Un hermoso árbol

Bien dicen que la tierra guarda secretos fantásticos, tan impresionantes que realmente provocan miedo, escalofríos y que rompen toda creencia “absoluta” en cada persona. Aunque tanta fantástica ilusión sólo se presenta en aquellos que guardan en su interior un poder más fuerte que el ser humano ordinario no podría siquiera desarrollar.

­–Me sorprende que seas un caballero de los Aderslos –escuché la voz de mi madre mientras tocaba mis mejillas con sus manos, que por la edad estaban ásperas, pero que al tocar mi piel con amor se volvieron tan suaves como la seda. –Serás un caballero demasiado joven. Un gran honor te espera.

–A mi padre le hubiera gustado verme así, le hubiera agradado ver que por lo menos un hijo suyo pudo llegar a tan alto rango en la Corona –le dije–. Siento en verdad que no esté el aquí. Él me hubiera dicho algo para sentirme aún mejor o peor, sus declaraciones siempre tenían dos intenciones.

Mi madre me siguió mirando con amor y se dirigió hacia la mesa del comedor donde estaban mi yelmo y mi espada. Mi armadura perteneció a mi padre, le fue dada cuando también llegó a ser caballero de los Aderslos, su honor estaba reflejado en la pureza del metal y de los gravados más detallados que había visto en mi corta pero tan fantástica vida. La armadura se componía de un color negro que con la luz, en algunas partes parecía cambiar a blanco. Tenía picos que asemejaban alas en las hombreras al igual que en los sobrecodales. El peto y las musleras eran la simulación de hojas de arce real, una sobre la otra hasta terminar. Era una armadura llena de gloria.

Al salir, sentí cómo mi madre se llenaba de alegría aunque también había algo de angustia ya que servir a la Corona era digno de la divinidad, pero eso representaba un costo mucho más grande: perder la vida. Subí a mi caballo, de cuyo nombre apenas supe en aquel momento: Uusi Kohde, ahora compartiría con él el viaje que me conduciría a mi nombramiento. Cabalgué hasta la tierra de Resurrección donde empezaría mi trabajo, una labor de suma importancia, ya que resguardaría la salud de mi Rey Fausto Alderslos De Cingne. Me nombró caballero cuando él, estando en Sirnea De Veltra, de donde yo provengo, al sur de Resurrección, casi pierde la vida en un bosque. Siendo yo un hombre leñador, coincidimos. Pudo haber muerto por la hierba maldita, quien la toca perece a las dos horas. Un leñador sabe qué plantas tocar y cuáles son para curar, quizá mi destino era conocer la planta que lo curaría y salvaría de pasar a las tierras de los abismos. ¿Qué otra riqueza podría aceptar del Rey?

Al llegar a las puertas del enorme castillo, me recibió otro caballero del reino y me llevó a la habitación donde viviría de ese momento en adelante. Caminé por el castillo para conocerlo y reconocer las habitaciones reales. La acústica era muy vaga en ciertas áreas del castillo, los pasillos tenían antorchas a cada cinco metros de distancia y las alfombras rojas como la sangre cubrían los pisos de las escaleras. Ante mi vista, todo era sublime, nunca había entrado al castillo.

Al seguir mi recorrido por los jardines reales me encontré con los árboles de arce real (el arce real es la insignia de Resurrección) que estaban dispuestos estratégicamente para cubrir el castillo, al adentrarme más pude ver una silueta femenina jugando con las hojas caídas secas. Intenté retirarme antes que se diera cuenta de mi presencia pero fue en vano.

– ¿Quién eres? –me preguntó.

–Nadie importante ante sus ojos, señorita –dije inclinándome
Ella sonrió cerrando sus ojos y manteniéndolos así siguió:
–Ahora están cerrados y puedes decirme quién eres.
–Soy el nuevo caballero del Rey, y me temo que yo no debería estar aquí, señorita, así que pido su permiso para retirarme.
Abrió sus ojos, a primera vista no descifré el color de su iris, pero al verlos por segunda vez, logré ver que eran de un gris metálico. Hermosos. Ella se levantó de donde estaba sentada y con una voz frágil y amorosa me dijo que era la hija del Rey y que me permitía que estuviese con ella un momento. Extendió su pequeño y claro brazo y me dio la mano para que la acompañara a su estancia en los prados. Tomé su mano con delicadeza y me senté a su lado.

– ¿Sabía que hay muchos árboles? –preguntó.
–Creo que hay los suficientes, mi lady.

–Estamos en un mundo donde las personas se hacen árboles, y después vuelven a ser seres humanos. Yo nunca lo he podido hacer, es algo difícil. La primera vez que lo intenté fue muy pobre mi poder, apenas sentí otra energía en mi cuerpo. Conforme lo estuve haciendo pude sacar de mis dedos ramas, pero me asusté y desaparecieron. Y desde entonces quiero hacerlo, pero me invade el miedo.

Sus palabras me hicieron sentir como un padre que le cuenta una historia a su hija menor. Pero era ella quien me contaba la historia. Para no ofender su imaginación, le seguí la corriente diciéndole que no había nada que temer, que la naturaleza estaría de su parte y que yo la ayudaría a ser realidad su deseo de ser un árbol. Cuando terminé de decirle esto, llegó un sirviente del Rey pidiendo que, según palabras de su Alteza, lo acompañara a comprar las provisiones para el castillo. Me despedí de la inocente criatura y me retiré del castillo.

Mi primera tarea como caballero fue cuidar las espaldas de un criado, una historia absurda de contar. Llegamos a los puestos de fruta y verdura que estaban en el mercado. El criado bajó de la carretilla para ir por la lista inmensa de comida, yo, desde mi lugar sobre Uusi Kohde, lo miraba hacer su trabajo y observaba, además, hacia los otros puestos y las personas que caminaban.

