Decisión

Se despertó asustado en una habitación vacía, con una llave en la mano, una puerta de un lado y un cofre del otro. Rápido, la llave abriría cualquiera de los dos; decidió comenzar con el cofre. Dentro encontró un marcador. De los ductos de aire comenzó a salir gas adormecedor; tomó el marcador y se dispuso a escribir en su brazo “abre la puerta”, sólo para darse cuenta que ya estaba escrito.

Icatiani Ernesto Chávez Ortega

Preparatoria 11

Pradera

Tenía los ojos cerrados, escuchaba mi columpio chillar y las golondrinas a coro. Un centenar de sonidos a mi alrededor no llegaban a perturbar la paz y la alegría que tenía tan arraigadas bajo mis costillas. Ahora llovía; las gotas me humedecían los brazos y el rostro. La brisa masajeaba mis mejillas y yo sonreía de gozo.

                Entonces decidí despertar. El columpio eran cláxones y las aves conductores enfadados. La lluvia no venía del cielo, sino de adentro. El tórax destrozado y el abdomen perforado. Qué preciosas disculpas puede pedir el cerebro unos instantes antes de cerrar con telón negro. La sonrisa fija todavía la tengo.

Emiliano González Flores

Preparatoria 9

En un campo de maíz

—Los hombres no soportan ser controlados —dijo la anciana mientras descolgaba un último manojo de ruda del mecate que atravesaba su pequeña choza de madera—. No quieren ser esclavos de nadie. Se alocan cuando sienten que están perdiendo su voluntad. Que no se te ocurra pegarte a ese hombre, niña, que no te traerá nada bueno.

                Entonces la anciana, haciendo a un lado el balde donde tenía las hierbas que habían terminado de secarse, miró a su nieta que estaba a sus espaldas, observándola detenidamente con sus profundos y estrictos ojos cafés. La morena jovencita le devolvió la mirada, furiosa y renuente.

                —¡Tonterías! Él me amará y se quedará conmigo hasta el día en que se muera  —exclamó tajante, no dispuesta a dejarse influenciar por lo que le decía su abuela. La expresión de la anciana se endureció cuando vio que su nieta seguía terca.

                —Tú sabes muy bien que hacer eso casi nunca termina bien.

                —Ya veré yo cómo le hago  ̶ gruñó en respuesta.

                —Ta’ bien, nomás no digas después que yo no te dije nada. Haz lo que se te pegue la gana —respondió la mujer mayor sin dejar caer en ningún momento el velo de serenidad que la cubría, el cual empezó a bordar con un hilo de conocimiento. Apretando los puños y con espalda recta, Cresensia salió de la choza y tomó el camino de tierra que la llevaría al pueblo. Estaba decidida a actuar ese mismo día.

                Como la gigante estrella estaba agonizando, significaba que ya casi era la hora en que comenzaba la feria. Cuanto más se acercaba a la plaza, más gente veía, más murmullos escuchaba y más fugaces eran las miradas decuriadas. Cresensia lo notaba, pero desde hacía buen tiempo las acciones de la gente le valían poco y ese día en especial no pudieron haber sido más irrelevantes para ella.

                Entre la multitud susurrante, las carpas de colores y las flamas artificiales, buscaba lo que le importaba de verdad. No hizo falta que tanteara mucho, porque casi al instante reconoció entre la corriente de cabezas el cabello negro de Florencio. Metiéndose entre el gentío que le daba el paso discretamente “pa’ no molestarla”, siguió el camino del hombre y pronto estuvo a tan sólo unos pasos de él.

                Sus ojos brillaron y su interior fue devorado por mariposas cuando vio de reojo su dura expresión rutinaria. “Nada más necesito acercarme un poquito más.” Estiró su mano cautelosa hacia el hombre, quien ni siquiera percibía los ojos codiciosos que lo perforaban. Cresensia tomó el paliacate que se asomaba del bolsillo de su pantalón y lo guardó en la bolsita de tela que golpeaba en su cadera. Quizás un par de personas se dieron cuenta, pero decidieron voltear para otro lado, “no vaya a ser”.

                Cuando obtuvo lo que quería, sonrió ampliamente y nadó en el mar de personas para poder salir de la plaza e ir hacia el campo. El cielo se tintaba cada vez más de negro, pero eso no detuvo a Cresensia a adentrarse en el maizal para ir hasta el otro lado. Llegó hasta un árbol alto, frondoso y sin fruto. Se puso de cuclillas a los pies del mismo y con sus manos escarbó hasta encontrar un gran pedazo de tela que envolvía velas, hierbas secas, huesos pequeños y un par de frascos con aceites. Tomó las cosas con cuidado, mientras intentaba tapar el agujero pateando la tierra como podía. Inspirada por el amor intenso y saturando de aire sus pulmones, se dirigió entonces al panteón que no quedaba muy lejos.

                Envuelta con la luz y el vaho de las velas, de rodillas en alguna tumba y con la luna mordida curioseando, recitó un hechizo hacia el espíritu de su madre. Con sus cabellos de madera, trozos de paliacate y el calor de su alma, tejió un lazo impregnando de amor con el que ató la mente, cuerpo y espíritu de su amado.

A la mañana siguiente cuando Florencio despertó en su hamaca, sintió cómo el veneno lo embargaba. El primer pensamiento que lo abrazó ese día fue el sobrio rostro de Cresensia. Las líneas que conformaban la figura de la jovencita estarían siempre con él, porque fueron talladas en su alma. Los días pasaron, los pensamientos acerca de ella crecían y también lo hacía la apremiante y abrasadora necesidad de verla. Pero se negaba a ir a buscarla, por más que su espíritu la aclamara. “No me le acercaré a la huerca”, se decía. “Si me voy con esa, mi amá me meterá un plomazo.”

Intentaba distraerse en el trabajo del campo con su padre y hermanos, tomaba con ellos o se iba con otras mujeres. Pero no importaba qué hiciera, el humo del fuego de aquellas velas derretidas continuaba ahogándolo. Y es que el hombre no aceptaba la posibilidad de que la niña o su vieja abuela le hubieran hecho algo, no podía ser, ¿en qué momento? Pensaba que esas cosas eran tonterías que sólo las mujeres creían. Nunca le contó a nadie lo que le pasaba. Entonces pasaron más días y la tortura se intensificó. Ya no dormía para no soñarla, ya no comía por pensarla, ya no salía para evitar creer que la veía en todos lados. “¿Pero por qué pienso en esa?”, se preguntó consternado en una noche de aflicción mientras miraba al techo. “Poquitas veces me la he encontrado. ¿Por qué la quiero ver? ¿Por qué la quiero tocar?”.

