El cerebro es una de las estructuras que más ha impresionado
a la comunidad científica y al ser humano en general. Es increíble pensar que
el mismo cerebro con el que podemos poner satélites en órbita, es el mismo que permitió
la primera agricultura y la primera civilización. Este órgano se estructura por
capas, ergo, mantiene las respuestas primigenias en el centro y a las más
nuevas en capas exteriores.
*
Todo indicaba ser normal, o así lo había sido esa noche y
las anteriores. Rubén, oficinista en los días, pintor por las noches, trabaja
en una pintura abstracta con manchones azules, negros y blancos, puntas y gota prematura
que apenas logra manifestarse en las manos. Un estilo de noche, iluminación
lunar. Silencio.
Puerta. Habían sonado tres golpes
secos en la puerta del departamento-estudio. ¿Quién será a estas horas de la
noche? ¿Qué horas son? Saca su celular del pantalón, lo primero que ve son las 13
llamadas perdidas de Lucía y elimina la notificación, a la par que un signo
interrogativo se dibuja en su cara. Una y media de la madrugada. Se gira, y en
la acción apaga el cigarrillo en un cenicero de cristal hasta el tope de
colillas y ceniza.
Tres nuevos golpes. Misma
sorpresa, misma pregunta y nacimiento de una nueva: ¿por qué tanta agresividad?
Mira con desconfianza por el ojo de la puerta y tras el paño la ve: es ella. Lucía,
mujer moderna, “pareja” de Rubén; secretaria de día de lunes a viernes y, a
partir de las seis de la tarde y hasta que el cuerpo necesite dormir, mujer de
museos, cafés y galerías. Sólo bebe cuando es necesario.
*
Por ese motivo, nuestro sistema nervioso simpático, que
tiene su origen en la médula espinal, cuya función primordial es activar los
cambios en la reacción lucha – huida, y nuestro sistema parasimpático,
encargado del descanso y de la digestión, reaccionarían de la misma manera en
la que lo haría un australopithecus al luchar por la comida que la forma en la
que lo hace un imputado en la sala de interrogación: o huimos, o atacamos.
*
Rubén abre extrañado la puerta, ella no tiene por qué estar
allí, no es necesario, ya se lo había dicho hace dos días, en la última
discusión.
—¿Qué haces aquí, Lucía? ¿No ves
la hora? ¿Estás bien? ¿Por qué me llamaste tantas veces?
Silencio por respuesta. Ella
suelta su bolsa a un lado de la puerta y de la misma forma se deja caer sobre
el sillón de la sala. Pesada. Observa la pintura de Rubén. Lo mira, rostro sin
expresión por parte de ella, rostro que piensa por parte de él.
Lucía se levanta del sofá, algo
no anda bien, lo siente; Rubén lo siente de la misma manera que lo había
sentido ya en las discusiones anteriores y cuyos resultados eran los
“berrinches” de Lucía. Ella abre una puerta de la alacena, saca un vaso para
volver a cerrar la puertecita y de la sala toma la botella de vodka que estaba
por terminarse. Rubén intenta seguir su paso, cierra la puerta de la calle, se
sienta en el banco en el que estaba antes de abrir la puerta, la observa servirse
vodka en el vaso como si de agua se tratase. Un sorbo, un único sorbo.
—¿No dirás nada? —dijo Rubén tras
observarse directamente a los ojos durante 20 minutos que en realidad fueron
tres. Raspa la garganta. —Sabes perfectamente que te puedo observar toda la
noche sin decir nada. Quieres decir algo, Lucía. —Se escucha el fondo de un vaso
vacío tocar la mesa.
—¿Con quién fue la última mujer
con la que te acostaste, Rubén? —mujer tajante. Fue un escopetazo en el bosque:
una parvada de golondrinas que huyen.
—Conti… —el falso intento de
mentira por complacerla fue cortado.
—No, Rubén, ambos sabemos que no
es así —dijo casi a gritos, antes de que él respondiera.
*
El rostro pálido es un claro ejemplo que la mayoría de nosotros
hemos tenido alguna vez en nuestras vidas; ésta, al igual que las pupilas
dilatadas y la sudoración, son registros visibles de que el cuerpo se prepara
para el posible desenlace de la reacción lucha-huida. Sin embargo, no es la
única respuesta en nuestro organismo. El cerebro ordena el bombeo de sangre a
nuestros músculos, los tensa, aumenta la presión sanguínea y las venas se
dilatan; el estómago y los riñones siguen las órdenes del sistema parasimpático
y dejan de trabajar, por último, los capilares de la piel son contraídos.
Listo, ahora usted está preparado para luchar o para huir del peligro que tiene
enfrente.
*
—¿De qué estás hablas, Lucía? ¿Es por lo de Alondra? Por Dios,
creía que ya habías superado eso, Lucía. Ya lo habías superado, —el volumen de
él aumentaba, Lucía sabía perfectamente cómo odiaba que le marcaran sus errores
pasados, en especial cuando ya los «había enterrado».
—Sabes perfectamente que no hablo
de ella. Estaba en el bar y me encontré a tu amiguita Lorena, ya sabes, la que
encontré en tu apartamento cuando regresaba unas cosas y no estabas. Hoy se
veía muy contenta, de seguro venía de aquí. ¿Quieres que te dé más nombres e
historias? ¿Quieres que responda como tú deberías de hablar?
¿Quieres que nombre a todas las
mujeres que han dormido en tu colchón mientras yo me he callado? —el tono
subía, el rostro se enrojecía, la voz se quebraba, mientras golpeaba la mesa—.
Porque crees que no, pero puedo nombrarte también a Naomi y a Paola, que son de
las otras que me he enterado, porque las traes contigo, las portas en tu
mirada, en tu cabello como cera para peinar, en los botones de tus camisas.