Frente a la taberna estaban unos puestos de calabazas y ahí logré ver la figura de una doncella con un vestido rojo y otra prenda negra. Ella sintió mi mirada y me devolvió la vista, tenía un hermoso rostro y unas manos que parecían ser suaves, llevaba un anillo en forma de árbol, no le noté un mal ni un disgusto. Bajé de Uusi Kohde para dirigirme hacia ella, pero en ese momento empezó a caminar y a alejarse de mí; aun así, tenía inquietud por conocerla y saber al menos su nombre, era tan bella. La veía andar entre las personas del mercado que no me permitían llegar a ella, me volví un poco violento para poder avanzar. Llegué hasta un bosque. Caminé buscando su figura pero no lo conseguía. Me quedé de pie rastreando a través de los árboles pero me resigné y di vuelta para regresar, en ese instante me encontré con un árbol que poco antes no estaba ahí. Como había sido leñador hasta apenas unos días, podía recordar los caminos y los árboles que estaban a mi paso. Me dirigí hacia él y lo toqué. Lo sentí diferente a muchos otros árboles, éste respiraba más profundamente, como si estuviera asustado. Al mirar las raíces pude ver un anillo parecido al de la doncella, pero éste tenía piedras de otros colores. El anillo de la bella mujer tenía piedras rojas como si fueran manzanas en las ramas. Pero éste tenía el color de las manzanas grises. Como los ojos de la hija del Rey. Tomé el anillo y me dirigí al pueblo donde el criado ya estaba en la carretilla esperándome. Subí a Uusi Kohde y partimos al castillo. Llegando al castillo busqué a la hija del Rey para darle el anillo que había encontrado en el bosque. La encontré jugando en la cocina y le pedí que me acompañara afuera. Con una sonrisa me tomó de la mano y salimos.

–Mi lady, quiero darle algo que es muy poderoso, lo encontré y pensé en usted. Es un anillo, que le da poderes para convertirse en árbol, lo que usted siempre ha querido ser –le mentí, pero la imaginación de una niña no repara en ello.

Ella se alegró tanto que enseguida se lo puso, pensé que le quedaría grande pero al ponérselo le quedó justo. Miraba el anillo con mucha felicidad.

Pasaron los días y yo seguía rufianes desleales al Rey. Todo iba bien, hasta que un día la niña, la hija del Rey había desapareó. La Reina lloraba enfrente de todos y el Rey estaba más que molesto. Nos dio orden de ir al pueblo, a los bosques y a tierras lejanas para buscarla. Pero antes de emprender camino, supimos de su paradero: estaba en los jardines reales. Muchos aseguraban que ya la habían buscado ahí pero que no la encontraron. La niña recibió un regaño tremendo por haber desaparecido, aun así fue muy aliviador saber que no corrió ningún peligro.

Esa misma noche, mientras hacía guardia en los pasillos del castillo, la niña llegó a mí dando brincos de felicidad.

–Gracias por el anillo. Me ayudó para convertirme en un árbol. ¿Dónde crees que estaba cuando me raptaron? Era un hermoso árbol, pude ver cómo me buscaban pero después decidí volver a mi forma humana para no asustar a mis padres. En serio te lo agradezco –me dijo esto y siguió su camino.

No podía saber si eso fue una verdad o una fantasía de una pequeña niña; intentaba no darle mucha importancia a sus palabras; sin embargo, esa noche no pude dormir. Al día siguiente fui a los jardines reales, exactamente donde conocí a la niña. Había algo anormal ahí, estaba otro árbol que nunca había visto. Me quedé frente a él por un tiempo largo, hasta que sus hojas empezaron a caer pero no tocaban el suelo, el viento las hacía volar su alrededor. El movimiento fue de lento a más rápido. Llegó el momento en el que se unió todo: las hojas, las ramas, la fruta, todo, hasta que se formó a la hija del Rey.

–Te lo dije, ya puedo ser un árbol ¿viste lo hermosa que soy?

Arlette Paulina Reyes Muñoz
Preparatoria Regional de San Miguel el Alto
Publicado en la edición Núm. 11

... en muchos ojos Jahel Naomi Méndez Zermeño Preparatoria Regional de El Salto

… en muchos ojos
Jahel Naomi Méndez Zermeño
Preparatoria Regional de El Salto

Litigio

 He llevado a mis labios el caracol sonoro
y he suscitado el eco de las dianas marinas,
le acerqué a mis oídos y las azules minas
me han contado en voz baja su secreto tesoro.

Rubén Darío

 

Estoy a punto de ganar la demanda que hace unos meses levanté contra la Luna. Y, óigame usté, todo lo que he hecho no es por dinero ni por fama, sino por algo más importante: la Poesía Mexicana.

Soy un humilde campesino que siembra poesía, no tengo mucho dinero. Desde joven mantengo a mi mujer y a mis hijos gracias al huerto de caracoles junto al mar en el que siembro, que me heredó mi padre, por supuesto. Los babosos (que perdone usté, pero así se llaman) tardan doce meses en crecer, después de cuidados minuciosos. Antes les daba de nalgadas a mis hijos para que lloraran y así poder regar el sembradío con sus lágrimas (porque la poesía crece más rápido con el dolor y la tristeza), ahora les pido a ellos que me traigan a mis nietos para que también cooperen con el negocio familiar. Los animalitos se nutren gracias a la música o al duelo, por eso también rento mi casa para sepelios y otras ceremonias. Después que los caracoles están bien maduritos, con la misma guadaña que uso para la siega, trituro el molusco y lo echo a la basura, para quedarme con la pura caracola. Ya estando solas las conchas, las vendo de a tres por peso. Vieras los clientes que he tenido: Octavio Paz, José Emilio Pacheco, Jaime Sabines, etece, etece. Todos compraron de mi poesía, que es pura calidad. Eso sí, yo chitón, hay que ser discreto: ¿te imaginas que le hubieran quitado el Nobel a don Tavo porque compró sus poemas por encargo? Yo soy honrado y respeto la imagen de mis clientes.

Uno no más acerca el oído a la conchita y escucha el espíritu de lo poético, como los niños cuando juegan a escuchar el mar. Letra por letra, la concha destila su poesía por el espiral que tiene en los costados. Uno decide si la acomoda en pentapodia o si la desgrana en endecasílabos, ora sí que cada quien, ¿o no?

Yo fui el tuétano de la poesía azteca, sí señor. Mi negocio iba requetebién, hasta que la canija Luna se puso caprichosa y pos, ya vio usté que arreció las mareas de todo el mundo. Por sus jijos berrinches se fregó mi cosecha de un año, ¡un año! Dígame usté: ¿cuántos Premios Nacionales de Poesía Elías Nandino no se fueron en ese cultivo?, ¿cuántos Ramón López Velarde?, ¿cuántos ensayos para el Villaurrutia?, ¿cuántas putas no se quedaron sin chamba porque no había poetas jóvenes ansiosos de celebrar su premio? ¡Una desgracia nacional!

Demandé al satélite por daños morales y materiales. Imagínese al nuevo Malarmé, al nuevo Verlén, al nuevo Rambó, vagando por áhi, todos moneados y pedos porque creen que son malos poetas; no, ¡no!: son los mejores poetas del pinche mundo, nomás les falta poesía… y allí es donde entro yo.

