Una divina sesión de terapia

Hector Franco Torres Manzano

Preparatoria 5

-¡Buenos días! Pase, recuestese allí. Lo estaba esperando.

—Ojalá yo viera igual de bueno al día —me recuesto sobre una silla reclinable que está en proceso de desbaratarse—. En fin, ¿será que tienes galletas de las de la otra vez? Estaban deliciosas.

La silla resiste mis torpes movimientos.

—Desde luego, aquí están —pone una caja morada en la mesa de centro, junto a mí—. ¿Me podrías recordar tu nombre completo y tu fecha de nacimiento, por favor?

—Claro, me llamo Dios y tengo la edad del universo.

—Listo. Ya tomé nota —empuja sus lentes contra su frente para enfocarme—. Empecemos entonces. ¿Qué te trae por aquí?

—No sé por dónde empezar. Creo que mi trabajo me tiene demasiado agobiado. He llegado al punto en el que mi trabajo se ha vuelto mi vida. Ya no soy capaz de separar mi vida laboral de mi vida personal.

—Ya veo. ¿Te gusta tu trabajo?

—En ocasiones no. Usualmente sí. Crear el universo fue algo muy divertido de hacer. Luego, el mantenimiento que he tenido que hacerle es entretenido, pero lo disfruto de verdad.

—Entiendo. ¿Entonces qué es lo que no te gusta de tu trabajo?

—Está el tema de la Tierra. Parece que se me fue un poco de las manos pues creé demasiadas personas. Aún así, eso de ayudar a la gente me hace feliz. Pero me he dado cuenta de que me hace falta ponerme más atención a mí mismo, me he descuidado un poco. También a veces siento que a nadie le importo, que todos hablan conmigo por puro interés, que solo buscan su propio bienestar, que son egoístas.

—¿Cómo te gustaría que te trataran?

—Me gustaría que hablaran conmigo sobre temas que no fueran peticiones y súplicas. Hablar sobre nuestras opiniones, sobre la trivialidad de la vida, esas cosas. Cosas sobre las que hablan los amigos —no puedo evitar borrar la ligera sonrisa que había mantenido hasta ahora—. También me siento mal al notar que todos me dedican demasiado tiempo a mí. Yo los quiero infinitamente y me gustaría verlos siendo felices, viviendo su vida; eso de que todo el día me tengan en su pensamiento no es sano para ninguno de nosotros.

—¿Has pensado en darte un descanso? Dar menos prioridad a todo lo que sucede en la Tierra.

—No lo había pensado aunque no sé si funcionaría. Además que, como te digo, me hace feliz ayudarles.

—Tú eres tan importante como las personas que te importan.

—Puede ser que tengas razón. Aunque creo que darles menos prioridad no sería suficiente para mí; mi agobio es inmenso. Necesito un descanso pleno, dejar de prestarles atención del todo… Sí, ¡eso haré!

—No, espera. No tienes por qué tomar medidas tan drásticas. Tú eres quien mantiene la armonía en la tierra y quien atiende a las peticiones de…

—¡Muchas gracias, mi estimado! Esta conversación ha sido muy útil —me levanto de la silla esperando no volcarla—. Nos vemos pronto —abro la puerta y bajo las escaleras.

—¡Por Dios! —me parece escuchar detrás de mí—. ¿Qué he hecho?