero que tengas una mala impresión mía, pero a su vez no quiero callarlo más, me gustaría que sepas que mis tontos problemas me duelen más de lo que deberían y que no sé qué hacer, no encuentro las palabras suficientes para expresarte que estoy harta de mi cuerpo, mi casa, mi ropa, que estoy harta de lo que siempre he sido y que lo que ves es solo una de las veinte personalidades que he creado para que nadie note lo mal que estoy.
Dime como te explico que desde hace años anestesie aquel filo que me cortaba y que ahora soy incapaz de sentir algo por alguien más, que ruego al destino que me guíe hacia la luz, pero que es la oscuridad la que me termina adoptando, gritarte que odio aquellos fantasmas que me atormentan, que me dicen que no confíe en ti ni en nadie más, odio que mi cuarto se haya convertido en una jaula donde siempre llueve, pues llueve cuando lloro y lloro cuando duele, y que incluso la muerte huye de esas cuatro paredes.
Tal vez me des soluciones, pero no serán cosas nuevas, serán cosas que ya he considerado antes, ya me cansé de buscar la salida en algún dios e incluso la idea de meter mi corazón en arroz se volvió algo a tomar en cuenta, que ya he ido a terapia y esto simplemente no se va. Sé que no me ayudaras porque no estoy dispuesta a recibir ayuda, y como quiero evitar todo este discurso para ahorrarte tiempo, siempre será más fácil decir…

Por supuesto, tú no te preocupes por mí.

El arte de ocultar sentimientos| Carmen Tovar Ruiz
Preparatoria Regional de Etzatlán

Sempiterno

María Guadalupe Cruz Esqueda

Preparatoria 5

Mi querido hombre de las mil caras…
Soy yo, Isabela, tu amada.
Hace tantos años que no te veo, pero tu sonrisa sigue presente en mi memoria, la sensación de tus brazos sobre mis hombros sigue siendo mi cosa favorita en el mundo y tu mirada aún es mi lugar preferido.
Los años han pasado de prisa, sin detenerse, amargos y solitarios; los recuerdos retumban en mi mente cada que veo tu rostro en la fotografía colgada frente a mi cama. Remordimiento y culpa, sentimientos desgastantes que no me dejan descansar. Te fallé, nos fallé, no le hice justicia a todo lo que pasamos juntos y ahora, ahora me arrepiento. Lo intenté, lo juro, pero no pude, de los dos tú siempre fuiste el valiente, el fuerte, el mejor…
Gritos a la nada, silencios ensordecedores, bullicio tranquilizador. Fuimos todo y a la vez nada.

El día que llovieron calcetines

Carmen Tovar Ruiz

Preparatoria Regional de Etzatlán

Mamá duró exactamente dos meses para conseguir vivienda. Los conté, también eran dos meses con ojeras y dolores de cabeza. El estrés levitaba por nuestro apartamento, comenzaba mientras encendía la tableta y observaba que no aceptaban la solicitud, no habían llamado o simplemente decían que el espacio estaba contado, pero terminaba mientras la apagaba. En ese momento preparábamos café con galletas, de las que me encantan. 

La señora Ana desalojó huéspedes de su antigua casa, por razones que no explicó. El asunto es que mamá y yo teníamos un hogar, uno bonito. Mi parte favorita fue el patio, era tan grande como  para soportar a 20 elefantes dentro. Por suerte contaba con mi pelota, daría unos goles, que los vecinos me gritarían porras. Sin más que hablar, pagamos y nos mudamos. La primer mañana salimos a dar un paseo, la señora de la esquina nos dijo que tuviéramos cuidado, habían rumores de robos (desde entonces cerramos con dos candados) después don Toño “el del pan” comentó que un muerto rondaba por la calle, buscando niños que se portaran mal. Dió énfasis, me miró, pero a mí eso no me dio mucho apuro; ya tenía 7, para nada que era un niño. Aunque cada vez que hacia enojar a mamá, me persignaba dos veces, por las dudas. Las personas nos advirtieron de muchas cosas, pero nada sobre los calcetines. Caída la tarde del sexto día, mamá salió a buscar cereal y algunos huevos para la cena. Yo estaba dormido cuando escuche el primer golpe. Tocaban. Me hice bolita en la cama pero en silencio, de los que se sienten bien adentro. Luego cayó el primero, naranja con bolitas azules. Después otro, los arrojaban desde la calle hacia el patio, después llego uno de futbol, les juro que estuve a punto de correr a atraparlo, pero tenía miedo. Siguieron cayendo hasta que mamá llegó. Se enfadó mucho, todo era un mar de calcetas, me pregunto si había escuchado algún camión, pero le dije que no, ni siquiera pisadas. Como era tarde, decidimos acostarnos y poner alguna queja en la  mañana. Pero, ya no había nada. Cuando se los contamos a los vecinos nos miraron con miedo y dijeron:

 —Esa es  la última cosa de la que deben saber.

Tan bueno que era

Erik Marbén Zepeda Martínez

Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado

Ese día, mientras el sol estaba a tope y el cielo ausente de nubes se preguntó Tomás ¿cómo era la lluvia? Con los pies arrastrando, llegó al consultorio médico: la tifoidea lo estaba matando. Un constante mareo le zarandeaba hasta los recuerdos. La sala de espera estaba atiborrada, calculó una hora de espera como mínimo. Le costaría más trabajo ir al siguiente consultorio que esperar una hora. Mientras tanto, sentía el reflujo, en forma de hipo, treparle el esófago. Comenzó a sudar. El ventilador que tenía al lado resultó inútil para equilibrar su temperatura corporal. Dentro de la sala una mujer lo miró fijamente. Cruzaron miradas. Él volvió la vista al suelo. La punzada de los ojos clavados en su cara era más insoportable que el reflujo y las náuseas. Era una garrapata que no quería desprenderse. No supo cuánto tiempo pasó, pero al salir del consultorio la mujer lo esperaba.
“Disculpe, pero… bueno, es que…” no le encontraba sentido a la conversación. Buscó eludirla. Caminó hasta encontrarse a la orilla de la acera, preparado para cruzar el mar de coches. “…soñé con usted…” La ignoró y siguió caminando. “…Y estaba muerto”. Se volvió de golpe en dirección a la mujer. “¿Muerto?” Preguntó extrañado. La mujer le respondió al sacar un arma de su bolso y descargarle la vida. El relámpago de los disparos fue invisible a la luz del sol.
“Decían que era sicario, pero parecía tan buena gente”, declaró la vecina, entrevistada por el periódico local.

Máscara eterna

Angélica Daniela González Hernández

Preparatoria Regional de Santa Anita

Para el ser que está debajo del exterior:
Me aterra la idea de que veas detrás de lo que me compone y no te guste. He estado guardando algo entre los pliegues de mis apariencias, es momento de que lo sepas, ya estoy harta de fingir, mirar a los ojos de otros y mostrar condescendencia, como si pudiera empatizar con ellos.
Lo que a continuación voy a narrar puede sonar un tanto descabellado (por no decir despellejado), pero eres el único en quien confío plenamente, a ti te puedo contar lo que se esconde detrás de esta farsa. Para ir directo al grano, yo no soy yo. En esencia, me definen los objetos con los que me construyo. Pensarás que lo digo metafóricamente, tal vez te imagines que la identidad bajo la que me conoces está forjada de mentiras, pero no he sucumbido ante el escrutinio y la presión que los medios ejercen sobre nosotros volviéndonos consumidores de manera coercitiva, haciéndonos pertenecer, crear una identidad por medio de las posesiones. No te equivoques, soy un enajenado inteligible a cualquiera.
He fabricado con los pellejos de los humanos con los que alguna vez me he topado, la forma corpórea con la que me conoces. Sin estas partes, yo soy sencillamente un concepto inconcebible.
Te preguntaras de donde saco tantas existencias irascibles a las que les deja indiferentes el tener un fragmento suyo menos. En resumen, les jalo alguna extremidad a sujetos rigurosamente elegidos. Para encontrarlos frecuento fondas atestadas de trabajadores moribundos que claman saciedad, voy a las escuelas y me confundo entre el tumulto de niños sectarios, a veces simplemente me acerco a la gente en el subterráneo que aturdida por el cansancio ignora mi presencia. Entre tantos laberintos monocromáticos mi lugar favorito son los moteles; cuartitos con decoración de mal gusto mezclado con el olor de la alfombra mojada. A los visitantes entre tantos orgasmos falsos se les cae un pedazo sin siquiera tocarlos, parte de su epidermis se desprende y yo aprovechando el sopor, junto su sexo tirado en el suelo de la madrugada. Minutos después ellos se levantan, sin notar ausencia alguna, ya eran pura disfuncionalidad vacía que pretende seguir.