Ya quedamos de acuerdo en que la Luna nos va a inspirar tres centenas de sonetos, sesenta jitanjáforas y un millar de poemas en verso libre, en lo que nos reponemos de la crisis. Lo que me apura no es la inminente monotemática celeste, sino que en la noche todo está muy oscuro y por ende mis muchachos se van a lastimar la vista mientras escriban.

No, joven, si la Literatura Mexicana se cae a pedazos no es culpa del cacicazgo intelectual o de la falta de becas y de incentivación gubernamental: es culpa de la Luna, que nos ha dejado sin poesía.

 

Leonardo Miguel Gutiérrez Arellano
Preparatoria Regional de Santa Anita
Publicado en la edición Núm. 11

Encrucijada

Estaba en mi habitación, sentado frente al escritorio con la laptop encendida, en la pantalla una página en blanco, sin saber qué escribir o qué hacer, no sabía cómo contestar a todas esas interrogantes dentro de mi cabeza.

Cientos de preguntas vagando por mi mente, todos aquellos errores del pasado, persiguiéndome, y continuaba sin saber qué escribir. La ira empapaba cada rincón de mi mente, cuerpo y alma.

Exploté, tomé con rabia el ventilador y lo arrojé al suelo, grité eufórico. Mi madre entró presurosa a la habitación y preguntó:

—¡Hijo!, ¡¿estás bien, qué pasó?! ¡Hijo!

La cólera nubló mi pensamiento, vuelto un animal salvaje, tomé su cabeza y la estrellé varias veces contra el muro, me detuve, pero no por lástima, más bien me pregunté qué haría con el cuerpo.

Mi hermano, o más bien hermana, ya que era algo joto, llegó preguntando qué había hecho, no paraba de gritar y lloriquear, mientras tiraba de mi camisa. No lo escuché, seguía inmerso en mis propios pensamientos, el cadáver era un obstáculo, por ninguna razón podía dejar que lo descubrieran. Tomé un cuchillo carnicero y corté el cuerpo en pequeñas partes, de pronto eran dos los cadáveres que debía cortar, busqué algunas bolsas, para deshacerme de los trozos, ejecuté mi labor sin pausa, cortar, meter, atar; cortar, meter, atar; cortar, meter, atar.

Las luces azul y roja entraron por la ventana de la sala, acompañada con el sonido de la sirena, probablemente debido a la llamada de algún vecino. Éste era el momento, las opciones eran claras, enfrentarlos o huir por la puerta trasera, no titubeé.

 

 

Andrés Quintero Quirarte
Preparatoria Regional de Ameca
Publicado en la edición Núm. 11

Tabula rasa

Treinta años más tarde, el detective había logrado resolver todos los azarosos enigmas que inundaron su vida, dándole un cambio radical. El nombre del asesino estaba a punto de ser articulado por sus labios cuando el autor hizo bolita el manuscrito y lo tiró a la papelera, convencido de que su novela era una llana mierda.

 

 

Leonardo Miguel Gutiérrez Arellano
Preparatoria Regional de Santa Anita
Publicado en la edición Núm. 11

Averno

Dos almas en pena, separadas y sin saber de la existencia de la otra, recorren un camino de incertidumbre, sin saber lo que les espera. Casi al final se cruzan. Una mira a la otra con duda. Nunca había visto a un alma sufriente como ella; pero al ver sus ojos reconoce que tienen la misma razón por la cual caminar.

Dos almas en pena, juntas, conociendo la existencia de la otra, recorren el camino rumbo a su castigo.

Enrique Salomón Rivera Alatorre
Preparatoria 15
Publicado en la edición Núm. 11

Colofón

Cráneo Yadira Alejandra Orozco Osuna Escuela Vocacional

Cráneo
Yadira Alejandra Orozco Osuna
Escuela Vocacional

─Por fin, has llegado.
─Tengo prisa, terminemos con esto.
─Quiero que sepas que soy feliz.
─Nadie es feliz a mi lado, represento el final de todo.
─Usted, señora Muerte, es el final de mi sufrimiento.

 

Enrique Salomón Rivera Alatorre
Preparatoria 15
Publicado en la edición 11

La Bufa y Valentín Azuela

─La Bufa es el cerro de por aquí ─dijo el anciano─, desde antaño se cuenta de la existencia de una dama atrapada en una de sus cuevas. Existe una forma de rescatarla: hay que subir hasta la cima, sacarla de la cueva y llevarla a la parroquia para desposarla, pero debe ser justo el Jueves Santo.

─ ¡Es en dos días! ─gritó el joven Valentín Azuela.

El anciano asintió.

Valentín se levantó emocionado por la noticia, la Bufa parecía ser la aventura que buscaba en América. El Jueves Santo antes del alba Valentín ya estaba en las faldas del cerro. El ascenso fue duro, la tierra era árida y seca, cuando por fin llegó a la cima ya era medio día. “¡Ven para acá, valiente!”, resonaba una voz proveniente de una de las cuevas en la cima del cerro. “¡Ven para acá, valiente!  ¡Pero cuando me tengas, para atrás no has de mirar! “, sin pensarlo mucho se metió a la cueva.

Al salir, cargaba en su espalda una enorme piedra con la talla de una mujer desnuda. Ahora la Bufa se mostraba verde y llena de vida. En cuanto comenzó a descender, la piedra cambió, ya no era dura sino blanda y húmeda. “¡Para atrás no has de mirar!”, recordó la voz. Pero Valentín abrió los brazos y dejó caer lo que sea que llevase en la espalda.

Lo único que alcanzó a ver fue cómo una grotesca serpiente se metía a la cueva. La Bufa se volvió árida otra vez y la cueva se selló.

Subsistencia entre las sombras Salma Damaris Ortega Dávalos Preparatoria Regional de El Salto

Subsistencia entre las sombras
Salma Damaris Ortega Dávalos
Preparatoria Regional de El Salto

Ignacio Manuel Silva González
Preparatoria 17
Publicado en la edición Núm. 11

El Tunkuluchú y Valentín Azuela

Sombras Salma Damaris Ortega Dávalos Preparatoria Regional de El Salto

Sombras
Salma Damaris Ortega Dávalos
Preparatoria Regional de El Salto

“¡Uuu! ¡Uuu!”, aulló el tecolote, “¡uuu! ¡Uuu!”.

