Estrellas

Frida Valentina Rosas Montellano

Preparatoria 5

Mientras veía los lunares sobre el cuerpo de la mujer que dormía, no podía parar de pensar que se ve igual a una noche despejada y tranquila, y cuando marcaba delicados círculos sobre la piel desnuda de su espalda, solo pensaba en los remolinos de estrellas que podía causar si me quedaba así un poco más.

Al verla dormir, lo único que quería era despertarla y contarle sobre todas las constelaciones que había encontrado sobre su piel desnuda.

Ventana a otra dimensión| Ana Karen García Robles. Preparatoria 15

Lo que no debe existir

La brecha que había entre la luz y la oscuridad ha desaparecido. Me la arrebataron; me arrancaron el más importante de mis sentidos, el más querido; el del amanecer, el del ocaso, el de las horas cero de las que escapaba con precaución. Me quitaron la vista, y más lamentable aún, me quitaron mi trabajo.
Yo era camionero, digo era nada más por la vista, porque lo sigo siendo. Mi padre decía que camioneros nacimos y así nos quedamos. No sé si es la prisa, o el bigote, no sé qué es lo que me sigue haciendo camionero, ahora tal vez el recuerdo, este que puedo dibujar a penas, muy a penas desde mi sillón sin color, desde mi habitación que a tientas existe, porque ahora lo es todo así, a tientas y a medios pasos. Aquí es que pienso el camino, horizonte nunca alcanzado, infinito ras del mundo. Ahora que estoy postrado es que puedo apreciar la belleza de mi oficio.
Bien me dijo mi padre que estuviera atento a las pequeñas cosas, a aquellas que de entre lo que no se ve, aparecen; venados, vacas, en ocasiones personas. Entonces un salto al camino para mí pudo haber significado la muerte. Frenas, pierdes el control, te estrellas, o te sales del camino. Con suerte te mueres, porque de lo contrario quedas indispuesto.
Nunca le presté atención a las pequeñas cosas, nunca le hice caso al leve rumor que salía de los matorrales cuando me bajaba a orinar, nunca me dio miedo la oscuridad, ni las peligrosas horas cero, ni las prisas, ni ser camionero.
La brecha que había entre la luz y la oscuridad, la que está hecha de natural miedo, tampoco existía. Ahora le diría yo a mi padre: cuidado con las cosas que ni pequeñas ni grandes, esas que no deben existir; la mala suerte, los amuletos, un rosario colgado en el retrovisor, persígnate, témele al rumor de los matorrales, témele a lo que dejas detrás cuando pisas el acelerador. Tal vez la prisa del camionero es la prisa del que escapa. Yo le diría a mi padre: cuídate de lo que no escapas, de lo que no ves.
Postrado y sin vista, pienso lo rápido que me arrancaron los ojos, tal vez debí haber pisado aún más el acelerador, tal vez debí voltear cuando estaba orinando. Y es que no le temí al ruido que se acercaba por mi espalda. No es hasta que el dolor desgarrador me arrancó mi oficio que le tuve miedo a lo que no debe existir.

Manuel Tejeda Enríquez

Preparatoria 4

Paranoia| Iliana Alelhí Zepeda Santillán. Preparatoria 2

Picia

Julio Ricardo Morales Raygosa

Preparatoria 9

Ella era fea.
Su padre le decía que la belleza no importaba. Su madre le decía que la belleza partía según quien la mirara; así de fea era. Un ojo le guiñaba a la muerte, otro le guiñaba a la tristeza, sobre todo frente al espejo.
No solo es que fuera fea, es que miles de años sobre la importancia de la belleza le deformaban los hombros. Su fealdad atraía asombro, y su incredulidad dolor.
El agua huía de su reflejo, así lo veía ella. Se acercaba diariamente con timidez a su rostro, negociando con sus fantasmas, peinando un ligero brote de esperanza que le ocultaba pesadamente un poco de vergüenza.
Intuía que ni la muerte la quería. Sin embargo, en ello se equivocaba; la muerte más que nadie sabía apreciar su amarga apatía, su cólera, su punsión inevitable al odio —sobre todo a sí misma— que la absorbía.
Un día vio pasar ante sí una rosa tan brillante como oscuros sus ojos; sí, una rosa. Nada hiere o glorifica más a la belleza que una rosa. Ante ella se encontraba lo que ella jamás poseería, y entendió por fin que la belleza no lo es todo tras ver a alguien comprándola con solo una moneda.

