Absolución

I

Es la conciencia del bien y el mal.
¿Alguna vez te diste cuenta?
La vida se escapó de nuestras manos,
goteando hacia el infinito.
Pudimos ser 10, 20, 50 años más viejos.
Eternamente efímeros.
Segundos antes de abrir los ojos,
el sol entraba por la ventana…
¿O acaso provenía de nosotros?
Nada impidió que te mirara.
Tú eras el sol de la ventana.
Eras el aire, eras el cielo, eras la vida.
Cerré los ojos, me llené de tu luz.
Me convertí en nada.

 

II
Lento.
Estiré un poco las manos,
percibí el halo de tu alma.
Mis dedos prosiguieron su marcha,
y con la punta de las uñas,
alcanzaron tu conciencia.
En silencio.
Nuestras voces recitaron un canto sin fin;
ambos sabíamos que no lo entendíamos.
Llegó a mis pulmones tu presencia,
me ahogué en la soledad de las emociones.
Y mi cuerpo flotó a la deriva.
Encallé en la cosa de las ilusiones vanas.
Y ahí estabas tú.

 

III
Cuando te volví a ver,
te habías convertido en un extraño.
Tus ojos, tu piel, tu voz.
Nuevos y escalofriantes.
Espantada por la verdad,
quise ocultarme.
Pero era muy tarde,
ya éramos uno.

 

 

María Fernanda Oliva Guzmán
Preparatoria Regional de Puerto Vallarta

 

No sabe el silencio

Aquel a quien condenas
y luego tatúas con fuerza,
tapizado de raíces besaba el suelo,
¡Y tú! A punta oxidada lo asfixias de ser,
mientras el aullido del viento
juega a resucitar con afán se vida.

 

Laura Edith Solís López
Preparatoria 20

Salma Damaris Ortega Dávalos. Preparatoria Regional de El Salto

Enfrentémoslo, nadie es inocente │Salma Damaris Ortega Dávalos. Preparatoria Regional de El Salto

Ciclo

Risas

Se apagan

Lágrimas

              C

                  A

                      E

                          N

Crece mi amor…

el tuyo lo e x p l o t l a

lloro…

de nuevo…

solo…

me quedo…

después el lobo conoce

a un nuevo cordero…

Eugenio David Aguilar Díaz
Preparatoria Regional de Tecolotlán

Breve invitación a pensar y escribir filosofía

Mi invitación se concreta en hacerles un pequeño recordatorio y darles cuatro ejemplos. Permítanme recordarles algo: en algún momento casi todos hemos experimentado un impulso. Generalmente aparece como una sensación de extrañeza, de asombro o inquietud, que irrumpe en la rutina cotidiana. Esta sensación se expresa en vagas y sugestivas preguntas, por ejemplo: ¿el espacio y el tiempo existirán por siempre?, ¿qué pasaría si Dios no existiera, o acaso existe?, ¿hay algo realmente bueno o malo?, ¿hay alguna verdad absoluta?, ¿algunas obras de arte son realmente mejores que otras?, y, por supuesto, ¿cuál es el significado de la vida?
Ése es el tipo de sensación que Aristóteles tenía cuando descubrió que la filosofía comienza con el asombro. Hay algo inquietante en los grandes abismos que tenemos sobre nuestra comprensión del mundo, parece que todavía hay una pregunta importante que requiere ser contestada y que nuestro entendimiento de las cosas no está completo, eso genera cierta desazón, cierta ansiedad epistémica. Esto es el impulso hacia la filosofía.
Pocas personas van más allá de esta condición. La razón es bastante simple: no saben cómo ir más allá. ¿Cómo pensar sobre estas cosas? Es más, ¿se puede pensar sobre estas cosas? En estas cuestiones parece como si nuestro pensamiento se moviera en círculos, se enredara. La mente se embrolla hasta paralizarse. Eventualmente el momento pasa. De algún modo la pregunta llega a ser descartada: es pospuesta, rechazada o reprimida. Y, no obstante, la sensación de algún modo permanece: en el sentido frustrante de que, después de todo, ésas son las preguntas importantes, las preguntas que realmente deben responderse. ¡Si tan sólo supiéramos cómo encontrar las respuestas!
Quien practica filosofía, que filosofa, es una persona empeñada en responder esas preguntas. Pero tiene que ir más allá de esos sentimientos y hacer que las sugestivas y grandes preguntas se desplacen del corazón a la cabeza. Es parte del trabajo de un filósofo transformar esas abrumadoras preguntas en algo que se pueda pensar. Para eso, los filósofos tienen que tener una estrategia general (un método) y tácticas particulares (técnicas para aplicar ese método), deben convertir las grandes preguntas en preguntas manejables, en preguntas un poco más modestas. Hasta aquí el recordatorio.
Los ejemplos son las ponencias redactadas por los estudiantes Nayeli Nohemí Cabrera Díaz, Ixchel Yamilet Gaeta Froylán, Emmanuel Acero Casildo, Denis Alejandra Ávila Martínez. Ellos participaron en el IV Coloquio Filosófico del SEMS 2015. Su participación implicó atreverse a ir más allá de la sensación de asombro ante las grandes preguntas; leer lo que pensaron otros; someter a crítica sus ideas, y, lo más importante, pensar por su cuenta.

Maestro Joaquín Galindo Castañeda *

* Maestro en Estudios Filosóficos por la Universidad de Guadalajara. Profesor del Departamento de Filosofía y de la Preparatoria de Tonalá Norte de la Universidad de Guadalajara. Entre otras publicaciones, destacan “La lógica operatoria. El concepto de lógica y la concepción operatoria en Piaget en la actualidad (2013)” y “Los argumentos metafísicos y las lógicas modales. La refutación del tiempo de McTaggart a la luz de la lógica temporal”.

Dudando, cuestionando y existiendo ¿Tiene sentido la existencia del ser humano?

Denis Alejandra Ávila Martínez
Preparatoria 5
Participante del IV Coloquio Filosófico del SEMS 2015 “Luis Villoro”

Abstract
¿Qué somos?, ¿de dónde venimos?, ¿qué buscamos?, ¿cuál es el sentido de nuestra propia existencia? ¿Somos seres duales, cuerpo y alma, el ser en sí y el ser para sí?
Las dudas eternas del ser humano que desde la antigüedad ha tratado de responder. Al principio la religión era el regocijo para dichas incertidumbres, sin embargo, a la búsqueda del sentido de la existencia ya no le bastó con las respuestas que ésta daba.
Buscando sus propias respuestas y dotado de una sed de saber más es como ha vivido el hombre con el fin de encontrar un sentido a su existencia y por ende, a sí mismo, pero hay algo que cabe destacar y es nuestro perecer: ¿será aquí en donde encontremos las respuestas?
Al final del trayecto sólo el hombre mismo podrá decirse si su existencia tuvo o no sentido.

«Ser, existir y vivir para así llegar al ocaso sabiéndonos
poseedores del objeto de nuestros deseos».
Ávila

¿Qué somos?, ¿a qué venimos?, ¿qué buscamos?, ¿cuál es el sentido de nuestra propia existencia? Son estas dudas permanentes en el ser humano que, desde tiempos antiguos, se han tratado de responder de diferentes maneras, de todas aquellas que al hombre le han dado una probabilidad de responderlas.
¿Es acaso que venimos a este mundo a llenarnos de preguntas?, ¿a la respuesta encontrar, quizá, hasta la puesta de sol en nuestro ocaso?, tenemos un último fin seguro: la muerte. ¿Será entonces, este fin el que nos diga y haga saber cuál es el sentido de todo lo vivido? O ¿es todo esto un círculo vicioso que ha de ser completado y, así mismo, entendido para recomenzar la explicación del ser y del existir?
La intención de este ensayo no es ser un grano de arena más en el gran desierto que es el tema de la existencia del hombre, sino tratar de desenredar un poco la telaraña de dudas que nos rodea.
Las preguntas anteriores más de alguna vez han pasado por nuestra cabeza, posiblemente como pequeñas luces repentinas, provenientes de una reflexión o como ideas que permanecen constantes. Durante un largo tiempo, la respuesta que se daba a la interrogante sobre el sentido de la existencia humana, encontraba su base en la idea de un ser superior un ser creador:

Todos los hombres esperaban de las diversas religiones la respuesta a los enigmas recónditos de la condición humana: ¿Qué es el hombre? ¿Cuál es el sentido y fin de nuestra vida? ¿Qué es la muerte? ¿Cuál es, finalmente, aquel último e inefable misterio que envuelve nuestra existencia? (Nostra eatate, 1965)

