*Poeta y docente en la Universidad de Guadalajara, imparte clases de
filosofía desde hace 31 años. Ha publicado en revistas literarias y
científicas. En la actualidad, es jefa de la Unidad de Vinculación del Sistema
de Educación Media Superior.
“La filosofía debe ser estudiada,
no por las respuestas concretas a los problemas que plantea, sino por el valor
de los problemas mismos.”
Bertrand Russ
El 2020 marcó una nueva realidad
para la humanidad, con una pandemia que dejó muchas interrogantes en los
sobrevivientes de este fenómeno mundial, sobre todo en jóvenes que, ante las
crisis existenciales, generaron nuevas y viejas verdades contradictorias ante
la incertidumbre del futuro.
Por ello, este año arrancó con
nuevos retos, al manifestar que la presencialidad traería nuevas perspectivas
en los contextos actuales, tanto para las y los estudiantes de bachillerato
como para sus docentes, que han tenido la oportunidad de plantearse nuevos
problemas con sabores añejos. Así, nace una nueva convocatoria para
encontrarnos filosofando, entre diálogos y debates, en los cuales la lectura,
la revisión, el análisis y la discusión de los temas fue fundamental para
dirimir las diferencias en el proceso de las temáticas propuestas en la nueva
edición de ensayo filosófico.
A través de los ensayos
elaborados por las y los estudiantes del SEMS, se han logrado mantener las más
serias preocupaciones relacionadas con el ser, con su mortalidad y
trascendencia, con los retos que la vida impone y con algunas sospechas que
genera el futuro. Y es que se cumple el propósito filosófico de reflexionar
para comprender, de asimilar para proponer o juzgar para revelar nuevas
incógnitas sobre la condición humana y los conflictos concebidos por ella.
Ante la diversidad, no es extraño
observar como desafío las nuevas formas de convivencia, los cuestionamientos
que nacen sobre la construcción social de nuevas identidades, preferencias o
maneras de expresar la sexualidad humana. Por ello, ha sido estimulante
encontrar en el contenido reflexiones como la de Nelly Guadalupe, alumna de la
Preparatoria Regional de Amatitán: “Es tu libertad y solo tú debes aceptar la
responsabilidad de tus acciones como individuo en la sociedad”. Esto motiva a
pensar en la posibilidad de formar individuos con una conciencia social más
comprometida, incluyente y proactiva.
De tal manera, la filosofía tiene
un valor más allá que su utilidad, en la formación de las y los jóvenes que
transitan la adolescencia con tantas observaciones de su entorno. Filosofar es
liberar el espíritu humano en la formación de prejuicios contra otros seres
humanos, es ganarle a la desesperanza o al miedo que generan las redes sociales
o la narrativa del consumismo y la cultura de masas. A través de la reflexión
filosófica, se experimenta la evolución del pensamiento, mediante medios
dialógicos que se encuentran de forma natural y orgánica cuando se comparten
para reparar las diferencias.
Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2023
Resumen
La vida es tan significativa, con
múltiples conceptos. Pero realmente importa lo que tú creas, cómo llevas tu
vida y cómo es que la vives día con día, puesto que cada persona puede llegar a
darle un enfoque diferente. En la vida siempre habrá dudas y preguntas de lo
que esto significa, pero este escrito muestra el enfoque de la existencia sobre
la filosofía y la perspectiva de una adolescente en el tema, con apoyo de
frases filosóficas y cómo se interpretan estas en la actualidad, dando un punto
de vista distinto de lo que se creía en la antigüedad. Las dudas aumentan cada
vez más; por eso, debes detenerte a mirar lo que trasciende en esta vida y si
realmente la estás viviendo o solo estas deteniéndote por lo poco que se cree o
crees en ti.
En el presente ensayo se
documentará un tema particularmente interesante: la vida. A lo largo de la
historia, filósofos de la antigüedad (Seneca, Sócrates) y de la actualidad
(Judith Butler) han dado su perspectiva de lo que es la vida. Es así que la
incertidumbre de la existencia surge cada vez más, pero, ¿cuáles son estas
dudas? Estas preguntas sirven para conocer e indagar los misterios más grandes
del universo como: ¿qué es la vida?
Dudas como esta han invadido a
millones de personas a lo largo de la existencia humana. No solo a los
filósofos, sino también a cualquier persona, pues todos en algún momento nos
hemos detenido a pensar si las cosas que hacemos tienen sentido. Este ensayo,
pues, indagará en la opinión y reflexión de los filósofos y la perspectiva de
una adolescente.
La perspectiva de los filósofos
se conoce a través de frases y libros que marcaron su trayectoria en filosofía;
no obstante, conocer el pensamiento de una adolescente deja una incertidumbre
aún más grande, ya que se intentan interpretar dichas frases y preguntas que
hay acerca de la vida, como lo es conocer la relación entre el tiempo y la
vida. Y es que la existencia es muy instantánea, porque el tiempo que tenemos
es muy poco y la vida es muy corta.
La vida es tan impredecible y tal
vez lo único que le da sentido es la muerte. Eso piensa una adolescente, que su
vida cobrará sentido una vez que llegue la muerte digna ante ella y pueda
descubrir que solo era un simple cuerpo existiendo. Sus dudas quedarán
inconclusas, creyendo que tenía una buena vida, cuando lo único que ella fue es
un simple cuerpo. Viendo que todas las decisiones repercutieron despiadadamente
en tu destino, tal vez las elecciones que tomemos no sean las correctas, pero
todas, ya sean buenas o malas, llevan a un lugar, quizá mejor, quizá peor.
