un análisis particular de los problemas de la sociedad y circunstancia mexicana
En el juego | Juan Jesús Chitica Gutiérrez. Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga
Estimado lector, los escritos compilados en esta revista fueron realizados con la mejor de las intenciones. Desde el inicio, se puede percibir como un acto desinteresado que cumple con una finalidad en sí misma, y es, por tanto, libre. Los que escriben, lo hacen sobre temas en los que están directa o indirectamente implicados, de tal manera que les afectan como a muchos otros ciudadanos del Estado y del Mundo. En un sentido ético y político, la Universidad de Guadalajara está comprometida con el desarrollo y la creación de oportunidades, así como con el pensamiento crítico. Es por ello que constantemente crea espacios en común para la reflexión y el análisis de los problemas generados por la circunstancia histórica y la convivencia social. Si los textos hubieran sido escritos con la finalidad de ganarse la popularidad o el mundo, lo hubiesen hecho utilizando técnicas propias del marketing o la publicidad. Pero, entonces, hubiese sido necesario otro tipo de estrategias que implicaran cambios artificiales y estéticos con el mantenimiento aparencial de una diplomacia que renuncia a la crítica y a la valoración; podría haberse optado por presentar a grandes figuras internacionales, con todos los protocolos formales y económicos que rebasan las condiciones de las aulas, la comunidad y el trabajo académico de una universidad pública. El trabajo es más cercano, simple y honesto, pues son los alumnos, profesores y trabajadores de dicha institución quienes se ven satisfechos con la difusión del pensamiento gestado al interior de las aulas. Con ello se cumple un derecho humano y civil que consiste en permitir la expresión de los puntos de vista y en ser considerado para todo lo que afecta directamente a la población. Dicho de esta manera, estimado lector, son ellos mismos, los miembros concretos de la comunidad académica —con sus vidas y cuerpos puestos en la convivencia social y haciendo uso de la voz pública—, quienes conforman el contenido de la revista. Podría usted considerar el atrevimiento de hablar con voz propia sobre asuntos públicos como un acto frívolo o vano, pero considere la voz de los miembros de nuestra comunidad universitaria como una expresión legítima en un medio público, creado a partir del uso de la libertad y el ejercicio democrático del derecho a la información. Lo que mostramos aquí es la visión de las personas que se expresan a través del manejo de ideas por escrito, con la particularidad de que pertenecen a un sector específico de la población, el que constituye la educación media superior, que experimenta en sus modos de ser, vivir y pensar, los problemas de identidad, la falta de valores que vinculan y protegen a la sociedad, la discriminación, la falta de impartición de justicia y de acceso a las oportunidades de desarrollo. Experimentando esto como una amenaza constante que puede llevar a un proceso de afectaciones que impida o limite el desenvolvimiento personal, profesional y ciudadano de los miembros de nuestra comunidad, todos ellos, los que escriben, pueden ser tomados como una voz y vía de comunicación de una gran comunidad; esperan ser leídos y considerados por los demás ciudadanos. Quizá sea entonces de importancia e interés público tratar de entender desde dónde y cómo se piensan tales problemas sociales, a la espera de ser atendidos, y en el mejor de los casos, resueltos en algún momento del proceso de consolidación democrática en México.
Aldo Carbajal Rodríguez*
*Licenciado en Filosofía y maestro en Lingüística Aplicada por la Universidad de Guadalajara, es también maestro en Educación por la Universidad Iberoamericana León. Desde el 2009 se desempeña como docente en la licenciatura de Filosofía de la misma casa de estudios y es profesor en la licenciatura de Artes de la Escuela Superior de Arquitectura desde el 2017.
Módulo Tecalitlán de la Preparatoria Regional de Tuxpan Participante del Encuentro filosófico del SEMS 2020
Resumen
La muerte, como el límite temporal absoluto por excelencia, cuñe al hombre de una forma única y definitiva, y así, la muerte persigue a la imaginación y delimita el horizonte de lo pensable. Mientras que para algunos individuos la muerte es la única sanación a todos sus males, para otros se convierte en su peor pesadilla, haciendo que el miedo a ella pueda dar lugar a una especie de fracaso existencial o ético. ¿Cuál sería entonces una relación auténtica con la muerte? ¿Posee más o menos autenticidad el temor por lo inimaginable? O, mejor: ¿imaginar la muerte es domesticarla dentro de las realizaciones de la imaginación humana? Vivir en la negación de la muerte significa hacerlo dentro de los confines de la ilusión, desinformando, desde el puberto, la existencia de esta. Siendo referente este caso del pavor, es importante saber que seduce con una realidad aparente.
Cruel inocencia | Joscelyn Margarita López Ruelas. Preparatoria Regional de El salto
Introducción
Los juegos de azar son concebidos donde, en la máxima cumbre de estos, posa el aclamado tema del nacimiento y la muerte. Ansiosos, interesados y preocupados hasta los huesos, queda en la tarea de asistir a cada partida, porque a nuestros ojos todo va puesto en ella. En esta secuencia repercute la presencia de la naturaleza humana; otorgando a cada individuo la habilidad del sentir, y con esto, anteponiéndose el sentimiento al miedo a la soledad, a la tristeza o al desamparo. Miedo a la muerte, ese efecto terminal que, basándose en la definición literal, resulta de la “extinción del proceso homeostático en un ser vivo que, con ello, se precede al fin de la vida” (DLE, s.f.) De esta nomenclatura habitualmente se habla con un significado mantelado, supliéndola por eufemismos (palabras que sustituyen a otras de mal gusto) los cuales maquillan su verdadero fin y propósito. Sujetos con apegos al misticismo o corrientes similares, llegan a hacer ritos a un venerable ente divino, caracterizado con rasgos de la anatomía humana, lo que ha generado que se interiorice en la población la participación de esta con su adminículo para suprimir vidas a cambio de la inexistencia. No obstante, dejando a un lado las definiciones de la palabra, la impotencia de tratar con algo desconocido saca de las casillas a gran parte con tan solo la mención de ese sustantivo, pero, volviendo al punto inicial de la tesis, ¿qué es lo que en verdad nos asusta, qué nos atemoriza perder? Las fobias a cualquier hecho que no podamos tratar frente a frente nos van a intranquilizar; por ello, la muerte genera perjuicio solo a quien, en primer plano, la tiene en su pensamiento y la ve como el límite de su existencia, sin dar por hecho que es un proceso natural, y no contempla la trascendencia como una manera de vivir eternamente. En mi caso, un par de veces me he llegado a cuestionar sobre qué podemos encontrar detrás de nuestro último aliento. Preguntas como: ¿dónde descansará la chispa del espíritu que algunos consideran que somos? La respuesta fugaz que se me viene a la mente es que probablemente solo se corroerán nuestros huesos hasta el final, aunque también se pueden considerar los razonamientos de las Leyes de la Termodinámica, como la célebre frase del divulgador científico Carl Sagan: “solo somos polvo de estrellas”. Desde mi infancia, siempre he tenido inculcado el valor de la fe, y hasta la fecha no lo he perdido (aunque sí ha cambiado, pero eso es otro tema). Dicho esto, entonces, ¿qué me espera a la hora de mi muerte? Los seguidores de Buda, Jesús, Alá, e incluso a los incrédulos de la religión ¿tendremos todos el mismo final? Es precisamente esa complementariedad la sustancia que contrapesa nuestra existencia.