Y es que era en este ámbito, el de la religión, en donde el ser deseoso de respuestas, encontraba un pequeño regocijo ante tales incertidumbres que se le presentaban. Sin embargo, el escepticismo que surgió en Occidente hizo ver al individuo que “el ser” de un objeto o persona, dentro de sí, posee una dualidad: su exterior y lo que hace al objeto ser lo que es. Cuerpo y alma, como lo describe Platón. No dependiendo o definiendo su sentido a partir de alguien superior, sino de sí mismo, y esto no quiere decir que la necesidad de “encontrar un sentido” haya cambiado, por el contrario, sigue siendo la misma que en tiempos remotos. La diferencia, es que ya no se satisface con las respuestas tradicionales de la religión.
La dualidad que proponía Platón (cuerpo y alma) junto a la dualidad subjetiva que entiendo de Sartre (el ser-en-sí y el ser-para-sí) forman un conjunto imperfecto que conforma al ser humano y se explica así: el cuerpo, en el caso del hombre, es aquello que llama e incita a las pasiones; amores, deseos, temores, quimeras y toda clase de necesidades, “es lo superficial del objeto, aquello que no nos deja trascender a lo inmaterial”. (Sócrates, 387 a. C)
El ser-en-sí, es el ser del mundo de todos los objetos, independiente de la consciencia. La densidad del ser-en-sí es infinita, es lo pleno, lo que es: “Es preciso oponer la fórmula: el ser-en-sí es lo que es, a la que designa al ser de la conciencia: ésta, en efecto, como veremos, ha-de-ser lo que es”. (Sartre, 1943, p. 16)
Mientras que el alma es la esencia pura del objeto, es aquello que alcanza la sabiduría, que trasciende y se desprende de lo material. El ser-para-sí, es el propio ser de la consciencia o subjetividad, es el ser que no es, es una pura nada, y esta “nada” la define Sartre como el ser del ser mismo. Ideas que se contraponen, pero que una sin la otra no podrían ser comprendidas.
Ahora bien, ya se ha dicho que es lo qué integra al ser humano y cómo es que “es”, pero también hay que definir una palabra clave en este tema: el sentido. ¿Qué es el sentido?, en este contexto, el sentido de la existencia es una palabra que puede cobrar dos acepciones. La primera sería el sentido entendido como significado. En esta acepción pongo por caso la expresión “el sentido de la vida”, como una recta con dos puntos: A, de donde viene la vida, y B, hacia donde va. ¿Cuál es nuestro fin?, ¿por qué? y ¿para qué?, son los cuestionamientos que comúnmente intentamos responder. La segunda acepción es el sentido comprendido como dirección. El rumbo que toma nuestra vida y los caminos que seguimos. Esta percepción no puede explicarse, requiere sencillamente ser observada.
Prosiguiendo, quiero destacar que nuestra existencia es un “todo” y a la vez un momento que abarca desde algo tan peculiar como es dar un paso, hasta haber recorrido el largo camino de la vida; el campo de experimentación y medio para llegar a las respuestas finales. Cada persona a medida que vive y experimenta, forma sus propias redes y va construyendo su propio camino lleno de angustias, enajenación, frustraciones, dolor, alegrías, satisfacciones, entre muchas experiencias más. Vamos siempre guiados por un fin u objetivo: a dónde queremos llegar y cómo queremos lograrlo, con ideales y sistemas éticos y morales de la mano, propios del hombre y dictados por su entorno.
Siempre avanzamos buscando un sentido a todo lo que hacemos y a nosotros mismos como personas y seres pensantes, pareciera que se nos ha dotado de una sed inmensa que nos impulsa todo el tiempo a buscar un poco más y más hasta por fin, llegar a saciar esta sed.
Pienso seriamente que podríamos perdernos en una divagación/reflexión sobre cuál es el sentido de la existencia propia y si realmente ésta tiene un sentido. Y es que si somos realistas, no nos han bastado años y años de filosofía para descubrirlo.
Podría pensarse entonces que se nos ha preparado para poseer la verdad hasta nuestro último día, hasta ese día en que la separación del alma y el cuerpo se da por realizada, la separación de lo mortal y el paso a lo inmortal. El hombre busca trascender, llegar a ser espíritu.
La gran mayoría de filósofos pertenecientes a la corriente existencialista ponen al ser humano, obviamente, como punto de partida y regreso del todo que conforma nuestra realidad, con un fin en común y que no puede ser cambiado por ningún motivo, nuestro perecer para así trascender, y dentro de esa trascendencia descubrir todo aquello que nos perturba.
Es curioso cómo el hombre, que ha evolucionado caminando en principio casi en cuatro extremidades, levantó su espalda y caminó con la columna recta ahora en dos extremidades, luego se elevó por los cielos e incluso conquistó el espacio sideral, siga cuestionando filosóficamente su existencia.
Como conclusión quiero destacar lo siguiente, que no es más que una pequeña visión de lo que perseguimos. Encontrarnos a nosotros mismos, descubrirse y autocrearse, son los fines que se buscan antes de la muerte. ¿No creen que encontrarle un fin a nuestra existencia sería como tratar de justificar a la propia existencia? Y esto, aún no se ha logrado. Como seres humanos llenos de incertidumbres y dilemas existenciales tratamos de darle un significado a todo lo que nos rodea. Pensemos entonces, que si obtuviéramos todas las respuestas y justificáramos todo lo que está más allá de nuestro entendimiento, ¡ya no habría nada que buscar!, la existencia misma ya no tendría porqué trascender, el sentido de ésta sería el mismo para todos.
Por último no me queda más que decir que me propuse comprender este tema, pues siempre que lo escucho, en mi mente se forman infinidad de preguntas, telarañas (como yo las llamo). Era totalmente un reto. Y no puedo decir que lo he comprendido a la perfección, la perfección es subjetiva, sólo sé que para cuando lleguemos al final de nuestro recorrido comprenderemos si nuestra existencia tuvo sentido, lo sabremos después de haber vivido, sentido, amado, caído, llorado…

Bibliografía
Declaración Nostra Aetate, Roma, Concilio Vaticano, 1965, recuperado el 12 de abril de 2015, de http://www.vatican.va/archive/hist_councils/ii_vatican_council/documents/vat-ii_decl_19651028_nostra-aetate_sp.html
-Sartre, Jean-Paul, El ser y la nada (1943), recuperado el 12 de abril de 2015, de http://www.bsolot.info/wp-content/uploads/2011/02/Sartre_Jean_Paul-El_ser_y_la_nada.pdf
-Platón, Fedón o del alma, recuperado el 13 de abril de 2015, de http://www.filosofia.org/cla/pla/azc05019.htm

Los límites de la tolerancia dentro de una sociedad

Escape de la realidad│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Escape de la realidad│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Ixchel Yamilet Gaeta Froylán
Preparatoria Regional de Colotlán
Participante del IV Coloquio Filosófico del SEMS 2015 “Luis Villoro”

Abstract
La tolerancia en las sociedades es un tema muy importante para lograr la convivencia entre individuos, se trata del respeto hacia el otro, saber escuchar con respeto las ideas, formas de pensar y ver la vida. Por lo cual debemos crear la cultura de la tolerancia y poner en práctica este valor, que puede evitar problemas sociales, sin embargo, la tolerancia también debería tener límites en la tesis planteada y defendida, ya que es muy importante saber hasta dónde ser tolerantes o no serlo, dado que el no saber dónde ponerle límites a la tolerancia, ésta se puede convertir en un problema jurídico y no moral, por ejemplo: matar inocentes, cometer violaciones, practicar la explotación laboral, traficar drogas o cualquier otro delito, son acciones intolerables. Lo cual se defiende y sustenta en el trabajo planteado sobre los límites a la tolerancia.

El desarrollo de este trabajo tiene como propósito reflexionar en torno al tema de la tolerancia, haciendo mayor énfasis en analizar si ésta debería tener límites o no, siendo precisamente el punto a tratar, dado que ha sido un tema controversial e interesante dentro de las sociedades de diversos países en comparación con otros valores, aunque se hable de ésta, aún no existe del todo dentro de nuestras vidas, debido quizá a que no tenemos a plenitud una cultura de respeto hacia los pensamientos de los demás o no sabemos hasta dónde debemos utilizar este valor. Al plantear si la tolerancia debería tener límites, nos respondemos también las causas de diversos problemas en la sociedad, ya que ésta se basa en el respeto hacia el otro o el que es diferente de lo propio y puede manifestarse como un acto de indulgencia ante algo que no se quiere o no se puede impedir, o como el hecho de soportar o aguantar a alguien o algo.
Se abordará, si es que la tolerancia debe tener límites, exponiendo argumentos donde se considera que tener límites es adecuado, puesto que se pueden presentar un sinfín de situaciones sociales en las que se deben establecer límites para controlar las acciones humanas, debido a que aunque en definitiva la tolerancia es una norma básica de convivencia en las sociedades, como todo, también tiene o debería tener sus límites. Esto dado que no se puede, ni merecen, ser tolerados y aceptados, por ejemplo, los asesinos, los pederastas y los violadores de mujeres o traficantes de drogas y seres humanos, a estas personas se les deberían aplicar duramente las leyes, sin embargo, las ideas, las opiniones y las creencias, aunque pueden no gustarnos y podemos no compartirlas, no podemos forzar a los demás a adoptar nuestros marcos de referencia, por lo cual en estas situaciones sí debería ser practicada la tolerancia.
La pregunta sobre la tolerancia de la que hemos partido, se irá justificando con fundamentos a largo del documento, con el fin de dar una respuesta válida apoyada en la opinión de diversos autores y expertos en el tema.