Solo es cuestión de indagar en la
curiosidad de lo que sucederá porque el sentido de la vida es la
transcendencia. Es importante marcar la diferencia y poder vivir plenamente,
pues la vida es lo que trasciende mientras esperamos afrontar la muerte de una
buena manera. La trascendencia de la vida es tan desconocida que nunca se podrá
saber qué pasará después; solo queda estar tranquilos y preparados para lo que
la existencia nos pueda enseñar, para dejar este mundo con la mejor enseñanza
posible. “La verdadera sabiduría nos llega a todos cuando nos damos cuenta de
lo poco que entendemos acerca de la vida, de nosotros mismos y del mundo que
nos rodea.” (Platón, 2017).
El pensamiento de un filósofo tan
particular como lo fue Sócrates tiene tanta verdad en una frase tan corta, pues
deja un razonamiento sobre lo que es entender la vida.
Y como no todo es resolver la
duda sobre la existencia, surge la incertidumbre de conocer si la verdadera
sabiduría llega cuando entiendes la vida, a ti mismo y lo que te rodea. Es por
ello que, más que dar una respuesta ante dichas preguntas, se formulan aún más
preguntas para indagar entre aquellos pensamientos o cuestionamientos sobre la
vida y lo que sucede mientras esta dura. “Mientras nosotros posponemos, la vida
acelera” (Séneca, 2018).
Otro filósofo particular fue
Séneca que, con tan solo seis palabras, sembró el pensamiento de que entre
menos nos atreviéramos a intentar algo nuevo, a crear vivencias y a descubrir
lo que realmente nos apasiona, más rápido se nos iría la vida, ya que no sabemos
cuánto tiempo estaremos aquí.
Es impactante cómo la vida se nos
va sin hacer nada de lo que realmente queremos; por ello, es momento de
levantarse y empezar a vivir el poco o mucho tiempo que nos queda. “Tampoco
creo que la literatura nos pueda enseñar a vivir, pero las personas que tienen
preguntas sobre cómo vivir tienden a recurrir a la literatura” (Butler, 2020).
El criterio de esta filósofa es de los que más impacto puede llegar a generar,
ya que esta frase no solo habla de la vida y cómo se vive, sino de la
literatura, su importancia, su relación y por qué se recurre a ella. Es de las
mejores frases sobre la relación de la literatura y vida.
Su pensamiento es revolucionario,
con un enfoque más adentrado a cómo se vive y de qué manera se contribuye al
pensamiento y la cotidianidad, ya que no es solo vivir para ti, sino vivir para
hacer el cambio. Aunado a esto, consultar la literatura, el vínculo creado
entre la existencia y el impacto que genera una frase, un libro, un escrito,
puede enseñarnos cómo se vive y, no menos importante, cómo podríamos vivir.
En la filosofía la vida es un
suceso tan maravilloso o fatal que cada quién la interpreta a su parecer y lo
único cierto es que siempre existirán esas dudas, ya que nadie tiene el
conocimiento absoluto para resolver todos aquellos cuestionamientos. No
obstante, los filósofos dedican su vida a solucionar estas dudas.
Hablar de la vida es toda una
incógnita, solo sabes lo pasajera e insignificante que es. Pensar como una
adolescente es tan confuso y doloroso, todos los días se levanta con mil
pensamientos y preguntas. El razonamiento de la vida duele, tener que detenerse
para sentir ese golpe de la realidad y ver que tus 17 años solo han marcado
sucesos fatales que tal vez después o quizás nunca cobren sentido, pues
diariamente analizas cómo se podría generar un cambio desde la perspectiva
propia de vida. Aunque muchas veces ni tú conozcas el porqué de las cosas,
intentas hacerte un ser de cambio, sobrellevando lo que puede ser la vida. No
todo se trata de aprender a vivir; la existencia se va en un abrir y cerrar de
ojos, en la sola preocupación de lo que sucederá mañana o lo que se espera que
hagas después. Lo único cierto de la vida es lo inesperada que puede llegar a
ser.
La vida no se basa en dedicar toda
tu trayectoria a darle un sentido porque, como millones de personas dicen, la
vida es muy corta, y realmente sí. Nuestra existencia es tan pequeña en la
historia que no todos logran hacen el cambio y aunque tratan de buscar el
significado de su vida, nunca lo pueden encontrar; se queda un vacío que nunca
se puede revolucionar. Algunas historias de vida son tan tristes que nadie
imagina que haya cosas tan crueles en este mundo; sin embargo, es momento de
tomar conciencia de la existencia, levantarte, amar lo que tienes y agradecer
lo que llegará a ti, trabajando constantemente en lo que te apasiona e inspira
a poder vivir plenamente.
Bibliografía:
Butler, C. (2020). Cuerpo,
memoria y representación. Ciudad de México: FCE.
Platón. (2017). Apología de Sócrates.
Ciudad de México: FCE.
Séneca. (2018). Sobre la brevedad de la vida. Ciudad de México: FCE.