Una generación que nombra y escribe

En ocasiones, cuando nombramos aquello a lo que tememos, es con apelativos descomunales, de monstruos, bestias, pues es más fácil aceptarse vencido ante algo que es superior a nosotros. Sin embargo, la mayoría de las veces, nuestros más grandes miedos se encuentran latentes en actos más cotidianos. Nombrar es, entonces, combatir de a poco contra nosotros mismos y nuestro entorno. Por ello, para aquel que es escritor, mitificar o ficcionalizar sus miedos es sin duda ganar grandes batallas y perderse en un campo en blanco: la victoria.

Esta naciente generación de escritores, que pueden ser erróneamente percibidos como desprovistos de interés, mal juzgados por su tierna edad, están tan sumergidos en todo cuanto les rodea, que son capaces de volcar en unas cuantas líneas, grandes reflexiones, cargadas de una multitud de sentimientos; de narrar fantásticas historias que no solo envuelven al lector, sino que le invitan a un diálogo en el que lector y escritor se ven reflejados y entendidos.

Las letras que a continuación se plasman son el resultado de mentes ágiles, de fuertes voces que han encontrado en la escritura, ya sea de cuento o microrrelato, el eco de todo aquello que no se debe callar: gritos desesperados y clamantes de respuestas.

En un futuro, las páginas continuas serán, además de referentes, precursoras de lo que puede hacer una generación cargada de interés, armada con las palabras y la forma correcta de trasmitirlas, pues han encontrado y demostrado que en su capacidad de escribir lo que sienten y viven, está el entendimiento de la gran responsabilidad que hay detrás de manifestarse contra todo.

Estos talentosos escritores lograron en el comienzo de su camino sacudirse de trabas y tabúes, mostrando su fortaleza en la vulnerabilidad y sensibilidad con la que abordan los temas más complejos. Solo entre almas iguales podrían entenderse. Por eso, lector, debes cambiar con cuidado de página, detenerte minuciosamente en cada una de ellas. Entre breves y largas líneas, sentirás el cúmulo de voces que, aunque sombrías, arrojan luz en una generación que nombra y escribe.

 Andrea Monsserrat Torres Vaca*

*Egresada de la Licenciatura en Letras Hispánicas por la Universidad de Guadalajara. Colabora en el SEMS en el área de Difusión y Extensión desde el 2020.

Symmetria

Manuel Tejeda Enríquez

Preparatoria 4

Una belleza universal y los profetas que proporcionan el devenir en una absoluta perfección. Ideas acerca de la creación y la destrucción, un aforismo para el todo, supremacía simétrica a la realidad; la ficción y toda creación humana es por naturaleza proporcional a un todo que nos refleja. Ideas inertes que salen de una voz unificada, una voz que acompaña al paso de los tiempos, que pasan rápidos y pasan para no volver, pero sí dejar el eco de las voces de aquellos que se reflejan, los que crean y buscan aquella belleza de la que se ha hablado. Primera persona soy y tercera persona también, narrándome a mí mismo, escribiendo trasnochado lo que de mi interior sale, y para el que lee esto ya habrá pasado, pues un pretérito constante ha de acompañarme, y al haber pronunciado las palabras que se preceden, se está leyendo mi presente. ¿Qué soy sino un ente lingüístico? Soy tú a través de tu pupila, yo. Una persona lee en algún lugar un cuento de sí mismo, se está narrando en tercera persona, pero sabe que es él. Está leyendo algo sobre la belleza absoluta, ya había escuchado acerca de la belleza. ¿Qué es la belleza?, se pregunta, te preguntas. Recuerda al narrador que le acompañaba hace un minuto, ahora es él mismo quien narra, tú, yo. Narración acerca de ti mismo, piensas, lees, te miras, te preguntas. Un hombre escribe sobre otro hombre en un tiempo que no ha pasado. Está recostado y concentrado en escribir sobre la belleza absoluta. Se desdobla, te desdoblas. La narración sigue por ti a través de distintas pupilas. Somos narradores, nos reflejamos, te reflejas, me reflejo, te estoy escribiendo a ti, me estoy escribiendo a mí, me estoy leyendo. Toda creación es reflejo de la realidad, tú y yo somos parte del todo. ¿Quién nos escribe? Seguiré narrando incluso cuando dejes de leer…

Hana | Samantha Guadalupe Castro Orozco. Preparatoria 3

Pedazos

El ferviente vaivén de las olas dirigió al barco directo a su perdición, a una perdición estrepitosa y rápida; después, al hundirse con lentitud calmada, dejando al aire gritos y chapoteos agónicos. Y aunque pudo dirigir su cuerpo hacia otra dirección, se dejó estrellar, dejó que su cubierta se desplomara, se dejó quebrar. La escolladera fue la causa, que, como un cuchillo sin filo, solo con la capacidad de golpear, dividió, destrozó y cortó al barco en dos partes. En el agua quedaron sus restos: madera y tela, vidrio y metal, sangre y cuerpos a medio hundir. El agua es cómplice e indiferente, el basurero de un homicida, o su tumba, ambas en el caso del barco, quien se dejó quebrar junto a sus tripulantes muertos, asesinados todos, escondidos todos, hundidos todos junto a su asesino hecho pedazos.