¿Debería tener límites la tolerancia?
Para empezar a analizar más a fondo este cuestionamiento debemos establecer con claridad el tema central que es la tolerancia, el que según el diccionario de la Real Academia Española (RAE) la define como “el respeto por los pensamientos y acciones de terceros cuando resultan opuestos o distintos a los propios”. Hacemos referencia al nivel de admisión o aprobación frente a aquello que es contrario a nuestra moral, es la actitud que tomamos al estar frente a una persona o grupo de personas con valores distintos a los nuestros. También es muy importante tener en cuenta que la tolerancia no es sinónimo de indiferencia, es decir, no prestarle atención, ya que esta implica, en primer lugar, respeto y en el mejor de los casos, entendimiento.
La tolerancia puede ser definida como un valor moral que implica el respeto íntegro hacia el otro, sus ideas, prácticas o creencias, independientemente de si éstas son contrarias a las propias, siendo también el reconocimiento de las diferencias a la naturaleza humana, la diversidad cultural, las religiones o simplemente las maneras de ser o de actuar durante diferentes situaciones a lo largo de la vida de cada individuo.
El autor Roger Williams es considerado un gran exponente a través de diversos artículos de la historia de la tolerancia, principalmente en su sentido negativo, su trabajo es descrito por el catedrático Eusebio Fernández García en el siguiente fragmento:

Su postura es de defensa de las opiniones diferentes a la suya, reivindicando la tolerancia aún en el caso de que no consideremos que sean dignas de interés o de que nuestra actitud no pase de soportarlas para evitar un mal mayor (es decir, la ruptura de la paz social y la convivencia). (Fernández García, 2004: 3)

Donde nos dice que debemos respetar las opiniones de los demás aunque no compartamos las mismas ideas y pensamientos. Para lograr la convivencia pacífica y respetable dentro de cualquier sociedad, según lo menciona Tasshy Williams, se debe considerar la tolerancia como una virtud, ya que tiende a evitar conflictos, definiendo que “el espíritu de tolerancia es el arte de ser feliz en compañía de otros”.
Sin embargo, hay que destacar que, pese a que la tolerancia quiere decir respetar y comprender los valores de los otros, como se mencionó anteriormente, no supone aceptar aquellos que se ponen sobre los derechos de los demás, por ejemplo, si un sujeto convencido defiende el racismo y busca eliminar a todos aquellos que son diferentes a él, de ninguna manera significa que haya que tolerar su postura. Como lo planteamos en el problema filosófico inicial, sobre la existencia de los límites respecto a la tolerancia, el ejemplo anterior muestra claramente que la tolerancia como todo, debe tener límites porque habremos de tener en cuenta la existencia del respeto hacia los demás, con el fin de lograr una vida en sociedad dentro de margen de armonía, ya que es el fin de este valor tan importante.
El autor Boff menciona lo siguiente:

Todo tiene límites, también la tolerancia, pues no todo vale en este mundo. Los profetas de ayer y de hoy sacrificaron sus vidas porque alzaron su voz y tuvieron el valor de decir: «no te está permitido hacer lo que haces». Hay situaciones en que la tolerancia significa complicidad con el crimen, omisión culposa o insensibilidad ética. (Boff, 2005: 2)

De acuerdo con su posición sobre los límites de la tolerancia cabe destacar que, existen casos en los cuales ciertas acciones no deben ser toleradas porque pueden afectar a la sociedad y a los derechos individuales de las personas, tales como la destrucción de gran parte de nuestra biosfera, abusos sexuales, esclavización y explotación laboral de menores, matanzas y crímenes cometidos por terroristas, falsificación de medicamentos que provocan la muerte de personas, o bien todas aquellas personas que trafican armas, drogas, dan lugar a la prostitución y llevan a cabo secuestros y muertes. Por ello, la tolerancia sí debería tener límites, porque no toda acción se debe tolerar, Boff explica que en estos niveles no hay que ser tolerantes, sino decididamente firmes, rigurosos y severos, sometiendo a estas personas a juicios.
No debe permitirse que en nuestra sociedad se realicen situaciones que atenten contra cualquier individuo o grupo de individuos, generándose una serie de acciones que pudieran convertirse en vandalismo, y que los responsables se excusen en la tolerancia para no ser juzgados tanto por la sociedad como por los sistemas legislativos de un país.
Como conclusión a la pregunta inicial, la tolerancia es un valor y un modo de actuar, que debe tener límites porque no toda acción merece ser tolerada, es decir, aquellas que no afecten a terceros serán acciones toleradas. Las que destruyen la paz dentro de un grupo de personas, son situaciones intolerables, debido a los daños que puede llegar a causar, por esta razón debemos poner límites cuando situaciones complejas no son morales sino legales y no sean cuestión de tolerancia o no, sino de justicia.
La tolerancia debe ser considerada como un valor base para una convivencia sin violencia entre individuos, por lo que aún hace falta crear esa cultura de saber escuchar a las personas de otros lugares distintos, con ideas y formas de concebir la vida diferentes, o incluso del mismo hogar pero con ideas distintas, debemos comprender que no sólo por ser diferentes a las propias están mal o no merecen respeto. Es muy importante saber ser tolerantes con los demás, para que lo sean con nosotros, evitando así problemas de discriminación racial, menosprecio a nuestras culturas étnicas, egocentrismo al creer que sólo lo que yo pienso es lo correcto. Llevémonos como tarea luchar día a día por respetar y ejercer esa pequeña gran palabra que es la tolerancia.

Bibliografía
-Boff, Leonardo, Límites de la tolerancia (2005), recuperado el 15 de abril de 2015, de http://www.servicioskoinonia.org/boff/articulo.php?num=124
-Fernández García, Eusebio, ¿Por qué tiene sentido seguir hablando de tolerancia? (2004), recuperado el 17 de abril de 2015, de http://earchivo.uc3m.es/bitstream/handle/10016/7784/estudio_fernandez_2004.pdf?sequence=1
-Torres, Karla, La tolerancia, un valor importante (2011), recuperado el 15 de abril de 2015, de http://latoleranciavalorimportante.blogspot.mx/2011/03/defi nicion-de-la-tolerancia.html
-Williams, Tasshy, La tolerancia moral (2014), recuperado el 18 de abril de 2015, de https://prezi.com/0jt8bwszuxxm/la-tolerancia-moral/

La añoranza del hombre

Emmanuel Acero Casildo
Preparatoria Regional de Lagos de Moreno
Participante del IV Coloquio Filosófico del SEMS 2015 “Luis Villoro”

Abstract

Skull girl│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Skull girl│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Cuando nos entregamos a la belleza nos encontramos con las múltiples expresiones que proclaman su esencia como su mismo símbolo, y por lo tanto, si indagamos acerca de ello, nos damos cuenta que al encontrar y contemplar esta clase de entes sobre nuestro entorno recibimos un susurro inconsciente de su existencia, del cual asentimos magnéticamente con la mirada y procedemos por inercia para intentar interpretarlos. De esta manera, comienza una incesante búsqueda por conseguir aquello que tenga el poder de despertar nuestro sentir más profundo, desencadenar una lluvia de goce, deleite y potencia naciente del mismo acto de la contemplación y es cuando nos vemos inmersos ante una incertidumbre tal, que se cultiva entre la sensibilidad y la razón como las vías más adecuadas para acercarse a un conocimiento certero del hombre, a aquella libertad tanto tiempo anhelada, pues es la propia belleza quien la constituye.

“La mente intuitiva es un don sagrado y la mente racional un sirviente fiel.
Hemos creado una sociedad que honra al sirviente y se ha olvidado del don”.
Albert Einstein