Desarrollo
Un punto importante a señalar es que la vida es existencia, pero no necesariamente todo lo que existe es vida. Bajo este concepto se resguardan muchos símiles. Además, es aquí cuando podemos decir que el alma se desprende del cuerpo; el alma existe, pero no vive, debido a que la vida implica mortalidad y ese aspecto carente conduce a que la existencia nos lleve a relacionarlo como atemporal, implicando inmortalidad. Ahora bien, cuando somos pequeños, y a medida que vamos madurando, los colegios tienen el deber de instruirnos el conocimiento «necesario» para enfrentar nuestro futuro con solvencia, dándonos a conocer el ciclo de la vida. Ahí nos enseñan cada proceso de la vida desde el nacimiento, el crecimiento de cada ser, los alimentos que se requieren y hasta los hábitos correctos, empero, dejan a la intemperie la etapa final de la vida (la muerte) y evitan a toda costa tocar cualquier tema que implique esta palabra. ¿Hay algún motivo para esconder una etapa que inevitablemente pasará? ¿Una sabiduría carente de esto puede considerarse ajeno a la vida? Esto sin duda delimita al hombre a ver el mundo, impidiendo que tengan una mirada global sobre su condición de ser vivo. Educar, para tener una conciencia sana con realidad auténtica sobre el hecho de morir, nos da a entender que cada momento de la vida es único e irrepetible y que el presente tiene su propio sentido, sin depender del futuro, por la ignorancia de creer más allá de nuestro presente. Cabe destacar que, así como todo tiene un principio, tarde o temprano tiene que salir un final. El globo de helio pasajero, al dejarlo libre cual feliz ave, planea sobre la fresca brisa del aire; sin embargo, no tardará demasiado en llegar a tocar nuevamente la tierra y acabar su pleno disfrute. Con la analogía anterior, trato de dar a entender que es inevitable que termine la vida tal como la conocemos en algún momento; mañana, dentro de una semana, un mes, una década o incluso más, pero llegará a su final. Empero, ¿es motivo suficiente para llegar a sentirnos desolados, tristes o angustiados? Si pensamos desde otra perspectiva, que todo el mundo es eterno, ¿llegaría el tiempo en el que se logre la felicidad con esto? Tener como única preocupación el placer o cosas vagas no daría la felicidad suficiente al saber que un logro costó escaso tiempo y sudor de una fracción de vida que jamás regresará. El ser eterno te privaría de estos propósitos al darte solución y materia para reparar cada uno, quitando así, el disfrute pleno. Dicho lo anterior, entonces, podemos decir que, feliz o desgraciadamente, todos vamos a morir. Esto es irremisible y no debe tratar de endulzarse. El amargo trago que deja este sentimiento debe tratarse con la amargura que apaña su duro significado. Debemos aceptar sin peros que ineludiblemente llegará a nuestros seres queridos y a nosotros el final de todo. No obstante, no se debe dejar que el pensamiento recóndito del óbito de cada individuo inflija en el pasar de cada día, ya que lo único que se consigue con el afecto es una generación de angustia. ¿Será por esa razón que, a lo largo de la vida, la muerte es percibida como una sensación zozobrosa? En este sentido, Schopenhauer propone las acciones de la naturaleza como
“un acto totalmente natural y despreocupado por desenraizar la vida sin hacer ningún esfuerzo para salva la vida del hombre o del animal” (Schopenhauer, 1993).
La naturaleza, sin oponer un gramo de resistencia a sus organismos; no sólo a la avidez del más fuerte, sino al azar más ciego, al humor del primer imbécil que pasa, a la perversidad del niño; esta expresa así, con su estilo lacónico, concisa y precisa indiferencia al anonadamiento de estos seres que no puede perjudicarla, que nada significa y que, en casos tales, tan indiferente es la causa como el efecto. Es por esta razón que no vale la pena tener el amortiguamiento en estas, ya que quedan exentos de total incredulidad frente al final del hilo. Entonces, ¿nos queda esperar nada de la vida? ¿Qué nos guarda el seguir viviendo, si sabemos que todo es en vano? Si analizamos estas cuestiones con el propósito de querer acelerar el proceso de tan efímera situación, no hay esperanza de nada más que un vacío por no cumplir nuestro desafío en la vida. Más bien, se trata de una acción meramente egoísta, en la que el único beneficio que se obtiene es la autosatisfacción, la liberación del propio sufrimiento y no el de los demás, a cambio de cortar abruptamente las conexiones con los agentes socializadores. A esto me refiero con el hombre como un ser sociable: que, al momento de comunicarse con su entorno, deja que su vida sea solo suya y se vuelve parte del entorno que lo circunda. ¿Creer en la idea de que el suicidio es el único remedio para liberarse del sufrimiento, es correcto? Quizá alguien lo tomará como acierto, pero debemos considerar un factor importante, y es que al hacer esto nos libramos de un sufrimiento que es aparente, damos la vuelta y no enfrentamos el problema de cara. Depende la situación en la que se encuentre una persona; si esta se halla en un estado terminal, si su vida está sostenida por agujas en su cuerpo, si no tiene deseos de vivir, si es la única salida que le queda que podría traer al paciente a su estado natural, sin secuelas graves, y estando conforme con la idea de que su vida pasará a la eternidad, es ahí donde puede intervenir la conocida muerte asistida que libraría al familiar de un sufrimiento sin salida. Este conseguiría, así, la pérdida al miedo a la muerte. El hecho anterior entra al análisis desde distintas posturas: culturales, sociales, económicas o religiosas, que podrían negarse irremediablemente a este proceso, por lo que esto queda a consideración de cada situación y, como lo mencionaba, a si no hay más escapatoria, ya que, como sostenía Sartre: “el hombre está condenado a ser libre y elegir su propia conducta que lo lleve a finalizar su proyecto de vida” (Sartre, 2009), en el cual el mismo infierno se revela en la vida, y la muerte se ve como el paraíso.