He notado como cada uno de estos variopintos personajes fingen ser ellos mismos incluso antes de verse en el otro, previo a que sus partículas se hayan disuelto como granos de azúcar entre el café acompañado de alucinaciones matutinas. Si bien son interesantes de observar, todos son muy idénticos, es como si fueran una extensión del mismo proceso, ocurriendo constantemente en un momento de duración insondable. Cuando obtengo una parte de ellos no me resulta extraña, es otra prolongación de lo que puedo ser, Prueba de esta homogeneidad es el momento que en rompo su individualidad, enredo las fibras de unos con las de otros, para crear una tela firme, con una delgada aguja empiezo a coser sus trozos, luego en unidad se transforman a mi gusto. A veces me pincho deliberadamente al cometer errores predecibles mientras estoy cociendo, una sola gota gorda emana de mis yemas, por eso tengo los dedos cubiertos de banditas; esconden mi dolor para que no se infecte más. Sus pieles que me cubren, tienen lunares encarnados. Son el sufrimiento de la verdad desnuda.
Debido al carácter plasmático de algunos otros, es más factible mezclar sus coyunturas, formar una masa maleable y amorfa, llena de posibilidades.
Más que arte este proceso es una artesanía, como las de la feria. No me rebajo a comerciar mis piezas porque estoy seguro del destino de las obras que con tanto esfuerzo he construido, estas terminarían regateadas y menospreciadas como pisapapeles u objetos estáticos de mera decoración, nadie se molestaría en averiguar su funcionalidad, soy un vil artesano que pretende ser alquimista, estoy plenamente consciente de ello. La transmutación es muy similar al engrudo, cuando encuentro la precisa textura de espíritu, alma y cuerpo, es en aquel momento cuando se forman las máscaras; parte central de mi disfraz. Tengo para específicas ocasiones, algunas son más cómodas que otras, las hay de diversos tamaños, con acabados particulares o simples. Siendo honesto, ninguna me deja respirar bien, me la paso resoplando de manera casi imperceptible, los mareos por el pegamento industrializado son recurrentes acompañados por la paranoia, por momentos no entiendo lo que ocurre, me voy a otro lugar o me apago, activo el modo automático para dejar que la máquina se apodere del control total. A pesar de la existencia de agujeros hechos en la parte superior, para que allí como escotillas ovales se refugien mis ojos empañados, al mirar un punto fijo todo se distorsiona con la concentración hacia ningún lado. Trato de observar, con los ojos entrecerrados, cansado, forzando la luz, para poder presenciar algún atisbo de verdad o de belleza en lo que me escupes tus pecados. Solamente veo sombras, me cubren con tu siniestra mirada detrás de la otra escotilla. Finalmente cierro los ojos para ver esos millones de estrellas, atestadas de fulgor y materia, compuestas principalmente de carbono, hidrógeno y oxígeno como yo o como tú. Cuando su reminiscencia astral emana en mi memoria, te soy infiel, en el presente mi forma corpórea está siendo mancillada, pero no soy traspasada por ti, ni por tus manos escurridizas o palabras obscenas que solamente me conducen a la indiferencia. Yo ya no estoy aquí. Te dejo mi recipiente que son kilos de pura pesadumbre, me alejo, encarnando lo imperecedero, me fundo con Gaia misma. Yo la máquina rota, productora de máscaras y ropajes asfixiantes confeccionados con organismos destruidos, me vuelvo puros instintos, los nervios de mis venas vuelven a ser vírgenes, otra vez aparece un cerúleo halo que se inca ante el permitido descanso de cargar mi propia vida.
Se cierra el telón, desaparezco para ser más que solamente otro consumidor individualista, más que un cansado ratón que espera sobrevivir a base de dosis de venenos.
Sabes, es curioso que no me quite estas máscaras ni siquiera en quimeras.

Un libro como ventana| José Gael Sigarroa Reynoso
Preparatoria Regional de Chapala