¿Dónde están mis lágrimas?

Es una buena hora para dormir ya dejé mi celular… está haciendo demasiado calor para tener una cobija encima pero no lo suficiente para dormir sin nada cobijándome así que simplemente uso una sábana.
Estoy mirando el techo ¿tiene grietas? En realidad no se cuántas 1. 2. 3. 4. 5…. 6……….7. 8. 9………
QUÉ ES ESO!!! Siento un hormigueo en la punta de mi pie derecho y un ligero dolor de estómago segundo de una sensación de pánico por tener justo el pie derecho afuera de la sábana que me cobijaba tengo la imagen de un gran barranco por el que caía sin detenerme, dejo de escuchar el latido de mi corazón, en mi celular marcan las 3:26 a.m., me pesan los ojos me volteo y me aseguro con los dedos de mis pies estar bien cubierto dejo de tensar mi cuerpo….. ¿Saqué a Coco? Creo que está aquí
—FSSFSSSFSSS Coco—
(Acaricio su suave pelaje) respiro tranquilo, siento cómo el sueño se apodera de mi cuerpo
*Rackjj rakjjjj*
Están raguñando la puerta pero… ¿quién? si Coco está conmigo (vuelvo a acariciarla) SÍ AQUÍ ESTÁS, pero entonces…
*RACKJJJ RACKJJJJ JJJjjjjjJJJJJJJJ*
Mi corazón comienza a a latir tan fuerte que puedo sentirlo, debe de ser mi hermano pero ¿por qué no está tocando o solo abre la puerta? Ya estoy harto de sus pesadillas, no me deja dormir!!! Pero, bueno, se supone que es mi trabajo respiro fuerte para que se dé cuenta de mi desagrado hacia la situación me levanto lento de mi cama, el suelo está raramente frio siendo que el cuarto es tan caliente. Abro la puerta rápido miro hacia ambos lados y con mi pésima vista sólo puedo percibir las sombras que hacen las fotografías colgadas en el pasillo no hay nadie miro hacia abajo y sólo está Coco mirándome fijamente sus pupilas están tan dilatadas que puedo ver el reflejo en ellas… y en ese reflejo no me veo a mí mismo sólo veo las paredes y muebles de la habitación ¿Qué es esto?
—¿Coco, quieres entrar?—
Sólo me mira fijamente a mis ojos
—Te voy a cerrar la puerta si no entras—
…………….
Me agacho para poder acariciarlo y recuerdo que ya lo había acariciado antes, él estaba adentro de la habitación lo había tocado estoy seguro, y si este no es Coco? ¿Me tomé mis pastillas? O es sólo mi mala vista comienzo a sentir un sudor frío recorrer mi frente, rápido dirijo mi mirada al interruptor de la habitación y prendo la luz
Sí es Coco pero sus ojos siguen mirándome pero ahora con una mirada amenazadora creí que prendiendo la luz me tranquilizaría pero estaba equivocado
—¿Qué pasó, todo bien?—
Se va tan rápido que no puedo notar el movimiento de sus patas, a este punto no siento mi corazón…. El miedo es un sentimiento inútil, las personas no te quieren hacer daño, los monstruos no existen, nada de esto es real, el miedo es un sentimiento inútil, las personas no te quieren hacer daño, los monstruos no existen, nada de esto es real, 1 cuadro de la familia, 1 puerta, 16 cuadros dibujados en el piso…. Puedo sentir mi pijama y calcetines, huele a cobija recién lavada inhaloooo exalooooo puedo sentir la calma y tranquilidad en todo mi cuerpo, mejor. Apago la luz y me dirijo a mi cama me acuesto pero esta vez me tapo con la cobija no importa que sude sin cesar prefiero eso a tener otro ataque de pánico, los moretes que resultan de eso son muy dolorosos miro a mi alrededor y vuelvo a revisar mi celular 4:08 es demasiado tarde… mañana tengo que levantarme a las 8 entonces dormiría 1, 3, 4… 4 HORAS es demasiado poco, me tallo el rostro para despejar mi mente volteo hacia la derecha y veo una sombra, es normal no tengo puestos mis lentes trato de enfocar lo mejor que puedo con movimientos en los ojos no cambia el hecho de que no percibo pero estoy seguro de que no es un mueble intento levantare pero no puedo respiro lo mas rápido que puedo siento cómo el sudor recorre mi cuerpo me hormiguean las pies y las manos sólo puedo escuchar mi respiración, abro y cierro los ojos NO AYUDA EN NADA la sombra se acerca puedo verla acercarse a una velocidad siniestra no puedo mover la boca ni siquiera puedo abrirla siento mi garganta caliente del esfuerzo que hago por hablar NO PUEDO NO PUEDO NO PUEDO NO PUEDO NO PUEDO NO PUEDO ALGUIEN por favor MAMÁ, PAPÁ quien sea COCO auxiliooo estoy completamente solo no hay nadie más a quien pedirle ayuda
Solo cae sobre mí…. Negro…… grande….. GRANDE…. Sin facciones explicables sólo arriba de mí.. Mirándome fijamente y aunque cierre los ojos puedo verlo, invade mi mente, mis pensamientos, mi ser completo
—dOOonde ssffmms………. Dónde
¿Qué? Dónde que a que se refiere, las lágrimas salen aunque tenga los ojos cerrados
—jjjjjjj…¿ dónde lo deeeejas teee?
—esto sólo es mi imaginación estoy en un sueño esto no es real-
—¿DÓNDE ESTÁ SAÚLLL?—
Es verdad!!! Saúl está en el cuarto de al lado………..¿Saúl? ¿Quién es Saúl? Comienzo a sentir una presión enorme en mi cuerpo me cuesta respirar
—Tú eres el responsable—
Abro mis ojos no hay nadie, ya no está pero sigo sin poder moverme
—¿no eres el hermano mayor?
—CALLATEEEEEE!!!
Por fin puedo hablar grito lo más fuerte que puedo, pero nadie viene ¿Dónde está mi mamá?
—AYUDA POR FAVORRR MAMÁ, SAÚLLLL POR FAVORR
Nadie viene grito lo más fuerte que puedo pero nadie viene, qué está pasando. Puedo moverme, ,me levanto lo más rápido que puedo miro a mi alrededor pero no hay nada solo mi cama y algunos muebles a mi alrededor ¿¡donde están mis cosas!? Me desplomo en el suelo, mis manos pueden tocar una alfombra suave un poco peluda
—¡¡¿qué está pasando?!! Pesadillas otra vez
Oh sólo es Sofía, eso me tranquiliza bastante
—toma ya duerme es muy tarde
Una pastilla verde, no me gustan pero si no la tomo van a llamar a Emmanuel y eso duele mucho.