Valentín se encontraba en un funeral, una de las vecinas había fallecido, era apenas una niña. La noche estaba triste y cruda. “¡Uuu! ¡Uuu!”, ya hacía tiempo que escuchaba al tecolote cantar, incluso puso un espantapájaros improvisado en su jardín, pero no funcionaba. Estaba sentado a un lado de las lloronas, cuando escuchó de nuevo el canto del ave.

“¡Uuu! ¡Uuu!”.

─La muerte se aproxima otra vez ─se lamentó una de las lloronas.

Cuando el entierro terminó al día siguiente, se acercó a la mujer y quiso saber de la muerte y el tecolote.

─Tenga cuidado joven ─le advirtió la llorona─, el tunkuluchú es un pájaro vengativo. Le tiene odio al hombre, piensa que todos debemos pagar por lo que un maya imprudente le hizo. Aprendió a oler la muerte.

Para Valentín el búho era un animal de letras. Símbolo de inteligencia y sabiduría. Pero en la antigua Mesoamérica aprendió a oler la muerte, lo hizo en los panteones y en forma de venganza, va a los lugares donde presiente este sádico olor y asusta a todos con su premonición, por eso se dice: cuando el tecolote canta, el indio muere.

Ignacio Manuel Silva González
Preparatoria 17
Publicado en la edición Núm. 11

Submarino

El oxígeno era casi inexistente, se iba tan rápido como el agua entraba en mis pulmones.

¿Habrá dicha más grande que morir en el cielo y no morir para esperar llegar a él? Ahí está la calma y las estrellas son como burbujas… cada vez son menos.

 

Dalia Sarahi Hinojosa Mayoral
Preparatoria 4
Publicado en la edición Núm. 11

Un poco más

Luis estaba cansado, el marcador iba 9 a 9 y anochecía, hacía rato que le habían llamado para ir al supermercado pero era su momento, estaba frente a la portería y de nuevo su baja estatura no le permitió anotar el gol decisivo.

Frustrado, se negó a escuchar a sus amigos, no necesitaba reproches, sólo unos centímetros más para alcanzar el balón atorado bajo el auto de su madre que arrancaba en ese instante, para ir sin él, a donde fuera para siempre.

 

Carlos Emmanuel Castillo Núñez
Preparatoria Regional de Tecolotlán
Publicado en la edición Núm. 11

La reacción ante la huida

El cerebro es una de las estructuras que más ha impresionado a la comunidad científica y al ser humano en general. Es increíble pensar que el mismo cerebro con el cual podemos poner satélites en órbita, es el mismo que permitió la primera agricultura y la primera civilización. Este órgano se estructura por capas, ergo, mantiene las respuestas primigenias en el centro y a las más nuevas en capas exteriores.

*

Todo indicaba ser normal, o así lo había sido esa noche y las anteriores. Rubén, oficinista en los días, pintor por las noches, trabaja en una pintura abstracta con manchones azules, negros, blancos, puntas y gota prematura que apenas logra manifestarse en las manos. Un estudio de noche, iluminación lunar. Silencio.

                Puerta. Habían sonado tres golpes secos en la puerta del departamento-estudio. ¿Quién será a estas horas de la noche? ¿Qué horas son? Saca su celular del pantalón, lo primero que ve son las trece llamadas perdidas de Lucía y elimina la notificación a la par que un signo interrogativo se dibuja en su cara. Una y media de la madrugada. Se gira, y en la acción apaga el cigarrillo en un cenicero de cristal hasta el tope de colillas y ceniza.

                Tres nuevos golpes. Misma sorpresa, misma pregunta y nacimiento de una nueva: ¿por qué tanta agresividad? Mira con desconfianza por el ojo de la puerta y tras el paño la ve: es ella. Lucía, mujer moderna, “pareja” de Rubén; secretaria de día de lunes a viernes y, a partir de las seis de la tarde y hasta que el cuerpo necesite dormir, mujer de museos, cafés y galerías. Sólo bebe cuando en necesario.

*

Por ese motivo, nuestro sistema nervioso simpático, que tiene su origen en la médula espinal, cuya función primordial es activar los cambios en la reacción lucha-huida, y nuestro sistema parasimpático, encargado del descanso y de la digestión, reaccionarían de la misma manera en la que lo haría un australopithecus al luchar por la comida que la forma en la que lo hace un imputado en la sala de interrogación: o huimos, o atacamos.

*

Rubén abre extrañado la puerta, ella no tiene por qué estar allí, no es necesario, ya se lo había dicho hace dos días, en la última discusión.

                —¿Qué haces aquí, Lucía? ¿No ves la hora? ¿Estás bien? ¿Por qué me llamaste tantas veces?

                Silencio por respuesta. Ella suelta su bolsa a un lado de la puerta y de la misma forma se deja caer sobre el sillón de la sala. Pesada. Observa la pintura de Rubén. Lo mira, cara sin expresión por parte de ella, cara que piensa por parte de él.

                Lucía se levanta del sofá, algo no anda bien, lo siente; Rubén lo siente de la misma manera que lo había sentido ya en las discusiones anteriores y cuyos resultados eran los “berrinches” de Lucía. Ella abre una puerta de la alacena, saca un vaso para volver a cerrar la puertecita y de la sala toma la botella de vodka que estaba por terminarse. Rubén intenta seguir su paso, cierra la puerta de la calle, se sienta en el banco en el que estaba antes de abrir la puerta, la observa servirse vodka en el vaso como si de agua se tratase. Un sorbo, un único sorbo.

                —¿No dirás nada? —dijo Rubén tras observarse directamente a los ojos durante veinte minutos que en realidad fueron tres. Raspa la garganta— Sabes perfectamente que te puedo observar tosa la noche sin decir nada. Quieres decir algo, Lucía. —Se escucha el fondo de un vaso vacío tocar la mesa.

                —¿Con quién fue la última mujer con la que te acostaste, Rubén? —mujer tajante. Fue un escopetazo en el bosque: una parvada de golondrinas que huyen.

                —Conti…  —el falso intento de mentira por complacerla fue cortado.

                —No, Rubén, ambos sabemos que no es así —dijo casi a gritos, antes de que él respondiera.