Esta vez, sin pensarlo más, lo hizo: trastornado, flaco como un palo y apenas viendo en la oscuridad, se paró de su hamaca, esquivó a sus hermanos que dormían en el suelo, salió del cuarto y después de la casa. Siguiendo el rastro del lazo que lo tenía amarrado, fue a buscar el remedio de su delirio. Sin piel cubriendo sus pies y su tez quemada siendo golpeada por el soplo frío de la media noche, casi sin que sus plantas tocaran el suelo, cruzó el pueblo. Llegó al maizal y no se detuvo. Hizo a un lado los largos tallos con sus manos para poder continuar con su camino de penumbra. No había ni una luz con la cual guiarse, pues esa noche los coyotes se habían quedado sin madre.

El peregrinaje de Florencio terminó sólo cuando llegó al gran árbol de tejocote, allí se encontraba ella, aguardando. Los ojos cajeta de Cresensia y los suplicantes del hombre se encontraron.  Él, quien por semanas se había privado del alimento y del sueño, se sintió lleno de vida cuando la vio. Ella fue un bálsamo para su mente confusa. Fue ahí cuando perdió su voluntad y se convirtió en su esclavo.

¿Se habrá dado cuenta de eso cuando sus pieles rozaron? ¿O cuándo los tiernos labios de ella se deslizaron por los suyos trayéndole lejanos recuerdos? Quizás, aún en la imperturbable oscuridad que los rodeaba y que lo invadía, pudo ver con claridad la profundidad del abismo donde estaba cayendo. Aunque al final, tal vez esa claridad le cegó, ya que no pudo soportar ver su realidad. Él no podía perder eso que es tan apreciado por los hombres, lo más valioso. Su libertad.

Euda Núñez Flores

Preparatoria 10

La reacción ante la huida

El cerebro es una de las estructuras que más ha impresionado a la comunidad científica y al ser humano en general. Es increíble pensar que el mismo cerebro con el que podemos poner satélites en órbita, es el mismo que permitió la primera agricultura y la primera civilización. Este órgano se estructura por capas, ergo, mantiene las respuestas primigenias en el centro y a las más nuevas en capas exteriores.

*

Todo indicaba ser normal, o así lo había sido esa noche y las anteriores. Rubén, oficinista en los días, pintor por las noches, trabaja en una pintura abstracta con manchones azules, negros y blancos, puntas y gota prematura que apenas logra manifestarse en las manos. Un estilo de noche, iluminación lunar. Silencio.

Puerta. Habían sonado tres golpes secos en la puerta del departamento-estudio. ¿Quién será a estas horas de la noche? ¿Qué horas son? Saca su celular del pantalón, lo primero que ve son las 13 llamadas perdidas de Lucía y elimina la notificación, a la par que un signo interrogativo se dibuja en su cara. Una y media de la madrugada. Se gira, y en la acción apaga el cigarrillo en un cenicero de cristal hasta el tope de colillas y ceniza.

Tres nuevos golpes. Misma sorpresa, misma pregunta y nacimiento de una nueva: ¿por qué tanta agresividad? Mira con desconfianza por el ojo de la puerta y tras el paño la ve: es ella. Lucía, mujer moderna, “pareja” de Rubén; secretaria de día de lunes a viernes y, a partir de las seis de la tarde y hasta que el cuerpo necesite dormir, mujer de museos, cafés y galerías. Sólo bebe cuando es necesario.

*

Por ese motivo, nuestro sistema nervioso simpático, que tiene su origen en la médula espinal, cuya función primordial es activar los cambios en la reacción lucha – huida, y nuestro sistema parasimpático, encargado del descanso y de la digestión, reaccionarían de la misma manera en la que lo haría un australopithecus al luchar por la comida que la forma en la que lo hace un imputado en la sala de interrogación: o huimos, o atacamos.

*

Rubén abre extrañado la puerta, ella no tiene por qué estar allí, no es necesario, ya se lo había dicho hace dos días, en la última discusión.

—¿Qué haces aquí, Lucía? ¿No ves la hora? ¿Estás bien? ¿Por qué me llamaste tantas veces?

Silencio por respuesta. Ella suelta su bolsa a un lado de la puerta y de la misma forma se deja caer sobre el sillón de la sala. Pesada. Observa la pintura de Rubén. Lo mira, rostro sin expresión por parte de ella, rostro que piensa por parte de él.

Lucía se levanta del sofá, algo no anda bien, lo siente; Rubén lo siente de la misma manera que lo había sentido ya en las discusiones anteriores y cuyos resultados eran los “berrinches” de Lucía. Ella abre una puerta de la alacena, saca un vaso para volver a cerrar la puertecita y de la sala toma la botella de vodka que estaba por terminarse. Rubén intenta seguir su paso, cierra la puerta de la calle, se sienta en el banco en el que estaba antes de abrir la puerta, la observa servirse vodka en el vaso como si de agua se tratase. Un sorbo, un único sorbo.

—¿No dirás nada? —dijo Rubén tras observarse directamente a los ojos durante 20 minutos que en realidad fueron tres. Raspa la garganta. —Sabes perfectamente que te puedo observar toda la noche sin decir nada. Quieres decir algo, Lucía. —Se escucha el fondo de un vaso vacío tocar la mesa.

—¿Con quién fue la última mujer con la que te acostaste, Rubén? —mujer tajante. Fue un escopetazo en el bosque: una parvada de golondrinas que huyen.

—Conti… —el falso intento de mentira por complacerla fue cortado.

—No, Rubén, ambos sabemos que no es así —dijo casi a gritos, antes de que él respondiera.