En este punto, puede cuestionarse entonces: ¿qué sentido tiene vivir? ¿Será esto, pues, la verdadera intención de la vida? La vida de cada uno de nosotros es única e irrepetible; es imposible que se dé otra existencia idéntica a la que nosotros estamos viviendo. Y llegará el momento en que termine. Por lo tanto, cada acto de la existencia debe estar marcada, comprometiéndose con los otros. Saber que el temporizador puede pausarse en cualquier momento nos hace mover y actuar, ya sea de una u otra manera. Y si la vida no fuera finita, tendríamos todo el tiempo del mundo para reparar los actos. La pandemia azotándonos desde todos lados es el claro ejemplo de que el botón de muerte está a disposición del tiempo, y no se sabe cuándo será nuestro fin. Merece la pena vivir pensando que nuestras metas son únicas, que el cumplimiento de estas, nos van a conducir a la satisfacción que nos llevará a regocijarnos y evitará que se guarde el juicio de nosotros en las dos generaciones vecinas cercanas. De tal manera nos inmaterializaremos en una parte de la historia de la humanidad después de nuestra partida y, así como nos plantea la frase de Sagan, viviremos al son de las estrellas, siendo alabados, bendecidos y agradecidos con los que nos vieron y no partir. Al fin, Platón consideraba que la idea de filosofar era, en cierto modo, prepararse para morir; señalaba que el saber que vas a morir es lo que hace tu vida única e irrepetible, es la conciencia de la muerte la que convierte la vida en un asunto muy serio para cada individuo, solo que esa conciencia, en ocasiones, llega muy tarde.
Conclusión
El hablar de la muerte nos hace expandir nuestro criterio sobre el antónimo de la palabra, nos hace observar lo fugaz con lo que se pasa de un estado a otro. Saber que vas a morir no es sencillo. Primero debes aceptarte tal como eres, debes intervenir en tu desarrollo personal y, de este modo, puedes estar seguro de tu destino, de la única garantía que depara el futuro. Ante todo, Sócrates otorga al alma un lugar preponderante en el ser del hombre, de tal forma que le considera su esencia, y es por ello por lo que el “cuidado” de la misma es lo único que debe importar al hombre, muy por encima de todo lo demás. No debe extrañarnos, por tanto, que los griegos socráticos estuvieran convencidos de que morir es lo mejor que le puede pasar al filósofo y de que la filosofía es una “preparación para la muerte”. Lo mejor es vivir cada momento de la existencia presente, sin vestigios que nos angustien o acusen, ya que, como propone Eurípides: “quién sabe, puede que la vida sea la muerte, y la muerte, la vida” (Eurípides, s. f). La muerte se concibe como personal e intransferible, individualizadora e igualitaria. Se suele saber lo que es morirse, pero no se ha experimentado en carne propia; por lo cual, el misterio de la muerte tiene que ser recorrido siempre de manera personal, siempre presente de que esto no debería ser parte de la desesperación y angustia. El sendero hacia la inmortalidad es el sendero hacia el conocimiento.
Bibliografía
Anónimo. (2020). El Universal. El Universal. Obtenido de: https://www.eluniversal.com.mx/nacion/como-la-pandemia-por-covid-19-ha-frenado-la-usticia-para-feminicidios. — (2020). Obtenido de Wikipedia: https://es.wikipedia.org/wiki/ Rosario-Castellanos — (2020). Obtenido de EL SEVIER: https://www.sciencedirect.com/science/article/ abs/pii/S1359178919301752
Preparatoria 20 Participantes del Encuentro Filosófico
Resumen
El presente ensayo hace una crítica hacia la sentencia de pena de muerte por feminicidio, sin dejar de lado lo terrible de la situación, más bien considerando las causas sociales que han llevado a la acción de este terrible crimen, partiendo de la cuestión de ¿por qué matar a un asesino? ¿Eso es justicia? Se hará especial énfasis en lo poco viable de la condena, en que no se tiene un sistema penal de fiar y en que esa puede no ser la verdadera justicia para las asesinadas y sus familias. También se tomará como especulación que el surgimiento de esta iniciativa sea con intenciones de captación política, por los últimos acontecimientos de la lucha feminista. Por último, se consideran aquellos factores culturales de la reproducción de un machismo que, más allá de verlo como el simple causante del feminicidio, se une a los problemas psicológicos y patrones de conducta violentos.
Palabras clave: Pena de muerte, feminicidios, justicia.
Introducción
El 25 de febrero del año en curso (2020) surgió la noticia de que los diputados del Partido Verde Ecologista presentaron la iniciativa de pena de muerte a feminicidas, y aunque el presidente Andrés Manuel López Obrador declarara que esta medida no se aplicará, y dada el alza de feminicidios en el país, vale la pena ahondar en el tema y cuestionar: ¿la muerte al feminicida es realmente beneficiosa? La última pena no es más que la horrenda imposición del Estado ante el primordial derecho a la vida. ¿En qué mundo se viviría, si no podemos ni estar a salvo del Estado, el cual debería de velar por nuestros derechos, de protegernos y no de liquidarnos? ¿En qué momento dejamos de ser dueños de nuestra vida para ponerla involuntariamente en las manos de un estado corrupto y con sed de victorias fiscales? Claro que al estar frente a un tribunal nos encontramos a gente que nada tienen de santos, pero ¿el hecho de que hayan matado a alguien nos da derecho a matarlos? ¿Realmente se busca justicia o tan solo un estado de satisfacción? Sin duda alguna, una sociedad debe estar muerta y podrida moralmente para pensar que un crimen con otro se paga. Aún más, y volviendo a la pregunta original: ¿qué tan beneficioso es matar al feminicida? Es decir, sin ánimos de sonar antipático, esas mujeres no volverán. Entonces, ¿la pena de muerte se trata de un castigo ejemplar, o el matar a alguien es sinónimo de justicia en este país?