Venneti Bojórquez Martínez 

Colegio Reforma

Amándome | Leslie Maryann Hernández Partida. Preparatoria Regional de El Salto.

Cuatro paredes

Entre estas cuatro paredes, viendo cómo anochece y amanece con esa extraña sensación, hablando conmigo misma durante toda la noche, viendo el cielo oscuro de mi alcoba y repentinamente sentir los suaves rayos de luz sobre mi rostro; los rayos de un nuevo día en el cual lo repetitivo parece no tener un final, pero sí un inicio.
Más de 40 días; las noticias eran de alerta por todas partes, no hay lugar en el que no se hable de la contingencia sanitaria, proveniente de un continente completamente alejado; gente muriendo, servicio médico arriesgando sus vidas y, con ellos, mis padres. “¿Es invento del gobierno?”, “¿es real?” “¡Las clases!” Mis amigos diciendo que no, que es falso. “Nadie lo sabe, pero lo único que sé es que quiero salir de aquí”, me digo. Necesito respirar.
Pensamientos que dan vuelta en mi cabeza, sintiendo cada día la falta de aire. Los ataques de pánico son más recurrentes, tanto al poner un pie fuera de casa como al pasar más de una hora adentro. Mis ganas de llorar aparecen, la energía ha disminuido. Todo empeora con cada día que transcurre. Nadie está bien, nadie está a salvo.
La salud mental no siempre lo ha sido todo para mí; pero ahora a nadie le importa si grito mientras intento dormir, si estoy viendo por la ventana o si sólo me tumbo a llorar. A nadie le interesa la salud mental de nadie; a nadie le interesamos en este momento.
Aún puedo sentir esos dulces besos y cálidos abrazos que reinician mi vida por completo, los besos de mi abuela, los abrazos de mi padre, las caricias y risas de mi madre. Quiero reiniciar todo: no puedo. Quiero gritar: no puedo. Quiero salir: imposible. Que vuelva a ser como antes es imposible, pues ya no hay saludos, abrazos o besos, a menos que sean a través de una pantalla, de una ventana, o teniendo una distancia prolongada de un metro. No merecemos esto, o tal vez sí. No hay respuestas.
Los gritos del llanto nocturno son parte de la rutina. Lágrimas que recorren mejillas torneadas de carmín, de esas que son un somnífero, que provocan ojos hinchados y ojerosos, y que devienen en una pérdida de peso radical.
Sin embargo, no todo es malo: las flores del jardín han florecido, el aire es claro y limpio, las nubes toman formas maravillosas y las estrellas te hacen sentir que no es tan malo estar bajo un techo. La lluvia llega y con ella las gotas resbalan por la ventana. Trato de contar una a una hasta quedarme dormida, tratando de descansar de este bucle que pronto —o nunca— acabará.

Osiris Nataly Velázquez Herrera

Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga

Encuéntrame | Ximena Yunuen Alfaro Basurto. Preparatoria Regional de El Salto.

Reencarnación

Y frente a frente bajo la lluvia, llorando en aquel ambiente nostálgico, él tomó su rostro con sus manos y mirándola fijamente a los ojos le dijo: «Tú y yo estamos destinados a estar juntos el resto de la eternidad y aunque los días sean grises y no nos conozcamos prometo que te encontraré en la siguiente vida y te amaré más de lo que pude hacerlo en esta». Y, sin más que decir, dejó el cuerpo de su amada en el piso de la calle Melbourne.

Vanessa Monserrat Razo Domínguez

Preparatoria 9

Tacto | Xavier García Claudio. Preparatoria Regional de El Salto.

Abel se levanta un día más

Se duchó, comió y se volvió a plantear la misma pregunta de todos los días ¿Qué pasará después de la vida?, ¿acaso una ilusión? ¿El renacimiento?, miles de ideas y pensamientos vagos le pasaron en ese momento al chico con depresión, dándose cuenta de que el día había acabado yéndose a dormir de nuevo, esperando con ansias el día que no despierte y pueda verlo él mismo.
Esa era su única fuente de felicidad todos los días, los millones de posibilidades, ideas, ilusiones y sueños de aquel chico.

Carlos Alberto Vázquez Cruz

Preparatoria 22


 
 
 