*

El rostro pálido es un claro ejemplo que la mayoría de nosotros hemos tenido alguna vez en nuestras vidas; ésta, al igual que las pupilas dilatadas y la sudoración, son registros visibles de que el cuerpo se prepara para el posible desenlace de la reacción lucha-huida. Sin embargo, no es la única respuesta en nuestro organismo. El cerebro ordena el bombeo de sangre a nuestros músculos, los tensa, aumenta la presión sanguínea y las venas se dilatan; el estómago y los riñones siguen las órdenes del sistema parasimpático y dejan de trabajar, por último, los capilares de la piel son contraídos. Listo, ahora usted está preparado para luchas o para huir del peligro que tiene enfrente.

*

—¿De qué estás hablas, Lucía? ¿Es por lo de Alondra? Por Dios, creía que ya habías superado eso, Lucía. Ya lo habías superado —el volumen de él aumentaba, Lucía sabía perfectamente cómo odiaba que le marcaran sus errores pasados, en especial cuando ya los «había enterrado».

                —Sabes perfectamente que no hablo de ella. Estaba en el bar y me encontré a tu amiguita Lorena, ya sabes, la que encontré en tu apartamento cuando regresaba unas cosas y no estabas. Hoy se veía muy contenta, de seguro venía de aquí. ¿Quieres que te dé más nombres e historias? ¿Quieres que responda como tú deberías de hablar? ¿Quieres que nombre a todas las mujeres que han dormido en tu colchón mientras yo me he callado?  —el tono subía, la cara se enrojecía, la voz se quebraba, mientras golpeaba la mesa— Porque crees que no, pero puedo nombrarte también a Naomi y a Paola, que son de las otras que me he enterado, porque las traes contigo, las portas en tu mirada, en tu cabello como cera de pinar, en los botones de tus camisas. Creí que lo de Alondra no se iba a repetir —un cristal se rompe dentro de la cabeza de Rubén—. Pero sólo has sido llagas en mis brazos…

                La cara de Rubén cambió, no iba a tomar la pose de siempre, donde pedía disculpa e intentaba sacarle la vuelta a todo y concluir con un abrazo y una tensión liberada que tiende a regresar como un resorte.

—Tienes razón, Lucía —decía al encender un cigarrillo, mientras se encorvaba hacia ella y fruncía el ceño. El cínico que llevaba dentro salía a flote, todo con el único fin de dañar. Si ella ataca, yo también—. ¿Pero sabes qué? Ya me tienes harto de tus estúpidos celos y no me importa de dónde viene todo esto. ¡Estás ebria, Lucía, mírate! Y sí, he estado con todas ellas y lo he disfrutado bastante. Y sin embargo…

*

En la naturaleza podemos ver comportamientos basados en esta reacción. Ejemplo: el guepardo a pesar de tener la habilidad de alcanzar una velocidad de entre 95 y 115 kilómetros por hora, decide en esta lucha por la supervivencia al ataque. Podemos observar cómo un león intenta acercarse a las crías de una madre guepardo, es aquí donde la defensa se basa en el ataque.

*

—Eres un sinvergüenza, pero claro, no debería de sorprenderme, ahora confirmo tu trato hacia mí, me tratas como una cosa aparte, tanto que dices quererme —y al hablar se ponía de pie y se quitaba un brazalete, para lanzarlo hacia donde estaba Rubén, quien lo esquivaba sin mucho esfuerzo, sin ganas, no era la primera vez que lo hacía—. Toma todo lo tuyo que traigo, pero si pudiera te aventaba todo lo que hay aquí, tus tontos anillos y tus pulseritas idiotas.

*

El hembra guepardo se acerca hacia el león, quien hasta ese momento había tenido un paso cauteloso, ahora él se acerca en dirección a ella. Se encuentra lo suficientemente cerca. Lucía intenta empujarlo, pero no puede, él pesa lo doble que ella, y los intentos de golpes son detenidos por Rubén, hasta que una bofetada se logra marcar en la mejilla.

                El león comienza a perseguir al guepardo, con el intento de igualar su velocidad; ahora ella se encuentra lo suficientemente lejos. El ritual animal se repite, Lucía intenta empujarlo, darle bofetadas.

                —¿Al menos podrías fingir que me quieres? —decía con el llanto en su cara y él sólo se dedicaba a evadir los golpes o a detenerlos, a la par de repeticiones del mantra “basta, Lucía, basta”.

                El cuadro cae, Lucía lo tira, lo rasga. Pintura negra y blanca tirada en el suelo. Rubén ya está rojo, no por el cuadro, por Lucía. Decide atacar. El león, a la mayor velocidad posible, se acerca a ella. Lucía lo araña, Rubén la empuja, por poco la hace caer y el guepardo se deja ir con todas las emociones. Se empujan, se dicen todas las palabras que viene a la mente. Rugidos. Llantos sordos. Rubén la toma agresivamente de la camisa y después la toma del cuello y la estampa contra la pared cercana a donde había estado el caballete, para impedirle la respiración. Hace el intento de levantarla del cuello, lo suficiente como para ver unas pobres pataletas y varios golpes a un brazo sofocante. El guepardo intenta soltarse con arañazos al león, clavar las garras. Lucía clava fuerte su pulgar en el ojo de Rubén, con el mismo dedo lo empuja mientras da una patada en la entrepierna que lo hace retraerse y liberarla de su sofoco. Toma aire. Ahora un poco más libre, el guepardo clava sus garras en el rostro del león, lo araña, lo hace sangrar. Pequeño chorro, goteo. Rubén está tirado en el piso sobre la pintura negra que le hizo resbalar, ayudada también por un empujón de Lucía y un paso en falso, consecuencia: un golpe duro en la nuca…

                Como ya se ha dicho, el organismo reacciona de manera estrepitosa ante un ataque, es por ello que los individuos, al igual que algunos autos deportivos, pasan de cero a cien en pocos segundos; el guepardo que tan sólo defendía a sus crías, pasa a ser el atacante cuando en un acto desesperado muerde las patas del león con el riesgo de hacerse más daño. Funcionó. El ataque es ahora la única opción para la defensa. Lucía siempre atacaba para defenderse. Ella se posiciona rápidamente sobre Rubén, para seguir con los golpes, pero ahora con el cenicero de Rubén que había caído al piso y que tomó rápida. El guepardo muerde el cuello. Lucía lo ahorca, clava las uñas, él ya no se defiende. Ya hace tiempo que no se defiende. La bestia no parece dar término a los golpes con el grueso cristal, que poco a poco destrizan la cara a la par que los brotes de sangre que salen por la boca, la nariz y por la fractura del cráneo se mezclan con los azulejos, la estepa. Arañazos en el cuello de un león. Convulsiones casi mudas. Un chorro de sangre que se detiene poco a poco.