Desarrollo
No se puede impartir justicia si lo que en verdad se busca es encontrar un consuelo en el sufrir del agresor. No podemos dejarnos caer al mismo nivel de aquellos contra los que luchamos, porque si no, nuestra lucha perdería todo sentido. Además, falta pensar en todos aquellos casos en los que se han condenado a inocentes frente a cualquier tipo de crimen. Digo, no se pueden tomar medidas como la pena de muerte en un país donde el sistema penal es deplorable, sin mencionar que los testimonios en contra del feminicida no siempre son muy confiables, ya que se pueden encontrar sesgados, o que la sugestión juega con situaciones que no se vieron. De hecho, la American Phychological Association (Asociación de Psicología Americana) reveló un estudio en el cual manifiesta que del total de las declaraciones de testigos que habían identificado a personas acusadas de ser perpetuadores de un delito, el 40 % se había equivocado, dando lugar así a condenas erróneas, aunque estos habían afirmado estar entre un 90 y un 100 % seguros de su testimonio (Wixted & Wells, 2017). Ahora bien, el abogado Justin Brooks dijo: Es imposible decir exactamente cuánto, pero después de todos los estudios, el 5% de los presos en Estados Unidos son inocentes y por muchos años tuvimos litigación oral como ahora tiene México. Pienso que hay mucho más de inocentes en la cárcel que el 5%, posiblemente el 10 o el 15 (Miguel, 2018). Considerando que esta especulación sea cierta y que se aprobara la última pena, ¿a cuántos inocentes no ejecutaríamos? Y aún más tomando en cuenta la presión social a la que están sometiendo al gobierno mediante protestas y paros nacionales. Suena prudente pensar que el gobierno hará justicia, pero si no lo han hecho con las medidas ya establecidas, ¿qué nos hace pensar que con medidas sumamente radicales se hará? Si el fin justifica los medios, como dice Maquiavelo, entonces no habrá nada que impida acabar con la vida de inocentes para “salvar” la de unas cuantas o mantener contenta a la población, y como dicen: “aquí nadie da paso sin huarache”. Que no nos sorprenda ver que la lucha feminista sea tema de campaña política en las elecciones intermedias del 2021. Es triste ver cómo todo lo construido por la filosofía en miles de años se ponga en riesgo por simples ideologías, que no buscan unir a las personas sino dividirlas e inclusive matarlas. Esto nos lleva a considerar la postura del abogado estadounidense Michael Vincent Disalle:
Dicha pena ataca a los síntomas del crimen, pero no ataca a sus principales causas, y además elimina la posibilidad de rehabilitación, negándole a las personas la oportunidad de convertirse en ciudadanos útiles a la sociedad. La pena de muerte es meramente una expresión colectiva de venganza, una pasión que no debe existir en una sociedad civilizada. (Morell,1968)
Ahondando un poco más en la primera frase de Disalle, algunos se preguntarán cuáles son esas causas. Ejemplificando con el caso de Ingrid Escamilla, podemos rescatar de la propia confesión del asesino que era drogadicto, sin lugar a dudas, un sector marginado socialmente. Es del conocimiento de todos que las drogas no son del todo buenas y que la sociedad se ha dedicado a satanizarlas; por ende, aquel que tenga uso de ellas será naturalmente el malo del cuento. Sin mencionar que la palabra drogadicto es, dicho de otro modo, adicto a las drogas, y es del conocimiento popular que las adicciones de cualquier tipo son ocasionadas por problemas mentales, ya que estas buscan saciar o tapar algún vacío en el alma y la mente de las personas, así como quien se embriaga para aliviar sus penas o para “combatir” la ansiedad. Entonces me pregunto: ¿no debería el Estado dedicarse a cubrir esas necesidades que se vuelven causas? ¿No debería la sociedad dejar de educar con machismo, mismo que provoca feminicidios? Dichos factores no se toman en cuenta al señalar a los feminicidas, esto debido a la misma definición del feminicidio: el asesinato doloso de un hombre hacia una mujer, por el hecho de ser mujer. Esta definición, seguida al pie de la letra, deja fuera a las buenas investigaciones de los verdaderos motivos, pues, los casos de violaciones se diferencian de los feminicidios, siendo que generalmente van de la mano, ya que el violador recurre al acto de matar a la víctima, con tal de no dejar cabos sueltos, o bien ejercer un empoderamiento hacia esta misma. Esto también nos habla de graves problemas mentales. Que no se me malentienda; el hecho de que yo hable de motivos no quiere decir que justifique por un momento a estos seres humanos. Pero, retomando el tema de la pena de muerte, como lo dice Disalle: “no se deja espacio a la rehabilitación, simplemente eliminamos a los criminales, a los enfermos mentales que nosotros mismos creamos al marginar y abusar de ciertos sectores de la sociedad”. Entonces, ¿qué derecho tenemos nosotros de acabar con la vida de las personas a las cuales se las arruinamos y pisoteamos? ¿Qué derecho tenían ellos sobre las mujeres para asesinarlas? Así pues, entrando en un terreno moral, nos encontramos con Clarence Darrow, un gran opositor de la pena capital a mediados de siglo XX, quien, en el año 1924, defendía a dos jóvenes acusados de secuestro y asesinato, y ante el jurado dio un discurso del cual podemos rescatar lo siguiente: «Si el tribunal condena a estos jóvenes a la pena de muerte, los estará tratando con la misma piedad que ellos tuvieron para con Bobby Franks” (Darrow, 1924). Sin embargo, esto no sería justicia, ya que el Estado no puede imitar a los criminales. ” El Estado tiene que ser más humanitario, más inteligente y considerado, que estos jóvenes que han cometido un acto tan salvaje» (Morell, 1968).
Conclusión
Debemos de ser siempre fieles a lo que predicamos. No podemos exigir que no se mate a la par que comenzamos a matar, si no nuestra palabra perderá toda veracidad al demostrar que no tenemos convicciones y que la hipocresía reina en nuestra alma. En el momento en que contradecimos nuestras propias leyes morales y sociales, perdemos la batalla contra las bestias que dejamos de ser hace miles de años. Al matar a los asesinos, matamos la base de los valores y, a su vez, al ser, por lo que eventualmente las sociedades dejarían de existir para pasar a un mundo caótico. Porque si los valores y los derechos no se hacen valer por el estado, ni el mismo hombre los hará valer en su día a día. Aceptar la pena de muerte ante los feminicidas solo ayudará a regar el caos previamente sembrado, nada sensato para aquellos que aprecien una idea utópica o que mejore tanto a la persona como a la sociedad. Si matamos a los asesinos, nos convertimos en los nuevos asesinos, y no debe ser así. Debemos ser mejores, aunque pueda sonar un discurso de superioridad moral. Si no lo somos, ¿qué nos daría el derecho de juzgar a los criminales? ¿Qué derecho tendríamos de pedir justicia? Quiero justicia, y la quiero tanto como todos, justicia para todas aquellas mujeres que fueron asesinadas por su género, por celos, por posesión; quiero justicia para ellas y sus familias, pero juzgo también a la sociedad por educar con machismo, con roles de género. Juzgo a las instituciones hetero patriarcales que se han encargado de reproducir la subjetividad de género. El problema de los feminicidios va mucho más allá que cómo se define. Matar a una mujer por ser mujer es un problema de raíz, de sociedad, de ideología, de estructuras, y además pienso que la muerte es un beneficio para condenar tal atrocidad.
Bibliografía
Miguel, A. (2018) Inocentes, 15% de los encarcelados en México. Recuperado de El sol de Puebla: https://www.elsoldepuebla.com.mx/local/inocentes-15-de-los-encarcelados-en-mexico-1609058.html#! Morell, V. M. R. (1968) La pena de muerte en los Estados Unidos de América. Anuario de derecho penal y ciencias penales. Madrid: Universidad de Salamanca. Wixted, J. T. & Wells, G. (2017) The Relationship Between Eyewitness, Confidence and Identification Accuracy: A New Synthesis. Psychological Science in the Public Interest 2017. Obtenido de: https://journals.sagepub.com/doi/10.1177/1529100616686966
Preparatoria Regional de Etzatlán Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2020
Resumen
Se aborda el tema de la muerte: cómo se percibe en algunas situaciones, en conjunto con las afectaciones que pueden tener las personas; la importancia de la conciencia sobre dicho tema y su aceptación, añadiendo en qué momento es posible que el hombre esté listo para procesar todo lo que conlleva; importantes pensamientos de filósofos en el proceso de la vida como preparación para la muerte; además de una pequeña introducción sobre la conciencia de la muerte en la prehistoria, junto con las cuestiones que se pueden generar sobre si una persona ajena al tema es mucho más feliz que aquella que ha llegado a comprender lo que representa; la esencialidad del proceso de madurez y cómo el llegar a tal estado ayuda en la liberación del pensamiento y el alma para aceptar la muerte como algo que forma parte de todos.