Cardiólogo diagnostica mi corazón con la forma de mis letras

El amor corre por mis venas, amor en cada acción, energía que bombeo en mi iniciativa por querer escribir, por la sangre que corre, por el pensamiento que bombea, por la memoria y el recuerdo de cada sentido, de cada musculo que recuerda; tacto, olor, gusto, sentidos que aman su memoria con todo el corazón y toda la sangre, con toda la mano y su iniciativa por escribir. Amar con rebeldía, haciendo florecer en el papel y con la pluma lo que nuestro cuerpo y por los sentidos entra. ¡Somos tan complejos! Podría pensar que nos hicieron florecer en algún poema, y tal vez corremos por la sangre de otro corazón que en su iniciativa nos crea con el poder de un dios. No por nada escribo. Afanoso. Aferrado. Terco. Ingenuo. Crédulo. Por la belleza universal y el amor que le tengo a las pequeñas acciones, amor que corre por mis venas. ¿Por qué escribo? Y escribiendo pienso en si tiene que haber respuesta. Tal vez no, tal vez sí. Como sea lo hago, y si no es por amor, ¿por qué? Cardiólogo, por favor, diagnostica mi corazón con la forma de mis letras.

Manuel Tejeda Enríquez

Preparatoria 4

Diario de una obsesión

Alexia Valentina Aguirre Contreras

Preparatoria 9

Sabes que es imposible tenerlo a tu lado, pero lo quieres tan desesperadamente que solo anhelas que sea tuyo y que esté físicamente para ti siempre.

Entonces, hipotéticamente, consigues estar con él, puedes tocarlo, abrazarlo. Todo parece indiscutiblemente perfecto. Ahora, querido lector, necesito tu consejo. Te quieren arrebatar a esa persona de ti, no los dejarás, ¿cierto?

Debe ser un lugar que tú y solo tu conozcas… ¿Dónde esconderías su cuerpo?

Preparación

María Fernanda Hernández Espinosa

Preparatoria 9

Donde la protección del manto de la mismísima muerte lime mi pellejo, dormirá una vez más la traición, sin estruendos que retumben la grava clavada, que se incrusten en la somnífera idea que guardé hace lustros, que se cimbren los pilares llenos de indignación o asco.

Sin ser ópalo, deambulo protegida, escurrida en obsidiana estrecha e incontables onzas de incienso con olor a mérito, rodeada de un festín de arrepentidos donde todos comen de mis manos y todas beben de mi bilis. Y si atraigo a mis anchas, espero ser la cortina delatora y que mis sórdidas ideas sean desveladas de a poquito, con la escasa habilidad que se encharca cada que sofoco sus luces.

Ya no puedes evadirlo, el encendedor ya no sirve y ya no eres ilícita sin condena, ni creyente sin fe; solo una enviciada a la pérdida.

No consiente ni a sí misma dictar su condena, está ensombrecida debajo de siluetas mudas buscando lo mullido que la lástima pueda ser, capaz de cubrirle hasta la punta de los pies.

Está equiparada con laceraciones casi fundadoras de la siniestra soledad que le sigue al caminar. A veces entre susurros incita a ser presa de rituales que sucumben la fría y odiosa memoria, que casi intacta, le permite mirar hasta el iris roto por un flash o evocar las consciencias sanas para devorarlas a parpadeos. Ya dejará de traer hiedra como souvenir; mejor sus falacias para atragantarse en ellas y ser una vez más la prohibida. Al fin, en el seno del ciprés cerrará su juicio.

Ojalá venga, aunque esté rota, mal vestida o empalagada, pero por favor venga por mí.

Mal viaje

Aurora Monserrat Flores Hernández

Preparatoria 3

La música sonó a todo volumen dentro del bar y no logré entender lo que Ángel trataba de decirnos sobre lo que vio en las noticias, así que, con los ojos, le indiqué a los demás que me siguieran al baño. Una vez ahí, le pedí que repitiera lo que decía, mientras armaba un porro de mota con mis dedos.