A lo largo del tiempo, el hombre se ha empeñado en realizar una ardua labor de reconocimiento y acción en la que más que encontrar un sentido a su vida ha tratado de encontrarse y de entenderse a sí mismo, así ha logrado trascender la prisión de sus instintos para llegar al esplendor de la razón, la que lo ha maravillado hasta casi cegarlo, dejando detrás de sí lo más puro de la humanidad: la sensibilidad.
Hoy en día, podemos ver cómo la razón comienza a colocarnos en el abismo de la irracionalidad, dentro de un antropocentrismo desmedido, cuyos efectos podrían ser irreversibles. La propia naturaleza ya nos lo advierte al someter nuestro entendimiento a una reflexión más elaborada y justificada mediante la incertidumbre ocasionada por los diversos fenómenos que amenazan constantemente nuestra existencia.
Debido ello me he propuesto demostrar cómo la belleza, a partir del esbozo que nos propone Schiller, se encuentra estrechamente relacionada con la nostalgia de la libertad, para después percibirla en la magia de la contemplación artística como una facultad inherente a nosotros, además de reconocer al arte como un instrumento para ennoblecer al hombre y como el sendero más prometedor para que éste alcance su plenitud. Así mismo, señalaré cómo en este universo de lo fantástico, la razón interviene como su sostén infiriendo una relación dialéctica.
Partamos de una pregunta clave: ¿Qué es lo bello? Tomaremos como punto de partida la clara respuesta que a esta pregunta ofreció Schiller: “Lo bello ha de placer sin concepto”, y más adelante: “bella será, pues, una forma que se explique a sí misma; explicarse a sí mismo significa en este caso explicarse sin la ayuda de un concepto”.
En tanto nos ilumina esta cualidad de independencia de la belleza nos resulta fácil concebir la autonomía de su existencia, su libertad de ser, ausente de toda intervención de regla o ley preestablecida, pues la belleza se norma a sí misma, se dirige por su propia cuenta, se autorealiza no de manera determinada sino en virtud de su misma naturaleza, de su propia potencia de actuar, lo cual constituye un refugio, una fortaleza ante todo sentido de determinación, protegida de toda intención pragmática; por lo tanto, podemos inferir que el fulgor más cegador de la belleza es lo que llama Schiller “autodeterminación”.
Entre más se enaltezca un objeto o cosa de autodeterminación, más bello se presentará, más dichosa será su huella, más honorífico su proceder. Por este medio podemos intuir que el anhelo o la avidez de todo objeto bello es la perfección, teniendo en cuenta que, como apunta Schiller, “un objeto es perfecto cuando toda la diversidad de sus elementos coincide en la unidad de su concepto; y es bello cuando su perfección aparece como naturaleza”. No provoca, por lo tanto, singularidad en sí mismo sino que se perfecciona por los lazos que establece con los demás entes, ajenos quizás a su naturaleza, pero identificados por la misma virtud y el mismo anhelo, que se autodeterminan cerca y lejos del mismo, logrando así una hermosa individualidad compuesta de la belleza de otras individualidades.
Así se acerca a una belleza y a una perfección más profundas, una sintonización de portentosas notas para conjuntar la bella melodía, “en eso consiste precisamente la armonía, en el hecho de que cada uno se impone, por su libertad interior, justamente aquella restricción que el otro necesita para manifestar su libertad”(Schiller, 1990).
Sí analizáramos la razón por sí sola, nos resultaría un fenómeno árido, y si hiciéramos lo mismo con la sensibilidad, ésta se nos presentaría desolada, un desenfrenado y cruento impulso instintivo humano. Es por ello que encuentro la necesidad de una relación dialéctica entre la razón y la sensibilidad. Nos resulta familiar la idea de que la razón se desenvuelva en ausencia de una emoción, de un sentimiento, es decir, sin sensibilidad; y también que la sensibilidad es contraria a la razón, en tanto sí ambos actuaran en nuestro devenir, sin prescindir el uno del otro nuestra aspiración final no sería más que la miseria. Podemos decir entonces que el cimiento o la base de la razón se fundamenta en la relatividad de lo sensible, al tiempo que la sensibilidad se convierte en supraestructura de la razón.
Ante este argumento, si nos enfocamos en la idea de la belleza nos podríamos encontrar en un terreno donde no prolifera la razón. Al decir que un orden ya establecido y estructurado con base en leyes y normas que tratan de explicar todo a su paso, tal vez intuiríamos que no se puede indagar sobre lo que aún no lo está, sobre lo que entiende, se explica y se obedece a sí mismo fuera de toda normatividad exterior; porque la razón es algo dado ya exteriormente mientras que lo bello nace del interior, la razón es apariencia mientras que la belleza es esencia pura.
Por más entusiasta que parezca la empresa de la razón en extraer por sus propios méritos la sustancia de lo bello, encontraría a su paso un cúmulo de ideas que se contradicen y se ratifican entre sí en una relatividad inconmensurable, y más que extraerla no haría más que desahuciarla, según lo dice Schiller: “La belleza no puede hallarse de ninguna manera en el campo de la razón teórica, porque es absolutamente independiente de los conceptos; y puesto que hay que buscarla sin duda en la familia de la razón, no existiendo al lado de la razón teórica que la práctica, habrá que buscarla entonces en el seno de la razón práctica, y es ahí donde la encontraremos”.
Sin embargo, me resulta inapelable que la propia belleza se configure sin el sustento de una ley natural, que en dado caso sea universal y precisamente podemos, en cuanto a esto, vislumbrar que aquí es donde recae la razón como la intérprete de aquellas leyes naturales, mientras que la belleza se descifra por medio del arte donde el artista es quien tiene el papel de representarla.
Por lo tanto, la labor de aprendizaje, retención y ejecución de la creación artística por naturaleza se sustenta en la propia razón pura, pero en este caso aquella misma se encuentra transmutada y embellecida por una fuerza motriz a la que llamo “pasión”; una devoción tal que traspasa y enmascara el carácter frío y árido de la razón, misma que pasa y se convierte en un imperativo estético en los campos de la razón práctica.
Mientras tanto, el artista deberá cuidar que la razón no se interponga sobre su pasión, sino por el contrario deberá permitir que esa misma intuición estética gobierne a su voluntad y dirija aquella labor que llevan a cabo sus diestras manos como si ésta se diera por sí sola, casi de manera involuntaria, desglosándose así la naturaleza autodeterminante de la belleza, no habiendo algún otro origen más certero que la sustancia sensible más pura del alma del propio artista.
La obra artística ya no se convierte en un medio subjetivo sino en una finalidad objetiva, es ella la que abre las puertas y transporta a cualquier intérprete, mientras éste se disponga a entregarse, a una aventura sobre un universo desconocido, un mundo fuera de todo decreto que rija en la realidad y en tanto vana, resultará su inconsciente intención de definirlo, el gozo y el deleite terminan por sucumbirlo en regocijo y fervor; la obra lo acaba y lo renace, lo desbasta y lo vivifica.
Y en cuanto a esta experiencia concierne, el intérprete y hasta el mismo artista no están haciendo más que encontrarse y conocerse en el maravilloso y más puro entorno de su propio ethos, la morada divina de su alma, inaugurando así una escapatoria de las frías exigencias del espacio-tiempo sin apartarnos del mismo espacio-tiempo, un escondite ante aquella voluntad insaciable schopenhaueriana, un maravillosa confortación, un acicalado aliento.
La consecuencia de todo ello es la autocreación, un proceso inmanente e interminable que se emprende cada vez que asistimos a la hermosa gala de la experiencia estética que consiste en “darse un ser, una naturaleza, un nuevo cuerpo, una nueva sensibilidad (…), es un proceso, una autoconquista, (…) es advenir a su propia autonomía, devenir autónomo, devenir libre”, no por mérito de la obra sino por el nuestro, el cual no queda encerrado en el propio sujeto sino que se desdobla a la praxis y por medio de diálogos se reunifican en la sociedad: “Así pues, no es sólo el individuo el que se crea sí mismo mediante la experiencia estética, es la propia comunidad, la vida intersubjetiva humana la que se crea a sí misma”(Trías, 2006).
No puedo asimilar una analogía más directa con la belleza y sus debidas propiedades más que con el Hombre mismo, con la cual puedo intuir que ésta es en realidad la añoranza por la que la humanidad tanta vehemencia ha invertido a lo largo de la historia. Por lo tanto, y como bien lo vimos, este ideal no se encuentra desolado más allá de nuestro propio entendimiento sino que yace impregnado de manera innata en nuestra naturaleza, dentro de nuestro ethos y por ende no me percato de otra vía más infalible para hallarlo más que la que el arte nos provee.
Por otro lado, en el arte también converge una facultad mediadora aplicable para la enemistad que existe entre la razón y la sensibilidad sobre el actuar del hombre, ya que mientras la razón se apropia del mismo, en el arte llega a resplandecer el fulgor de su carácter sensible, pero tampoco podemos excluir como intercede la razón cuando un impulso instintivo-emocional lo posee dirimiendo el caos desatado en entendimiento y fortaleza.
Y sin embargo, me inclino por pensar que al sucumbirnos en la magnificencia de la experiencia estética, ésta provoca un resplandecimiento en nosotros, una misteriosa pero maravillosa intuición que potencializa nuestro actuar, que traspasa la frontera de lo posible y se apropia de lo imposible pues en esta cualidad es donde germina “la fuerza imaginativa de creación del mundo”(Gaarder, 1995), la misma que socorre al filósofo, al físico o al médico que establecen nuevos paradigmas. Aunque no hay que dejar de apuntar que en una sociedad regida por las maravillas de la razón, la idea de una educación estética para desenterrar aquel Santo Grial de la corteza insensible del hombre supondría un amanecer más próspero y noble, o como lo planteó Marcel Proust:
“Nuestra vanidad, nuestras pasiones, nuestro espíritu de imitación, nuestra inteligencia abstracta y nuestros hábitos llevan ya mucho tiempo en operación, y es tarea arruinar esa operación suya, hacernos volver sobre nuestros pasos hasta las profundidades en las que lo que existe en verdad yace desconocido dentro de nosotros”.

Bibliografía
-Schiller, F., Kallias, Cartas sobre la educación estética del hombre, 1ra edición, Barcelona, Anthropos, 1990.
-Trías, E., et al., coordinado por Herrera Guido Rosario, Hacia una nueva ética, México, Siglo XXI: 2006.
-Gaarder, J., El mundo de Sofía, México, DF, Patria/Siruela: 1995.

La eugenesia

Andrómeda│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Andrómeda│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Nayeli Nohemi Cabrera Díaz
Preparatoria de Tonalá Norte
Participante del IV Coloquio Filosófico del SEMS 2015 “Luis Villoro”

Abstract
La eugenesia es, etimológicamente entendida, el arte del buen nacer. Partiendo de esta definición, supone una mejora y modificación en los rasgos hereditarios para ayudar al nacimiento de individuos más sanos, así como la perfección de la especie humana. Esta práctica, hoy en día se presenta como una posibilidad propiciada por los avances biotecnológicos, que apunta a objetivos terapéuticos, en principio no reprobables.
No obstante, en el presente ensayo explicaré con argumentos que el planteamiento de la eugenesia como un método para la concepción de hijos “más sanos” es contrario a la idea misma de dignidad humana, puesto que, del simple hecho de fijar de antemano “estándares de calidad” al hijo por venir, se infiere que el individuo ha merecido nacer por el mero hecho de poseer ciertas cualidades. Asimismo la eugenesia está en contraposición de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y por ende, ni es éticamente correcta su aplicación ni debe ser concebida como una opción.