Tan temida, aclamada como el origen de tantas dudas y el sentido de la vida, la muerte es un tema por el cual todos se han sentido atemorizados más de una vez, pero como mortales, ¿en qué momento consideramos adecuado comenzar a pensar que lo único que tenemos asegurado es la muerte en la vida? ¿Estamos preparados para el fallecimiento de un ser querido o el propio? Es lo que a continuación se expone. Desde la prehistoria, los rituales fúnebres comenzaron como sepulturas, dando así un sentido e importancia a la muerte. Como es bien sabido, con el paso del tiempo, el humano evolucionó y, con ello, su razonamiento. Antiguamente, los filósofos plasmaron sus pensamientos e ideas sobre el sentido que para ellos tenía la vida, con todo lo que conlleva y, por supuesto, la muerte.
Ahora bien, ¿aquellas personas, al tener presente el posible fin de sus vidas, la disfrutarían menos en comparación con aquellas que no son conscientes de ello? Pongamos en contexto el planteamiento anterior. La primera persona descrita pasaría una etapa de su vida asimilando que, en determinado momento, ella y las personas a su alrededor morirían; no obstante, las consecuencias de ir más allá sobre esta idea serían que, durante el resto de su vida, no tendría temor por su muerte, y al llegar el momento, la aceptaría pensado en todas las cosas que hizo durante su vida y que, por consiguiente, le permitieron disfrutarla sin remordimientos. Por otro lado, aquel que vive cegado de dichas posibilidades, pensará de vez en cuando y con gran miedo sobre la muerte, sin poder aceptar que, no importando lo que haga, le alcanzará en algún momento. Por tanto, lo correcto es dejar de poner resistencia y aceptar la muerte como algo que forma parte de nosotros, para tener un flujo libre en nuestras vidas; separarnos de ella, como lo hacemos durante nuestras vidas para llegar a una prestigiosa universidad. El tenerla presente nos puede cambiar positivamente:
“y es evidencia que la muerte no solo deja a uno pensativo, sino que lo vuelve pensador» (Morín, 2003).
Me atrevo a decir que no es fácil pasar por todos los pensamientos planteados anteriormente; sin embargo, son necesarios para poder comprender no solo la filosofía de la muerte, sino también de la vida y de todas las maravillas que nos presenta. Según Epícuro en su carta a Meneceo, a “la muerte misma, por su propia naturaleza, hay nada que temer porque nunca coexistimos con ella: mientras estamos nosotros, no está la muerte; cuando llega la muerte, dejamos de estar nosotros” (Epícuro, 1995). La cita anterior no se refiere a que debamos vivir sin pensar en la muerte para no preocuparnos, sino que disfrutemos la vida, teniendo conciencia de ella para eliminar todo temor. Por otro lado, Sócrates dice que:
“no puede darse una ocupación más conveniente para un hombre que va a partir bien pronto de este mundo, que la de examinar y tratar de conocer a fondo ese mismo viaje, y descubrir la opinión que sobre él tengamos formada”.
Ambas tesis se complementan, ayudando así a construir la conciencia sobre la muerte, su comprensión y aceptación de la misma, sin atemorizarnos sino liberarnos, además de permitir el goce de la vida en sí para llenar el alma de aquello que resulta esencial. Un ejemplo de esto puede ser una ama de casa, con dos hijas pequeñas y marido, la que repentinamente es diagnosticada de un cáncer terminal y a la que le quedan aproximadamente nueve meses de vida. Tanto para ella como para las personas que la rodean sería una noticia sofocante, mas no se quedarían parados sin hacer nada, sino que descartarían la idea de perder a aquel familiar, intentando todo lo posible para retrasar la muerte, por lo menos un año. Mientras, la persona se sumergiría cada día en una profunda depresión y desesperación por ver llegar aquello que por su mente jamás se había cruzado.
Sin embargo, todo esto sería un proceso que fortalecería pensamientos y lazos, ya que todas las personas que pudieran encontrarse cerca de ella tendrían la noción de que, sin importar qué hagan, todos morirán. Así pues, se puede pensar que, después de algún tiempo, el humano llegue a ver la muerte solamente como la liberación del alma o el término de un ciclo natural para el cual se preparó arduamente durante su vida, sin guardar temor sobre lo que pueda haber después de ella. De no ser así, no se encontrará preparado en ningún sentido para su muerte, cosa que podría llevarlo a vivir en constante negación sobre algo inminente, perdiéndose así gran parte de su vida. Sin embargo, es posible que tiempo después abandone tal estado de negación, puesto que la comprensión de la muerte (sin mencionar otros procesos de la vida) llega con la madurez.
Uno de los primeros acercamientos que puede darse al ser niños es cuando se pasa por la muerte de un pariente, en la cual rara vez uno se para a pensar por qué sucede semejante cosa, y las razones por las cuales las demás personas se ven tan afectadas. De hacerlo, el pequeño pasa por una etapa de desconcierto al no poder comprender un tema de semejante magnitud, razón por la cual lo olvida y no es sino hasta que el individuo alcanza la madurez cuando se está preparado para llegar a una paz interior en la que recibe a la muerte como un igual, haciéndolo mucho más fácil para él y todos aquellos que lo rodean.
Sobre lo que sucede con el alma después de morir, es aún más difícil de comprender, por lo que a veces me gusta pensar como Platón: “es probable que sus almas entren en cuerpos de animales pacíficos y dulces, como las abejas, las avispas, las hormigas; o que vuelvan a ocupar cuerpos humanos, para formar hombres de bien” (Platón, s.f.). Él aliviaba, de una forma simple, las dudas sobre lo que acontece después de la muerte, dejando así en nuestras manos la cuestión de si hay una vida posterior.
Bibliografía
Epícuro. (1995) Obras. España: Atlaya. Platón. (s.f.) Platón, Fedón o del alma. Biblioteca digital. Savater, F. (s.f.) Las preguntas de la vida. España: Atlaya.