—La chota anda agarrando a cuanto morrillo se le cruza. Si nomás porque les solté un buen madrazo con las botas me pude zafar, pero si no, ya estuviera en el bote o quién sabe dónde —nos contó el Ángel.

—¿Pero pues qué les hacemos, o por qué nos andan buscando? —preguntó el Chino.

—Mira, todos los polis son unos cerdos. Y como vamos en contra del sistema, quieren reprimir el movimiento punk y todos los grupitos que les molestan. Nos odian por no soportar sus tratos mierdas y ponernos al tiro, protestando —les expliqué mientras encendía el porro—. Nada más hay que andar con cuidado, ya se la saben —dije, y posteriormente le di una calada al toque, antes de pasárselo a Ángel.

—Pero bueno, ¿pos’ qué se le va a hacer? —suspiró Nico, rascándose la nuca con flojera y acomodándose la cresta verde que tenía por cabello—. Cambiando de tema, se me hace que ya van a salir los del grupo de tu primo, Yahir. Quedarnos aquí en el baño fumando no está chido.

—Simón, hay que hacerle caso al Nico.

Después de unas cuantas caladas más al porro, los muchachos y yo salimos del baño, aspirando el olor a bar viejo, alcohol y hachís que rondaba por el ambiente, olor que la mayoría de los vecinos, que pasaban por afuera, al salir de trabajar, aborrecían. En las bocinas sonó una cumbia de las viejitas, una de esas que por más punketo que seas, te animas a cantar de lo buena que está. Se oyeron las risas de unos camaradas, y también voces disparejas, tratando de seguir la rola, pero nadie la bailaba ni por mucho que sus pies se lo pedían bajo las mesas.

Para olvidarnos del problema que nos contó Ángel, los muchachos y yo buscamos una mesa para sentarnos a seguir rolando el toque. Nos pedimos unos drinks, y notamos que los de la barra cuchicheaban entre sí, aparentemente preocupados, pero no le dimos mucha importancia. Quizá ya iba siendo hora de cerrar.

Después de un largo rato, entre plática y más caladas, el Chino sacó unos cuadritos del bolsillo de su chaleco de mezclilla, y los ofreció con la palma de su mano en el centro de la mesa.

—Saz, ¿quién se rifa uno? Me los vendió un amigo del Ángel —mencionó el Chino entre risas.

—La neta yo no, carnal. Todavía ando escamado con lo que pasó con la chota —dijo Ángel, volteando la cabeza.

—Al Nico no le ofrezcas, aún está chamaco —le reclamé al Chino, señalando al menor de nosotros con la barbilla—. Pero, bueno, yo sí le entro.

—Mmm’ta madre… Pues ya qué. Si se van a poner así, mejor yo tampoco. Toma, te lo regalo —dijo el Chino, extendiendo su mano frente a mí, mientras me ofrecía el cuadro de LSD—. A ver si no te pega fuerte por la mota y el alcohol. Ni te vas a dar cuenta qué es alucinación y qué no.

Puse el llamativo trozo de papel bajo mi lengua, esperando que así se absorbiera más rápido el ácido. En lo que esperaba a que llegara el efecto, seguí platicando con los muchachos un rato más, y pedí también uno que otro drink para ver si así me daba mejor.

Al cabo de unos minutos, al fin sentí que me pegó, y la música y las voces se volvían cada vez más lejanas, pero también más ruidosas y atropelladas. Las luces se agrandaban y achicaban aleatoriamente, y los colores comenzaban a cobrar más vida, como si pudiera ajustarlos del mismo modo en que ajustaba la tele de mi casa.

Mi viaje apenas comenzaba, y yo ya tenía ganas de pedirle otro cuadrito al Chino, pero antes de que pudiera agarrarle uno, él se levantó como queriéndose asomar a las ventanas del bar.

—No mames, wey. No seas mamón… —le oí musitar, y justo cuando los demás le iban a preguntar qué pedo, la puerta del bar se abrió de golpe.

A partir de ese instante, ya no pude comprender lo que pasaba, ni mucho menos oír qué era lo que exigían esas voces roncas que nos gritaban entre explosiones diminutas. Algo tronó detrás de la barra, y yo solo sentí cómo mis compas me jalaban al piso, pidiéndome que me agachara. Uno volteó la mesa, y mis oídos tintinearon junto al impacto de un vidrio en el suelo rojo, antes de que la mesa fuese pateada lejos de donde había caído en primer lugar.

