De la libertad de escoger y la voluntad dirigida a la búsqueda de trascendencia en la vida

Lael Calamateo Rodríguez Orozco

Preparatoria 19

Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2018

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Tiburón mano. Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Egresado de la Preparatoria 20.

Resumen

En este ensayo me enfocaré en hablar desde una postura existencialista atea, con la finalidad de poder enfocarme en el ser del hombre como un individuo capaz de definirse a sí mismo, por lo tanto idóneo para determinar la trascendencia que se le da la vida. Esto no es de alguna manera un intento por descalificar la existencia de Dios, sino que sólo sigo la postura del  filósofo, escritor, activista político, biógrafo y crítico literario francés Jean-Paul Charles Aymard Sartre. Además, también incluiré un poco del pensamiento de Martin Heidegger, filósofo y profesor universitario, ambos grandes maestros del existencialismo. Sus textos reflejan con claridad la corriente filosófica a la que pertenecen, incluyendo la importancia y relación que tienen la existencia y la esencia, siendo estos conceptos mis principales herramientas para señalar el sentido de la vida desde la postura existencialista.

Al indagar sobre la existencia o el sentido de la misma, es usual adentrarse en una discusión de si existe un ser superior que rige en un plano más allá de lo material, de lo que es correcto y lo que no, del porqué de las cosas:

          El existencialismo ateo que yo represento es más coherente. Declara que si dios no existe, hay por lo menos un ser en el que la existencia precede a la esencia, un ser que existe antes de poder ser definido por ningún concepto, y que este ser es el hombre o, como dice Heidegger, la realidad humana (Sartre, 1946: 20).

          Lo primero que corresponde es identificar que el existencialismo es una corriente filosófica y literaria que tuvo su origen oficial en el siglo xix con Søren Kierkegaard (1813-1855) y se prolongó hasta finales del siglo xx con Jean-Paul Sartre (1905-1980), pero hay que recordar que la búsqueda del sentido de la vida y algunos temas existencialistas ya se hablaban en la antigua Grecia por prominentes filósofos, como Aristóteles, quien la definió como filosofía primera: “existencia del ente en cuanto al ente”.

          Así, desde tiempos remotos los filósofos existencialistas se han centrado en el análisis de la condición humana, la libertad y responsabilidad individual, las emociones, así como el significado de la vida, por lo que me parece adecuado introducir el existencialismo en este ensayo, pues hasta resulta gracioso pensar en un artículo que aborde sobre el sentido de la vida y no considerar aquella corriente que trata del análisis del significado de la misma. Además, el existencialismo me parece una herramienta muy útil para responder preguntas como “¿qué es la vida?” y ¿cuál es el sentido de la vida?”, ya que considera más importante la experiencia subjetiva vivida sobre la objetividad y qué mejor para responder estas preguntas que la experiencia de lo vivido.

          Si se me cuestionara acerca del sentido de la vida, lo meditaría antes de poder responder; de inmediato recordaría la ocasión en la que tuve la oportunidad de leer el libro El existencialismo es un humanismo, donde el autor relata una experiencia en la que un alumno se cuestiona lo mismo y, antes de responder, le dijo que él no la necesitaba, después explicó que para el momento en el que una persona hace una pregunta, esa persona ya tiene su respuesta. Esto sucede porque para realizar un cuestionamiento, éste (la duda) debe de ser dirigida hacia alguien y al ya haber escogido a una persona para preguntárselo ya sabemos la clase de respuesta que esperamos obtener (Sartre, 1946).

          Por ejemplo, imaginemos un momento que por alguna razón tenemos cinco mil pesos y no sabemos qué hacer con ellos, por lo que le preguntaremos a alguien qué deberíamos hacer. Ésa es la parte intearesante, porque al preguntárselo a un inversionista es porque queremos que nos responda que deberíamos invertirlo para así obtener algún rendimiento o beneficio; al preguntárselo a un adicto a las compras respondería que deberíamos gastarlo, y al hacerle la pregunta a un sacerdote o alguna persona con cargo religioso, podría sugerir que se ofrezca como ofrenda al templo y que se cumpla la voluntad de Dios o, bien, que lo uses para ayudar a los necesitados. ¿A quién sería correcto preguntárselo? ¿En realidad siempre que se hace una pregunta ya se conoce la respuesta?