Una carta a mi madre

En tributo a las que nos hacen falta.
Querida madre: te escribo desde el otro lado… Nunca creí en una vida después de la muerte y lo sabes; sin embargo, aquí estoy.
Creo que esto es un lugar parecido al cielo o quizá sea el limbo. Yo sé que no sabes que me pasó más que lo que te dijo el forense, pero te contaré la historia. Era un sábado 19 de septiembre, salí de aquella fiesta a la que me dejaste ir con Mariela, ¿recuerdas? Julián pasó por ella, yo quedé de irme con Marisa pero ella quiso quedarse más tiempo y Mariela ya se había ido.
Decidí emprender mi camino a casa, al cabo sólo eran cuatro cuadras caminando. Eran pasadas las 11:00 PM. En ese momento no creí que fuese tan tarde hasta que vi las calles solas, la luz fallaba, por lo tanto había tramos oscuros. Pasaban coches; sin embargo, no me faltaron al respeto.
 Una cuadra antes de llegar a casa pasó un hombre en una moto, lo raro es que creí haberlo visto antes pero hice caso omiso, gran error.
El hombre me interceptó en el vehículo y bajó de éste, con un arma en la mano comenzó a amenazarme mientras me llevaba a un callejón. Mis gritos no salían y las lágrimas rodaban. Traté de defenderme pero ¿qué podría hacer una muchacha de 18 años contra un hombre de unos posibles 40, el doble de grande y armado? En aquel callejón comenzó a tocarme, traté de resistirme pero comenzó a golpearme a tal grado que rompió mis dos brazos, el dolor se manifestaba en mis gritos pero nadie me ayudaba.
Aquel hombre comenzó a arrancar mi ropa mientras me decía aquellas asquerosas palabras; ese horrible ser profanaba mi cuerpo y destrozaba mi integridad. Mi mente pensaba en si había sido mi culpa: ¿Qué hice para merecerlo? Pensé que sería por mi ropa pero llevaba un pantalón y un suéter largo ¿Eso era provocador? Cada que intentaba gritar sólo recibía un golpe de aquel hombre, rompió mi nariz y uno de mis pómulos, rompió mis labios y mis dos ojos estaban rojos e hinchados. En ese momento pensé: «¿Por qué no llamé a mi madre?».
Después de terminar, aquel obsceno hombre me dejó tirada en el piso. Se estaba yendo cuando solté un grito ahogado, volteó a verme y caminó en dirección hacia mí… Me miró con unos fríos y oscuros ojos, comenzó a patear mi cuerpo y así fue como rompió tres de mis costillas y una de éstas perforó mis pulmones, comenzó a pisotear mi estómago, provocándome una hemorragia interna, pisó una de mis rodillas y así fue como dislocó ésta.
Pensé que todo mi sufrimiento había terminado hasta que con mi último aliento de vida pude verlo sostener una gran roca y dejarla caer sobre mi cabeza.
Cuando desperté ya estaba aquí. ¿Recuerdas a Ingrid, a Fátima y a Fabiola? Aquellas chicas por las que tanto lloré están aquí conmigo, me dijeron que tenía que escribir una carta para dejar mi huella aquí y que las siguientes chicas pudiesen leerlo.
Perdóname por no llamarte, consuela a papá y cuida a Paulina… por favor no dejes que venga aquí… Te amo, mami.
Con amor, Carina.

Vanessa Monserrat Razo Domínguez

Preparatoria 9

La barranca del muerto

Vendí mi alma a cambio de que me sacara de este asqueroso lugar lleno de borrachos, con lo que no conté fue que también me engañó. Y aparecí a la orilla de una barranca en un pueblo que no conocía, me encontraron unos pueblerinos y nadie de mi familia fue por mí. A partir de ese momento nombraron a esa barranca: “la barranca del muerto”.

Al pilar del puente

En una ocasión empezaron a desaparecer los niños, entre ellos mi hermano. Cuando nos enteramos de su paradero lo fuimos a ver…
Ahora le llevamos flores y le lloramos a la base del pilar de un puente.

Rosa Evelia Martínez Vega

Preparatoria Regional de Tuxpan, Módulo Tonila

Te odié

Odié tu forma de ser. Odié tu comportamiento. Odié tu actitud. Nunca creí llegar a odiar tanto a alguien. Y lo que más odio es tener que mirarte todas las mañanas en el espejo del baño.

Érick Michel Chávez Núñez

Preparatoria 19

La belleza de mi estar | Jocelyn Vanessa Pacheco Ramos. Preparatoria Regional de El Salto.