Desde el comienzo de las sociedades, aún de las más primitivas, existe información acerca de la realización de prácticas eugenésicas, encaminadas a deshacerse de los infantes que nacían con alguna característica “indeseable”, comparados con quienes nacían “normales”. Se cree que la eugenesia, la selección artificial y la manipulación genética, fueron sugeridas al menos desde la época de la antigua Grecia: “En cuanto a la exposición o crianza de los hijos, debe ordenarse que no se críe a ninguno defectuoso”. (Aristóteles, 1970, p. 145)
Sin embargo, fue hasta 1883 que el término eugenesia o “buen nacer” fue acuñado por el naturalista británico Francis Galton. El interés de Galton por la eugenesia surgió poco después de la publicación del libro El origen de las especies (1859), escrito por su primo Charles Darwin. Con la convicción de que el talento, la habilidad, la inteligencia y otros factores, “corrían en las familias” y que la selección natural interviene en el ser humano de igual forma que en las demás especies. Galton sugirió que, así como el hombre había obtenido extraordinarias razas de caballos y perros, se podía mejorar la raza humana controlando la reproducción.
A pesar de esos remotos precedentes, en la actualidad las prácticas eugenésicas son una realidad, puesto que suponen una mejora y modificación en los rasgos hereditarios para ayudar al nacimiento de personas más sanas así como para la perfección de la especie humana. Sin embargo, existe un problema de dignidad humana con la eugenesia, y éste surge cuando el medio para lograr el nacimiento de un niño sano consiste en fijarle de antemano ciertas exigencias de “calidad” que debe cumplir, para tener derecho a nacer. Entonces, lo enunciado anteriormente permite plantearse la siguiente pregunta: ¿es éticamente correcta la eugenesia?
En el presente ensayo defenderé la respuesta negativa a esta pregunta. No es éticamente correcta la eugenesia. Además, tal y como lo mencionaba Paul Berg en la Conferencia de Asilomar, California, de 1975: “No todo lo científicamente posible es éticamente aceptable”. (Jouve, 2012, p. 22). Por ello es conveniente definir los conceptos involucrados en el tema, a continuación presento las definiciones, tomadas de López (1997), he considerado pertinentes para plantear el problema:
Ética: es una de las ramas de la filosofía. Se centra en la moral y elabora análisis y teorías sobre la naturaleza, la función y el valor de los juicios morales. La ética aplicada estudia los problemas morales a los que nos enfrentamos todos los días, ya sea individual o colectivamente, e intenta resolverlos o, por lo menos, hacer progresar su análisis.
Dignidad humana: es el derecho que tiene cada ser humano, de ser respetado y valorado como ser individual y social, con sus características particulares, por el solo hecho de ser persona.
Derechos humanos: son el conjunto de prerrogativas inherentes a la naturaleza de la persona, cuya realización efectiva resulta indispensable para el desarrollo integral del individuo que vive en una sociedad jurídicamente organizada. Estos derechos, establecidos en la Constitución y en las leyes, deben ser reconocidos y garantizados por el Estado.
Correcto: que es conforme a las reglas o normas sociales, libre de errores o defectos.
Bioética: es el estudio sistemático de la conducta humana en el ámbito de las ciencias de la vida y del cuidado de la salud, examinada a la luz de los valores y de los principios morales.
Recordemos pues que la pregunta es sobre si es éticamente correcta la eugenesia. Una primera observación sería que esta práctica opera sobre una degradación profunda de la procreación humana, ya que esta última viene a ser un proceso similar al de la producción de cosas y, como tal, es expuesta a un inevitable “control de calidad”. Y ese “control de calidad” es el que se aplica, sobre todo, al fruto de la procreación (los hijos). Entonces esto último da pie a suponer que los hijos ya no son queridos por sí mismos. Este enfoque, además de ser contrario a la idea misma de los derechos humanos, altera la relación entre padres e hijos, porque estos últimos pasan a ser aceptados sólo de modo condicional. ¿Cuál será el desarrollo psicológico de ese niño al saber que fue “elegido” sólo porque poseía “buenos genes” y que, de no haber sido así, hubiera sido eliminado sin el menor remordimiento? Y por otro lado, ¿la selección humana no contradice el principio según el cual todos los seres humanos tienen el mismo valor, independientemente de su estado de salud?
Un segundo argumento para defender que la eugenesia no es éticamente correcta, es que las prácticas eugenésicas han sido clasificadas en dos categorías: eugenesia positiva, que fomenta la mayor reproducción de los designados “más aptos”, y la eugenesia negativa, que desaconseja o impide la reproducción de los designados “menos aptos”. Por lo que ambas definiciones de eugenesia están en contraposición de la Declaración Universal sobre el Genoma y los Derechos Humanos que en su artículo 6, establece que nadie podrá ser objeto de discriminaciones fundadas en sus características genéticas, cuyo objeto o efecto sería atentar contra sus derechos y libertades fundamentales y el reconocimiento de su dignidad.
Por tanto, tales prácticas suponen un trato discriminatorio para todas aquellas personas que no son portadoras de “buenos genes”, violarían la libertad de las personas para reproducirse y se estaría forzando a la reproducción de las personas que en sus genes poseen características consideradas como “óptimas”. Esto, claro está, es contrario a la idea misma de dignidad humana, que supone que todo individuo tiene un valor inherente en virtud de su mera condición humana y que, por consiguiente, todos los seres humanos tienen el mismo valor.
De acuerdo con Jouve (2013), del proceso de la eugenesia surgirán los llamados bebés de diseño cuya herencia genética será seleccionada usando varias tecnologías reproductivas con el objetivo de alcanzar una óptima recombinación del material genético de sus progenitores. El solo hecho de fijar de antemano estándares de “calidad” al hijo por venir, a fin de seleccionar solamente aquellos que cumplan con los requisitos fijados deja de ser un fin en sí para convertirse en un simple medio destinado a satisfacer los deseos de los padres. La ideología eugenésica supone el paso de una cultura del “valor de la vida” a una cultura de la “calidad del producto”, es decir, a la idea de que no toda vida vale la pena de ser vivida, o para decirlo más crudamente, de que hay vidas que no tienen ningún valor en el caso de las personas que nacen con algún tipo de discapacidad.
La eugenesia acompañada de la selección y la manipulación embrionaria se ubica en el contexto de lo que se suele denominar “medicina del deseo”, es decir, de una medicina que ha abandonado su finalidad terapéutica debido a que ya no trata de prevenir o curar una enfermedad, sino que aspira, ante todo, a satisfacer los deseos y fantasmas de los individuos. En este caso, se trata no sólo de responder al deseo de tener un hijo, sino de procurar uno de una determinada “calidad”, “libre” de anomalías genéticas.
En la búsqueda desenfrenada del hijo de “buena calidad”, ¿no existe el riesgo de abandonar en el camino nociones estructurales de cualquier sociedad, como la de “padre”, “madre”, “hijo”, y en última instancia, la de “persona”? El planteamiento de la eugenesia como un método para la concepción de hijos “más sanos” es utópico porque da por hecho que la imperfección física y mental del ser humano se puede corregir por medio de la tecnología, de modo semejante a cómo se repara una máquina defectuosa. Esta actitud se olvida de que la imperfección del ser humano es constitutiva de su ser.
Aún cuando los hombres del futuro sean concebidos en laboratorios y sean preservados de la transmisión de enfermedades gracias al empleo de gametos anónimos seleccionados, aún cuando puedan vivir doscientos años o más, aún cuando se les inserten cualidades físicas y mentales especiales, ¿quién nos garantiza que serán “mejores” en el sentido más amplio de la palabra, es decir, en sentido moral? ¿Quién nos asegura, por el contrario, que no serán peores? En otras palabras, cuando la ciencia nos promete hijos de “mejor” calidad, cabe preguntarse: ¿“mejores” para qué?, ¿“mejores” en función de qué criterios?
La utopía biotecnológica nos promete eliminar las deficiencias físicas y mentales del ser humano. Pero si el precio a pagar consiste en la pérdida de libertad de los individuos predeterminados del mañana, es decir, en la degradación de su condición de “sujeto”, entonces el precio es demasiado elevado; el remedio viene a ser peor que la enfermedad. Por ello la eugenesia no es éticamente correcta.
Los seres humanos debemos tomar conciencia de que tenemos que preservar la libertad de las personas, de que no deben convertirse en meros medios para satisfacer los deseos del presente; de que cada individuo que viene al mundo debe ser visto como dotado de un valor inherente y, por tanto, su estado de salud, sus rasgos genéticos, su sexo, origen étnico o demás características particulares no son determinantes en éste. La comunidad científica debe hacer uso de otros procedimientos, orientados a prevenir y tratar eficazmente anomalías de origen genético, que sean debidamente compatibles con la dignidad humana.

Bibliografía
-Platón, La República, Madrid, Clásicos Bergua, 1966.
-Aristóteles, Política, Madrid, Instituto de Estudios Políticos, 1970.
-López, E., Ética y vida, Madrid, San Pablo, 1997.
-Jouve, N., El manantial de la vida: genes y bioética, Madrid, Encuentro, 2012.
-Gómez, F., La declaración universal de Derechos Humanos, España, Publicaciones Deusto, 2009.

Escribirnos, leer…

Escribir es una reconciliación con el yo interno con el que vivimos en conflicto. Cuando plasmamos una idea en el papel o escribimos una historia, nos acercamos más a una armonía interna y con el entorno en que nos encontramos.
La literatura es una forma de conocimiento que ayuda a concebir aspectos del mundo que de otra manera serían difíciles de explicar. Así, logramos entender de manera clara el actuar de los personajes, identificarnos con sus miedos, comprender el porqué de sus errores y gozar también con sus aciertos.
Y diremos sin temor a equivocarnos que, para los que no tendrán nada que ver con la literatura en su vida laboral, desarrolla su creatividad y los hace mejores profesionales ya que les muestra nuevas posibilidades de resolución de problemas a través de la imaginación. Para algunos otros, los impulsa a dedicarse a la literatura como carrera.
Escribir un cuento es dejar una pequeña o gran huella en el planeta. Es la forma en la que doy a conocer mi individualidad y así puedo explicar cómo siento y cómo entiendo lo que pasa fuera de mí.
Las letras nos permiten crear y compartir mundos posibles en los que estamos inmersos. Parodiando a García Riera, podemos anotar que “la literatura es mejor que la vida”. Es un espacio acogedor al que acudimos porque siempre encontraremos a un amigo-escritor-libro con el cual seguramente nos identificaremos. Los relatos que se encuentran en tus manos son producto de la creatividad y el esfuerzo de jóvenes bachilleres, que se han refugiado en este espacio esperando encontrarse con ese amigo-escritor con quien intercambiar sus huellas y sentires.
Vaivén es tuya; es un espacio de expresión en el que puedes manifestarte abiertamente a través de la literatura. No pierdas la oportunidad de hacerlo.