En su máxima expresión, felicidad | Ximena Elizabeth Parra González. Preparatoria Regional de Etzatlán
La escritura es el instrumento más importante que ha inventado el ser humano. Es con este instrumento que hemos logrado, a través de los años y con el paso de las generaciones, mantener cristalizadas innumerables historias y mundos fantásticos. La escritura es, sin lugar a duda, el fino pincel de un Dios interior que existe en nosotros, capaz de crear mundos alternos e inverosímiles, de destruirlos y manipularlos para recrear visiones nuevas y más realistas. Bien lo versaba en uno de sus poemas Vicente Huidobro: “el poeta es un pequeño Dios”, y así como el poeta es un pequeño Dios, también lo son los narradores de historias. Narrar historias no es una tarea sencilla. Para ello se necesita tener el coraje de contar lo que estamos pensando y la pasión para embellecer cada escenario posible, por más terrible que este sea. Narrar historias es la capacidad de plasmar con nuestro lenguaje cada imagen que ha surcado nuestra mente, de darle vida a aquellos personajes que nos han inspirado miedo, desesperación y agonía, pero también aprecio, admiración y alegría. Narrar historias es la fascinante hazaña de vivir miles de vidas en diferentes épocas y en diferentes cuerpos, de viajar y de conocer sitios que solo en nuestros sueños existen. Y, sin embargo, lo más importante es que, a pesar del contexto en el que vivimos, narrar historias es mantener viva la esperanza de que el mundo puede cambiar al leerlas o escucharlas. Este número que ahora portas en tus manos, o que estás leyendo a través de una pantalla, te presentará una selección de historias creadas por escritores jóvenes e intrépidos que se han aventurado en esta tarea de narrar historias. Son jóvenes con talento, brillantez y audacia que han sabido plasmar con maestría, entre metáforas y símbolos, escenarios que hoy en día vivimos. Te encontrarás desde historias detectivescas y escalofriantes como “Su muerte”, hasta narraciones que utilizan un lenguaje preciso y bello como “Habré de morir siendo poeta”. Cada cuento que aparece en este número no es menos genial que el otro, pues con cada uno de ellos sobrepasarás las barreras de la realidad para reencontrarte contigo mismo en mundos pensados y dibujados por mentes frescas y ansiosas de ser leídas. Sin duda, es importante destacar que lo valioso de estas historias es que fueron creadas por un número de jóvenes que han observado detenidamente cómo se maneja el mundo hoy en día, las situaciones que alteran su realidad y las injusticias que detienen el mejoramiento de nuestra sociedad. Se trata, entonces, de una propuesta narrativa interesante, contemporánea y artística que busca humanizar a los lectores que se atrevan a dar un vistazo a estas historias conformadas por el vaivén de una imaginación nueva.
Sergio Alexis Orozco Mendoza*
*Imparte clases en la Academia de Lengua y Literatura de la Preparatoria 9 de la UdeG. Su gusto por la lectura y afición por la escritura creativa lo motivaron a especializarse en literatura y lingüística hispánica, también en la Universidad de Guadalajara.
Entre la desnudez y las sabanas, desde las grandes aberturas, la luz traspasa, dejando ver todo aquello que me rodea. Entra en constancia y se disipa por toda la habitación, y solo en la esquina, junto a la ventana, permanece oscuro e irreflejable. Parece que la oscuridad yace ahí, frente a la mirada de todos. Junto a mi cama, sobre la mesa de noche, se derrama el licor. Parece infinito, pues inunda el pensamiento de ideas erráticas. Sorber y sorber. Es una botella sin fondo y una mente nublada por el odio y la tristeza. La noche anterior, como las tantas otras, fue ensordecedora: la música hasta el cielo, la vestimenta llena de lentejuelas y el escenario repleto de luces vibrantes, multicolores, que sumergían los sueños más alocados y dejaban a flote ideas salvajes.
En mis pensamientos | María Fernanda Soto Plascencia. Preparatoria Regional de El Salto
A mi lado, caliente y desnudo, permanece un cuerpo cansado, de esos que te dejan sin aliento, mostrando aquello que todo mundo ve, pero ignora. Sé que no lo conozco de ahí, solo eso. Me levanto tambaleante, extenuante, aunque muy extasiada; me acerco provocativa al espejo para después abalanzarme sobre él. La luz deja de entrar y la oscuridad inunda la habitación. Siento cómo se aligera el cuerpo y se desvanece entre la oscuridad, soy intocable. De pronto, la luz entra en la oscuridad, se iluminan las paredes blancas: las cortinas beige se deslizan por el viento, la cama está hecha un desastre y hay una gran cantidad de botellas alrededor de ella. Estoy en el suelo. Me levanto solo para ver mi reflejo que está deslumbrante y feliz. Se burla. Esa cosa está arreglada, preparada para seguir trabajando. Ha peinado su cabello, porta su traje favorito y sonríe burlescamente. Esa cosa sabe que estoy allí, viéndola ser la mejor versión de mí. Esa cosa fragmenta el espejo, se va de la habitación como si fuese el asesino. Sigo la cosa, desde los espejos de la sala hasta el reflejo del auto. Logro verla porque eso así lo quiere, jamás la había notado. Subo al auto con eso, aquello no lo nota, pero lo siente. La miro desde el espejo interior, no logro evitarlo. Llegamos a las oficinas donde trabajo. La veo hacer mi trabajo, la veo caminar, la veo negociar, la veo disfrutar de su vida y su cuerpo. No logro verla sin notar el goce que siente de ser yo. No logro evitarlo. Esa cosa me está arruinando. De camino a casa, tomo la idea de acecharla tal como si fuese un animal indefenso. Tomo el control del auto y lo estampo contra la casa. El cuero negro del auto, el color dorado de este, las ventanas polarizadas, se vuelven brillantes y calientes como todas mis noches; una enorme aura de rojo cubre el auto, el cuero y mi cuerpo. El impacto provoca un derrame del combustible y el auto explota. Todo lo observo desde la calle. Escucho desde adentro un irritante grito de dolor y angustia; río a carcajadas. Los vecinos me miran con desdén, pero también con horror. Salen corriendo y gritando. Después de esto me internan un mes. Lo que no saben es que esa cosa iba a acabar con todo lo que había creado para que fuera ideal. Todo mi esfuerzo se iba por la borda, no lo permití. Así que yo mismo me apodero de todos mis pensamientos e ideas, solo para no destruir mi vida. Al final, regreso a casa y entre los escombros veo un fragmento del espejo, no hay reflejo. Sonrío.
Ana estaba exprimiendo naranjas como cualquier otra mañana de invierno, aferrada a la palanca del exprimidor, lenta y pensativa, entumecida por los redondeos mentales y el replicar de esa maquinita. A su alrededor: los perros y las palomas, entre edificios e ideas entrecruzadas como el cableado frío. De vez en cuando, una queja salía de su superior. Casi todas eran comprensibles y pesadas para la chica, pero en ese momento, superior a cualquiera de las quejas rutinarias, desde las naranjas empezaron a saltar gotitas gitanas, brillantes como ámbar: chispas de fragua, animadas por olas solares de otro sitio. Se empezaron a escurrir entre los trastos. Luego de eso, comenzaron a exprimirse de la risa sobre las mesas; corrieron, jugaron y brincaron como si fuera divertido que ella no entendiera su vitalidad. Palpitantes, se mostraron a la muchacha y la distrajeron con sus piruetas de pétalo líquido. Llegó un punto en el que la confundieron y sus vestimentas fotosintéticas le dieron mareos profundos e inconscientes. De momento, ella no lo entendió, pero a fin de cuentas ella estaba pensando de más.