El pasillo

Puerta 1. Tic-Tac

Despierto sentado en una silla de metal, con el cuerpo apoyado sobre una mesa metálica, en una habitación de menos de dos por dos metros. Hace mucho frío y parece que cada vez hace más, pero no emito señal alguna de que es así; no me muevo en lo absoluto, sólo miro a mi alrededor. Veo un poco de hielo y musgo en las paredes grises, también una pequeña capa de hielo en la mesa. Antes de poder mirar más, se escucha que una puerta se abre detrás de mí, siento un viento cálido en mi espalda, volteo y veo a un tipo que, aunque no tiene ojos, parece que me mira fijamente. La luz que se adentra me deja apreciar que es muy alto, castaño claro, güero, fornido, pero no muy extravagante. Sólo se queda parado a un lado de la puerta que, para variar, es de metal. Después de un par de segundos cierra la puerta dejando a la habitación de nuevo sin mucha luz. Camina lento alrededor de mí girando la cabeza como si observara su entorno, hasta llegar frente a mí, del otro lado de la mesa, exhala un poco de aire, casi copos de hielo.
—¿Sabes dónde estás?  —me pregunta con una voz grave y paciente.
—Así es —le contesto—. Es la primera puerta.
—Evidentemente estás en alguna de las puertas, pero ¿cómo estás tan seguro de que es la primera?
—Hasta donde sé, lo es. Y de no ser así, ¿qué más da?
—¿Qué pasa si te digo que estás en la última puerta y que tu misión es recordar lo que tuviste que hacer en las demás puertas, a quién asesinaste, a quién salvaste y cuál era el obstáculo o dónde estabas?
—No pasa nada, porque no es cierto. Sé que tu trabajo es usar mis debilidades para desalentarme en seguir adelante, pero si no me conoces, no tienes nada contra mí. Por es no has utilizado ningún miedo que tengo.
—Es cierto, aun no. Sin embargo, pasaremos mucho tiempo juntos y encontraré la forma para quebrarte. Seré la causa de todas y cada una de las atrocidades que tengas que hacer. Si te manchas las manos de sangre, será por mí. Si pierdes alguna extremidad, será por mí. Cada vez que tosas sangre porque te desangras por dentro, será por mí. No llegarás a la décima primera puerta, te lo aseguro.
—Inténtalo, adelante. Nada me dará más gusto que estar en la última puerta, mirar dónde deberían estar tus ojos que, estoy seguro, perdiste en alguna de las pruebas, y decirte que logré pasar todas las puertas y tú no; y seguirás aquí para recibir al próximo que llegue y querrás asustarlo como lo haces conmigo. Deja de hacerte a la idea de que dejarás de divagar por el pasillo y sus 11 puertas, porque no será así.
—No tienes ni idea de lo que te espera. Estás en la primera puerta y no estás ni cerca de cumplir tu objetivo. Ríndete y déjame libre, vamos. El tiempo corre y tu cuerpo se enfría… tic, tac…
Tiene razón, no sé cuánto tiempo llevo aquí, pero debo hacer algo ahora mismo o seré el próximo en estar condenado y encadenado en… Eso es, ya estoy encadenado, más bien, esposado. Quizá lo que deba hacer es salir de aquí. Jalo con fuerza la cadena de las esposas, pero es inútil, son muy resistentes, por lo menos más que mi piel y no puedo lastimarme desde el principio. Vamos, piensa: silla, mesa, esposas, silla, mesa esposas, silla mesa, esposas; ¡carajo!, nada de eso me ayu… ¡la puerta!
—Tic, tac, tic, tac.
Lo admito, ver a un tipo sin ojos caminar alrededor de mí diciendo “tic, tac”, sí me da un poco de miedo, tanto que me da frío, pero ya lo sentía antes de que él llegara. Así que creo que sé cómo salir de aquí. Me levanto de la silla, la hago para un lado e intento arrastrar la mesa, pero está pegada al piso. Le empiezo a dar patadas a cada una de las patas para…
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac.
… Zafarla del piso. El hecho de que esté muy fría puede ayudar a que el metal ceda, pero también tengo muy entumido el cuerpo…
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
—¡CARAJO! Cállate.
—Mmm… no, no creo.
Me está costando mucho esto, a este paso no lo lograré. Si tan sólo tuviera algo más fuerte con qué golpear… mierda, la maldita silla. La misma silla que alejé podría ayudarme a hacer esto. Por suerte no hay mucho espacio y no es difícil traer de vuelta ese pedazo de metal y gloria. Con un pie la acerco a mí, la tiro y la apoyo contra una de las patas. Empiezo a patear y empujar la silla, que a su vez golpea la pata de la mesa. ¡SÍ! Está funcionando.
Tras varios “tic, tac” y muchos golpes, la mesa ya está suelta.
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
Tomo la mesa, está heladísima, y se me pegan las manos a ella, pero tampoco mi intención es soltarla. La arrastro hasta la puerta, pero está cerrada. ¡Mierda! No veo otra opción más que despegar una mano. Sólo se me ocurre escupir a la unión entre el metal y mi piel, pero está demasiado pegado. Sé que había dicho que no me lastimaría, pero creo que ahora es necesario.
—Tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac, tic, tac.
Desprendo poco a poco mi mano izquierda de la mesa; pedazos de mi piel se van quedando en el metal. Quisiera hacerlo rápido, pero es muy complicado. Sólo hasta que ya separé casi la mitad de la palma, puedo jalar todo de una vez: el tirón lastima también mi muñeca con las esposas. Ahora, me pongo un poco de lado y con lo que dan las esposas de la mesa alcanzo una rendija de la puerta y la jalo. Pongo rápido el pie entre la puerta y la pared, y ahora puedo mover la mesa hacia un lado para que no le estorbe a la puerta. Con la pierna abro más la puerta y ahora salgo. Entra un calor de afuera que hace que el metal se descongele y deje mi mano derecha intacta, pero la izquierda sigue sangrando. Salgo todo lo que puedo, pero la mesa no sale; y es cuando uso mi primera idea: cerrar la puerta y romper las esposas con el azotón, pero jamás consideré que mi mano izquierda seria la que tuviera que hacer eso y mucho menos que estaría en tal estado. Tomo la manija, ahora el calor de ésta me quema la poca piel que me queda. Con un último esfuerzo azoto la puerta y se rompen las esposas.
—Tic, tac, tic…
Despierto tirado en un pasillo. Me levanto y veo a mi alrededor las 11 puertas, cinco de un lado, cinco de otro y una al final. Detrás de mí está sólo un muro que simboliza que no hay regreso.
—Tac. Lo hiciste. Pudiste haberlo hecho mejor, pero lo hiciste.
—¿Soportarás decirme lo mismo 10 veces más?
—No creo que haya muchas veces más, porque a diferencia de cómo lo crees, esto no es un juego de miedos, sino de astucia. Cada reto tiene una manera de resolverse sin salir herido físicamente, claro. Pudiste arrastrar la mesa sólo con jalar las esposas, pero te equivocaste, y eso te pudo costar una mano y te costará mucho dolor a partir de ahora.
—¿Sabes?, lo malo de ganar 11 veces será escucharte fanfarronear 11 veces. Termina y hazme el maldito de favor de abrir la segunda puerta.
—Por supuesto que sí. Veo que te hace falta una mano con eso.
—¿En serio lo ves? Vaya novedad.
 

Jaime Serratos Morales

Preparatoria 10

Se va a cumplir | Ezequiel Rico Murillo. Preparatoria Regional de El Salto.

Deseo

Un sonido al fondo, uno, dos, tres. Contaba de nuevo, pues sólo tenía ganas de llegar al número tres y no querer terminar de hacerlo. Aquella gotera que parecía iba no tener final reiniciaba el conteo de nuevo. La puerta de la entrada azotó, sus ojos abiertos observaron aquella figura delgada y joven que entraba. Suspiró, se levantó del viejo pero cómodo sofá, aproximándose directamente a la puerta de entrada usando el seguro. “Llegaste antes”, pensó y escuchaba a lo lejos el canto de aquella mujer. Era puro, causaba esa paz inmensa en él, lo que provocaba una sonrisa al hacerle caminar hasta ella tras su bélico canto; besos sabor cereza sobre su cuello, acompañado de respiraciones profundas, una rutina que amaban hacer cada fin de semana, pero sus lágrimas resbalaban sobre sus mejillas sin saberlo, hasta tocar sus labios, y las lágrimas fueron limpiadas con el ápice de su lengua, tan saladas y tristes. La respiración cercana, manos en su nuca atravesando su espina dorsal que bajaban de a poco hasta sus caderas, lugar donde la tomó con firmeza, levantando su vestido hasta casi arrancarlo. Deseaba más, su anatomía se movió hasta la sala con salvajismo sin perder ese toque delicado e íntimo. Fue un largo forcejeo entre ambos cuerpos. Justo en ese lugar tan sencillo admiró su desnudez junto con el sol, que iluminaba las aperladas gotas de sudor de su piel. Ella bailaba, tocaba con placer su cuerpo, sensualidad acompañando con sus movimientos un olor fétido y nauseabundo que le hizo salir de su trance. El cuerpo aperlado cayó del cansancio, putrefacto, asombrado, asustado, corrió y, con él, aquel cuerpo en descomposición tras suyo jalándole y luchando por ser liberado de lo impuro. El ambiente cambió, la lluvia caía con fuerza, resbaló con el lodo y fue atrapado finalmente con aquellas manos en su cuello que le apretaban de a poco. Era privado de la vida, devorado y destrozado tan rápido que no admiró por última vez su rostro completamente destrozado pero perfecto. Con una pequeña sonrisa gritó finalmente y despertó.: un bucle infinito, lleno de lo impuro y recuerdos del pasado que le perseguían.
 