—¡Ahora sí, cabrones! ¡Ya estuvo bueno su relajito punk! —gritó un uniformado gordo con voz potente, y enseguida extendió su manaza contra Nico, cuyos cabellos se vieron enredados en sus dedos agresivos y fuertes. Sentí un jalón similar por detrás, cerca de la coronilla, pero entonces fui soltado de repente, al mismo tiempo que oía al Ángel y a otro tipo gritarse.

—¡Déjalo, wey, hazte para acá! —llamó el Chino al Ángel, y sin soltarse del brazo de Nico, trató de arrimarlo hacia donde nosotros estábamos. Pero un golpe seco resonó detrás nuestro, sin que él pudiera hacer nada. En cuestión de segundos, otro tronido se escuchó de su lado, y después de una fuerte sacudida, Chino se tropezó y cayó al suelo. Nico no hizo más que arrastrarse hasta mí, emitiendo sonidos de horror.

No sé qué tanto lloriqueó Nico después, pero sentí cómo luchaba por empujarme y llevarme a algún otro sitio, refugiando su cabeza bajo su brazo. Pensé que esperaría a Chino, como siempre hacía, pero él estaba tumbado en el suelo mientras un charco de pintura azul escurría de su cabeza y varios ojos redondos y blancos flotaban en ella. Volví a sentir un empujón en mi pecho entonces, y al dirigir mi mirada a esa mano esquelética que me ordenaba avanzar, no pude evitar alejarme de ella, chocando de espaldas con un bulto que se sentía igual que un arbusto de rosas al apretarlo.

Una especie de astronauta gigante se acercó entonces a la calavera por la espalda, pero esta dio un salto y se levantó para correr hacia la salida ondulada del bar; sin embargo, apenas pudo ponerse de pie. Un rayo de luz multicolor la atravesó por las costillas y la hizo caer de rodillas, antes de atravesarle de nuevo por el cráneo y hacerlo explotar entre espirales.

Anonadado, sin poder darle un sentido lógico a todo el desmadre que pasaba a mi alrededor, sentí cómo volvían a agarrarme, esta vez por debajo de las axilas, y una voz que se escuchaba como vieja y joven a la vez me empezó a escupir palabras al oído, aunque yo no pude entender ninguna de ellas.

Me dirigieron a la salida triangular del bar, y una vez ahí, me voltearon para que saliera caminando de espaldas, lo cual permitió que mis ojos se inundaran con un collage de imágenes grotescas y alegres, todas coloridas y torcidas ante mí.

Chino estaba de color azul, al igual que la pintura que le había visto escurrir antes, y varias manos salían de su pecho, como queriendo arrastrase hacia mí. Aquel arbusto de rosas amarillas que había sentido antes tenía la cara de Ángel marcada en sus hojas, y de la boca de este salían pétalos que luego avanzaban al suelo y se convertían en mariposas muertas. La chamarra de Nico cubría el cuerpo de la calavera que había visto morir, y las letras blancas de su espalada que antes expresaban su gusto por el rock, bailoteaban y se desintegraban, uniéndose con las espirales negras que había cerca del riñón.

Lo último que recuerdo después de haber visto aquello, además de algunas imágenes de cuerpos acostados, coloridos y deformes o palpitantes, es que un policía me cargó hasta un corral elevado y me encerró ahí, junto a otros monstruos con su mismo uniforme. Varios de ellos me sujetaron, y el sonido de las sirenas retumbando en mi cráneo me avisó del movimiento al que era sometido ahora, avanzando en línea recta.

Cuando vi el semáforo sobre mi cabeza, con sus luces verdes y rojas peleándose con las azules y rojas que emanaba el transporte donde iba, fue que supe que esto sería un muy mal viaje.

Ventana al cielo | JuanDiego Chítica Gutiérrez. Preparatoria Regional de Tlajomulco de Zúñiga.

El escritor

Víctor Alexander Cuadros Olguín
Preparatoria 9

Igual que siempre, salí a caminar, trabajar, comprar víveres y regresé a cenar, como si todo se repitiera. Aunque intenté, hasta no poder más, salir de la rutina, fue en vano porque seguí donde mismo, como si me controlaran… Pero un día, se me fue el aire y me desmayé. Desperté en un cuarto extraño… Se escuchaba una persona, estaba escribiendo algo. Fui a revisar y en cuanto la vi, me desmayé, me desperté y, al igual que siempre, salí a caminar, trabaja, comprar víveres…

A ciegas | Eunice Nohemi Cardona Venegas. Preparatoria Regional de El Salto

Palabras

Dorian Enrique Chávez Serrano
Preparatoria 9

Un día, como todos los demás, me levanté y me percaté de que algo no andaba bien… Luego me desmayé. Por el frío que hacía dentro de la casa, me levanté a los cuantos minutos. Sí, algo no andaba bien. De repente, sentí un susurro detrás de mi oído. Era la muerte. Me dijo que mi tiempo había acabado, que tenía que irme, así que le propuse un trato, que mañana viniera por mí; quería un último día. Firmamos el contrato y al día siguiente vino reclamando… Así que le mostré el contrato que decía: “mañana”. Y desde ese día, cada que viene la muerte, le enseño el contrato y me da un día más.