*

La respuesta confunde, existe una hiperexcitación en el organismo. Mira hacia alrededor, el desorden, la sangre, el cuerpo inerte. ¿Ataque o huida? Ya atacó. Respuesta: huir ¿Dirección? Desconocida. Respuesta posible número dos: ¿qué voy a hacer? Pregunta detonante número dos: ¿qué he hecho?

René Flores Ortiz

Preparatoria de Jalisco

Escribir cuentos ¿para qué?

A medida que vamos creciendo y desarrollándonos, nos inundamos de historias. Las primeras tienen una relación directa con la vida cotidiana ¿recuerdas lo que imaginabas en tu niñez cuando con tu juguete favorito emprendías momentos especiales? Las aventuras que vivieron esos muñecos o muñecas, se fueron transformando en aventuras con los amigos o los compañeros de escuela. Ese hecho real siempre ha sido la fuente de la creación, de tus creaciones. Y llega el momento en que escribirlas se vuelve necesario, urgente. ¿Te ha pasado? Necesitas un diario donde registrar esos diálogos, esas escenas, esos momentos alegres, tristes, trascendentes. Ahí está el germen de las narraciones.

La narración consiste en contar algo a alguien. Estructurar organizadamente las ideas para que quien lee o nos escucha pueda imaginarse cada una de las escenas que relatamos. Las narraciones literarias contienen un poco de ficción (aquello que pensamos es posible) y un poco de realidad; inevitablemente, como escritores, dejamos ver algo de nosotros. Cada cuento o microcuento creado, es el resultado de la transformación hecha a eso que se vive día con día. El mérito consiste en saber cómo convertirla, cómo hacer de esa cotidianeidad algo extraordinario. El vuelo de un ave, el amor platónico por el chico que nos gusta, la búsqueda de un libro o el simple hecho de jugar con trompos puede convertirse en el motivo literario. Ése, el deseado.

¿Cómo o por qué nos surge la necesidad de escribir estas historias? Quizá la pregunta no sea la adecuada, la reformulo ¿para qué? ¿De qué serviría que los demás conocieran aquello que imagino al mirar ese vuelo y quizá considerar que es una pequeña niña con polvo de hadas? La respuesta se revela como emergiendo de una nube misteriosa: para hacer de nuestras realidades un lugar más conveniente.

 

 

Reyna Hernández Haro*

 

 

*Profesora en el CUCSH de la Universidad de Guadalajara. Promotora de lectura en la Biblioteca Pública del Estado de Jalisco «Juan José Arreola». Ha publicado artículos críticos en algunos diarios, revistas independientes y la relación del psicoanálisis con el arte. Durante el año 2007 fue editora del boletín informativo electrónico El Mexicano Austral de la Asociación de Mexicanos en Chile. Colaboradora como cronista en la revista literaria electrónica Monolito. Docente en el Sistema Universitario del Adulto Mayor de la Universidad de Guadalajara.

La imagen más profunda

Lectura │Alison Alexa Valadez Olivares. Preparatoria Regional de El Salto

Lectura │Alison Alexa Valadez Olivares. Preparatoria Regional de El Salto

¿Alguna vez te pusiste a pensar cómo se sentían los condenados de Dante Alighieri de estar en semejante infierno? ¿O los piratas que murieron a manos de Wan Guld que el Corsario Negro no pudo salvar? ¿Qué tal los elfos de Tolkien que murieron en una injusta batalla sin poder recibir oportunidad? Yo tampoco. ¿Qué motiva más al hombre a crear que el hecho de pretender ser Dios siendo nosotros tan imperfectos y es quizá eso lo que nos limita a ver nuestros errores?

En mis aventuras el Conde de Eudes, señor de las tierras del Altiplano Oriental, destinado a la grandeza, vivió la gran plenitud que ofrece el arte de escribir. Yo sentía al mismo tiempo el regocijo que ese personaje debía tener, se siente igual que tener la más grande fortuna, comienzas a ver el mundo por debajo de ti, porque realmente nunca llegaron a tu altura. Él era, por el simple hecho de existir, el más digno portador de espada, nadie la envainaba y la cruzaba contra sus enemigos de una forma más precisa que él. Se lesionó muchas veces, pero es el personaje principal, así que sanaba pronto, a veces de forma milagrosa. El Gran Duque de Paladio lo notó varias veces, pero alguna extraña fuerza le impedía remarcarlo. Lo mismo que el hijo del Marqués de San Juan Pedestal, cuyas glorias fueron arrebatadas en dichosas peleas enmarcadas en un cuadro de madera donde sólo hacía una sombra a la espalda de su opositor.

Muchos, en diversos reinos, notaban que este hombre siempre aparecía en las canciones más populares entre los pueblos que los juglares visitaban. Le tenían una envidia comparable con la torre más alta de la Montaña Celeste, al otro lado del Río Machete, en donde las nubes cubrían la loma y más arriba estaba aquella cúpula donde nuestro héroe ahora descansaba. Claro que se quedó con la princesa. Nadie le preguntó si a ella le gustaba él. El amor es sólo una palabra recurrente cuando de historias se habla. La tradición dice, y ella estaba consciente, que quien demuestra valor es el merecedor de tan hermosa dama, y ella no era nadie para romper la tradición. El Conde de Eudes se sentía como deben sentirse los que no ayudan a la limpieza y sólo se recuestan en ella, con una vida prometedora y un buen futuro con la dama (cuyo nombre se me olvida ya que viene del germano antiguo). Veo en ese hombre mi reflejo, sólo que él no usa lentes, ni tiene el cabello rizado, ni usa el mismo colorete. Realmente, ni siquiera es mujer, pero de igual forma vive las aventuras que hay en mi interior.

Dejé de escribir la historia y me dispuse a comer en el comedor de mi casa, sin saber que el punto final aún no estaba puesto. Desde un escondite cercano el Duque de Paladio me veía comer, silencioso, agazapado, como el gato que intenta saltar hacia el ratón. Un duque jamás viene solo, venían muchos hombres, armados y temerosos de que los oyera. Mi masticar debió ocultar el ruido del enorme escándalo que se escuchaba. Fueron hasta donde estaba mi cuaderno, y fuera de lo común comenzaron a escribir. Sin borrar, sólo escribir. En ella redactaron las miserias por las que pasaron, liberaron su rencor, su trato injusto y el futuro por el que estaban condenados a pasar, un futuro en el que no tenían brazos, ni pies, ni ojos, ni cuello, ni esperanza. ¿Algo motiva más que ser Dios? Sí, ser Lucifer, en cuyo reino existe la autoridad de castigar. Nada le gusta más que la venganza, ese concepto que es abstracto en nuestro mundo pero dominante en el suyo. Liberar rencores y depositar angustias es tarea diaria. Los nuevos escritores fueron formados (o creados) con las mismas aspiraciones de un hombre. El hombre no aspira a cambiar el mundo, aspira a dejarlo tal como él fue dejado. No debieron tardar mucho porque, al menos, yo no lo hice.