 

Osiris Nataly Velázquez Herrera

Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga
 

Todos estamos hechos de historias

Todos estamos hechos de historias, al llegar la noche. Nos llegan como bombas para construir nuestros sueños; y en silencio, cuando uno cree que todo está sereno, llega la marea y golpea lo más profundo de nuestro ser con preguntas que nosotros mismos fabricamos y que además buscamos responder cuando en paz recordamos el resumen del día.  Entonces avanzan los minutos y, finalmente, nos damos cuenta de que “aunque el mundo propio es el mejor”, siempre persiste el deseo de tener el otro. Por eso escribimos, por eso contamos o leemos.
Cuando tenemos en nuestras manos una novela, escuchamos un cuento o conocemos por primera vez un microrrelato, lo que nos maravilla de ese encuentro es la historia que vivió el personaje, pero sobre todo nos apasiona la idea de suponer aquéllas vivencias o acciones que no están escritas y que, fascinados como lectores, tenemos que descifrar.
Es por eso que este apartado narrativo está construido por una serie de relatos breves contados por manos jóvenes, por la visión fresca y la necesidad que cada uno de estos escritores tiene de poder decir, gritar: escribir. Es así que gracias a las distintas voces que componen armónicamente este número, usted podrá disfrutar de algunas descripciones, espacios exactos y extraños, temporadas, desastres, suertes, circunstancias y, por qué no, emociones.
Ahora, entre “Un beso callado”, “Despedidas”, “Juegos”, “Cuerpos”, “Entre la guerra y el cielo”, vuelvo a usted, querido lector, al que quiere la mejor compañía, al que busca y busca hasta encontrar al otro no necesariamente humano: y entonces las historias. Aquél que prefiera no buscar o encontrar lo dejaré a un lado, le aconsejo disfrutar su soledad en total ausencia y silencio; sin aves, misterio, rimas ni miel, canciones o autos, libros, poesía, cuentos… sin nada.
Insisto: sacúdase, acérquese un café, ¿qué se yo? Tenga a la mano su bebida favorita y acepte que aquí es el lugar indicado para aquellos que sueñan con contar vivencias a veces suyas, a veces nuestras, a veces otras. Dese cuenta que este es el lugar para que usted, que ahora mira incrédulo entre estas líneas, decida recorrer las propuestas que los contadores de las siguientes relatos han construido para que el uno que va en busca del otro  (como un ritmo que tiñe la sensualidad de un tango dispuesto a encontrarse con los pies del que lo baila o, si lo prefiere, como los dedos volátiles del guitarrista que desea poseer a su instrumento) pueda encontrar al personaje perfecto, y que cuando se mire al espejo, pueda decidir parecerse o no, a él, pues al final déjeme insistir, todos estamos hechos de historias.

 Natalia López Madrueño*


* Natalia Madrueño estudió la licenciatura en letras Hispánicas y un máster en Estudios avanzados en Literatura española e hispanoamericana, expedida por la Universitat de Barcelona. Escribe ensayo, cuento y minificción.  Ha publicado en distintas antologías y revistas internacionales como Íkaro, publicada en Costa Rica y España, y en la Antología de minificción mexicana. Pertenece al colectivo de minificción, internacional: MP. Es amante del café, las manos, música, comida y el viento.

Su cuerpo

Determinación | José Adrián Flores Bañuelos. Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga.

Puedo sentirlo cerca, percibir cómo me observa, cómo su mirada está llena de deseo de dañarme para satisfacerse. Logro escuchar la perilla al abrirse. Ruego a Dios, pero lo hago con poca esperanza, pues jamás ha respondido mis súplicas cada que ese monstruo ataca. ¡Está aquí! Me cubro de pies a cabeza con la manta procurando protegerme, que no me vea y se largue, que no me vea y no vuelva. Nunca ha funcionado.


Siento sus asquerosas garras sobre las sábanas, mi cuerpo se estremece como si se tratase de Pennywise; entre más me aterra más dulce le parezco. La sábana se va, me la arranca, como arrancó mi inocencia, mi niñez y mis ganas de vivir. Sé de antemano que no podría defenderme, me empeño en apretar los parpados y fingir que todo es un sueño, una pesadilla de la que pronto, otra vez, he de despertar.


Furtivamente se acerca a mi nuca y estrella su nauseabundo aliento sobre mi piel, siento cómo sus fauces se abren y cierran chasqueando la lengua en intervalos, mi respiración se altera. Quiero que pronto termine.
Me abraza por el tórax y baja lentamente hacia mi cintura, como si estuviera estudiado mi complexión; introduce su mano en mi pantalón y juguetea con mi sexo. Mi miedo no cambia, pero mi cuerpo reacciona ante el estímulo y crea una erección. Su respiración se acelera. Hay movimiento detrás de mí.


En un arrebato, arranca sin piedad mi pijama y mi calzoncillo dejando mis nalgas al viento. Escucho un lengüetazo y una de sus manos húmedas roza mis glúteos e introduce un dedo en mí. El dolor no es tanto como la primera vez, aquélla en la que fluyó la sangre. Ahora siento cómo mete su pene lentamente en mi ano. Me embiste, me tira boca arriba, obligándome a mirarlo a la cara, me fuerza a recibirlo con las piernas abiertas mientras me masturba.