Javier Ponce*

*Maestro en Lengua y Literatura Mexicana. Es investigador de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado en diversos suplementos culturales y revistas de Jalisco y de la Ciudad de México como Armario, Uno más Uno y Tierra Adentro. Es director de la revista electrónica Sincronía. Profesor del Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara.

Café negro

Libertad│Juan Manuel Galindo Reyes, Preparatoria Regional de La Barca

Libertad│Juan Manuel Galindo Reyes, Preparatoria Regional de La Barca

–Una taza, ¿verdad?
–Sí, chula. Y tráeme una dona glaseada si tienes.
Termino de anotar en la libretita la orden y ensarto de nuevo la pluma entre mi pelo. Con el delantal amarrado por la cintura camino hacia la cocina, esquivando las sillas y las manos que se intentan acercar a mi falda, respirando humo de cigarro barato, me detengo para escupir el chicle a la basura que me deja un sabor amargo en la garganta.
–Qué cara, muñeca. Es viernes y tú igual de amargada, ese hombre te está matando.
–Pásame la cafetera y ahórrate el comentario, Mary, quien quita y uno de estos días sí me acaba matando y tú con tus jodidas bromas –respondo enfadada.
–Ay sí, ¡ya quisieras! Al menos dejaría de robarte todo lo que te ganas aquí a fuerza de aguantar traileros toda la noche, sirviendo café quemado y vaciando ceniceros mugrosos. Ándale, ya llévate la cafetera y las donas, y ten, la cuenta de la seis.
–Mary, te juro que a veces sólo quiero largarme de aquí…
Me da un apretón cariñoso en el hombro y siento que me duele, tengo toda la espalda hecha nudos y los pies me matan encerrados en los tacones. Necesito un cigarro. Van tres días que no puedo voltear a la derecha por una contractura en el cuello. Ojalá que Silvia traiga pomada.
Vibra la bolsa de mi falda y lo ignoro. Sirvo el café en las mesas y recibo el dinero de un tipo gordo con barba de candado. Limpio la barra con un trapo que huele a humedad. Cuando se va el hombre me encierro en el baño, reclinándome sobre el lavabo. Me veo terrible, ya no sé si mis ojeras son de ese tamaño o el delineador logró correrse hasta mis pómulos. Toco mis mejillas hundidas y trato de sonreír frente al espejo. Con el lápiz labial quebrado me veo sinceramente decadente.
Abro la llave y mojo un poco de papel para limpiarme los labios y debajo de los ojos cuando vuelve a vibrar mi celular. En la pantalla, el mismo número de siempre.
–¿Qué quieres?
–Uy, qué genio. Mira sólo hablo para decirte que ya tengo el dinero que te debía, paso por ti a la una porque tenemos que hablar, y tómate una Coca porque cuando voy siempre te estás durmiendo.
–Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Dime qué quieres y déjame el dinero con Carmen cuando puedas.
–Al rato que te vea te explico, preciosa, te voy a dar algo para que nunca te olvides de mí –responde con voz ronca– me has estado diciendo mentiras… ¿verdad? Pero no te apures, chiquita. Te las perdono todas.
Trato de decir algo, pero sólo escucho mi voz quebrada por encima del timbre de línea ocupada.
Con los dedos adoloridos suelto el teléfono y al caer al suelo se hace pedazos. Como yo.
Siento unas enormes lágrimas rodando por mis mejillas y no puedo respirar entre sollozo y sollozo. Ese malnacido se enteró, alguien le dijo lo de Armando…seguramente fue la estúpida de Carmen, ella le dijo, ¡ella le dijo! ¡Todo es su culpa! ¿Por qué me devolvería el dinero? Ese imbécil no ha hecho más que quitarme hasta el último centavo y atosigarme con sus estúpidos celos. Viene a matarme.
Me va a meter un plomazo antes de explicarle, no voy a ver ni un peso venir de él. Se va a escuchar el disparo, me va a agarrar del cuello y va a torcérmelo como gallina, va a taparme la boca con un mugroso paliacate y a media carretera me va a pasar por encima con su motocicleta. Y después va a ir por Armando… le invitará una copa, lo va a poner borracho mientras cantan en un bar y entonces le dará un golpe en la nuca, ¡lo va a matar! ¡Nos va a matar a los dos por culpa de la tonta, tonta, tonta de Carmen!
–Paty… ¿todo bien? Dejaste dos mesas a medias, ya salte del baño.
–Sí, Mary, espérame poquito, es que me dieron como náuseas pero ya estoy bien.
–Traigo una pastilla, ¿no quieres?
Quiero doscientas.
–No, no te apures, ahorita salgo -digo secándome la cara.
Salgo del baño con los pedacitos de celular en el bolsillo y le tomo la orden a dos mesas más. Miro el reloj, cuarto para la una.
Abro la persiana de la cocina y me asomo, pasan un par de coches por la carretera haciendo líneas de luz sobre la oscuridad. Al anuncio fluorescente de la gasolinera le parpadea la “s” desde la semana pasada.
Va a matarme, o ni siquiera eso. Me quitará todas mis cosas, me va a pegar y a dejar por ahí en un baldío para que ni los perros me oigan llorar. O no… ya sé…seguramente me va a amenazar con decirle a todos lo que pasó con Armando… y yo, yo le voy a llorar y a pedir de rodillas que no, que no le diga a nadie, que le seguiré dando el dinero cada mes, todo el que necesite, que agarre de mis cigarros, que viva conmigo otra vez. Me va a traer como su títere, me va a agarrar a cachetadas cuando le dé la gana y yo no voy a decir nada, me lo voy a aguantar todo porque todo fue mi culpa…
–Paty, mija ya vete, te ves toda malita. Ándale, a descansar a tu casa, yo te cubro las mesas que faltan, ¿sí? Échate un cigarro, duerme bien, me saludas a tu hermana y mañana nos vemos.
–¿De veras, Mary?
–Córrele, niña. Antes de que me arrepienta –dice con una sonrisa.
Me sostengo temblorosa sobre las piernas mientras recojo mi chamarra y mi bolsa de los vestidores. Con los dedos helados, mientras salgo por la puerta de atrás, me pongo un cigarro en la boca y le acerco la flama del encendedor al otro extremo.
Ya no puedo, no aguanto esto. Me largo, tomo un camión a Tijuana y ya estuvo, seguro que alguna tía me recibe, me pongo a trabajar y le salgo a esto, me le zafo a este hombre.
Una, dos, tres motocicletas.
Ninguna es la suya. Ándale, Paty, anímate, lárgate. Déjalo todo, que al cabo no tienes nada.
–¿A quién esperas, preciosa?
Le brillan los ojos, se baja de la moto y se me acerca. Mugroso, con su barba de tres días, con sus manos que hacen moretes, con sus dientes que me sonríen, con esos mismos se come todo mi dinero, con esos malditos dedos me aprieta los cigarros en la pantorrilla hasta que se apagan.
Y yo, con estas manos trato de zafarme todas las noches, pero ya no.
Retrocedo un par de pasos temblando. Me encuentro con la pared de la cafetería y me quedo así, buscando con las manos. Tentando a ciegas lo rugoso de la pared hasta que lo encuentro.
Aprieto fuerte el tubo que traigo tras la espalda, hasta que me duelen los dedos. Se acerca, uno, dos, tres, cuatro pasos.
Me mira extraño, se acerca más. Mi pecho se alza frenéticamente. Doy primero en la cabeza y miro cómo se tambalea desconcertado, grito del miedo y le doy en la cara viéndolo escupir un diente. Cada vez más asustada golpeo en las costillas, detrás de las rodillas, en el estómago y cae al suelo.
Se aprieta fuerte el abdomen, parece que va a vomitar y me detengo para verlo. Acurrucado en el suelo, pujando y gimiendo de dolor. Así hasta parece humano, así hasta se parece a mí. Y golpeo más fuerte, más rápido. Quiero gritarle pero no tengo aire. Pateo su nuca y su nariz comienza a sangrar al tiempo que con las manos trata de tomar el tubo, trata de cubrirse la cara. Vuelvo a golpear en su cabeza y la deja caer.
Un último golpe. Me miro las manos. Tengo los dedos morados y las uñas levantadas. Me acerco temblando, horrorizada. Toco muy suave su cuello y no siento nada. Me acerco a su boca y su nariz, pero no respira. Da asco. Entre los moretones no se distinguen sus facciones. Los huesos de los pómulos asomándose por la piel abierta. El labio de abajo deja ver un diente que cuelga, apenas sostenido por la encía.
Tengo que correr, nadie me va a arrebatar este momento. Ni la policía, ni un par de ojos curiosos. Nadie me va a culpar de nada porque hice lo correcto. Siento que se me sale el corazón del pecho mientras tomo mis zapatos con una mano y con la otra mi bolsa. No sé a dónde ir, pero no puedo quedarme. Empiezo a correr por la banqueta de locales aislados con luces opacas. No puedo ir así hasta la central de autobuses. Tendré que cruzar. Encontraré algún tráiler que me lleve, una camioneta de carga. Siento las manos sucias.
Corro con la boca abierta intentando respirar. La acera termina con la desviación de retorno de la carretera. Está tan solo y oscuro aquí que sólo logro ver el otro lado. No me detengo a pensarlo y me dirijo hacia ahí. Atravieso el pavimento con zancadas torpes hasta que se dobla mi tobillo y caigo de bruces contra el suelo.
Veo dos luces blancas que se acercan. Escucho el sonido creciente de un motor de diésel. No podré levantarme, ya no queda nada qué hacer. Suelto mis zapatos, dejo caer la cabeza. Lo recibo.