*

El rostro pálido es un claro ejemplo que la mayoría de nosotros hemos tenido alguna vez en nuestras vidas; ésta, al igual que las pupilas dilatadas y la sudoración, son registros visibles de que el cuerpo se prepara para el posible desenlace de la reacción lucha-huida. Sin embargo, no es la única respuesta en nuestro organismo. El cerebro ordena el bombeo de sangre a nuestros músculos, los tensa, aumenta la presión sanguínea y las venas se dilatan; el estómago y los riñones siguen las órdenes del sistema parasimpático y dejan de trabajar, por último, los capilares de la piel son contraídos. Listo, ahora usted está preparado para luchar o para huir del peligro que tiene enfrente.

*

—¿De qué estás hablas, Lucía? ¿Es por lo de Alondra? Por Dios, creía que ya habías superado eso, Lucía. Ya lo habías superado, —el volumen de él aumentaba, Lucía sabía perfectamente cómo odiaba que le marcaran sus errores pasados, en especial cuando ya los «había enterrado».

—Sabes perfectamente que no hablo de ella. Estaba en el bar y me encontré a tu amiguita Lorena, ya sabes, la que encontré en tu apartamento cuando regresaba unas cosas y no estabas. Hoy se veía muy contenta, de seguro venía de aquí. ¿Quieres que te dé más nombres e historias? ¿Quieres que responda como tú deberías de hablar?

¿Quieres que nombre a todas las mujeres que han dormido en tu colchón mientras yo me he callado? —el tono subía, el rostro se enrojecía, la voz se quebraba, mientras golpeaba la mesa—. Porque crees que no, pero puedo nombrarte también a Naomi y a Paola, que son de las otras que me he enterado, porque las traes contigo, las portas en tu mirada, en tu cabello como cera para peinar, en los botones de tus camisas. Creí que lo de Alondra no se iba a repetir —un cristal se rompe dentro de la cabeza de Rubén—. Pero sólo has sido llagas en mis brazos…

La cara de Rubén cambió, no iba a tomar la pose de siempre, con la que pedía disculpa e intentaba sacarle la vuelta a todo y concluir con un abrazo y una tensión liberada que tiende a regresar como un resorte.

—Tienes razón, Lucía —decía al encender un cigarrillo, mientras se encorvaba hacia ella y fruncía el ceño. El cínico que llevaba dentro salía a flote, todo con el único fin de dañar. Si ella ataca, yo también—. ¿Pero sabes qué? Ya me tienes harto de tus estúpidos celos y no me importa de dónde viene todo esto. ¡Estás ebria, Lucía, mírate! Y sí, he estado con todas ellas y lo he disfrutado bastante. Y sin embargo…

*

En la naturaleza podemos ver comportamientos basados en esta reacción. Ejemplo: el guepardo, a pesar de tener la habilidad de alcanzar una velocidad de entre 95 y 115 kilómetros por hora, decide en esta lucha por la supervivencia al ataque. Podemos observar cómo un león intenta acercarse a las crías de una madre guepardo, es aquí donde la defensa se basa en el ataque.

*

—Eres un sinvergüenza, pero claro, no debería de sorprenderme, ahora confirmo tu trato hacia mí, me tratas como una cosa aparte, tanto que dices quererme —y al hablar se pone de pie y se quita un brazalete, para lanzarlo hacia donde estaba Rubén, quien lo esquiva sin mucho esfuerzo, sin ganas, no era la primera vez que lo hacía—. Toma todo lo tuyo que traigo, pero si pudiera te aventaba todo lo que hay aquí, tus tontos anillos y tus pulseritas idiotas.

*

La hembra guepardo se acerca hacia el león, quien hasta ese momento había tenido un paso cauteloso, ahora él se acerca en dirección a ella. Se encuentra lo suficientemente cerca. Lucía intenta empujarlo, pero no puede, él pesa lo doble que ella, y los intentos de golpes son detenidos por Rubén, hasta que una bofetada se logra marcar en la mejilla.

El león comienza a perseguir al guepardo, con el intento de igualar su velocidad; ahora ella se encuentra lo suficientemente lejos. El ritual animal se repite, Lucía intenta empujarlo, darle bofetadas.

—¿Al menos podrías fingir que me quieres? —decía con el llanto en su cara y él sólo se dedicaba a evadir los golpes o a detenerlos, a la par de repeticiones del mantra “basta, Lucía, basta”.

El cuadro cae, Lucía lo tira, lo rasga. Pintura negra y blanca tirada en el suelo. Rubén ya está rojo, no por el cuadro, por Lucía. Decide atacar. El león, a la mayor velocidad posible, se acerca a ella. Lucía lo araña, Rubén la empuja, por poco la hace caer y el guepardo se deja ir con todas las emociones. Se empujan, se dicen todas las palabras que viene a la mente. Rugidos. Llantos sordos. Rubén la toma agresivamente de la camisa y después la toma del cuello y la estampa contra la pared cercana a donde había estado el caballete, para impedirle la respiración. Hace el intento de levantarla del cuello, lo suficiente como para ver unas pobres pataletas y varios golpes a un brazo sofocante. El guepardo intenta soltarse con arañazos al león, clavar las garras. Lucía clava fuerte su pulgar en el ojo de Rubén, con el mismo dedo lo empuja mientras da una patada en la entrepierna que lo hace retraerse y liberarla de su sofoco. Toma aire. Ahora un poco más libre, el guepardo clava sus garras en el rostro del león, lo araña, lo hace sangrar. Pequeño chorro, goteo. Rubén está tirado en el piso sobre la pintura negra que le hizo resbalar, ayudada también por un empujón de Lucía y un paso en falso, consecuencia: un golpe duro en la nuca…

Como ya se ha dicho, el organismo reacciona de manera estrepitosa ante un ataque, es por ello que los individuos, al igual que algunos autos deportivos, pasan de cero a 100 en pocos segundos; el guepardo, que tan sólo defendía a sus crías, pasa a ser el atacante cuando en un acto desesperado muerde las patas del león con el riesgo de hacerse más daño. Funcionó. El ataque es ahora la única opción para la defensa. Lucía siempre atacaba para defenderse. Ella se posiciona rápidamente sobre Rubén, para seguir con los golpes, pero ahora con el cenicero de Rubén que había caído al piso y que tomó rápido. El guepardo muerde el cuello. Lucía lo ahorca, clava las uñas, él ya no se defiende. Ya hace tiempo que no se defiende. La bestia no parece dar término a los golpes con el grueso cristal, que poco a poco destrozan el rostro a la par que los brotes de sangre que salen por la boca, la nariz y por la fractura del cráneo se mezclan con los azulejos, la estepa. Arañazos en el cuello de un león. Convulsiones casi mudas. Un chorro de sangre que se detiene poco a poco.