Regresé a mi escritorio lista para redactar el final de la historia. En ella anotaba las futuras aspiraciones del Conde, en donde se incluía matar un dragón, volar en un glifo alado, hacerse invisible, conocer las divinas identidades…

Escribía tan rápido que mi mano no dejaba de menear el lápiz, cada palabra y cada frase formaban un suceso nuevo y el grafito le dio forma a una noche oscura y sumida en la profundidad de los Calabozos de Plomo en donde el Conde caminaba lentamente acompañado de otros hombres y a su alrededor había otros, que lo empujaban para que se diera prisa. Más al fondo se veía un resplandor proveniente de una hoguera. El Conde estaba asustado, desconcertado, y nadie le decía nada que el entendiera, sólo balbuceos que parecían venir de otra época. Alrededor de la hoguera había más gente reunida que en el imponente Coliseo, todos gritaban con gran furia y estruendo. Le aventaban piedras, y palos, y zapatos, y las piezas de su antes lujosa armadura. Gente vista en sueños, en pesadillas, en realidades y en lecturas. No se sentía fuerte, se sentía totalmente indefenso, cada golpe de una prenda le dolía más que lo que antes le dolió el garrotazo con el palo más grande que se pudiera imaginar.

En ese momento quiso salir de lo que ya era tradicional, romper el esquema impuesto, pero en eso tropezó. ¡Mis pies estaban atados! Mientras yacía en el suelo, recibió azotes de un rígido látigo. Salieron lágrimas inútiles de sus débiles ojos que penas distinguían algo. ¡Qué extraño! Antes veía bien. Con un tormentoso dolor en la espalda no hacía más que seguir los pasos de los hombres que lo conducían. Hubiera querido que el Conde estuviera ahí, pero él era el Conde. ¿Por qué rayos no hacía uno de sus fabulosos escapes? Esperaba que esa fuerza que lo movía todo el tiempo se interpusiera, y con algún mágico poder él se desataría y comenzaría la batalla en la que saldría victorioso.

Lo que estaba enfrente del Conde no era una hoguera, era una gigantesca bombilla eléctrica. En ella, el Conde se vio a sí mismo como nunca lo quiso hacer y notó a una muchacha de mediana estatura, con cabello rizado y un uso excesivo de colorete. Alrededor de ella había gente deforme por haberse quemado en la hoguera de la Santa Inquisición, a los heridos con flechas en la Guerra del Panteón, a los ejecutados, a los asesinados, al Duque de Paladio y al Marqués de San Juan Pedestal junto a su hijo, el cual, abrazaba con lujuria a su querida dama. Ella estaba ahí, le faltaban los lentes, me faltaban mis lentes. También distinguí a las personas de los círculos del infierno, al moderno Prometeo, a Flores Narval, a Gregorio Samsa convertido en el repugnante insecto que se describía en el cuento, pero ellos no son de mi historia. ¿Qué hacen aquí? ¡Qué horror, esa jamás fue mi intención! El brillo del foco se acercaba más y más, a una velocidad que ni la luz hubiera alcanzado, antes de fundirse.

La mamá de Tamara la buscó por toda la casa sin encontrar más que su libreta de apuntes que parecía calcinada y un lápiz cuya punta emanaba grandes bocanadas de humo negro.

 

 