Tropicalidad noctura | Pablo Daniel Franco Gonzáles. Preparatoria 9
Paticipante del Encuentro Filosófico del SEMS 2023
Resumen
Las redes sociales, como efecto
de la globalización, son herramientas y espacios en los que en la actualidad
nos comunicamos con otras personas, socializamos y exploramos el mundo y sus
diferentes facetas. Se nos dice que creemos una cuenta en redes para
socializar, para conocer otras personas, explorar, compartir nuestra vida y
mostrarnos ante el mundo. Nunca vemos a las personas detrás de sus cuentas en
redes sociales, sin embargo eso no nos impide idolatrarlas o embelesarnos con
lo que nos comparten de ellos y “sus vidas”. Los seguidores que obtenemos o de
los que llegamos a formar parte, pareciera que son el contador de nuestro valor
y merecedores de reconocimiento. En realidad, la cantidad no es el símbolo de tu valor; con ella solo puede indicar un nivel de popularidad. Una persona vale por su ser, sus
acciones, su empatía, algo que esas cifras no demuestran.
Abramos con la pregunta que dio
lugar a la inquisición de este ensayo: ¿el valor de las personas aumenta por la
cantidad de followers que tenga en sus redes sociales?
Mi respuesta inmediata ante tal
interrogante sería evidentemente que no, pero como en filosofía no es
suficiente una negación tan contundente, es necesario introducir la constante
incógnita: ¿por qué?
Bueno, yo la contestaré con otra:
¿por qué un número en un espacio digital, supuesto reflejo de la realidad,
determina el valor de una persona?
Comencemos definiendo qué es
valor. “Cualidad o conjunto de cualidades por las que una persona o cosa es
apreciada o bien considerada” (Oxford Languages, 2022).
Entonces, valor es equivalente a
las cualidades de una persona. Victor Kuppers de cierta forma expresa algo
similar en esta ecuación: V= (c+h) * a. (Global Contact, 2017).
Es decir; Valor es igual a c
(conocimiento), más h (habilidad), multiplicado por a (actitud). Entonces, el
conocimiento, la habilidad o experiencia, y la actitud otorgan, en conjunto,
valor a una persona, pero, en un medio digital como lo son las redes sociales,
la cantidad de seguidores es un retrato a todo detalle de estas cualidades.
Las redes sociales y la
globalización en conjunto han derribado fronteras territoriales y llevado la
comunicación e interconexión a todos los rincones; son parte importante, por no
decir principal, en la forma en que percibimos el mundo y la realidad que nos
rodea. Por consiguiente, forman parte de nuestra interacción con los demás y la
forma en que nos perciben. Es un espacio donde tenemos el control de lo que
decidimos mostrar de nosotros; de lo que queremos consumir y cómo consumirlo,
donde se puede crecer o aumentar de followers conforme creas más contenido y
muestras más. Con solo ser una persona reconocida o famosa se crea un perfil
con una mayor interacción. El mundo existe por las imágenes que se muestran en
la pantalla. Conocerlo tal como se muestra, teniendo un objetivo y público
establecidos, en vez de verlo como lo que realmente es, la urgencia por lograr
el mayor alcance posible, confunde la cantidad de followers con el valor de la
persona, y eso no es lo mismo.
Actualmente, la persona con más
seguidores en instagram es el futbolista Cristiano Ronaldo con más de 576
millones. Distinguido y reconocido atleta, es una persona de mucho valor, pero
no por su cantidad de seguidores, sino por la dedicación y determinación en su
carrera profesional, por los reconocimientos que crearon su popularidad, la
cual lo convirtió en una figura celebre y le dotó una cantidad abrumadora de
seguidores. Entonces, como en la mayoría de los casos, ese número evidencia la
fama o visibilidad de una persona. Pero, ¿estamos realmente percibiendo a ese
individuo a través de las redes sociales o es en realidad la identidad que se
forma a partir de la información que se nos proporciona de él la que está
siendo valorada?
En un arquetipo más cercano
(nosotros mismos) lo que expresamos y transmitimos por redes sociales no es del
todo un cúmulo de lo que somos; es solo
un rose en lo superficial, un realce aparente de nuestra realidad. Nadie es
100% sí mismo en redes sociales. Incluso a veces son dos identidades diferentes
en mundos diferentes, virtual y real, porque lo que se muestra es el resultado
de un filtro de calidad y privacidad. Como usuarios solo mostramos ese 10% de
nosotros y de los momentos en los que hacemos cosas interesantes, nos vemos
bien, queremos llamar la atención; donde nos mostremos emocionantes o fuera de
lo ordinario. Pero no nos pongamos a atacar a las redes por eso, ya que eso es
lo que son y para lo que las utilizamos, después de todo sería muy incómodo
mostrarte como eres todo el tiempo. “Hemos pasado de los medios emisores a los
medios dialogantes (blogs, foros colectivos, redes sociales) que permiten a los
individuos del mundo entero compartir, discutir y entretenerse sin verse en
ningún momento” (Lipovetsky, 2023).
Ahora el objetivo de la
divulgación y seguimiento en redes sociales abre la posibilidad de entrar en el
mundo de las celebridades, el vedetismo es la regla a toda publicación, mostrar
los realces de una vida, no de años sino de instantes, donde la identidad toma
forma de la aparente y diminuta fracción del espacio-tiempo del individuo,
donde pareciera que la vida no fuera una montaña rusa con altas y bajas sino
una pendiente en ascenso a lo perfecto y estético. En palabras de Lipovetsky:
“El mundo mismo ha entrado en el sistema de la celebridad. Lo que no se convierte
en imagen y no se mediatiza, no existe” (2023).