*

La respuesta confunde, existe una hiperexcitación en el organismo. Mira hacia alrededor, el desorden, la sangre, el cuerpo inerte. ¿Ataque o huida? Ya atacó. Respuesta: huir ¿Dirección? Desconocida. Respuesta posible número dos: ¿qué voy a hacer? Pregunta detonante número dos: ¿qué he hecho?

René Flores Ortiz

Preparatoria de Jalisco

La desbocada imaginación

La literatura ha sido siempre un testimonio de la vida, y entre los géneros narrativos, el cuento es el que más se acerca a esa espontaneidad de la existencia misma.

Los orígenes del cuento se remontan a esos días en que la humanidad habitaba en cuevas y se reunía en torno a un fuego para calentarse y contar algún lejano suceso o una experiencia recién acontecida. A esta tradición oral le siguió la escrita, y con ella la permanencia y expansión del género.

A lo largo de la historia el cuento estuvo entrelazado, en diferentes momentos, a la leyenda, al mito, a la fábula o a la epopeya. Posteriormente, dentro del período del romanticismo, fue cuando alcanzó cierta exclusividad y su destino como género propio. Pero ha sido durante las últimas décadas cuando el cuento ha obtenido un dominio exitoso y una floreciente creación ficcional por parte de los escritores.

Y es que los cuentos actuales, por su eficaz brevedad, sus narraciones rotundas y concisas, los pocos personajes, las acciones dosificadas, sus descripciones concretas y sus finales culminantes, han conseguido capturar el interés y la curiosidad de más lectores, habitantes de un mundo con prisa, que administra o fluye al ritmo de urgente, del no tengo tiempo.

Lectores que además coexisten ante una saturación informativa persistente y eterna, con diversos medios digitales que promueven lo mínimo como deseable, la simpleza, las pocas palabras, y el necesario acompañamiento de imágenes para atraer y distraer su atención constante.

Pero los cuentos, por su tensión interna y su aglutinante intensidad temática, logran incitar a que los lectores despierten su imaginación, consigan percibir distintos efectos emocionales, se diviertan o reflexionen y, tal vez, forjen algún recuerdo persistente e inolvidable en su memoria.

Así que leer cuentos, novelas, ensayos, poemas, crónicas o relatos puede detener el tiempo imperioso y alcanzar una fuga de nuestras propias vidas azarosas. Una oportunidad, como la que ahora tienen en sus manos, con la revista Vaivén, en su número 15 y celebrando el décimo aniversario de publicación. Detengan un rato este apremiante mundo de prisas, preparen u obtengan alguna bebida que les plazca, pónganse cómodos y disfruten leer a esta juventud creadora.

 

* Godofredo Olivares

 

*Godofredo Olivares. Narrador y ensayista. Ha publicado más de media docena de libros y una veintena de antologías, y obtenido varios premios literarios nacionales e internacionales. Fue presidente y consejero titular de letras del Consejo Municipal para la Cultura y las Artes de Guadalajara. Y desde 2002 a la fecha es coordinador del Curso-Taller Narrativa “Amparo Dávila”, de la Secretaría de Cultura de Jalisco.

 

Dibujante ¿o dibujo?

Estaba sentado con la mente en blanco, listo para dibujar lo que fuera; sin embargo, no lograba realizar un trazo y estar seguro de querer dibujarlo. Se resignó a rayar sólo líneas, esperando que su obra poco a poco fuera tomando forma o que le llegaran ideas para plasmar en el papel o rendirse y colmar (aún más) al cesto de basura, lo que pasara primero.

          Nunca sabía con exactitud qué hora era, o si el sol alumbraba el lugar o si estaba nublado, dormía sólo cuando estaba cansado, si es que lograba cerrar los ojos; se ha mantenido en su viejo cuarto con sábanas sucias por encima de las cortinas rasgadas, las cuales dejaban entrar la luz exterior de vez en cuando, interrumpiendo la profunda obscuridad que tanto amaba, así que hizo lo posible para que eso no pasara de nuevo.

          Una duda sin importancia atacó su mente y lo trajo de nuevo en sí: ¿Cuánto tiempo llevaba ahí adentro?, y no se refería exactamente al cuarto, porque sabía que eran algunos años, sino que no estaba seguro de cuánto tenía enfrascado, sin ideas, con una hoja amarillenta, ahogada por las lágrimas de un ser que no sabía nada de sí mismo y que inútilmente trataba de dibujar su vida, su muerte, o cualquier cosa que tuviera en mente, aunque creía que esas líneas y palabras sin sentido no distaban mucho de la indescifrable masa de formas inacabadas que se pintaban en su cabeza.

          Quizá por tener tanto tiempo ahí adentro sus pupilas se habían obligado a ver con una luz prácticamente nula que sólo permitía diferenciar contornos de muebles que “seguro podrían sepultarme con tanto polvo que los cubre”; lo pensaba tanto que en realidad lo deseaba, e incluso lo llegó a dibujar en alguna hoja que ya estaría hecha puño y que tal vez yacía en el cesto de basura.

          A pesar de no estar seguro de soportarlo, encendió el foco para tener una visión más clara de su actual creación basura: un montón de líneas que se encimaban sobre otras, creando una perfecta nada, junto a ella un tanto de hojas llenas de letras y que no estaba seguro de haber sido él quien las escribiera:

Me…                               Solo…            Es…                 Nadie…

             Odio…             Muerto…                         Estoy…

 Creador…                     Suicidio…        Vida…

                                                                                  Fallida…

          Comenzaron a caer gotas sobre la mesa, era una mezcla de sudor, lágrimas y suciedad. Tomó otra hoja que se había mojado un poco, la analizó y se dio cuenta de que tampoco recordaba haber dibujado ese cuarto viejo, con sábanas en lugar de cortinas, una oscuridad impenetrable y una persona dentro, con una mesa enfrente, un lápiz en una mano y una hoja blanca en la otra, además una mancha que él pensó que era una forma humana que había perdido rasgos gracias a la asquerosa mezcla que había caído ahí.