Espero en el asfalto roto, ese cochino asfalto que lleva meses construyéndose. A mi izquierda, una muchacha aguarda igualmente a que pase un camión. Ella, apacible, maneja su teléfono bajo el peso de la bofetada del sol en esta tarde del primer miércoles de diciembre. Entonces, como si miles de personas se hubieran postrado contra el cansancio para rezar al dios de los camiones, una unidad verde y gastada aparece entre el tráfico. Su invisible sudor refleja la prisa y los rayos solares que lleva cargando sobre esa carcasa prismática y rodante. El camión se detiene y, antes de que yo me monte en él, ella interrumpe los apuros del conductor para preguntar: —¿Haciendas o Valdepeñas?— pregunta con voz llana a través del cubre bocas. —¡Valdepeñas!— grita el camionero entre los respiros chirriantes de la máquina. Ella salta con rapidez rutinaria los escalones empinados, y yo la sigo, haciendo sonar la lámina delgada que nos protege de los raspones insalvables que nos ofrece la calle. Sé que no es la ruta que necesito, pero, aun con los hartos movimientos de esa metálica brutalidad, quiero ver a la desconocida. El camión erróneo nos recibe vacío, alumbrando las bancas azul brillante que son talladas todos los días por cientos y cientos de manos. Los asientos se sacuden con una fuerza divina que, aun así, no nos asusta o nos prepara para un posible desprendimiento. Cuando el vehículo reanuda su caminata, los asientos parecen pétalos de flores violáceas sacudidas por un niño. Por obvias razones, no me siento junto a ella, y a través del reflejo en las ventanas admiro su materialidad juvenil, posada sobre esas violetas que mueren en vida bajo la abrasadora tarde. Me levanto con torcedura, giro hacia las puertas traseras, presiono el botón de bajada (una absurda cuadra después de la parada en la que lo tomé) y bajo, evitando observar el pistilo montado en esa avioneta de las praderas.
Tal vez, y solo tal vez, habré de morir siendo poeta. ¿Y quién sino yo para ver mi futuro? Que de entre las sábanas que me amarran, y las ansias que me produce el seductor encanto de la almohada, y tal vez con un par de lágrimas, un nudo en la garganta y un agarrotamiento en mis adentros, podré ver una luz que nace de los agotados latidos, y entonces, tal vez, y solo tal vez, moriré siendo poeta. Había estado en cama toda la semana; despegarse de ella era sentirse pesado. Me paré un par de veces a verme al espejo, me decía que tenía que levantarme, y, estando parado, volvía a la cama para seguir soñando. La pared frente a mí me mantuvo ocupado, en su esquina se formaba una oscuridad clarificada. Incluso con las ventanas abiertas y el sol poniéndole color a todo, era oscuridad, oscuridad que me empujaba con fuerza, pegándome a las sábanas, formando un nudo en mi garganta que no podía terminar de tragar. Yo dejaba mi mirada fija en ella, ahí me perdí. Pero terminé por levantarme. La luz del sol me pegaba en la pierna, pero más que ser cálido, quemó; me hizo meterla a la sábana junto a todo mi cuerpo. Como el sol se esmeró en que quisiera cerrar las ventanas, me levanté para hacerlo. Me mareé, los ojos se me achicaron, se movieron un poco y tardaron en enfocar los colores que no había visto en días. El árbol de mi casa era más verde de lo que recordaba, tal vez yo había estado en cama toda una estación. El viento movía sus hojas, o tal vez era el colibrí que volaba, o tal vez era solo él saludándome. Es un viejo amigo, lo planté hace unos veinte años. Supongo que estaba feliz de verme la cara, entonces quise ser el árbol, así no tendría que estar en cama, querer levantarme y no poder. Ser árbol sería poder sentir el tacto del colibrí, bailar con el viento o saludar a un hombre que se asoma por la ventana; entonces, estiré un poco el brazo para poder ser árbol, y cuando alcancé su rama, mi viejo amigo me jaló con fuerza para caer junto a él, en donde sus raíces duras se mancharían de sangre tras haberme golpeado en la cabeza. Había estado en cama mucho tiempo, y hoy, de frente al cielo, se clarifica aún más la oscuridad que veía en mi cuarto, que creció durante mucho tiempo. ¿Habré de morir siendo poeta? Junto a los cimientos de mi casa y las raíces de mi árbol, de cara al cielo y al viento que mueve las hojas, o sintiendo el tacto del colibrí y sintiéndome árbol, tal vez y solo tal vez, sí, he de morir siendo poeta.
Comenzaré por el final: te amo, siempre tuyo y posdata, solo en caso de que las ideas me abandonen. Y es que, ¿cómo retener las palabras, si lo único que mi léxico quiere conservar son aquellas que posean las letras de tu nombre? Vetusto el sentimiento que aún me ha de acompañar; en tu presencia se viste de gala y yo Intento discernir si Venusto ser puede existir o mi Indulgente corazón habrá de perdonar engaño cometido a mi mente perdida. En mi egoísmo te pido no vuelvas a volar, Ángel caído, que Necesito la ataraxia que produce tu latido junto al mío.
Camino por un espeso bosque blanco, sin rumbo fijo, con el gélido viento cortando mi piel, como si de navajas se tratara. Miro al cielo gris y contemplo cómo los copos caen de él. Al momento, un recuerdo vuelve a mi memoria. —Me gusta observar cómo caen los copos, al igual que la lluvia, ¿sabes por qué? —Niego lento con la cabeza—. Porque es agradable saber que no soy el único que se rompe en mil pedazos. Aún no logro comprender qué era lo que te hacía sentir de esa manera tan cruel. Esa duda me martiriza todos los días, desde que abro mis ojos en la mañana hasta que los cierro por la noche.
Cuacochi | Alfonso Dominik López Osorno. Preparatoria Regional de El Salto
Me detengo para mirar mis pies y me sorprendo al ver que se han tornado de un color oscuro por el frío. Sacudo mi cabeza, tirando la nieve que comienza a anidarse en ella y continúo con mi recorrido por el bosque. La luna sale a darme la bienvenida, al compás de las brillantes estrellas. Mis manos y pies entumecidos me obligan a detenerme de nuevo, hundiéndome en la nieve. El viento mece suavemente mi vestido, lastimando mis piernas, y los copos caen adornando mis cabellos negros. —¿Qué es lo que hago en este horrible lugar sin abrigo? —Levanto mi mirada al cielo y, con la poca fuerza que hay en mi ser, grito: —¡Dios! ¡Padre! ¿Acaso me has abandonado? ¿Es tu voluntad que muera de frío? De repente, unos sollozos comienzan a escucharse en respuesta a mi pregunta. Ese llanto me es tan familiar. Desesperada, miro en todas las direcciones, buscando el lugar de donde proviene aquel ruido. Comienzo a avanzar de nueva cuenta, guiada por aquellos sollozos. “¿Dónde, dónde?” es lo único que pasa por mi cabeza. A lo lejos, veo cómo un rayo de luna se filtra por las ramas de los pinos. Mis piernas, ya sin circulación, me ruegan parar; en cambio mi corazón me pide a gritos correr hacia la luz. Acelero mi caminar. Ahora puedo ver que hay alguien justo debajo del rayo de luz, un hombre que yace sentado de espaldas en la base de un tronco talado. De manera frenética e inevitable, comienzan a emerger lágrimas de mis ojos.