Los followers no solo son un
impostor del reconocimiento sino también un agente y pase seguro a la farándula
y a la difusión como persona y como marca en el mundo digital; por ende, a la
herramienta personal hostigante de publicidad que ocupa nuestra atención a
diario, que implanta en todo usuario la necesidad de saber más, enterarse más y
todo al instante para estar al tanto del mundo globalizado que se refleja a
través de su pantalla.
Retomando la reflexión de
Lipovetsky: “se busca menos un vínculo comunitario que la embriaguez de los
contactos y las <<amistades>> renovadas sin cesar, el contacto
infinito, la apertura a todas las posibilidades y a los encuentros, el juego
con la propia identidad, <<otra vida>>” (2023).
Entonces bien, si sabemos que lo
que una persona es en redes sociales es el fruto de lo que quiere mostrar y no
su persona en realidad, no nos tomemos a pecho ni nos evaluemos con base en el
fantasma de nosotros mismos, que toma lugar como nuestra carta de presentación
al mundo globalizado. Nuestro valor no surge de nuestra visibilidad y
popularidad en redes sociales, es más que eso; surge de nuestro conocimiento,
experiencia y actitud, aunque tu valor no sea del conocimiento de todos. No
todo lo valioso es centro de atención.
Bibliografía:
Anónimo. (2017). Obtenido de
Youtube: https://www.youtube.com/watch?v=OnPZNqtplsQ
Lipovetsky, G. (2023). La
cultura-mundo. Barcelona: Anagrama.
*Egresada de la
licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Colabora
en el SEMS desde el 2020.
Leyendo las letras expuestas en estas páginas, no puedo sino pensar en
los jóvenes escritores que hay detrás de ellas, y sorprenderme de estas nuevas
generaciones de creadores que utilizan sus letras para plasmar en pequeñas o
grandes narraciones verdades tal vez incómodas, pero absolutamente necesarias
de abordar.
Son mal llamados la
generación de cristal, pero no se trata de una generación que se rompe, sino
más bien de una que rompe, que alza la voz para hablar sobre las verdaderas
problemáticas que los aquejan, y no solo a ellos, sino a la sociedad en la que
vivimos. La salud mental y los temas que la rodean se han convertido en una
constante entre los talentosos escritores de cada edición.
Entre los renglones
de los cuentos y los microrrelatos se encuentran vívidas narraciones sobre
personajes que se enfrentan a terribles pesadillas, mounstros y batallas
libradas en el peor de los escenarios: la mente. No se trata de historias
fantasiosas, sino de oscuros relatos que exponen y visibilizan los temores,
donde héroe y villano puedes ser tú mismo.
En los años venideros, Vaivén será el testimonio palpable de los inquietos y entusiastas escritores que pasaron por las aulas de las preparatorias del SEMS, que a su vez animaron a despertar las letras de otros jóvenes inconformes que encontraron en ella un lugar donde, sin tabúes, pudieron escribir sobre lo que fuera, hablar de lo que realmente importaba.
Me siento de golpe en la cama, el corazón me late como si
acabara de correr un maratón. El sudor frío hace que el cabello se me adhiera a
la frente. Siento la boca seca, como si no hubiera tomado agua durante varios
días. Las manos me tiemblan. Pero esto solo es resultado de la pesadilla que
acabo de tener, del recuerdo golpeándome otra vez. Como si no fuera suficiente
tener que revivirlo todos los días, como si no fuera suficiente haberlo vivido
en carne propia, no una, ni dos, ni tres veces. Fueron tantas que perdí la
cuenta. Al final solo desconectaba mi mente de mi cuerpo para evitar sufrir
más, como si aquello fuera posible.
Me entra una picazón por todo el cuerpo, sintiéndome sucia.
Culpable. Como es parte de la rutina, me levanto de la cama. Con las piernas
apenas respondiendo, me dirijo al baño. Me deshago de lo que uso, quedando
desnuda frente al espejo. Al ver mi reflejo, el asco me llega de golpe. Caigo
al piso junto al retrete, donde vomito.
Me abrazo tratando de pegar todas las piezas que por mucho
tiempo han estado rotas. Un sentimiento amargo me llena el pecho; soy
consciente de que después de tanto tiempo aún soy incapaz de verme al espejo.
Pero la verdad es que no hay mucho que ver.
Entro con cuidado y lentamente a la tina. La temperatura
helada del agua me cala los huesos. Con las piernas pegadas al pecho, tomo el
estropajo y lo restriego por todo mi cuerpo en busca de limpiar una suciedad
que va más allá de la física, aquella que estará siempre en mí, que de cierta
forma me caracteriza. La piel se me siente seca, pálida, áspera, sin vida ni
color. El único color que posee es el de las marcas y cicatrices que me adornan
todo el cuerpo, aquellas que me recuerdan lo que viví por años. Paso lo que
parecen horas tallando la suciedad que nunca desaparece, que todos ven,
critican y juzgan, pero que nadie me ayuda a limpiar.
