Preparación

María Fernanda Hernández Espinosa

Preparatoria 9

Donde la protección del manto de la mismísima muerte lime mi pellejo, dormirá una vez más la traición, sin estruendos que retumben la grava clavada, que se incrusten en la somnífera idea que guardé hace lustros, que se cimbren los pilares llenos de indignación o asco.

Sin ser ópalo, deambulo protegida, escurrida en obsidiana estrecha e incontables onzas de incienso con olor a mérito, rodeada de un festín de arrepentidos donde todos comen de mis manos y todas beben de mi bilis. Y si atraigo a mis anchas, espero ser la cortina delatora y que mis sórdidas ideas sean desveladas de a poquito, con la escasa habilidad que se encharca cada que sofoco sus luces.

Ya no puedes evadirlo, el encendedor ya no sirve y ya no eres ilícita sin condena, ni creyente sin fe; solo una enviciada a la pérdida.

No consiente ni a sí misma dictar su condena, está ensombrecida debajo de siluetas mudas buscando lo mullido que la lástima pueda ser, capaz de cubrirle hasta la punta de los pies.

Está equiparada con laceraciones casi fundadoras de la siniestra soledad que le sigue al caminar. A veces entre susurros incita a ser presa de rituales que sucumben la fría y odiosa memoria, que casi intacta, le permite mirar hasta el iris roto por un flash o evocar las consciencias sanas para devorarlas a parpadeos. Ya dejará de traer hiedra como souvenir; mejor sus falacias para atragantarse en ellas y ser una vez más la prohibida. Al fin, en el seno del ciprés cerrará su juicio.

Ojalá venga, aunque esté rota, mal vestida o empalagada, pero por favor venga por mí.