          Sugiero que el lector se imagine una escena en la que un niño le pregunta a sus padres sobre cualquier cosa… por ejemplo: ¿cómo nacen los bebés?, ¿en realidad el niño de tan sólo cuatro o cinco años de edad conoce la respuesta y sólo pregunta para ver qué le responden? Lo más sencillo es pensar que no, pero entonces, ¿por qué lo hace? Es razonable que lo haga, pues sabe que sus padres deben saberlo, porque ellos ya tienen un hijo, de modo que es lógico pensar que está bien preguntar cuando a quien le preguntas sabe la respuesta; además, la familia es el primer círculo social con el que los niños tienen contacto, de modo que quienes ocupan este círculo se vuelven sujetos de constante e importante influencia para él y ellos a su vez son reflejos de la sociedad que habitan.

          La sociedad es un órgano que ayuda al individuo a determinarse a sí mismo, ya que establece reglas de comportamiento o conducta que el infante observará, imitará y finalmente adoptará, como indica Vygotsky en su teoría del aprendizaje social. Por lo tanto, la sociedad y sus individuos son un margen para identificar el sentido que se le da a la vida para trascender como un individuo de dicho grupo.

          Muchas veces se pregunta para obtener información de cómo se debería actuar, con tal de sentirnos pertenecientes a un grupo determinado de personas y ser reconocido, es decir, trascender ante la sociedad.

          Retomando la postura existencialista atea (donde debe de negarse la existencia de Dios para así poder enfocarse en el hombre) la existencia precede a la esencia, lo que abre la posibilidad de escoger, tomar decisiones, ser libres y, junto con eso, el deber de responsabilizarse por los actos propios. Como todo lo que nosotros somos (y podemos llegar a ser) sólo se plasmará en el plano que conocemos como vida. Resulta natural que deseemos que ese espectro, evidencia de nuestro pasado, sea conservado por el mayor tiempo posible, plasmando nuestros rostros en pinturas y labrándolos en piedra, compartiendo el conocimiento a través de la oralidad, los libros y en la actualidad hasta mediante métodos digitales.

          Indica Heidegger que en el transcurso de la vida se intentará buscar la trascendencia con distintos métodos, quizá un deseo un tanto narcisista y hasta nihilista por alejarse de la sociedad, pero no es un comportamiento negativo, ¡claro que se puede escoger tomar esa conducta!, es totalmente natural, evadiendo los términos bueno y malo, como dice Friedrich Nietzsche en Más allá del bien y el mal: concentrarse en desvanecer los limites, no depender de los demás, buscar ser mejor, son aspectos que impulsan a la superación, a convertirse en un superhombre, una conducta aceptada porque no se pretende denigrar a nadie y la humanidad no se ve detenida por reglas culturales que la misma sociedad impone, ¡donde se siente la libertad de ser uno mismo!, de definirse y trascender.

          Desde una postura existencialista atea, la trascendencia radica precisamente en las propias creencias e intereses; si se le pregunta a un escéptico, a un religioso, a un capitalista, cada persona dará una respuesta desde su perspectiva, pero los demás son libres de aceptar los consejos o no, recordando que durante la vida se tiene la libertad de elegir y eso condena a hacerse responsable de las consecuencias; que tanto el aprendizaje social como el individual determina, pues cada uno forma parte de la cultura y la sociedad y esto a su vez infunde la sensación de la necesidad de trascender en la vida. Por ello todo el tiempo las personas se encuentran en una constante búsqueda de sentido para la misma, con la esperanza de que al encontrarlo se logre afrontar a la muerte, dejando parte de nuestra esencia en este mundo material.

Bibliografía
SARTRE, J. P. (1946). El existencialismo es un humanismo. México: Editores Mexicanos Unidos.
VYGOTSKI, L. (1934). Pensamiento y lenguaje. Barcelona: Paidós.
HEIDEGGER, M. (1927). El ser y el tiempo. México: FCE.
NIETZSCHE, F. (1986). Más allá del bien y el mal. México: Editores Mexicanos Unidos.

Ruth Andrea Sandoval Tovar. Isocoria

Iscoria. Ruth Andrea Sandoval Tovar. Egresada de la Preparatoria 5.