          Miró a los lados, pero sólo lograba distinguir siluetas tenues de lo que creía alguna vez habían sido muebles, ahora cubiertos de polvo (el suficiente para sepultarlo) pero nada ni nadie más.

          Cuando se volvió a su escritorio notó que estaba otra hoja que contenía palabras que esperaba hayan sido escritas al azar:

 Ambos…                                        Soledad…

            Matar…                Existo                  …aquí…                               Esclavo…

                            H     a     r    t   o…       ¡No…!

          Su corazón comenzó a acelerarse y su mente se sentía perdida más que nunca. Poco a poco perdía la calma y controlar su cuerpo se volvía más difícil. Inevitablemente comenzó a arrojar trazos sobre la penúltima hoja limpia, del centenar que tenía inicialmente, sin poder detenerse la hoja se llenaba de figuras y formas; en esta ocasión todo tenía sentido en cuanto a lo que estaba plasmado, pero no tenía nada coherente en cuanto a lo que representaba.

          Tomó la última hoja que quedaba y escribió algo que no tenía idea de dónde había salido. Alguien tocó su hombro. Se sobresaltó. Sintió húmeda su piel, se tocó con la yema de los dedos y los acercó a la lámpara para averiguar qué era. Estaban teñidos de rojo.

          Inminentemente cayó sobre la mesa cubriendo todo de sangre.

          Dio un fuerte último suspiro provocando que el centenar de hojas en blanco cayera esparcido en el cuarto olvidado y la última hoja que utilizó cayó sobre un cúmulo de polvo que se situaba en el centro de la habitación. De algún lugar cayó un dibujo sobre el escritorio, la hoja número 101, apenas visible, de un cuarto deshabitado, un escritorio deteriorado y en medio de la habitación un montón de tierra, encima de éste alguien había escrito más letras.

                  …zo…

                                                                              …frenia…

Eugenio David Aguilar Díaz

Egresado de la Preparatoria Regional de Tecolotlán

 

Andrea Yepez Mendoza. Insanus

Insanus. Andrea Yépez Mendoza. Preparatoria UTEG Plantel Zapopan.

La jugada perfecta

La jugada perfecta

La vi y quería que fuera mía, corrí tras de ella y jamás la perdí de vista, el área no estaba libre pero tres paredes en espacio reducido fue suficiente para burlar toda defensa, sólo y sin dudarlo disparé de primera. La euforia exaltaba mis venas, las de ella se desangraban.

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Vales oro. Julissa Sinaí Flores Medina. Egresada de la Preparatoria 7.

Bajo el árbol

Herido, solo y rodeado por el enemigo, pensó en su familia, en la guerra que lo había llevado hasta ahí y en lo que había guardado en el bolso de su camisa para justo ese momento. Alucinando, se llevó a la boca aquel mortal amigo suyo que de tantas lo había salvado, sintió por última vez ese polvo destinado a arder hasta convertirse en cenizas, de a poco lo introdujo en su garganta, y al cerrar sus ojos, jaló del gatillo.

 

Carlos Emmanuel Castillo Núñez

Egresado de la Preparatoria Regional de Tecolotlán

Recordando un parpadeo

Antes creía que era sólo un sueño que estropeaba mis amaneceres, pero hoy me doy cuenta que estropeó más que eso. Mirar la enorme pecera era un hábito natural para mí. En ella había peces de todos los tipos, tamaños y colores. Luego, la caja de vidrio se elevó hacia el techo de la casa dejando a los peces sin protección.

          El agua se derramó y los peces comenzaron a nadar, a flotar, o a volar a mí alrededor, infestando el lugar con sus ojos sin párpados y sus aletas puntiagudas. Algunos empezaron a crecer hasta el tamaño de un tiburón y se comían a los peces más chicos, los devoraban enteros o los destrozaban desgarrándolos con dientes filosos y los restos comenzaban a caerme encima y, al sentir el olor a muerto en mí, se acercaron apresuradamente…

          Desperté en mi querido sillón individual y disfruté la sensación de las calorías llenando mi cuerpo. Di un rápido vistazo al Libro de los sueños. Los peces no eran buena señal: agravación de una enfermedad, injurias, sufrimientos y pérdidas. Pero no tuve mucho tiempo para preocuparme, tenía que investigar el caso de una mujer acusada de haber matado a su mejor amigo. Sergio Balcázar apareció muerto en la casa de mi clienta en su misma habitación. Ella llamó a la policía al encontrarlo y los forenses interfirieron pronto. Descubrieron que murió por arma de fuego: tenía un impacto de bala calibre .22 en la frente y otro de una bala más grande en la pierna derecha. Se presumía que las balas entraron por la ventana, pero sólo había un agujero hecho por la bala más gruesa.

          Mi clienta, la señorita Aurora Aldama, una mujer soltera de 28 años, amante de juegos de azar y apuestas, había comprado un arma calibre .22 (que en ese momento se encontraba perdida), así que era la principal sospechosa y fue detenida. Ella juró no haberlo hecho y fue llevada a juicio. Su abogado, Federico Thépot, un moreno y elegante francés, me pidió ayuda para que encontrara pistas que favorecieran a Aurora, pero poco había podido hacer, la escena fue limpiada antes de que fuera a investigar. No vi más que la ventana rota con vista a la casa de al lado que abarcaba casi toda a pared. Frente a ella estaba la cama con la cabecera recargada a la pared paralela a la ventana. El colchón estaba manchado de sangre, así como la esquina inferior del pie de la cama y el lado izquierdo de ésta. Según informes, los forenses sólo se llevaron las piezas con sangre de un juego desordenado de craps que yacía en el piso. Dejaron un dado que marcaba cinco, el cual decidí llevarme.

          Cuando le conté a Aurora y a Thépot mis resultados tan inservibles, ella no pudo contener el llanto. El abogado la tomó del hombro y trató de consolarla mientras la abrazaba. Ella me aseguró que conocía a un tal Balcázar desde hacía mucho tiempo, ese hombre se había ganado la confianza de mi clienta y ella le había dado una llave de su casa. Él la usaba para ir a los juegos de apuestas que organizaba cada semana y para visitarla de vez en cuando.

          —No puedo hacer más por ahora —les dije—. Necesito reflexionar.

          Mientras me iba, el abogado me dijo débilmente una extraña frase que entendí como “Adiós, monsieur. Que tenga éxito”.