Oscar Rito Muñoz
Preparatoria 5

Diaforesis

El basurero humano │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20

El basurero humano │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20

Daron se pasaba el día mirando el exterior, tentador pero hostil, inexplicable, le parecía un oráculo aunque también un abismo de dudas y perdición. El problema es que había pasado toda su vida tras ese cristal polarizado, esa plataforma cálida y suave (su cama), ese transmisor informático (su ordenador), en fin, toda su habitación; o quizá sea que su madre es una loca a quien le horrorizaba la idea de que su hijo anduviera por ahí, entre tantos psicópatas, tantos virus y bacterias, tantos riesgos, tanta maldad disfrazada de dulzura. Y tenía razón, el mundo no es un lugar donde se pueda correr desnudo, sin preocupaciones, sino un sitio donde a diario se debe administrar una dosis de realidad para tener los pies en la tierra.
16:04 pm
La fecha estaba programada, quizá, un frío atardecer amenazaba con una tormenta a la ciudad de Tarbean. Daron se puso a ello, muy bien preparado con una muda en su espalda, contenía mapas de la ciudad entera y sus vecinas. Llevaba también una roca, una cuerda, una linterna, pues no sabía muy bien qué llevarse, no era como si lo hubiese planeado tanto, puede que sí, pero no sabía qué es lo que las personas guardaban en sus mudas o bolsos. Guardó un par de suéteres, eso sí sabía que iba a necesitar.
Ya era un hecho que saldría por el túnel que excavó hacia unas semanas, pues si lo pensamos ¿la puerta principal? Por favor, menuda estupidez, ¿por la ventana? Muy arriesgado, podrían verlo sus vecinos, quienes no sabían de su existencia, mientras él sabía todo de ellos.
16:23
Al dar un par de pasos fuera de su habitación recordó qué era la última cosa que necesitaba en su viaje: el crucifijo colocado al revés en uno de los cuatro muros alrededor de su habitación. Mi madre iba a cambiarlo de posición cada que podía, creo que le molestaba, creo que era una especie de blasfemia. No sé quién se cansaba más, yo de hacerla enfadar o ella de hacerme creer en algo irreal.
Se dirigió a la cocina, después al patio, el cual no tenía siquiera el techo descubierto, estaba completamente cerrado, como si los muros se contraerían hasta atraparlo en medio de su asquerosa claustrofobia algún día. Si ya de por sí aquel túnel era bastante comprimido. Me espera, paciente, sigiloso, como un lobo hambriento y sutil –pensó, aunque ni siquiera sabía a lo que se refería.
Atravesó el inmenso túnel, al salir acarició el asfalto caliente a pesar del frío en el ambiente, acarició el pasto húmedo, vivo; miró por primera vez el sol, las nubes, estiró los brazos tratando de sostener el sol y de estrujar las nubes, fue extraño que podía verlos tan cerca y sin embargo, no pudiera tocarlos. Cerca de él había un grupo de niños, que lo miraron extraño. Pobre, debe estar loco, pensaron todos, todos excepto un chico, el que agitó su mano en forma de saludo, saludo al que Daron no supo responder, se quedó pasmado, con los ojos como platos.
Y no era el chico que lo había dejado asombrado, sino el creciente bosque detrás del mismo. El bosque, un laberinto enredoso y lleno de misterio, puedes perderte fácilmente ahí, es un lugar peligroso. Tentador, ¿verdad, Daron?, se dijo a sí mismo tratando de contener esa sonrisa vaga y cínica.
19:31
Se estaba acercando cada vez más, tanto que podía percibir el aroma fresco, el aroma mismo le advertía sobre adentrarse en él, a lo que Daron hizo caso omiso pues él iba en busca de algo nuevo, no importa qué pasaría, iba tan decidido que eso no ocupaba lugar en su mente. Dejó de ver personas, autos, el interminable asfalto, todo esto dio un giro repentino al convertirse en árbol tras árbol, arbusto tras arbusto, rama tras rama, hoja tras hoja, pasto, lodo, charcos, insectos, todo organismo del bosque.
00:00
Comenzó a oscurecer, ahora todo se veía a escala de grises y azules, la penumbra era tan espesa que dejó de ver sus pasos, ya ni siquiera notaba la diferencia entre la tropósfera y la estratósfera. Sólo seguía a sus pies, hasta que recordó que llevaba una linterna en su muda, la sacó, encendió los cinco leds, el cual iluminaba tres metros de distancia. Escuchó un ruido, unos pasos correteando entre los árboles, lanzó la luz para observarlo, nada. Siguió caminando, ahora escuchó su nombre en tono quedito, volvió a dirigir la linterna hacia donde sus oídos lo pedían, nada. Luego, volvió a escuchar su nombre, seguido de “ven, acércate, no temas”, se acercó, dejó caer la linterna al suelo, por fin sintió miedo, la clase de miedo que te hace temblar, dio un grito eufórico, pero para su sorpresa, nadie podría escucharlo.
La criatura era enorme, medía alrededor de tres metros de altura, era delgado, incluso resaltaba su columna vertebral, tenía brazos alargados, delgados y con las venas sobresalientes, sus uñas gruesas, largas y afiladas, su piel parecida a la humana, quizá más delgada, con tez blanca, pálida, hermosa, sus ojos de obsidiana lo miraron por mucho tiempo, parecía que el tiempo no avanzaba, pues fue casi eterno; aquella criatura se acurrucó en la espalda del chico y durmió.
03:33
Daron no tardó mucho tiempo en poder escapar del cuerpo huesudo pero pesado de la criatura, estaba entumecido, sentía ese burbujeo en sus extremidades, se dirigió a la muda, extrajo de ella la roca, alzó la mano en intención de arrojársela en la cabeza, creyó que sería ridículamente estúpido, una cabeza con quizá sesenta centímetros de diámetro contra una diminuta roca de al menos 20 centímetros, también, de diámetro. La criatura se giró y se puso en pie, lanzó al chico contra un árbol, enfurecido, hizo un rugido estremecedor, dejando a Daron imposibilitado de intentar otra cosa, o al menos eso parecía.
La muda estaba cerca de su brazo, se quedó quieto para fingir que no intentaría algo estúpido otra vez. Asustado por todo lo que había leído en su ordenador, criaturas temibles que, según, no son reales, pero ahora había comprendido que no es así, todo existe; y si las criaturas existen, también existen los métodos de ejecución para éstas. Asoció todo con demonios y sacerdotes, Luzbel con Dios, así que ahora extrajo el crucifijo: Ahora servirá por primera vez ese pedazo inútil de madera, dijo apretando el crucifijo. Intentó penetrarlo en el pecho condenado de aquel demonio, la piel de la criatura se veía frágil, delicada, pero parecía ser un escudo, pues ni siquiera una “presencia” del divino verbo logró matarlo, sólo consiguió que se enfureciera más y atara al chico a un árbol.
La raza humana quiere ejercer su fuerza y autoridad ante todo, creen ser superiores a todo, cuando hay cosas que no pueden ni podrán entender jamás, si aceptaran lo que no está a su alcance todo pudo estar bien.
La cuerda estaba amputándole las manos y el estómago a Daron, intentaba zafarse, pero todo era vano. Observaba cómo la criatura, o demonio, encendía fuego mientras hacía unas conjeturas con rugidos, quemó la muda del chico, lo miró con desdén, sus ojos ahora se tornaron de color sangre proveniente de las venas, color tinto, pues la sangre arterial es rojo brilloso, no el tono que reflejaba la criatura. Comenzó a abrirse un agujero en el suelo, tragándose el fuego que la criatura había encendido segundos antes, absorbía todo lo que estaba a su alcance. La criatura desató al chico, lo colocó en su lomo y se lanzó al abismo desconocido para Daron.
El abismo ardía, le quemaba la piel mientras la criatura se deslizaba con tranquilidad, quizá su piel sea más resistente de lo que parece. El agujero iba cambiando de color, su tonalidad iba oscureciéndose.
Estaba ansioso por lo que sucedería, si funcionaría su plan, cerró los ojos, sintió un dolor terrible, desgarrador, en su estómago, era la cuerda que había dejado atada al árbol y ató a su estómago debajo de la camisa, se aferró a la misma con tanta fuerza que sentía un ardor en las manos, escaló de ella hasta llegar el bosque otra vez. La criatura había soltado un rugido de furia al ver lo que sucedía, pero justo cuando intentó traerlo de regreso el portal se cerró.
5:37 am
Desperté con diaforesis, casi llorando, mi gato que estaba a un costado mío se apegaba a mí mientras ronroneaba, extrañaba ese sonido que me indicaba que estaba a salvo en casa.
–¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! –comencé a gritar desenfrenadamente.
–¿Qué ocurre, pequeño?, ¿pesadillas?
Le di un abrazo estrangulador, le besé las manos y le pedí que no me volviera a dejar salir.
–Pero ¿de qué estás hablando? No has salido últimamente de casa, te noto distante, sin ánimos, haces cosas extrañas y siempre traes una cuerda en tu muda, ¿me estás ocultando algo?

Natasha Naomi Cervantes Delgadillo
Preparatoria 8