La magia de la luz | Diana Verónica Martínez Guzmán. Preparatoria Regional de Tlajomulco Zúñiga.

Verde

Angélica Concepción Pérez Rivas
Escuela Vocacional

Podía moverse.
Lo descubrió cuando, sin intentarlo demasiado, casi como si lo hubiera hecho el viento y no ella misma, movió una hojita de un brote que apenas le estaba naciendo. La apartó de la tibieza del Sol y esta nació en una forma peculiar, extraordinaria, en una posición tan poco natural como lo era poco visible. La frágil y verde hojita nació sin darle la cara al Sol.
Era sobrenatural, extraordinario y sin embargo era pequeño. Y no se notaba a la vista, era insignificante, pero sería el primero de muchos otros, como sucede muchas veces en nuestras vidas. Para ella marcó el inicio del verdadero cambio, una transformación.
Ella no podía creerlo. Al principio, quiso intentarlo diez veces más para convencerse a sí misma, pero no alcanzó a hacerlo.
Contempló la idea de hacerlo, ir más lejos, y cuando apenas se decidía, uno de los seres se acercó a mirarla.
Podía sentir su presencia. Cierta pesadez, y su aliento cerca, le hacía saber que estaba allí. Siempre que alguno de ellos se acercaba, podía inhalar aire, que usaba para alimentarse, crecer y desarrollarse, así que agradecida absorbió el que necesitaba. Respirando por sus hojitas, sentía sus estomas diminutas y trabajadoras abriéndose para recibirlo. Mientras tanto, dejaba que el ser la tocara.
Espulgaba entre su follaje, y arrancó una de sus hojas, incluso. Ella lo permitió, por un lado, porque no tenía otra alternativa, y por otro, porque aquella hoja arrancada estaba ya muy seca, al borde de la muerte. Como dije antes, no podía moverse y por lo tanto no podía conseguir agua para sí misma, para eso dependía de los seres.
Cuando finalmente se fue, ella intentó hacerlo de nuevo. No sentía más el calor del Sol, pero intentó mover una ramita hacia donde creía era el opuesto. No lo logró y, desesperada, intentó otra vez. Quizás con una hojita, algo pequeño. Lo hizo. De nuevo, se las arregló para, esta vez, voltear una hojita de su rama más baja.
Había creído, por un momento, que tuve una ilusión y que en realidad no había sucedido. Pero sí podía. La prueba estaba en aquella diminuta hojita que el viento hacía temblar.
Podía. Era real. Aunque quizá no era mucho, y no podía desplazarse tanto como hacían esos seres que regaban su cuerpo a diario. Pero era un hecho, ella podía mover, por su propio deseo y voluntad, una parte física de sí misma. Por lo pronto, tenía esa satisfacción.
Esa noche, cuando sus botones se mecían con el frio del viento y los grillos rozaban sus patitas haciendo música, experimentó otro cambio: un dolor en las raíces.
El dolor persistió; ella nunca había sentido nada parecido. A veces dolía cuando la pisaban por accidente, pues sus ramas estaban ya muy largas. Pero entonces la podaban, que también dolía, aunque menos y significaba que no podían volver a pisarla. Mas nunca había sentido algo parecido.
Sabía, podía reconocer que era en sus raíces. Sabía que no era porque estuvieran creciendo. (Quizás sí lo era.) 
Pero era una planta, y lo que no sabía superaba a lo que sí. Por ejemplo: no sabía comparar ni hacer metáforas, así que, si le hubieran preguntado, no habría sabido cómo describir su dolor.
Si hubiera sabido… Si Dios hubiera dado a las plantas la capacidad de pensar, de hacer sinapsis y, de alguna manera, hablar, habría dicho que dolía demasiado, como el dolor que sientes justo antes de que un cabello se desprenda de ti cuando te lo jalan.
Así dolía y así dolió. Persistió por días, meses. En algún momento ella ya había olvidado cómo era vivir sin aquel dolor, si es que en algún momento había sucedido algo así.
También hubo otros cambios, a partir de esa noche.
Ella empezó a tener memoria. Por primera vez, podía recordar qué era lo que había pasado ayer, qué era lo que había ladrado, de cuál retoño iba a salir una flor.
Los recuerdos, memorias, se empezaron a guardar en alguna parte de sí, y con ello comenzó a reflexionar.
Poco a poco. Poco a poco, pensaba. Sus brazos, sus hojas, sus botones y retoños. Empezó a darse cuenta de qué era, y cómo era, cómo existía físicamente, en toda su extensión.
Podía percibir el mundo y procesarlo. Trataba de entenderlo. Un día le surgió una pregunta: ¿dónde estaba? Y nunca dejó de preguntársela.
Dios la había bendecido con razonamiento y no podía estar más agradecida.
Por primera vez comenzó a asociar voces. La voz dulce, un poco cansada, era la del ser que le daba agua casi todas las mañanas.
La más grave, generalmente respiraba pesadamente y le arrancaba hojas. Si estaba de buenas, eran las secas; si no, de cualquier forma, las arrancaba. Y otras voces, que casi no reconocía, pues venían muy de vez en cuando, y no llegaba a distinguir si eran solo dos voces diferentes, individuales, o era la misma, una sola. Una cantaba y otra la pisaba. Casi siempre venían juntas.