          No paraba de preguntarme qué pudo haber sucedido. Si ella no era culpable, pudieron haberlo matado porque tenían algo más que una amistad, o por alguna deuda con un jugador. Caminaba por un camellón ausente de transeúntes y noté una parpadeante luz roja en mi estómago. Al verla me escondí al tiempo que iniciaron las detonaciones de las balas. Me cubrí detrás de un auto hasta que los disparos dejaron de sonar. Vi debajo del auto los botines cafés estilo vaquero de un hombre que usaba un pantalón de vestir negro.

          Fue un verdadero susto, pero regresé a mi departamento a reflexionar sobre el caso, tanto que olvidé casi por completo el episodio anterior. Comencé a sudar y mi ropa pronto se mojó al grado de enfriarme la espalda, pero estaba increíblemente caliente. Repasaba una y otra vez los indescifrables términos de los reportes forenses. Vi tantas fotos en mi celular de la escena del crimen que mis ojos se inyectaron en sangre y, el dolor me impidió seguir viendo las letras. Estaba desesperado. No lograba encontrar nada.

          Sabía que si no lo lograba perdería mi trabajo, mis jefes ya habían notado el fracaso que soy y desde que murió Gaby, mi esposa, los casos siempre quedaban sin resolver. Ella era la detective. Su inteligencia, siempre superior, veía lo invisible y encontraba a ladrones, delincuentes y asaltantes en las partes más desconocidas del país. Podía hablar cinco idiomas y yo apenas tenía conocimientos muy superficiales de francés. Creo que Aurora lo sabía, hasta el abogado.

          Comencé a sentir más calor, uno que abrazaba y hasta asfixiaba. Mis sentidos percibian un olor corporal reconocible, me recordó a Gaby y juro que por un instante estaba junto a mí, vestida con su pantalón negro acampanado y su pequeño saco blanco. No me atrevía a decir nada. Ella caminó lentamente hacia mi sillón y se sentó en mis piernas. Me miraba con tristeza, como la última vez que hablé con ella. Me había insistido en que dejara el trabajo que llevaba a cabo. Pocas son las esposas que se atreven a decir que sus maridos no sirven para algo. Yo ni siquiera me digné a seguir viéndola a los ojos, fingía revisar el expediente abierto. Mientras se alejaba le grité bruscamente, más enojado que triste, “¡tienes que ayudarme!”.

          Como si estuviera en mi estancia actual, tomó el dado y, sin que siquiera me volteara a ver, lo arrojó. No supe en qué momento realmente tiré el dado, pero al revisarlo noté que cayó cinco. Lo tomé y lo volví a tirar: cinco, otra vez. Una vez más y volvió a caer cinco. Ya había visto algo así en uno de los expedientes antiguos de Gaby. No era la primera vez que ocurría.

          Llevaba muchos días caminando entre las sombras, siguiendo a tientas una pared gris y áspera, y hasta el final me cubrió un centello que dejaba burlado al Sol…

          Otra vez desperté. Un sueño nuevamente. Libro de los sueños. Laberinto. Misterio encontrado. Ya no son tonterías. No hay tiempo que perder. La duda es el retraso más grande.

          El abogado, Aurora y yo nos reunimos con el juez en cuanto les conté que tenía pistas aún inconclusas, pero con mucho potencial. Cuando me dieron la palabra, exclamé:

          —¡El asesino es el mismo Thépot! No había mucha gente que hiciera ruido, así que proseguí:

          —El señor Balcázar entró para visitar a Aurora en un momento en el que la señorita se encontraba fuera. Subió a su recámara para buscarla y encontró al señor Thépot sosteniendo el juego de craps que soltó del susto. Colocó a un francotirador (si así le podemos decir) alerta en la casa de al lado y cuando vio a alguien más en la habitación, disparó contra él y atinó a su pierna. Usted —dije señalando al culpable– tomó el arma de la señorita que debió encontrar mientras registraba la casa y disparó en su frente, ya que Sergio estaba retorciéndose de dolor mientras el tirador creía que ya lo había matado.

          —¿Pero por qué pensaría yo que habría una cantidad significativa de efectivo en la casa? —me reprochó Thépot con su acento francés pedante.

          —Una mujer que apuesta cada semana tiene que tener algo de efectivo guardado en casa; una mujer que, recordemos, puede pagar un abogado francés, y un abogado no se acerca con infrecuencia a los asesinos.

          —¿Tiene pruebas?

          —Fue interesante que un juego de dados que yacía en el piso tuviera sangre de la víctima en todas sus piezas, a excepción de una de ellas, que limpió con sus guantes–. Creo que ni yo me había dado cuenta de la adrenalina que sentía en ese momento.

          —Usted buscaba en la caja del juego de craps el dinero de la señorita porque no lo encontraba en ninguna otra parte. Cuando Sergio quedó herido en el suelo, usted no se decidió a matarlo, quizá por compasión pasajera. Lo dejó a la suerte esperando un número impar. ¿Le son familiares los dados cargados de los apostadores como mi clienta? Claro, ¿por qué usar su propio dado cuando ha encontrado uno que no evidencie una visita? Así, usted se llevó el arma que, por la orden que traigo aquí, espero encontrar pronto en su casa, así como sus cuentas, que coincidan con el dinero que se llevó y el contacto del francotirador.

          Mientras era retenido, me acerqué para decirle en voz baja:

          —Algo me decía que usted no contrató a un detective inepto al azar. Esperaba que yo mismo matara las esperanzas de mi clienta de salir libre. Ya me conocía a mí y a mi esposa. Ella abrió varios expedientes con sus asesinatos. ¡Sólo espere a que demuestre cómo fue que me quitó todo! La próxima vez fíjese a quien le dice adieu, no es una palabra de todos los días y casi la confundo con un simple adiós. Y cambie de botines antes de buscar a sus víctimas en la calle.

          Mi éxito debió haber sido tan grande como mi satisfacción. En ese momento la señora Aurora me felicitó al igual que mis superiores. Mi talento sería reconocido en las noticias y en los periódicos. Aún tenía trabajo por hacer y mi carrera hubiera sido exitosa, todos sabrían de lo que soy capaz. Todos, incluso alguien que al salir del juicio me apuntó con una parpadeante luz roja.

