Dos veces uno

Entre la desnudez y las sabanas, desde las grandes aberturas, la luz traspasa, dejando ver todo aquello que me rodea. Entra en constancia y se disipa por toda la habitación, y solo en la esquina, junto a la ventana, permanece oscuro e irreflejable. Parece que la oscuridad yace ahí, frente a la mirada de todos.
Junto a mi cama, sobre la mesa de noche, se derrama el licor. Parece infinito, pues inunda el pensamiento de ideas erráticas. Sorber y sorber. Es una botella sin fondo y una mente nublada por el odio y la tristeza. La noche anterior, como las tantas otras, fue ensordecedora: la música hasta el cielo, la vestimenta llena de lentejuelas y el escenario repleto de luces vibrantes, multicolores, que sumergían los sueños más alocados y dejaban a flote ideas salvajes.

En mis pensamientos | María Fernanda Soto Plascencia. Preparatoria Regional de El Salto


A mi lado, caliente y desnudo, permanece un cuerpo cansado, de esos que te dejan sin aliento, mostrando aquello que todo mundo ve, pero ignora. Sé que no lo conozco de ahí, solo eso. Me levanto tambaleante, extenuante, aunque muy extasiada; me acerco provocativa al espejo para después abalanzarme sobre él.
La luz deja de entrar y la oscuridad inunda la habitación. Siento cómo se aligera el cuerpo y se desvanece entre la oscuridad, soy intocable. De pronto, la luz entra en la oscuridad, se iluminan las paredes blancas: las cortinas beige se deslizan por el viento, la cama está hecha un desastre y hay una gran cantidad de botellas alrededor de ella. Estoy en el suelo. Me levanto solo para ver mi reflejo que está deslumbrante y feliz. Se burla.
Esa cosa está arreglada, preparada para seguir trabajando. Ha peinado su cabello, porta su traje favorito y sonríe burlescamente. Esa cosa sabe que estoy allí, viéndola ser la mejor versión de mí. Esa cosa fragmenta el espejo, se va de la habitación como si fuese el asesino.
Sigo la cosa, desde los espejos de la sala hasta el reflejo del auto. Logro verla porque eso así lo quiere, jamás la había notado. Subo al auto con eso, aquello no lo nota, pero lo siente. La miro desde el espejo interior, no logro evitarlo. Llegamos a las oficinas donde trabajo. La veo hacer mi trabajo, la veo caminar, la veo negociar, la veo disfrutar de su vida y su cuerpo. No logro verla sin notar el goce que siente de ser yo. No logro evitarlo.
Esa cosa me está arruinando. De camino a casa, tomo la idea de acecharla tal como si fuese un animal indefenso.
Tomo el control del auto y lo estampo contra la casa. El cuero negro del auto, el color dorado de este, las ventanas polarizadas, se vuelven brillantes y calientes como todas mis noches; una enorme aura de rojo cubre el auto, el cuero y mi cuerpo.  El impacto provoca un derrame del combustible y el auto explota.
Todo lo observo desde la calle. Escucho desde adentro un irritante grito de dolor y angustia; río a carcajadas.
Los vecinos me miran con desdén, pero también con horror. Salen corriendo y gritando. Después de esto me internan un mes.
Lo que no saben es que esa cosa iba a acabar con todo lo que había creado para que fuera ideal. Todo mi esfuerzo se iba por la borda, no lo permití. Así que yo mismo me apodero de todos mis pensamientos e ideas, solo para no destruir mi vida.
Al final, regreso a casa y entre los escombros veo un fragmento del espejo, no hay reflejo. Sonrío.   

Pedro Aguilar Rodríguez

Preparatoria 20