Selene María Flores Camacho
Preparatoria 12

Nube

4:30 a.m. Hotel.
Suena la alarma y con la mano derecha, por debajo de las sábanas, la apago. Con la misma mano me rasco la cabeza después. Enciendo la televisión en el noticiero mientras tomo una toalla blanca con letritas doradas en la esquina derecha, y escucho la monótona voz del conductor de todos los días, hablando de la misma crisis que azota a los mismos países, la misma pobreza que desmorona los mismos barrios en temporada de lluvia.

Ansiedad│Elías Pablo Zepeda Rodríguez, Preparatoria 7

Ansiedad│Elías Pablo Zepeda Rodríguez, Preparatoria 7

Agosto, no es buen tiempo para volar, pero es mi favorito.
Abro la llave derecha solamente y me pongo bajo el chorro de agua fría tallándome los ojos, destapo el champú y me pongo bastante en la mano con la que me empiezo a frotar el cabello. Lo enjuago.
Tengo sueño. Me tallo con el jabón líquido el resto del cuerpo y termino mi baño abriendo un poco el agua caliente. Salgo envuelto en la toalla y meto la loción para manos del hotel en la maleta junto con las burbujas de la bañera, antes de cerrarla saco mi uniforme y me lo pongo llevando bajo el brazo el sombrero.
5:23 a.m. Hora de salir.
Antes de apagar la televisión el presentador dice: “Avión se desploma esta mañana mientras cruzaba el Atlántico, cuarenta y dos fallecidos repor…”.
5:24 a.m. Se termina.
Salgo de la habitación del hotel al pasillo, doblo tres veces a la derecha, una vez a la izquierda, las ruedas de la valija se atoran dos veces en la alfombra azul marino.
Presiono la tecla que dice lobby y bajo siete pisos en silencio, cuando las puertas se abren me recibe el bullicio natural de Nueva York, tan gris, aburrida y ruidosa que no me da tiempo de extrañarla. Pregunto en recepción por mi taxi, devuelvo la llave del cuarto a la señorita que me atiende y ella señala el auto amarillo estacionado en la acera de enfrente. Subo al viejo Volkswagen y empezamos a andar.
7:11 a.m. Prefiero volar.
Presento en la entrada del aeropuerto mi identificación y en el baskin robins alguien me hace señas para que me acerque. Es Cliff.
–¡Ben! Qué bien que llegas, justo Marvin y yo planeábamos algo, los tres una semana a Las Bahamas, ¿qué dices? Llevaré a Michelle y a los niños este verano y deberíamos de sentarnos del otro lado de la cabina alguna vez. ¡El oficio nos está matando! -ríe.
–Lo siento, Cliff, agenda llena –digo mientras pido un café en el mostrador.
Dicen más cosas intentando persuadirme pero me siento desconectado, aún tengo sueño, supongo. No tengo ganas de discutir sobre vacaciones cuando veo a diario cientos de personas con sus bermudas tomándose fotos en las tiendas del aeropuerto. Quizá será mejor dejarlas para después, iré otro día.
A otro lado, muy lejos. Miro el reloj de mi muñeca izquierda y faltan diez a las ocho, apronto a Cliff para ir al andén a hacer las pruebas antes del vuelo de hoy y nos despedimos de Marvin que comienza hasta la tarde.
Lisa, la mujer de seguridad que siempre nos inspecciona antes de abordar, nos saluda alegremente mientras Cliff la vuelve a invitar a cenar y ella vuelve a decir que no señalando su anillo de compromiso.
–Vamos, muñeca, ¿qué tiene de malo una cena entre dos amigos casados?
Ella sólo ríe y nos da permiso de pasar, atravesamos ya sin las maletas por el tubo de goma que conecta al edificio con el avión y entramos al cuarto de control. Me siento en el asiento de la izquierda, de piloto. Cliff se acomoda a mi derecha. Hacemos las revisiones de rutina.
–Los controles se ven bien –digo.
–Pero tú te ves horrible, te digo que te faltan vacaciones.
Creo que dice más cosas pero no lo escucho en realidad, en cuestión de minutos vendrá cualquier sobrecargo con exceso de maquillaje (que seguro ya se habrá acostado con Cliff) a decirnos que se han dado las instrucciones de seguridad y por su parte podemos despegar.
8:41 a.m. Intercambio.
El avión corre… corre por la pista.
Hace tanto que no corro, dejé todo por volar… por volar… (les habla el segundo al mando de la nave, estamos por despegar del suelo hasta alcanzar una altura aproximada de trece mil pies sobre el niv…) volar, volar como hacen los pájaros, como no hago yo.
Dejamos de sentir el suelo, volvemos a mirar los controles.
Despegamos las llantas del asfalto (les recordamos que el cinturón de seguridad debe permanecer…), despegamos los pies de la tierra.
9:03 a.m. Aquí de nuevo.
Llegamos a la orilla de la costa y veo el mar, lo azul que es el mar y me impresiono de nuevo, porque otra vez me he sentido perdido, como tantas otras desde que trabajo en esto, en medio de la inmensidad.
Sin diferenciar al agua del cielo, a las nubes de las olas. ¿Vacaciones en Las Bahamas? Aquí son mis vacaciones. Perdido.
–Oye, Ben, el radar está señalando otra dirección, ¿qué crees que sea?
–Seguro no es nada, alguien debe tener un celular encendido, ya ves que nunca falta –sonrío.
–Sí, debe ser eso.
Estoy volando, ayer volé y mañana lo haré de nuevo. Pero volar no es suficiente, yo quiero quedarme aquí, ¿aquí? No sé, no sé si aquí, es que estoy perdido.
–Escuché que en el aeropuerto al que arribamos esta tarde tiene un restaurante italiano excelente, deberíamos pasar a cenar, ¿no crees? –se acomoda los audífonos.
No tengo hambre, no me apetece, sólo asiento con la cabeza. Mi cabeza que se va despegando de mí, idéntica a la sensación de despegar las ruedas de la pista, de saltar al vacío sin vacío alguno, sólo flotando. Mi cabeza que desprende de mi cuello, mi cuello de los hombros a su vez.
No me decido sobre las vacaciones. Me gustan las nubes, flotan todo el tiempo, no aterrizan ni dejan de existir. Y en cambio el agua, el agua es el nítido reflejo del cielo que tanto me gusta y puede estar en paz, serena, o decidirse a azotar la costa. Si tan sólo pudiera tener mis vacaciones aquí, flotando justo en medio de ambos.
–Ben, la velocidad está bajando.
Aquí puedo verlo todo tan claro, éstas son mis vacaciones, es mi cuerpo el que flota y no el avión. Pierdo el peso y dejo de sentir la gravedad.
Bajan las máscaras de oxígeno, un bebé llora, sacan por la fuerza a una mujer del sanitario, salen de los asientos chalecos naranjas.
–Ben, Ben, ¿qué estás haciendo? Capitán Ben…
–¡Mira las nubes, Cliff! Me hago uno con ellas, mira mi cuerpo, mira a través de él, mira cómo absorbo la luz del sol.
Y floto, nunca caigo, estoy en medio de lo que soy, y soy justo lo que quiero.
Soy nube. Soy cuarenta y dos nubes.
4:30 a.m. Rutina.
Suena la alarma y con la mano derecha, por debajo de las sábanas, la apago. Con la misma mano me rasco la cabeza después. Enciendo el televisor en el noticiero mientras tomo una toalla blanca con letritas doradas en la esquina derecha, y escucho la monótona voz del conductor de todos los días, hablando de la misma crisis que azota a los mismos países, la misma pobreza que desmorona los mismos barrios en temporada de lluvia.
5:23 a.m. Termino.
Antes de apagar la televisión el conductor dice: “Avión se desploma esta mañana mientras cruzaba el Atlántico, cuarenta y dos fallecidos repor…”.
Y la apago.