Óscar Rito Muñoz

Egresado de la Preparatoria 5

 

Scarlett Lizeth Regalado FernándezNYBok

Ojo. Scarlett Lizeth Regalado Fernández. Egresada de la Preparatoria 7.

Predestinación

Predestinación

Todo estaba escrito. El día llegaría… lo sabía, no podía hacer nada. Moriría, sin saber cómo ni a qué hora. Estaba desesperado, comenzó a desquiciarse, perdió la razón. ¡Que ya terminé! Sin poder soportarlo hizo el corte y vio cómo la sangre caía.

          Todo estaba escrito, el día llegaría…

          Llegó.

Esquizofrenia

Escuchó una amenaza detrás de él: que soltara el arma o se vería en serios problemas. Temeroso se giró y, sin dudarlo, jaló el gatillo; no podrían hacerle daño ya que estuviera muerto.

Eugenio David Aguilar Díaz

Egresado de la Preparatoria Regional de Tecolotlán

 

¡Bang!

Cuando mi verdugo apuntó la pistola a mi cabeza, miré directo al cañón del arma y me recordó a la mirada enojada de mi madre que de niño me acongojó tantas veces cuando intentó corregirme. Fue sin duda una forma acogedora de escuchar el gatillo presionarse.

Dalia Sarahí Hinojosa Mayoral

Egresada de la Preparatoria 4

La Broma Russelliana

Las grises paredes eran equivalentes a la negra consciencia de aquella masa existencial que se refugiaba en la idea de una vida vacía de necesidades banales, reprimida por su incipiente exigencia a una convivencia que se reducía a la charla con un mueble solitario y una puerta que sólo se abre por manos humanas.

          El hipopótamo con temple wittgensteiniano, ausente, sin sentido, se pregunta “¿acaso las proposiciones de la existencia son proposiciones místicas, y por lo tanto, indecibles?”. No lo sabe. La incertidumbre lo obliga a escapar, a esconderse y protegerse de la duda ontológica. Corre estrepitosamente, se desmorona conforme va llegando a su refugio. Un escritorio sombrío, viejo y demacrado por la dialéctica fundamentada en la lucha constante por demostrar quién es el amo y quién el esclavo. Llora, solloza, pide clemencia, quiere aniquilar su pensamiento y dejar de torturarse por su conciencia hacia aquel dinamismo constante y melancólico que se encuentra en su ser.

          Se abre la puerta, el cuarto se llena de un aire sistemático y riguroso generado por la discusión frenética de dos individuos extravagantes sumidos en un atomismo lógico que calló de manera inmediata y aséptica el llanto de aquel mamífero. Se sentaron en el escritorio sin parar de dialogar sobre temas que parecen fruto de la locura: acontecimientos que conforman el mundo, la figura lógica de los hechos como pensamiento y sobre el límite del lenguaje.

          El hipopótamo, hipnotizado por las palabras de aquellos personajes, dejó de pensar sobre su existencia y comenzó a plantear una filosofía del lenguaje y conceptos referentes a una manera de percibir aquella función elemental del ser humano, reflejo del pensamiento, como juegos de lenguaje o el significado reducido al uso de las expresiones.

          El ruido de figuras y objetos cayendo a su alrededor, y por desgracia a su cabeza, hecho que causó la pérdida de su innovadora idea, pues por la gravedad y la profundidad de la misma sólo tenía como único destino el incipiente suelo; sin embargo, logró apreciar cómo la idea no se quedaba sufriendo en el piso, sino que subió por las pantorrillas de aquel sujeto de cara lunática y penetró de forma imperativa a su oído, tratando de buscar una mente adecuada para manifestarse como palabra.

          Después de tal festival de unión epistémica, el cuadrúpedo observó a su alrededor y se vio rodeado por libros, imágenes y personas que caían de aquellas bocas que nunca conocieron el concepto de “mantenerse cerradas” y que pertenecían a los correctamente llamados filósofos, pues su discurso no se limitaba a mera expresión de una teoría lingüística, llevaron su pensamiento a la vida diaria hasta convertirse en símbolos lógicos hechos estructuras óseas y vivas.

          Comenzó a realizar una lista en su mente de aquellos objetos que lograba entender:

  • Un Tractatus logico-philosophicus. Él sabía que se trataba de ese libro, pues pudo ver con cierta facilidad a siete personas que cargaban de manera autoritaria y sin miedo alguno sus teorías; la primera era la más delgada pero entendía de manera sencilla y fáctica al mundo; la segunda, que a primera vista parece sola, se regocija con los hechos que conforman su ser; la tercera y cuarta, conjugándose en la constante ejecución del pensamiento: entienden y sostienen con gran ímpetu el aspecto psicológico del libro; la quinta y sexta, siempre rigurosas y autónomas, conviven amenamente con un metalenguaje.

          Al final, por más simple que aparente ser, se encuentra la persona más fuerte e inteligente, de una comprensión ética y práctica del lenguaje y de la vida, que tiene como propósito curarnos de la enfermedad de la confusión. Todos ellos se erigen con un temple de respeto y autoridad intelectual.

  • Un Círculo de Viena. Lo categorizó como tal al ver a cientos de personas diminutas congregadas alrededor del Tractatus y alabarlo energéticamente, tal como se ha hecho al presenciar a la Biblia.

  • Un Principia mathematica. De ésta obtuvo su significado de manera sencilla, pues vio con cierto pavor la forma en la que Aristóteles daba a luz, sobre aquel libro, a unos seres que de manera desconcertante se percataban de la verdad al respecto de su creación; eran números y axiomas matemáticos los que miraban con cierto amor biológico a su única madre: la lógica.

  • Un pequeño Whitehead, que salió de aquel libro donde Aristóteles era ayudado con técnicas mayéuticas por la filosofía y la aritmética, tratando de subir por el escritorio para defender a uno de los interlocutores, con un aprecio de hermano.

          Sólo uno de todos esos elementos llamó la atención del cuadrúpedo: era la séptima persona del brillante libro consagrado, al que persiguió, capturó, olfateó y, al final, con un deseo de autodidactismo, consumió.