Los comentarios donde me acusan de ser la culpable me
golpean, provocando que los ojos se me llenen de lágrimas, las cuales caen como
un río por los pómulos pálidos y resecos, mismos que hace tiempo poseían una
vida ahora arrebatada. Y con ellas llegan los recuerdos. Son tan reales que
pareciera que lo estoy viviendo una vez más. El cómo invadía mi cuerpo, que aún
recuerda cada detalle; cómo lo hizo sin remordimientos, sin consideración; cómo
solo le importaba satisfacer su repugnante deseo. Vuelvo a sentir sus manos
ásperas por todo mi cuerpo, tocando lugares que nunca nadie había tocado antes,
que nadie más tocará ya que ni yo soy capaz de hacerlo. Pero la realidad es: ¿a
quién le gustaría hacerlo?
“Si no fuera por mí estarías en la calle”.
La frase que usaba todas las veces que quería aprovecharse
de mí se vuelve a posar una vez más en mi memoria, atormentándome como si aún
no fuera suficiente, haciéndome sentir mucho menos valiosa de lo que lo soy.
-¡Buenos días! Pase, recuestese allí. Lo estaba esperando.
—Ojalá yo viera igual de bueno al día —me recuesto sobre una
silla reclinable que está en proceso de desbaratarse—. En fin, ¿será que tienes
galletas de las de la otra vez? Estaban deliciosas.
La silla resiste mis torpes movimientos.
—Desde luego, aquí están —pone una caja morada en la mesa de
centro, junto a mí—. ¿Me podrías recordar tu nombre completo y tu fecha de
nacimiento, por favor?
—Claro, me llamo Dios y tengo la edad del universo.
—Listo. Ya tomé nota —empuja sus lentes contra su frente
para enfocarme—. Empecemos entonces. ¿Qué te trae por aquí?
—No sé por dónde empezar. Creo que mi trabajo me tiene
demasiado agobiado. He llegado al punto en el que mi trabajo se ha vuelto mi
vida. Ya no soy capaz de separar mi vida laboral de mi vida personal.
—Ya veo. ¿Te gusta tu trabajo?
—En ocasiones no. Usualmente sí. Crear el universo fue algo
muy divertido de hacer. Luego, el mantenimiento que he tenido que hacerle es
entretenido, pero lo disfruto de verdad.
—Entiendo. ¿Entonces qué es lo que no te gusta de tu
trabajo?
—Está el tema de la Tierra. Parece que se me fue un poco de
las manos pues creé demasiadas personas. Aún así, eso de ayudar a la gente me
hace feliz. Pero me he dado cuenta de que me hace falta ponerme más atención a
mí mismo, me he descuidado un poco. También a veces siento que a nadie le
importo, que todos hablan conmigo por puro interés, que solo buscan su propio
bienestar, que son egoístas.
—¿Cómo te gustaría que te trataran?
—Me gustaría que hablaran conmigo sobre temas que no fueran
peticiones y súplicas. Hablar sobre nuestras opiniones, sobre la trivialidad de
la vida, esas cosas. Cosas sobre las que hablan los amigos —no puedo evitar
borrar la ligera sonrisa que había mantenido hasta ahora—. También me siento
mal al notar que todos me dedican demasiado tiempo a mí. Yo los quiero
infinitamente y me gustaría verlos siendo felices, viviendo su vida; eso de que
todo el día me tengan en su pensamiento no es sano para ninguno de nosotros.
—¿Has pensado en darte un descanso? Dar menos prioridad a
todo lo que sucede en la Tierra.
—No lo había pensado aunque no sé si funcionaría. Además
que, como te digo, me hace feliz ayudarles.
—Tú eres tan importante como las personas que te importan.
—Puede ser que tengas razón. Aunque creo que darles menos
prioridad no sería suficiente para mí; mi agobio es inmenso. Necesito un
descanso pleno, dejar de prestarles atención del todo… Sí, ¡eso haré!
—No, espera. No tienes por qué tomar medidas tan drásticas.
Tú eres quien mantiene la armonía en la tierra y quien atiende a las peticiones
de…
—¡Muchas gracias, mi estimado! Esta conversación ha sido muy
útil —me levanto de la silla esperando no volcarla—. Nos vemos pronto —abro la
puerta y bajo las escaleras.
—¡Por Dios! —me parece escuchar detrás de mí—. ¿Qué he hecho?
Disturbios en la ciudad causados por un golpe de estado, me colocan en la primera fila para defender a mi gente y, aunque el miedo me consume, acepto. Diviso la muerte en una esquina. Parece observarme divertida. Claro, no tiene que moverse ya que voy corriendo hacia ella.
Sálvame | Meily Danae Magaña Montaño. Preparatoria Regional de El Salto.
“Mi alma al fin descansará de tanto fingir estar bien y
encajar en la sociedad que me rodea”, eso es lo que pienso todas las noches.
Tomo mi teléfono. Paso un largo tiempo frente a mi pantalla, buscando fuentes
de satisfacción. Me ayuda a olvidar mi vida vacía. Cada que indago en mis redes
sociales me encuentro las mismas historias de siempre: éxito, fortunas, cuerpos
perfectos… es inevitable compararlos conmigo. Cuando menos lo espero, ya
estoy contrastando todos sus logros con los míos. Me frustra, me entristece, no
lo logro por más que me esfuerce. Entonces, ¿de dónde sale este placer tan
ácido? ¿Es placer? Duele. No lo quiero más… El cinturón cuelga.
Pego mi oreja contra la almohada. Mi pie hace movimientos
bruscos de un lado a otro.