Miro sus ojos cerrados y escucho cómo gime cual hombre lobo exigiendo una sempiterna noche de luna llena. Clavo en su pecho el plateado cuchillo que guardé bajo mi almohada. El movimiento cesa, ambos abrimos los ojos. Le tiro la mirada que tanto exigía y él, incrédulo, destila lágrimas de dolor e impotencia.


Dios mío, me arrepiento de todo corazón de haberte ofendido, por haber matado a uno de tus amados hijos. Sé que eres infinitamente bueno, dame tu santo olvido para no ofenderte más. Bienaventurados los que hablan, aunque sean callados. Bienaventurados los que escuchan, aunque en mi caso no hubo nadie nunca.
Bienaventurados los que no reciben el cuerpo de Cristo.

Oswaldo Javier Anguiano Medina

Preparatoria 12

Mal sueño

La niña soñaba con persecuciones, lágrimas y golpes. Se despertó agitada con sudor en la frente llamando a sus papás, en la oscuridad miró sus muñecas decoradas con pulseras violetas a causa de las esposas. Quizá no eran sueños, eran recuerdos.

Animal

—Sólo míralo, es feo y un completo animal.
—Aunque es bueno cocinando.
—Tienes razón, pero sigue siendo asqueroso— le respondió la mosca a su amiga mientras caminaban sobre las sobras de la cena.

Leilany Zazuet Dávalos

Preparatoria Regional de Tala

Lo bueno de arrepentirse

Llevabas tantas horas llorando, que sus lágrimas se habían acabado y ya no tenía nada más por darle.
Demasiados minutos, que su garganta se había secada junto con algunos pensamientos incoherentes y melancólicos.
Pero ahí estaba, con las manos manchadas por la sangre de su amante.

Natalia Elizabeth Aréchiga Pérez

Preparatoria Regional de Casimiro Castillo

módulo Hermenegildo Galeana

Memoria étnica instrumental

Rasgas esas interesantes cuerdas sujetas al bulboso sitar, tocas de manera abstracta y entonces todo llega hasta ahí: sus dedos, el barullo de las clases, el rayo de sol pulverizando una esquina del patio, bocanadas de una mañana en la sierra, un suéter limpio, muslos quemándose por el pedaleo, ese golpe invisible a la tráquea que llaman dolor. Sin embargo, sigues recargado en la pared de la cantina, respirando el aroma de un desierto desesperado.

Diego Morán Díaz

Preparatoria 9

Tetsuo tenía uno parecido

Diariamente el hombre había estado resistiéndose a la aceptación, gracias a esta lucha, constante e infructuosa, el maestro de recio rostro y abundante bigote, decidió desistir y ver cómo su mente dejaba crecer ese brazo extra que en principio había jurado ignorar.
Todo sucedió un día en el colegio en que trabajaba, cuando sólo las rudas plumas rasgaban el silencio sobre las hojas blancas. Fue en ese espacio de libertad laboral en que físicamente sintió un jaloneo suave y sospechoso alrededor de su brazo izquierdo. Un filamento carnoso sobresalía toscamente de entre todas sus venas, él sabía con horror y maravilla la estrecha relación de esta extensión de músculo, con su soberbia espiritualidad. “Tetsuo tenía uno parecido”, pensó terco y sarcástico frente a la fantástica deformidad.

Necro colmena

Estoy andando, infinitas luces más honestas que la orina en mis pantalones doblan mi sombra encogida y temblorosa.
Agujeros inconscientes y perfectamente tallados de forma rectangular a mi derecha soplan ciegas sensaciones preparándome para el centésimo arco rectangular, en él, un cuerpo espera contra la pared.
El peso de su traje aplasta sus extremidades. Sobre y detrás de todo ese manojo carnoso, manchas secas de sangre han sido extendidas en el frío cemento por las ráfagas invisibles en la profunda nada que se precipita a mi izquierda.
La sangre podrida por el efecto del tiempo se desprende como delgadas placas de pintura seca, la brisa mueve esas laminillas cafés rojizo. La cabeza del bulto ahora es una explosión de color marrón finamente extendida por la pared.
Entonces escucho un zumbido, vibran mis vellos y el aire se me escapa. No he tomado agua en todo el camino a lo largo del pasillo y aun así expulso más orina.
El zumbido se acerca a mi izquierda y ningún paso puede alejarme de las agudas sensaciones de terror que vuelan hacia mí.
La infinita fila de orificios oscuros a mi derecha sigue rozándome con malignidad. Una aguja negra y áspera es disparada desde lejos a la izquierda, prensa mis débiles muslos al granito insensible. Mi grito raspa el zumbido más cercano a mí y el arpón que me sujeta talla la piel alrededor del mismo.
Un rayo amarillo parpadea desde el ponzoñoso ser de color negro que me susurra chirridos con sus brazos y membranas.
Una única mancha de humedad añeja se escurre en la arista entre el techo y la infinita pared, es óxido. El calor dirigido por su rayo aparece en mi rostro y se expande hasta dejarme en blanco.
 

Diego Morán Díaz

Preparatoria 9

Macabro

—Te vi… —Escuchó que le susurraban al oído.
Al instante, Víctor despertó. Estaba completamente empapado en sudor y gotas frías le recorrían la cara. Giró en la cama y observó que su esposa seguía dormida como se supone que debía estarlo. Después miró el reloj, eran las 4:37 a.m., muy pronto. Pensó en seguir durmiendo, pero recordó a su hijo y la tristeza le impidió volver a conciliar el sueño, no había dormido mucho los últimos días y sentía el cansancio sobre sus hombros y sobre sus parpados, pero aun así le fue imposible dormir, por lo que se quedó despierto mirando a la nada.


Su hijo muerto apenas dos días, y tanto su esposa como él, sentían muchísimo el dolor de la pérdida, cayó de las escaleras rompiéndose sus frágiles huesos de un niño de seis años; murió al instante.
Desde ese día Víctor se sentía… Extraño, observado, era como si sintiera la presencia de alguien donde claramente no había persona alguna, se había atrevido a pensar que era el fantasma de su hijo, pero no se atrevía ni siquiera a mencionarlo y cuando ese pensamiento invadía su mente, trataba de que se esfumara con la misma rapidez que llegaba, era algo completamente macabro pensarlo.