          Al ver tal fenómeno, todos los diminutos personajes salieron corriendo; Aristóteles corría mientras seguía pariendo a más y más números y expresiones matemáticas; el Círculo de Viena se destruyó y ahora parecía más una estampida; Whitehead, asustado, logró subir todo el escritorio hasta llegar a la superficie, suspirando y presumiendo su capacidad por la sobrevivencia; los seis guardianes restantes cargaban como podían el libro sagrado pero el temor les ganaba, les habían quitado a la razón de su seguridad: la medicina para la filosofía.

          Sintieron el cansancio de su estrategia para sobrevivir, o al menos eso creyeron, pues su ser comenzaba a desvanecerse, todos esos pequeños elementos padecieron el final de su corta permanencia en el mundo, pues la introducción de una frase imponente y refutadora que flotaba sobre aquel espacio lógico firmó la inestabilidad de su existencia: Si digo, “en este lugar no hay ningún hipopótamo”, ¿carecería de sentido?

          El hipopótamo se estremeció, reconoció la temática que tanto dolor le causó al principio del día, se había dado cuenta que aquella frase sobre su ser y su esencia que se atrevió a bajar al suelo y bailar alrededor de su cabeza para mofarse de su persona, tenía sentido, pero lo tenía sobre su no existencia.

          Tembló, captó la relevancia de tal proposición y sintió cómo su estructura ontológica se desvanecía, aquella que trató de proteger dentro de su gran escondite, que trató de suprimir con pensamientos del lenguaje e intentó solucionar consumiendo a la más rica de las frases filosóficas. Ahora desaparece, se convierte en un positivismo lógico.

          El interlocutor, padre de la proposición asesina, revisó dentro y fuera de la habitación sin dejar rincón alguno donde posar aquel ojo hostigador y juez de la verdad; también analizó, personificando a Averroes y su intensidad de análisis, dentro de los cajones del escritorio, sobre y debajo de aquel mueble que por dentro contenía todo un mundo y sistema lógico-filosófico; fue así como demostró la certeza de su enunciación.

          Antes de levantarse y de limpiar sus rodillas empolvadas por el resto de los personajes místicos que expulsaron sus palabras, pudo escuchar, con gran nitidez, la última frase de aquel espíritu que se desvanecía: De lo que no se puede hablar hay que callar.

Diego Alberto Ramírez García

Egresado de la Preparatoria 5

 

Damián Maravilla García. Mr. Bird Bone

Mr. Bird Bone. Damián Maravilla García. Preparatoria Regional de Tecolotlán.

Al ritmo de «Call me»… de Blondie

Sábado por la noche. Crop-top transparente sin mangas. Chamarra de piel rosa. Jeans rotos. Botas negras con tacón. Cabello rosa desaliñado/peinado. Arete septum de oro rosado. Cartera llena. Dinero y condones. Lentes estilo Janis Joplin. Collar con una “A”. Intenciones perversas. Celular, Uber, fiesta, amigos. Luces neón. Música electrónica. Hombres musculosos, osos, lobos, daddys, twinks, asiáticos, travestis, góticos, Club kids, alcohol. Caricias, besos, desnudos. Piscina. Oral. Orgasmos. Manos. Uber. Escaleras, puerta, sofá-rosa, sillón azul, comedor, habitación. Fuera telas, cuatro tacones, dos instrumentos, veinte dedos. Beso negro. Condones. Ritmo. Arañazos. Asfixia. Golpes. Orgasmos. Leche. Noche. Cigarros. Domingo por la mañana.

Juan Luis González Hernández

Egresado de la Preparatoria 12

 

Phoebe Daniela Cruz Chávez. Confusión

Confusión. Phoebe Daniela Cruz Chávez. Preparatoria Regional de El Salto.

Hundido

El agua lo envuelve, sus movimientos rápidos lo ocultan y si quieres meterte deberás pensarlo, te abrazará hasta lo hondo, tendrás que observar bien dónde pisas. El sol está en su tardío. El sonido de avispa del agua que va rápida.

          Tu corazón palpita como el de un caballo que galopa en un campo abierto, verde. Miras a todos lados sin dejar de ver agua. Los árboles con sus ramas largas y frondosas dan sombra potente, basta y espesa.

          Bramas un nombre esperando en el eco el tuyo, tus dos manos en la boca en forma de embudo. Gritas de nuevo. Las nubes, el viento frío, el chocar del agua con las piedras, como si rascara el lomo de las piedras que suenan como susurro y te rosa la mejilla la humedad del sonido. El arrebol en su paroxismo.

          Algunas nubes negras sustituyen las rojas hasta abarcar el cielo, tan aprisa. Un rayo truena seco y tiembla. Corres a un lado del río como en una carrera, tratas de alcanzar toda esa agua, la espuma. El miedo te invade, la respiración arrecia, tus ojos chorrean lágrimas, la lluvia en tu cabeza comenzado suave, una caricia apenas.

          El viento furioso golpea los árboles, las hojas se escuchan chocar con otras y ramas. El agua hierve, burbujas en efervescencia, un suspiro se te escapa, un nombre a gritos. El agua que va, que nunca viene. El último hilo de sol se teje en una orilla, reconoces la forma y brota como flor de noche el cuerpo de tu hijo.

Héctor Miguel González Machuca

Egresado de la Preparatoria 12

Alternativo

Alternativo

Encontrado el paquete de explosivos el detective no hizo más que meterlo dentro de una caja. Pasados 15 segundos todos nos percatamos de la masacre sucedida dentro del cubo de cartón, del otro universo, en donde el gato también estaba muerto.

La hija de…

De pronto, Zamara Rosalba María Carmen segunda, hija del multimillonario catador de vid, Bill Warren Amancio Carlos, que se casó con Liliane Alice Jacqueline Susanne, conoció al ingeniero José. La relación no pudo germinar, el nombre del profesionista no llenaba las expectativas del libreto.

Fernando Cocolán Villegas

Egresado de la Preparatoria 7

Se venden ojos esmeraldas

Puros, hermosos e inocentes. Traídos especialmente desde la tierra, su sabor no es sólo delicioso, sino que sólo pueden utilizarse una vez, ya que al abrirlos la retina capturará su primera y única imagen.

          Interesados llamar y hacer sus pedidos a tiempo.

          El costo es de 1/4 de tierra lunar, se harán excepciones según territorio. Favor de ser considerados, los bebés humanos son especialmente difíciles de atrapar.

Karen Elizabeth Camacho Buenrostro

Egresada de la Preparatoria 17