Mamá está molesta, puedo escuchar cómo suspira cada cinco
segundos y le reza a la Vírgen entre dientes, con el grifo abierto.
Me apuro a salir del cuarto. ¡Mierda, ya casi es medio día!
Tomo un trapo, seco unos platos, los guardo. Saludo a mamá con precaución, me
responde. Tiene el ceño ligeramente fruncido y no hay contacto visual. Seco
apurada otros platos más. “Deja ahí, ve y abre las cortinas de tu cuarto,
ventílalo, recógelo, haz tu cama”, me dice entre resuellos.
Abro las cortinas y la ventana. Todo es un caos. Zapatos,
cintos, ropa, útiles escolares sobre la cama, una pila de libros en la silla,
platos con residuos, vasos, maquillaje y calcetines sobre el escritorio; las
puertas del closet abiertas porque no cierran. En la repisa, a los cuadernos y
papeles les falta poco para estar en el piso. Los materiales de dibujo y
bisutería están enredados entre el estambre y ganchos de tejido. Lo único que
parece que no está a punto de caerse es el cuaderno de arcoíris que me regaló
mi mejor amiga y en el que anoto mis pensamientos.
Tomo algunas cosas y le doy varias vueltas a la casa
buscándoles su lugar. A diferencia de otras veces, no sé dónde ponerlos. Los
dejo donde puedo con miedo de la reprimenda. Regreso al cuarto, jalo las
sábanas para tender la cama, acomodo los peluches, me alejo; es como si el
vecino de cinco años hubiera tendido la cama.
Ahora el clóset; empujo la ropa y acomodo los ganchos; mis
movimientos se van haciendo más agresivos. ¡Aaaaaah, con una chingada! Trato de
colgar lo que está en la cama… si tan solo… entrara… el maldito gancho. ¡A la
mierda! Quiero tirar todo.
Me da asco mi cuarto, me doy asco yo, no puedo. Me tiro en
la cama y balanceo mi cuerpo mientras abro y cierro las manos, encajándome las
uñas en las palmas. Tallo mis piernas, rasco los granitos de mi espalda.
Se abre la puerta; me hago consciente de lo inquieta que
estoy, del movimiento agresivo de mis manos y del daño que me estoy causando;
inmediatamente me detengo. ¿Realmente lo hice por el mal que me estaba
haciendo? Mamá escanea el cuarto con la mirada, su cara es de enfado. Si, ya
sé. Suspira. “Ven a desayunar”.
Estoy sola en la mesa. Hay arroz, me gusta el arroz. Está
frío, eso no suele ser un problema, pero su textura es rara, se siente como si
tuviera pequeños trozos de hielo y al mismo tiempo algo chicloso. Hace un ruido
muy extraño, como botas pisando lodo. Es tan desagradable, pareciera que una persona
mugrienta y de aliento putrefacto masticara su comida con la boca abierta al
lado de mi oído mientras mueve su cara exageradamente con toda la intención de
estar jodiendo… Ay, mierda, mejor veo la tele para tratar de no enfocarme en la
comida.
No soporto al presentador del programa, su tono de voz, cómo
pronuncia ciertas palabras, cómo gesticula. ¡Dios, me desespera tanto! Apenas
me doy cuenta de mi mano apretada y la mandíbula tensa a reventar… mis dientes
se sienten un poco flojos. No sé. ¡Carajo! Subo los hombros. No soporto el
ruido de la licuadora, se escucha como un montón de camiones a toda velocidad,
pitando dentro de tu cabeza. Trato de cubrir mis oídos con los codos,
obviamente eso no sirve. Hago presión con las manos, voy al sillón, trato de
hundirme en él… ya, se acabó, me paro. ¡Mierda, no! Me quedo ahí unos segundos
después de que apagan la maldita máquina.
Después de lavar mi plato, recojo lo que mamá lavó. Hay
ruido, está limpiando. Yo debería poder hacerlo sola, es mi cuarto. Guardo los
tenedores y cucharas, al final los cuchillos… no, no, eso no.
Voy a donde mamá. “Mira los zapatos tirados.” “Tu cama está
mal tendida.” “El closet…” Su saliva hace mucho ruido cuando habla. Ya no estoy
prestando atención… Igual yo me lo repito suficientes veces al día, no es
necesario que me lo diga otra vez. Al cabo de unos minutos, se va al patio.
Me siento en la cama
y azoto la cabeza contra la pared. ¿Qué no había ahí un clavo? Estoy harta de
mí. Chocan los platos, dejo todo a medias, aprieto la mandíbula. El cuarto es
un asco, suena la licuadora ¿Es tan difícil?
Es común escuchar sobre las flores. El pueblo lo sabe, que
el campo ya es de trigo y posteriormente será de maíz. Pero, en un principio
fue de margaritas, las flores de nubes.
Su hija relató la historia solo una vez, hace ocho años. A través del tiempo las personas han cambiado varios sucesos; que si el padre dio misa o estaba en descanso, que si el lechero pasó a caballo o en burro, que si la tierra estaba mojada o seca. Nadie se ponía de acuerdo sobre el color del vestido de la anciana, solo decían que su bastón resonaba en aquel empedrado con huecos. Sus manos viejas se aferraban al pedazo de madera para subir al ritmo del apuro. Aquel día la gente chismosa rodeaba la calle Zaragoza, asomados por las ventanas y los más desvergonzados tocaban a gritos que les abrieran. Nadie encontró respuestas. Con el paso de los años, concluyeron que no les soltaban la sopa, porque no había nada en el plato. La familia estaba buscando lo mismo que todos.
