Daniela Carolina Aguirre Orozco
Preparatoria 5
María Carmen era una mujer bonita, y todo el mundo se lo hacía saber cada segundo de su vida. Pareciera que su único logro en la vida fue haber nacido bonita y que sus facciones fueran agradables a la vista.
Siempre que le preguntaba al novio de turno qué le gustaba de ella, nunca decía que su intelecto o personalidad, se limitaban a expresar que su cara o su cuerpo eran su mayor atributo, a veces haciéndole creer que no tenía ningún otro. Cuando le preguntaba a su padre qué se siente tener una hija tan bonita, el hombre con apenas mirarla decía «un orgullo » estas palabras consternaron a María Carmen, entonces, si fuera fea ¿estaría decepcionado?
Como toda mujer bonita que sabe que es bonita, se casó con un hombre apuesto, bien acomodado socialmente, que apenas y se molestaba en conocerla a fondo. Tuvieron una hija que no era bonita, sino hermosa, la niña más bella que sea haya visto jamás.
Conforme la niña iba creciendo la vida de María Carmen iba cambiando, le gustaba ser mamá, amaba su hija, pero en la calle todo el mundo le decía “pero qué hermosa hija tiene; tu hija es bellísima; tu hija parece muñequilla; tu hija, tu hija, tu hija”. Y ¿qué pasa con María Carmen? Acaso ya no es bonita. Es cierto que el embarazo le hizo perder cabello y aumentar de talla, además que las noches sin dormir le crearon unas grandes ojeras y cada día se veía más cansada desviviéndose por su bebé.
En la mente de María Carmen se empezaron a formular preguntas que no quería contestar, preguntas que con el simple hecho de cuestionarse le hacían sentir mal, pero ¿y si su hija estaba robando su belleza? ¿y si ya no tenía nada más para ofrecer al mundo? ¿y si ya no era amada si no era bella? Estas incógnitas se inmiscuían cada vez más en sus pensamientos, siendo a veces lo único que tenía en mente. Pasó días enteros sin dormir por la culpa, y pronto esa culpa se volvió odio hacia su primogénita, la odiaba por haberle robado su belleza, su única cualidad, para lo que había nacido.
Una noche de insomnio, harta de no poder conciliar el sueño, se decidió, iba a matarla, no podía seguir viviendo de esa manera, no podía ser esclava de su desgracia. Así que, con su almohada en mano, demencia en sus ojos y determinación en su alma, se encaminó a la habitación de su rival. Abrió la puerta lentamente para que el ruido no la despertara y de esa manera alertar a su marido, igualmente caminó muy despacio hacia el costado de la cuna. Con la respiración intranquila y los nervios de punta, vio a esa hermosa bebé que ella había creado, era la cosa más hermosa que jamás había visto. Eso fue suficiente para que dentro de María Carmen comenzara una batalla, después de ver a su hija se llenó de amor y regocijó, pero el odio no había menguado. De repente, sin previo aviso, miró hacia sus manos y noto que ya no había más una almohada, sino una soga y una última carta en la que se leía: Te amo, mi niña bonita.