Recordó las palabras que escuchó al despertarse, ¿Habrá sido un sueño? —Pensó—. Es lo más seguro. Con tan sólo recordarlas se estremeció.
Escuchó una risita lejana… Parecía como si estuviera a dos casas de distancia, pero a la vez, la sentía tan cerca, como si estuviera dentro de su cabeza… ¡Exacto! El sonido venía de lo más profundo de su mente, era como si él mismo se riera, pero con una demencia tal que haría erizar la piel de hasta el hombre más rudo. Sentía cómo la risa se acercaba rápidamente… No le dio miedo alguno, a fin de cuentas, estaba dentro de su cabeza… Al momento en que la risa llegó, se dio cuenta de que estaba sonriendo, era una sonrisa macabra la que se dibujaba en su rostro, sus pómulos se habían levantado excesivamente y sus labios se habían estirado muchísimo, parecía que la cara se le iba a arrancar, en medio de sus labios completamente separados se asomaban sus dientes, amarillos y muy grandes, los ojos los tenía abiertos como platos, dejando al descubierto sus grandes pupilas de un color negro intenso…

La risa en su cabeza era cada vez más fuerte y mientras más aumentaba, parecía que su sonrisa se hacía más y más grande, tenía la cara completamente entumecida cuando de pronto sonó la alarma.
Eran las 7:00 a. m.
Más de dos horas duró con aquella… “sonrisa” en su cara, y a él le parecieron 30 segundos. Su esposa se sentó en la cama tras un largo bostezo y lo miró.
—¿Cuánto tiempo llevas despierto, cariño? —Le preguntó.
—Un par de minutos —mintió.


Se levantaron y fueron juntos para desayunar. Víctor sentía mareos cada vez que bajaba las escaleras y su esposa, en cambio, parecía que con cada escalón que bajaba, su tristeza aumentaba más y más. Un par de agentes de la policía iría ese día para interrogaciones menores. Resulta que tanto a los médicos como a la policía les parecía muy extraño que su hijo muriera por una caída de escaleras, además había quedado muy magullado y lleno de moretones, y ni hablar de sus huesos que parecía que se los habían triturado. Eran días difíciles y llenos de temor… el día de ayer, mientras estaba en su recámara, vio claramente cómo la puerta del baño se abría sola; mientras se abría parecía que con ella salía una oscuridad inmensa e inimaginable, era como si toda luz existente estuviera siendo tragada al instante, y mientras eso pasaba podía escuchar la risa de un niño adentro…

Y, oh, por dios… Entre tanta oscuridad pudo distinguir cómo salía una mano… Con los dedos torcidos en ángulos que le revolvieron el estómago, estaban desfigurados, rotos, no pudo contenerse y dio uno de los gritos más despavoridos que había llegado a dar en toda su vida, cerró los ojos mientras decía: “¡SU ROSTRO, SU ROSTRO!”. Afortunadamente su esposa llegaba a las 6:00 del trabajo, por lo que no se enteró nunca de lo sucedido, y tampoco quería Víctor que se enterara.


La últimas dos noches había tenido pesadillas espantosas, en ellas veía a su hijo rodar por las escaleras, veía cómo su cráneo rebotaba en cada escalón y escuchaba cómo cada hueso se quebraba, extrañamente estaba sonriendo siempre, tenía una sonrisa que hacía escarmentar a Víctor de una manera escalofriante y cada vez que llegaba al suelo, después de una caída que parecía no tener fin por lo larga que se hacía, siempre decía: “te vi”. Era una escena diferente en una de de esas pesadillas que había tenido, en ella él estaba acostado en su cama, inmóvil completamente, sólo podía girar la cabeza de un lado a otro, pero el cuerpo estaba quieto como una estatua, la noche era muy oscura y se lograba distinguir muy poco en ella, pero lo suficiente para ver cómo la puerta de la habitación estaba abierta y tras ella se veía una oscuridad absoluta, parecía como si la luz ya no pudiese avanzar después del marco de la puerta. De pronto, vio cómo lentamente se iba asomando una cabeza, una pequeña cabeza con el pelo negro como la obsidiana, pero la piel de un color azul muy pálido.

Cuando se asomó por completo, se dio cuenta de que era su hijo, tenía los ojos completamente negros y unas ojeras inhumanas, y comenzó a avanzar hacia él, pero arrastrándose. Se movía como una araña de una manera muy escalofriante, movía primero un pie hacia adelante y luego la mano, luego el otro pie y posteriormente la otra mano. Con cada movimiento se escuchaba cómo le tronaban los huesos para poder hacer esos movimientos escalofriantes, avanzaba lentamente hacia la cama, Víctor estaba gritando, pero parecía que el sonido se le acababa en la punta de la lengua, no podía hacer nada, giró la cabeza para buscar algo o alguien, pero estaba solo su cama y él, y cuando regresó la mirada a su hijo notó que ya no estaba saliendo de la puerta… Lo tenía a tan sólo 10 centímetros de su rostro, lo miraba fijamente con ojos negros y llenos de rabia… Abrió la boca y mostró unos dientes blancos, pero pronto se apagó el color porque de la garganta le comenzó a brotar un líquido rojo tan oscuro que parecía casi negro, le llenó la boca y los dientes y se comenzó a derramar sobre el hombro de Víctor, quien giró la cabeza y comenzó a gritar y a tratar de moverse tan fuertemente que sintió cómo las fuerzas se le acababan del esfuerzo que ejercía, pero no se pudo mover ni un centímetro. Al volver la cabeza ya no había nadie, ya no estaba su hijo, miró la puerta y estaba cerrada. Cerró los ojos para suspirar y al abrirlos escuchó un grito con una voz tan abominable que parecía que procedía del infierno: “¡te vi!” Al instante despertó.