Doña Lupe solía estar en la primera banca de la plaza municipal, arropada con una cobija de tejido. Cantaba en voz baja y comía los dulces de Don Armando. Los balones rodaban a sus pies y los niños se acercaban. Cuando estaban agachados, les soltaba una pregunta. Cualquiera, decían, pero no fue así, ella ya sabía qué decirles, lo suficientemente bueno para atrapar aquellos jóvenes oídos.
—¿Conocen la historia del niño de las nubes? —susurraba, apuntado hacia arriba.
Entonces se amontonaban. No tenían ni idea del relato, pero cada uno se inventaba su versión. La decían como les saliera, luego discutían sobre la real. Y si ese día había sol, peleaban y retomaban su balón. Algunos se quedaban a escucharla. El niño de las nubes es el encargado de dibujar figuras en el cielo, mece al viento y le muestra el camino perfecto. En las lluvias, el niño sale a tapar con un manto negro a sus compañeras. Entonces se volteaban y señalaban dibujos, aseguraban que veían al muchacho. Es que se pasa rápido, decían. Yo escuché varios cuentos, mi favorito era ese. Llegaba a mi casa emocionada a comunicarle a mi madre sobre esto. La única que nunca nos acompañaba era su hija, Antonia. Se la pasaba en la florería.
Aquel pueblo era famoso por sus arreglos, venían hasta San Juan por ellos. Se rumoreaba que los ramos enamoraban a cualquier pareja. Al ofrecer un racimo de la florería de Lupe, era imposible que te rechazaran. Para ir a la escuela, yo rodeaba el gran campo de margaritas. Tan blanco se mecían los retoños. Yo suspiraba y el susurro de aquellas flores me recordaba a cielo en las mañanas. A doña Lupe le encantaba aquello. Cuando no estaba en la plaza, se la pasaba subiendo la colina para ir a ver las flores. No podía moverse demasiado. Se esforzaba para cantarles a todas. Con su voz de sauce relataba el cuento del niño de las nubes. El paisaje siempre lo llevaré en mí. Cierro los ojos, escucho el sonido de los grandes árboles que seguían del campo, llamándome, recordándome que no me olvide de las historias, que en muchas ocasiones son lo mejor que tenemos. Para los adultos, esto era producto de una mente anciana, de divagaciones rozando la locura; para los niños, magia.
El ser más longevo daba vida a mi pueblo, sonreía sin querer. Las líneas de su cara se acostumbraron a sus pliegues. La gente la quería mucho, se preocupaban por la tos que llevaba desde hace tanto tiempo, por el bastón más raspado, la cobija mal arropada. Ella hablaba poco, a excepción de los pequeños cuando narraba historias. Doña Lupe era toda una leyenda, desde joven apoyó a las familias. Siempre tan amable y honrada que de vieja se sentaba a buscar aquel niño de las nubes. Una tarde subió a paso ligero hacia el campo, tenía prisa de algo o de alguien, quién sabe. Ahí iba, alcanzando su campo. Su blanco cabello se perdió entre las margaritas. Luego, cuando era la hora de cenar, nunca apareció. Su hija avisó a mis padres, luego al de la otra esquina. La voz se corrió, buscándola nos la pasamos. Estaba tan oscuro que dejamos la colina en paz. El sonido del río atraído por la brisa nos congelaba los dedos. En la mañana descubrieron que había una línea de flores pisoteadas, que terminaba a la mitad, y justo ahí, estaba su cobija. Las suposiciones eran muchas, la primera fue si la anciana volaba, que tenía poderes. Otros decían que algún animal había hecho eso, pero no habían encontrado su cuerpo. Buscaron por el arroyo y nada. Los niños tenían la solución, pero la única persona que los escuchaba estaba desaparecida. Entre nosotros creíamos que se la había llevado el niño, aquel de las nubes, que necesitaba de su ayuda.
Hasta el momento, cuando me preguntan por aquello, digo que no se explica, cuando realmente pienso en las nubes. La noticia salió en los periódicos y las radios tomaban fotografías y culpaban a los extraterrestres, a las naves y a una tal área 51. Llegaron los escritores para tomar nota, sacaron una novela que vendió muchísimo. De tanto alboroto del pueblo, ya no se podía andar en las calles sin peligro por alguno de esos automóviles con otro periodista a prisa. Al mes, el presidente mismo interrumpió la puerta de Lupe y exigió una respuesta. Ella narró que estaba trabajando, que dejó a su madre en la plaza y que cuando volvió no estaba. Que la penumbra la acompañaba y que los grillos la habían seguido todo el camino hacia las flores. Tampoco había nada. Decidió bajar y avisar a todo aquel despierto y dormido. Querían respuestas, no creían que no supiera, todos exigían.
—¿Algún otro hijo perdido que la reclamara?— preguntaban los reporteros, empujándose por ser primero.
Por la presión del presidente, respondió que ella era la única viva.
—Tuvo a otro, murió a los doce años. Eso es todo, no quiero seguir hablando —dijo para cerrar la puerta, vender la florería y mudarse a la ciudad.
El campo ya es de trigo, posteriormente de maíz pero en un principio fue de margaritas, las flores de Doña Lupe.