Creí que lo de Alondra no se iba a repetir —un cristal se rompe dentro de la
cabeza de Rubén—. Pero sólo has sido llagas en mis brazos…
La cara de Rubén cambió, no iba a
tomar la pose de siempre, con la que pedía disculpa e intentaba sacarle la vuelta
a todo y concluir con un abrazo y una tensión liberada que tiende a regresar
como un resorte.
—Tienes razón, Lucía —decía al
encender un cigarrillo, mientras se encorvaba hacia ella y fruncía el ceño. El cínico
que llevaba dentro salía a flote, todo con el único fin de dañar. Si ella ataca,
yo también—. ¿Pero sabes qué? Ya me tienes harto de tus estúpidos celos y no me
importa de dónde viene todo esto. ¡Estás ebria, Lucía, mírate! Y sí, he estado
con todas ellas y lo he disfrutado bastante. Y sin embargo…
*
En la naturaleza podemos ver comportamientos basados en esta
reacción. Ejemplo: el guepardo, a pesar de tener la habilidad de alcanzar una
velocidad de entre 95 y 115 kilómetros por hora, decide en esta lucha por la
supervivencia al ataque. Podemos observar cómo un león intenta acercarse a las
crías de una madre guepardo, es aquí donde la defensa se basa en el ataque.
*
—Eres un sinvergüenza, pero claro, no debería de
sorprenderme, ahora confirmo tu trato hacia mí, me tratas como una cosa aparte,
tanto que dices quererme —y al hablar se pone de pie y se quita un brazalete,
para lanzarlo hacia donde estaba Rubén, quien lo esquiva sin mucho esfuerzo,
sin ganas, no era la primera vez que lo hacía—. Toma todo lo tuyo que traigo,
pero si pudiera te aventaba todo lo que hay aquí, tus tontos anillos y tus
pulseritas idiotas.
*
La hembra guepardo se acerca hacia el león, quien hasta ese
momento había tenido un paso cauteloso, ahora él se acerca en dirección a ella.
Se encuentra lo suficientemente cerca. Lucía intenta empujarlo, pero no puede,
él pesa lo doble que ella, y los intentos de golpes son detenidos por Rubén, hasta
que una bofetada se logra marcar en la mejilla.
El león comienza a perseguir al
guepardo, con el intento de igualar su velocidad; ahora ella se encuentra lo suficientemente
lejos. El ritual animal se repite, Lucía intenta empujarlo, darle bofetadas.
—¿Al menos podrías fingir que me
quieres? —decía con el llanto en su cara y él sólo se dedicaba a evadir los golpes
o a detenerlos, a la par de repeticiones del mantra “basta, Lucía, basta”.
El cuadro cae, Lucía lo tira, lo
rasga. Pintura negra y blanca tirada en el suelo. Rubén ya está rojo, no por el
cuadro, por Lucía. Decide atacar. El león, a la mayor velocidad posible, se
acerca a ella. Lucía lo araña, Rubén la empuja, por poco la hace caer y el
guepardo se deja ir con todas las emociones. Se empujan, se dicen todas las palabras
que viene a la mente. Rugidos. Llantos sordos. Rubén la toma agresivamente de
la camisa y después la toma del cuello y la estampa contra la pared cercana a donde
había estado el caballete, para impedirle la respiración. Hace el intento de
levantarla del cuello, lo suficiente como para ver unas pobres pataletas y
varios golpes a un brazo sofocante. El guepardo intenta soltarse con arañazos
al león, clavar las garras. Lucía clava fuerte su pulgar en el ojo de Rubén,
con el mismo dedo lo empuja mientras da una patada en la entrepierna que lo
hace retraerse y liberarla de su sofoco. Toma aire. Ahora un poco más libre, el
guepardo clava sus garras en el rostro del león, lo araña, lo hace sangrar.
Pequeño chorro, goteo. Rubén está tirado en el piso sobre la pintura negra que
le hizo resbalar, ayudada también por un empujón de Lucía y un paso en falso,
consecuencia: un golpe duro en la nuca…
Como ya se ha dicho, el organismo
reacciona de manera estrepitosa ante un ataque, es por ello que los individuos,
al igual que algunos autos deportivos, pasan de cero a 100 en pocos segundos;
el guepardo, que tan sólo defendía a sus crías, pasa a ser el atacante cuando
en un acto desesperado muerde las patas del león con el riesgo de hacerse más
daño. Funcionó. El ataque es ahora la única opción para la defensa. Lucía siempre
atacaba para defenderse. Ella se posiciona rápidamente sobre Rubén, para seguir
con los golpes, pero ahora con el cenicero de Rubén que había caído al piso y que
tomó rápido. El guepardo muerde el cuello. Lucía lo ahorca, clava las uñas, él
ya no se defiende. Ya hace tiempo que no se defiende. La bestia no parece dar
término a los golpes con el grueso cristal, que poco a poco destrozan el rostro
a la par que los brotes de sangre que salen por la boca, la nariz y por la
fractura del cráneo se mezclan con los azulejos, la estepa. Arañazos en el cuello
de un león. Convulsiones casi mudas. Un chorro de sangre que se detiene poco a
poco.
*
La respuesta confunde, existe una hiperexcitación en el organismo. Mira hacia alrededor, el desorden, la sangre, el cuerpo inerte. ¿Ataque o huida? Ya atacó. Respuesta: huir ¿Dirección? Desconocida. Respuesta posible número dos: ¿qué voy a hacer? Pregunta detonante número dos: ¿qué he hecho?
René Flores Ortiz
Preparatoria de Jalisco