El abismo | Fátima Monserrat Sánchez Gómez. Preparatoria Regional de El Salto
—John… ¿realmente eres tú? Al pronunciar la última palabra, mi voz se quiebra. El chico detiene su llanto y se gira, con su mirada deshecha en la mía, esa misma mirada fría y sin vida que siempre odié en él. Después de unos segundos, vuelve a llorar, de manera más sonora que antes. Camino lento hacia él, con el temor tomando posesión de mí. ¿Si lo toco se desvanecerá como neblina? Al llegar a él, levanto mi brazo y acaricio sutilmente sus cabellos. De manera inesperada, él se abraza a mi cintura con fuerza. Intento articular una palabra, pero no soy capaz de hacerlo; de mi boca solo salen lamentos. Entonces él habla. —Por favor, abrázame y consuela mi pobre alma, limpia mi rostro bañado en lágrimas, cura esta soledad en mí, te lo ruego. Abrazo fuerte su cabeza mientras las palabras salen de mi boca. —No te vayas, no me dejes de nuevo, por favor —susurro suplicante. Él levanta su rostro para poder mirarme a los ojos y, al hacerlo, puedo notar que su respiración se vuelve pesada. Acaricio su cabello mientras tarareo una melodía para que su respiración vuelva a la normalidad. —Tu pecho es cálido y de ti emana una hermosa luz —dice ahora más tranquilo. —¿De qué hablas? Solo basta mirar mis pies y manos oscurecidos por el cruel invierno, mis labios morados y mi tez pálida agonizantes para darte cuenta de que estoy todo lo contrario a cálida. En forma de susurro responde: —Tu corazón, tan tierno y amable, aún late. Estas simples palabras son como una cuchilla filosa para mi pecho. Me mantengo en silencio mientras mis manos temblorosas toman la falda de mi vestido para limpiar su rostro sin color alguno. —¿Sabes algo? Has hecho tanto por mí, aunque sabes muy bien que no lo merezco. Siempre he tenido la duda de por qué, quizá porque eres como una niña pequeña con una inocencia tan blanca como tu vestido y la nieve. Me observa, atento por un momento, y después prosigue. —No es necesario que lo hagas, no soy tu responsabilidad, así que puedes ser como los demás, que solo me recuerdan en mi cumpleaños, y olvidarme la mayor parte del año. No merezco tus lágrimas. —No digas eso, jamás. No te pido nada a cambio de mi ayuda porque lo hago con el corazón. Jamás me pidas que te olvide porque no lo haré, no quiero. Mi mayor miedo es dejar de quererte y temo que si dejo de llorar se vaya mi amor por ti. —Eso es tonto. Que no llores, no significa que no me quieras. —No lo es. Levanto su rostro y lo obligo a mirarme. Sus ojos comienzan a cristalizarse. —La forma de amor más puro es el dolor, porque al perder algo que amas, es inevitable no sentirlo. Se mantiene pensativo y hunde otra vez su cabeza en mi pecho; el llanto vuelve a surgir. Abre mis ojos y estos buscan de inmediato los de John hasta encontrarlos, y al hacerlo, lágrimas ruedan por mis mejillas. Me acerco a la ofrenda y tomo la fotografía con cuidado de no tirar las velas aromáticas. “Sus preferidas”, me digo en mi fuero interno. Miro la foto detenidamente y pienso que en ella luce feliz. Recuerdo cómo esa sonrisa se volvió un simple montaje con el paso del tiempo. Abrazo la foto a mi pecho con fuerza y lloro sin reprimirme. Un aliento frío eriza la piel de mi nuca y unos brazos me abrazan por la espalda. —Gracias por ayudarme a encontrar mi primavera, Mar… Al escuchar estas palabras no puedo evitar sonreír ampliamente y llorar aún más fuerte, agradeciendo que mis rezos y súplicas hayan sido escuchadas.
Duda | Ximena Elizabeth Parra González. Preparatoria Regional de Etzatlán
Siento la tristeza de los que están presentes: el llanto de mi esposa, los sollozos de mi hija. Si tan solo pudiera salir a abrazarlas, si tan solo pudiera decirles “te amo” una vez más, si tan solo pudiera volver a mi cuerpo y salir de este ataúd.
Andrea Jazmín Valenzuela Morales
Preparatoria de San José del Valle de Tlajomulco de Zúñiga
Soy la madre más feliz del mundo. Amo a mi bebé. Es tan pequeño y frágil como una joya. Siento como si los años no pasaran por él. Casi nunca lo saco a pasear al parque, no le gusta que lo miren otras personas. Mi niño adora jugar conmigo a las escondidas; en ese juego siempre me gana, es muy bueno en ello. También le encanta correr, lo hace todas las noches, aunque mis vecinos se quejan del ruido cuando mi bebé corre, pero… así son los niños. No cabe duda, amo, amo a mi bebé. Cómo me encantaría que no hubiese fallecido.
Johanna Monserrat Ruíz González
Preparatoria 8
Charlas | Xavier García Claudio. Preparatoria Regional de El Salto
Estaba igual de hermosa que la primera vez que la vi. Se encontraba en el mismo lugar e incluso su ropa era la misma. Mis sentimientos se volvieron locos, aún más cuando nuestras miradas chocaron. Mi corazón comenzó a latir rápidamente, mi respiración se entrecortaba. Notaba algo parecido a mariposas en el estómago, al mismo tiempo que un fuerte escalofrío recorría mi cuerpo de pies a cabeza y mi garganta parecía contener un enorme nudo que me impedía decir una sola palabra o, por lo menos, soltar un suspiro. Sus enormes ojos azules me miraron. Aún me parecían los más preciosos, pero su mirada profunda, y la mueca que se formaba en su boca, me estremecía. No duró más de 10 segundos nuestro roce, pero a mí me pareció la más terrible de las eternidades. Simplemente era imposible que ella estuviera ahí, radiante y fresca, si hace apenas unas horas su sangre manchaba mi ropa y, peor aún, no tenía ni una hora de haberla enterrado en mi jardín…
Ella es mi compañera, está dentro de mí las 24 horas del día. Cada mañana me levanto pensando diferentes formas de pelear con ella o de solamente evitarla. Pero me es imposible. Ella es mi eterna acompañante en la escuela, en el trabajo y especialmente en mi hogar. Sus pequeñas bromas me cuestan mi estabilidad. Presiento que acabará conmigo muy pronto. Estoy cansado de luchar, yo solo deseo mi felicidad. ¿Ganó nuestra batalla? Recibí la oscuridad eterna como una vieja amiga; ella ha salido victoriosa. Solo espero que mi familia pueda resistir mi inesperada partida hacia la luz.