Vivió un tiempo así, quizás meses, aunque también puede que solo fueran días. El tiempo es relativo, y a ella le pareció relativamente poco; nunca se cansaba de sentir, de experimentar, y de aprender sobre el exterior. Lo exterior a ella.
Un día empezó a ver.
No supo cómo, pero se sumaba a sus capacidades la de observar. Por cada poro, estoma, célula de su cuerpo, ella podía observar. Veía la tierra en la que sus raíces se extendían y las lombrices que había, también el verde de sus hojas, de sus ramas, y sus retoños. Pudo ver a los seres y su cuerpo extraño que les permitía desplazarse. Agradeció al Sol, que era una voluta brillante en lo alto, que además de calentar sus hojitas y ramas, la bañaba de luz. Era fascinante.
En ese entonces, vio por primera vez muchas cosas. No existen aún palabras ni colores suficientes para describirlas todas, así que contaré solo una.
Sucedió cuando era de noche y todo estaba oscuro y sus raíces dolían.
El Sol, que ella tanto amaba, ya no estaba. Se había ido, desaparecido ante su eternamente sorprendida mirada. Primero unos rayos se escondieron, y al final solo unos rayos quedaron, débiles, pero brillantes, hasta que incluso estos desaparecieron.
El exterior se quedó oscuro. No veía nada. Le recordó al pasado, y la idea de que eso fuera todo, de que eso fue todo lo que había por ver, comenzó a atacar su mente.
Tiritaba, asustada. Pudo haberse vuelto loca esa noche, que ella no sabía que era noche y creía que era el fin. (No podía ver más allá.)
Enrolló, sin darse cuenta, cada hojita sobre sus ramas. Se encogió, esperando algo, aunque no sabía muy bien qué era. Transcurrió así toda la noche, su primera noche mirando, en ascuas, las raíces doliéndole y el alma en vilo.
¿El Sol había perecido? ¿Ella volvería a ver? ¿Qué fue eso que vio? ¿Lo imaginó todo?
Temblaba, aunque no hiciera mucho frio. La angustia y el suspenso eran sensaciones que no conocía, y en medio de tantos sentimientos, abrumada como estaba, no se dio cuenta en que momento empezó a clarear.
Cuando pudo fijarse, el cielo era de un azul marino hermoso, que apenas acabara de ponerle nombre, este cambiaba de tonalidad: azul fuerte, magnifico, azul orquídeo, azul rey, azul níquel. Y de repente un naranja.
¡Había rayos naranjas!
Solo podía significar una cosa, pensó emocionada. Y efectivamente, al poco tiempo los rayos se tornaron amarillos y el Sol, su Sol, se alzó en el horizonte, majestuoso, iluminándola y abrazándola. Ella renació en sus brazos, reconfortada. El dolor en sus raíces desapareció para siempre. El mundo entero desapareció, solo podía ver y sentirlo a él.
Era fascinante.
Se quedó observando, sintiendo, respirando. Absorbiendo tanta suntuosidad y grandeza. Era fascinante, y lo que había sufrido no importaba ya en esos momentos. A partir de allí todo brilló para ella.
Ella estaba en su maceta, en su mundo, observando la cerca blanca de enfrente. Tenía la bóveda de un límpido azul encima de ella y, contagiada, quizá por su amante el Sol, se sentía fabulosa. Sentía que era el centro de esto que existía.
Los seres la regaban. El sol la alimentaba, la tierra la fortalecía y ella crecía, verde, hermosa. Era perfecto, y lo sabía.
Sin embargo, todo es efímero, y aún más para un ser frágil y vulnerable como lo era ella. Y esos meses de experimentar la grandeza y magnificencia, también llegaron a su fin.
El sol se estaba metiendo, recordaría más tarde. Años más tarde aún podría recordarlo.
El cielo estaba pintarrajeado en tonos desde amarillo a lila.
Y ella se sentía plena.
De pronto, su vista comenzó a cambiar. Poco a poco, y de la nada, ya no veía por cada poro de sus hojas, sino por sólo dos, y el cuadro que componía su vista no estaba conformado por millones de pedacitos, sino por dos escenas grandes que se complementaban.
Cerró sus párpados, y ya no veía nada. La plantita aceptó estos cambios con gusto, pues la última vez que le había sucedido uno, había sido para bien. Que algo malo le sucediera era lo último que pensaba.
Sin embargo, en sus raíces sintió el dolor de antaño, aumentado al cien por ciento. No creyó soportarlo, pero cuando menos lo espero, este cesó.
Abrió los ojos, tratando de respirar por sus hojas. Pero ellas no estaban.
Se miró, y por fin entendió por qué había cambiado tanto, cuál era la finalidad de tantos cambios. Entendió el propósito de alejarse tanto de su esencia de planta.
Tenía dos brazos, dos piernas, y de pronto ya tenía un torso.
—¡Mamá! —habló una voz que reconoció como la voz que la pisaba. Lo miraba con ojos a punto de salírsele, y una sensación extraña para ella le recorrió la espalda—. ¡¿Por qué hay un niño verde en tu jardín?!
Ella no entendía nada. Su cuerpo tenía la forma de uno de los seres, y aun así la miraban como a un bicho raro.
—¿Un qué? —la vez femenina entró secándose las manos en el suéter.
Ella no podía con la confusión. Pero cuando lo miró, adoptó por un instante la misma expresión que la voz que lo pisaba.
Después la cambió. Con misericordia, quien sería su única motivación en adelante, le preguntó:
—¿Estás bien, pequeño?