—¡Es más fácil de lo que crees! Mira, tomas el palito de la
cereza con la lengua y…. listo, ¡un nudo!
—Pero qué habilidad con la lengua, Julián, por Dios, ¿en qué
la usas?
Todas las personas en los raros sillones del estudio
comenzaron a morirse de la risa, incluso Julián. Cayó del asiento y giró para
seguir riendo mientras los demás lo señalaban.
La música estaba a todo volumen, y los aplausos pregrabados
acompañaban perfectamente la escena, mientras la cámara se zarandeaba y movía
por todo el escenario. Tantas luces y colores parpadeantes en el fondo
saturaban todo a la vista, distrayendo de cualquier cosa que pudiera estar
pasando, como el ruido fuera del estudio.
Los gritos.
—Y, Nadia, hablando de habilidad —dijo Julián, levantándose
del piso y volviendo a su asiento—. Recién hoy vi un video buenísimo que quería
compartir con los televidentes.
—Venga, ¡veámoslo!
Julián sacó su celular y, cruzando rápidamente todas las
noticias y alertas que llenaban su página principal, llegó hasta el video.
Transmitir.
—Oh, ¡qué precioso perrote! ¡Y, mira, cómo juega con su ula
ula! ¡Qué habilidad, señores! Mucho más que la mía, porque si yo lo hago… ¡me
caigo!
Todos volvieron a reír y vitorear mientras ella emulaba
torpemente un baile. Volvió a su asiento.
—Pero, cámara, no seas tímida, ¡acércate a la pantalla para
que todos lo vean!
La gran máquina acercó la cámara a la pantalla donde se
transmitía el video, sacándolos a los demás de la vista.
La sonrisa fingida de Julián murió al instante. La de ella
perduraba dolorosamente.
Los estallidos seguían sonando en el exterior.
Los disparos parecían acercarse.
Julián volteó a verla, con la cara consternada.
Nadia negó con la cabeza, sin quitar la sonrisa.
La cámara regresó a enfocarlos y todos vitorearon alegres.
Una música más movida comenzó a sonar.
—¡Escuchen! Ya saben qué significa: ¡hora del baile!
Desconcertada, miro mis manos que percibo ajenas. Ellas
tiemblan. Sigo con la mirada el resbalar de los tonos cálidos que caen por las
comisuras de mis dedos. Me concentro en el eco que generan las gotas al caer;
caen una, dos, tres veces. Siento por breves instantes el hormigueo de mis piernas
amenazándome fallar. Saboreo mi saliva, escucho mis oídos zumbar, mi vista se
nubla y huelo olores que jamás creí experimentar.
Vuelvo
en mí una vez percibo el calentar de mis mejillas por el postrar del Sol en las
extensas ventanas de la universidad. Levanto mi rostro hacia el post meridium y
a pesar de que mis retinas me demandan detenerme, dejo que ardan, pues no hay
nada que ame más que al Sol. Amo a mi íntimo amigo el Sol; nos parecemos. Se ve
cansado, por eso me gusta acompañarlo con un cigarro y una buena cerveza en
mano. Lo veo esconderse, necesita descansar para mañana repetir el ciclo que
tan desgastado le tiene. Me siento triste por él; no podrá descansar, seguirá
con su arduo trabajo sin final.
Retengo
mi respiración y cierro mis ojos lastimados. Sé que es imposible ignorar la
situación bajo mis pies. Lagrimeo, lagrimeo hasta que las pocas gotas se
convierten en un llanto desolado. Mi garganta se anuda, mi estómago se comprime
y mi voz sale disparada en clamores. Quizás, solo quizás, si hubiera negado
aquella invitación a pasar a su despacho, pudiera haber acompañado por más
tiempo a mi íntimo amigo el Sol, pero fui insolente. Aún siento las frías manos
de mi profesor sobrepasar mi falda, desgarrar mis ropas y tapar mi llorera. No
puedo quejarme, seguro ha sido mi culpa por provocarlo con mis labios rojos y
vestidos veraniegos.
Suelto
el dióxido de carbono por mis fosas nasales, abro mis párpados y aunque soy
cegada por los rayos anaranjados, decido agachar mi mirada para por fin
enfrentar la realidad que he creado. Mis papilas se asquean y vomito sobre su
cuerpo inerte. No soporto mirarlo, mi cuerpo rechaza cualquier contacto con él.
He planeado esto por bastante tiempo. Retiro el cúter, clavado en el cráneo de
mi profesor, y lo apunto hacia mi vivo útero. Mi cabeza está a punto de
explotar, no deja de palpitar. Mis manos nuevamente se ven ensangrentadas y
caigo a un lado del adefesio. Nuestras sangres se mezclan, pero ya no importa,
yo solo miro al Sol.
“Errar
es humano” hubiera dicho él, pero no fue humano y yo decidí tampoco serlo,
aunque me calma el saber que el Sol tampoco lo es.
Tu silencio me persigue; no me deja dormir. Cuando creo que por fin ha desaparecido, vuelve a surgir, tan sonoro como el primer día. El eco de la inexistencia de tu voz es desgarradoramente claro, es una melodía macabra que me busca y me encuentra. Tu ausencia es el doloroso cuchillo clavado en mi pecho; sobrevivo aun con él, lo llevo a todos lados.
Wishing to be human | Ashanti López Castillo. Preparatoria 10