¿Bondad?

Valeria Alejandra Pérez Huerta | Preparatoria 8

Me siento de golpe en la cama, el corazón me late como si acabara de correr un maratón. El sudor frío hace que el cabello se me adhiera a la frente. Siento la boca seca, como si no hubiera tomado agua durante varios días. Las manos me tiemblan. Pero esto solo es resultado de la pesadilla que acabo de tener, del recuerdo golpeándome otra vez. Como si no fuera suficiente tener que revivirlo todos los días, como si no fuera suficiente haberlo vivido en carne propia, no una, ni dos, ni tres veces. Fueron tantas que perdí la cuenta. Al final solo desconectaba mi mente de mi cuerpo para evitar sufrir más, como si aquello fuera posible.

Me entra una picazón por todo el cuerpo, sintiéndome sucia. Culpable. Como es parte de la rutina, me levanto de la cama. Con las piernas apenas respondiendo, me dirijo al baño. Me deshago de lo que uso, quedando desnuda frente al espejo. Al ver mi reflejo, el asco me llega de golpe. Caigo al piso junto al retrete, donde vomito.

Me abrazo tratando de pegar todas las piezas que por mucho tiempo han estado rotas. Un sentimiento amargo me llena el pecho; soy consciente de que después de tanto tiempo aún soy incapaz de verme al espejo. Pero la verdad es que no hay mucho que ver.

Entro con cuidado y lentamente a la tina. La temperatura helada del agua me cala los huesos. Con las piernas pegadas al pecho, tomo el estropajo y lo restriego por todo mi cuerpo en busca de limpiar una suciedad que va más allá de la física, aquella que estará siempre en mí, que de cierta forma me caracteriza. La piel se me siente seca, pálida, áspera, sin vida ni color. El único color que posee es el de las marcas y cicatrices que me adornan todo el cuerpo, aquellas que me recuerdan lo que viví por años. Paso lo que parecen horas tallando la suciedad que nunca desaparece, que todos ven, critican y juzgan, pero que nadie me ayuda a limpiar.

Los comentarios donde me acusan de ser la culpable me golpean, provocando que los ojos se me llenen de lágrimas, las cuales caen como un río por los pómulos pálidos y resecos, mismos que hace tiempo poseían una vida ahora arrebatada. Y con ellas llegan los recuerdos. Son tan reales que pareciera que lo estoy viviendo una vez más. El cómo invadía mi cuerpo, que aún recuerda cada detalle; cómo lo hizo sin remordimientos, sin consideración; cómo solo le importaba satisfacer su repugnante deseo. Vuelvo a sentir sus manos ásperas por todo mi cuerpo, tocando lugares que nunca nadie había tocado antes, que nadie más tocará ya que ni yo soy capaz de hacerlo. Pero la realidad es: ¿a quién le gustaría hacerlo?

“Si no fuera por mí estarías en la calle”.

La frase que usaba todas las veces que quería aprovecharse de mí se vuelve a posar una vez más en mi memoria, atormentándome como si aún no fuera suficiente, haciéndome sentir mucho menos valiosa de lo que lo soy.