Once upon a december

Zayra Naomi Ramos Pineda
Preparatoria 9

Enero
Asher y Gil se conocen.
 
Febrero

Asher y Gil se enamoran.
 
Marzo
Asher y Gil son pareja.
 
Abril
Asher ama a Gil, Gil ama a Asher.
 
Mayo
Asher y Gil tienen una vida perfecta.
 
Junio

Asher le pide matrimonio a Gil.
 
Julio
Gil planea su boda.
 
Agosto
Gil ha sentido mareos y debilidad.
 
Septiembre
Gil oculta algo.
 
Octubre
Asher está preocupado por el comportamiento de Gil.
 
Noviembre
Gil se lo cuenta todo a Asher.
 
Diciembre
Cuando las estrellas adornan el cielo, Asher estrecha a su amada contra sí, la mira por un largo tiempo, tratando de guardar todo en su memoria. Después la besa, repara en cómo Gil se relaja en sus brazos y siente una cálida bocanada de aire brotar de la boca de su esposa. Sabe que ha llegado el momento, Gil tiene leucemia. Gil lo deja…

Ángel justiciero | Verónica Paola Cervantes Olmos. Preparatoria Regional de Etzatlán

3
El hombre de saco y sombrero dejó de ser él y se extinguió al dejarse caer de aquel largo edificio.
 
2
Me acerqué al colorido de la calle central. Fue maravilloso el recorrido, subí hasta la orilla y por fin entendí mi lugar.
 
1
Hoy desperté con ganas de no ser nadie en este mundo. Tomé mi sombrero de gala con mi traje de charro y salí en busca de otro lugar para existir como alguien nuevo.
 
Cero 

Juliana Belén Villafaña Silva
Preparatoria 9

Amor destinado | María Luisa Rivera Garrido. Preparatoria Regional de El Salto

Sí, yo

Juliana Belén Villafaña Silva
Preparatoria 9

Solo estaba caminando. Tenía ropa holgada. Yo lo provoqué todo. Estaba corriendo. Dejé que me cargaran.
La oscuridad se apoderó del espacio. Los ruidos del coche. El pasamontañas. Me amordacé. Sus gemidos. La pala. Me tiré tres metros bajo sus garras.

Mirando mi interior | Jennifer Fernanda Pacheco Ramos. Preparatoria Regional de El Salto