El día de hoy había amanecido muy soleado, el cantar de los pájaros resonaba mientras desayunaban ambos muy cálidos, su esposa había optado para que la interrogación fuera a las 8:30 a. m, por lo que, al terminar, se ducharon y vistieron para la ocasión. En la mente de Víctor resonaba una frase, como un eco: “te vi”, lo estaba volviendo loco, no podía dejar de oírla, y era desesperante… Sentía cómo la locura lo consumía y la desesperación lo estaba llevando a golpearse la cabeza. Tenía unas ganas enormes de sonreír y cada vez que su esposa no lo estaba viendo lo hacía, esbozaba una sonrisa demencial, como aquel que se está convirtiendo en un descerebrado o en un enfermo mental. “Te vi, te vi, te vi”, resonaba en su interior, cada minuto parecía que el volumen aumentaba, lo que lo llevaba de cierta manera a sonreír más y más. Estaba al borde de la locura cuando de pronto tocaron el timbre. Él y su esposa salieron a recibir a los agentes, eran dos hombres vestidos en sacos negros y corbata, llevaban un maletín con una grabadora para capturar la plática y la interrogación que harían. Todos se sentaron en el comedor, cada uno con un vaso de agua frente a ellos. 


—Me parece que debemos empezar por el principio. —Dijo uno de los agentes mientras encendía la grabadora—. ¿Dónde estaban cuando ocurrió el accidente? Tengo entendido por los forenses que la hora de muerte del niño fue a las 16:37 horas.
—Yo estaba trabajando —titubeó la esposa de Víctor. —Y tengo entendido que mi esposo estaba en su habitación cuando el accidente ocurrió.
— ¿Es eso cierto, señor? —le preguntaron.
Víctor no podía ni hablar… Oh, por dios… Ahí estaba de nuevo ese espectro azul… Su hijo… estaba bajando por las escaleras como si fuera una araña… Iba directo a él… “Te vi, te vi, te vi”, lo escuchaba en su interior como gritos atroces que lo hicieron temblar de miedo.
Los agentes voltearon también a la escalera y no vieron nada, rápidamente se ajustaron en sus asientos y se pusieron rectos.
— ¿Señor? ¿Le sucede algo? —dijo uno de ellos con voz nerviosa.
— ¿Mi amor? —preguntó su esposa—. ¿Pasa algo?
Víctor no se movía y se había puesto completamente pálido, su hijo estaba junto a él, situado al lado de su silla, se levantaba lentamente agarrándose de su hombro para ponerse de pie.
“¡Te vi, te vi, te vi!”. El demoniaco sonido era ya un estruendo en su cabeza
¡¿Cómo es posible que no lo escuchen?! —gritó en su mente.
Los agentes se habían puesto ya de pie.
¡Te vi, te vi, te vi! Su hijo estaba por poner su boca en el rostro de Víctor cuando este se levantó de un salto de la silla gritando como loco.
— ¡Fui yo! —gritó—. ¡Yo lo lancé por las malditas escaleras! —. “Te vi, te vi, te vi.”
Gritaban en su cabeza —¡Ya cállate, maldita sea! ¡El maldito bastardo me vio revolcándome con mi amante y me dijo que te lo contaría en cuanto llegaras! —. Apuntó a su esposa con el dedo. —¡Así que no me quedó opción que lanzarlo por las escaleras!
Todos los demás quedaron en un silencio profundo y con tensión.
Víctor comenzó a reír como loco y se le dibujó una sonrisa en la cara tan macabra que incluso su esposa tuvo que apartar la vista.
— ¡El bastardo no se moría, así que tuve que lanzarlo varias veces hasta que dejó de respirar! ¡Ja, ja, ja! —Las risas brotaron de su boca como fuertes relámpagos mientras se comenzaba a mover de un lado a otro como loco— Fui yo, fui yo, fui yo.
“¡Te vi, te vi, te vi!”. Los gritos de su cabeza impedían completamente que pudiera escuchar cualquier otra cosa del exterior.
Ya no era él quien actuaba, pero por sus ojos sólo pudo ver cómo en un movimiento rápido tomaba un cuchillo de la cocina y de un tajo y eficaz se rajaba el cuello con un corte que era imposible que sobreviviera. Cuando estuvo tirado en el suelo vio cómo su hijo acercaba su rostro al suyo mientras se agachaba y se le recostaba en el pecho.


—Te vi, padre —dijo la voz de su hijo.
—Me viste, hijo —dijo Víctor para sus adentros.
Le fue imposible evitar hacer una sonrisa, una tan macabra que ni siquiera se le acercaron para socorrerlo, con la boca llena de sangre, su cara manchada de rojo y del cuello corriéndole un río de aguas rojas esbozó su última sonrisa mientras escuchaba cómo la voz en su cabeza iba disminuyendo.
—Te vi… —Dijo una última vez aquella voz antes de desaparecer.

Ulises Campos Vázquez

Preparatoria Regional de Atotonilco

Arte abstracto

El color rojo sobresale en aquel lienzo liso y tenue. Ligeros trazos de izquierda a derecha comienzan a darte forma a aquella obra de arte.
Un par de toques más y estará lista. La navaja cae al piso y la tela de mi manga vuelve a su lugar, tres botones más son la clave para ocultar aquella pieza única… no puedo mostrarlo; los demás no comprenden mi arte.


María Estela Zúñiga Medina
Preparatoria Regional de Amatitán, módulo Arenal

Una dulce ausencia de miradas | Luisa Fernanda Sánchez García. Preparatoria Regional de El Salto.

La despedida

Me dirigí a la habitación de mis padres
mientras ellos dormían, salí del cuarto llorando
y sigilosamente me subí a una silla.



Perla Vanesa Cárdenas González
Preparatoria de San José del Valle de Tlajomulco de Zúñiga

Asesina angular

Jura que había querido parar; jura que hubiese preferido nunca escuchar sus gritos de agonía y jamás haber sido mirada de esa forma. Jura que no es un monstruo, que nunca quiso arrebatarle la vida,

que prefería desintegrarse a seguir golpeándola.
Pero todos lo sabemos. Aunque fuese tomada, la piedra había asesinado sin piedad a esa mujer.

Andrea Ixchel Baltazar Díaz
Preparatoria de San José del Valle de Tlajomulco de Zúñiga