Selene María Flores Camacho
Preparatoria 12

Chingado

No disparen por favor. Y nadie disparó. Llevaba Carmelo a la virgen de Guadalupe en la espalda. Los pies con costras. La cara quemada por el sol. Cuando suplicó que no dispararan, lo hizo con una sinceridad enorme, no queriendo escaparse de la propia muerte, sino más bien de la vida. Me atrevo a decir que fue eso lo que conmovió a los soldados, que no dispararon, que mantuvieron sus armas apuntando, mas sin ninguna intención de abrir fuego. Y Carmelo pasó sin apresurarse en medio de todos ellos. Y la virgencita mantenía su mirada fija en algún punto lejano.
Ni federales ni revolucionarios se atrevieron a emitir ruido alguno mientras pasaba Carmelo. Sin embargo, ¿era él por quien luchaban? Descalzo, moreno, chaparro, con callos en pies y manos. Sudoroso y con costras. Con tierra pegada en todo el cuerpo. Llevaba a la virgen, pesadísima, en la espalda. ¿Por qué? ¿A dónde iba? Pero sobre todo ¿de dónde había salido? No se podía imaginar a ese hombre siendo un niño. Tal vez un adolescente.
Ni remotamente. No pudo haber nacido de ninguna mujer. Su caminar lento, a la vez tímido y estoico, no pudo haber nacido así como así. No era por él por el que ninguno de los dos bandos luchaba. No podía ser. Y si era él…
No podía. Porque era muy parecido a ellos. Y cada vez era más insoportable mirarlo. Y no se iba, y no se iba. Pero no podían disparar. Porque él pidió que no lo hicieran. Y nadie lo hacía. Pero mirarlo a él era más y más incómodo. Asqueroso. Como mirar una herida abierta, sangrante, podrida. Una herida propia. ¿De dónde venía ese hombre? ¿De qué pueblo? ¿De qué tierra? Era claro que había nacido de un huevo. O quién sabe. En algún lugar, un campesino de barro tiene plantíos y plantíos donde cosecha personas. Ara la tierra y mete ahí cualquier cosa que se le ocurra. Lo que sale de ahí, son esos hombres chaparros, morenos, con la vista hacia abajo y con una virgen de Guadalupe en la espalda.
Los soldados retrocedían cuando el hombre se acercaba demasiado. Como si estuviera enfermo. Enfermo de simplemente ser él. Enfermo de ser mexicano. Enfermo de llevar una virgen, como un tumor, acá en la espalda, y enfermo de no querer que le disparen.
¿A dónde iba? Ése era otro misterio. Pues se estaba internando en el monte. ¿Encontraría la basílica en algún momento? ¿O llevaba la figura a algún pueblo, a alguna familia, a algún altar en el cerro? ¿Sabía siquiera a dónde iba? Tal vez agarró la estatua de virgen, se la cargó en la espalda, y empezó a caminar sin rumbo definido sólo porque sí.
La calma se iba rompiendo. Porque cada pregunta que generaba el caminar lento de Carmelo, generaba preguntas a los soldados sobre sí mismos. ¿A dónde iban ellos? ¿Qué haría cualquiera de los dos bandos si ganaba? ¿Por qué? ¿Era por Carmelo por quien luchaban? ¿Esos eran ellos? ¿Carmelo podría representarlos? Pero por supuesto que no. Porque camina lento. Con la vista agachada, sin zapatos, y porque no nació de una mujer.
Todos empezaron a cuestionarse de dónde habían salido. Quizás de los mismos cultivos del campesino de barro. Quizá ellos también agachaban la vista, cargaban virgencitas en la espalda y temían que les disparasen. Dudaron, aunque suena a blasfemia, de su propia madre. ¿De verdad era aquella mujer sagrada quien los había parido? Sintieron que su madre en realidad estaba ahí, sobre la espalda de Carmelo. Vieron su propio nacimiento. Vieron sangrar la vagina de la virgen. Como se supone que sangra cada mes. No hay blasfemia en eso. Porque de ahí nacieron. De su útero. Todos. Y la cara de sus madres sustituyó a la cara de yeso de la virgen. Y respiró. ¡Carmelo estaba secuestrando a sus madres! Por eso su paso tan pesado. Por eso su mirada al piso. Su paso lento. Por eso.
Un terror silencioso se extendió entre todos. Si aquel era el hombre por el que luchaban ¿Qué eran ellos?
Carmelo no se iba. Con sus madres en la espalda. Seguía caminando lento. Y los soldados sólo querían que se llevara a esa mujer. Sagrada y repudiable. Del corazón hinchado hasta desgarrarse. De la vagina violada y el útero profanado.
Los hijos de la chingada vieron a la chingada ahí encima. La vieron a los ojos. Viva. Respirando. La vieron sobre ellos mismos. Sobre Carmelo, hundiéndolo. Y sintieron pena por él. Por ellos. Pero él avanzaba para ella. Si no, se quedaría parado.
¿Cómo ayudarlo? Su destino era ése. Estar peleando constantemente contra todo. Ser una víctima por decisión. Que sus pies y sus manos sangren y sangren.
¿Cómo ayudarlo? ¿Cómo ayudarse?
Carmelo siguió caminando. Igual de lento. Y no se alteró cuando todo el pelotón de ambos bandos lo acribilló con balazos de pánico. Quedó a mitad del monte, sangrando, con pedacera de virgen sobre su cuerpo. Tizne blanco de yeso. Muerto. Violado. Chingado.

Mario Balam Morgado Olvera
Preparatoria 12

Déjà vu

Sigue tu camino│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Sigue tu camino│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Era mediodía cuando Rubén llegó a la casa. Trató con dos llaves antes de dar con la indicada. La casa era de dos pisos, estaba a un metro de la banqueta, ahí debería haber un jardín pero nadie se molestó en regarlo. La pintura azul cielo de las paredes se estaba descarapelando y por las ventanas se veía una cortina naranja a rayas en muy mal estado. Al entrar, Rubén notó que no estaba tan mal como pensaba. La imaginaba llena de basura, hasta el techo, y pilas de tiliches por todos lados. Sin embargo, lo que se encontró fue con unos cuantos muebles cubiertos por una capa gruesa de polvo. Su trabajo se había reducido rápidamente, al menos como lo había imaginado.
Así, un poco más animado, decidió dar una vuelta rápida por el lugar. La sala estaba pintada de color naranja combinando con las cortinas. Había dos sillones, uno grande y antiguo, roto de los respaldos; el otro era un sofá individual de cuero. También había una mesita en el centro. En la cocina, a diferencia del resto de la casa, quedaban trastes del propietario anterior. Había trastes apilados en el lavabo, y del refrigerador emanaba un fuerte hedor; decidió que empezaría por ahí. Tenía que limpiar la casa y arreglar todo lo que se necesitara, la tendría que pintar y redecorar si quería que alguien la rentara o, en el mejor de los casos, la comprara. Éste era el primer día de muchos en la reparación de la vieja casa.
Hace más de un mes que era el dueño de la casa, la heredó de su padre al morir; pero ésta era la segunda vez en su vida que la visitaba. No había podido ir antes porque sus estudios en el último año de la universidad se lo impedían. Decidió que se encargaría de la casa cuando estuviera de vacaciones, se haría cargo en ese pequeño tiempo de transición entre su época escolar y el resto de su vida. Se había graduado de médico veterinario y ya tenía un trabajo seguro en una modesta clínica a las afueras de la ciudad; quizá no se volvería rico, pero no lo hacía por el dinero.
Cuando subía al segundo piso notó que unas cajas apiladas estaban debajo de las escaleras. Las movió, eran seis. Había dos cajas grandes del tamaño de una estufa y las otras eran medianas. Abrió una de éstas y se dio cuenta que eran objetos de inquilinos que habían pasado por la casa.
Dio una mirada rápida al resto de las cajas. Las grandes estaban muy pesadas y cuando las abrió, estaban llenas de sábanas, cobijas y ropa, todas repletas de polillas. Las cosas interesantes estaban en las cajas pequeñas. Decidió que después de mirar comenzaría la limpieza y luego se dedicaría a curiosear las cajas.
Eran las tres de la tarde cuando Rubén se sentó en el sofá de cuero (ahora limpio) a ver las cajas pequeñas. El sol empezaba a sofocar la tarde, se sentía un calor bochornoso en esa casa sin ventilación. Empezó a sentir hambre, marcó a la operadora para que le dieran el número de la pizzería, ordenó y, mientras llegaba su pizza comenzó a curiosear las cajas. Se dio cuenta que muchos de los libros que había visto eran en realidad álbumes fotográficos; el primero que vio contenía solamente fotos, repetida una y otra vez, era algo grueso, lleno de fotos con la fecha del 23 de febrero de 1986, al parecer tomada de un periódico. Los otros eran álbumes normales. En el fondo de la caja había muchos negativos sin revelar. El calor de la tarde y el hambre hicieron que se quedara dormido en el sofá.
Despertó con el sonido del repartidor tocando. Fue y pagó. Mientras comía comenzó a ver la segunda caja, ésta le parecía mucho más interesante, contenía muchos vinilos sin rotular, aunque estaban en mal estado. A él le gustaba coleccionarlos. Deseó poner uno para ver si servían y saber de qué música se trataba pero no había tocadiscos. También había una máquina de escribir y varios cuadernos. Tomó el primero, era uno rojo de pasta dura, al abrirlo notó que en el interior de la tapa superior había muchas líneas llenas en grupos de cinco como si se llevara la cuenta de algo. Rubén no los contó pero había fácilmente unos 600 rayones. Empezó a hojearlo y se dio cuenta que se trataba de un diario. No leía hoja por hoja pero intuyó que se trataba del diario de un escritor. En muchas páginas ponía ideas encerradas en círculo como para recordarlo más tarde: “chicas asesinas”, “pepenador descubre cuerpo”, “detective-múltiple personalidad-asesino”. Todos los libros que había en la caja eran libros de misterio lo que le pareció muy natural. Lo que le pareció extraño era que de la mitad del diario en adelante todas las entradas comenzaban con la misma fecha “12 de octubre de 1999”. Se dio cuenta de eso cuando pasó rápido todas las hojas. Decidió ir a la última entrada antes de esta fecha, era del 10 de octubre. Se recargó en el sofá para leer mientras comía otra rebanada de pizza.
“Conseguí rentar una casa, que dicen está maldita, pienso que vivir ahí un par de meses será la inspiración perfecta para mi nueva novela”. Le pareció interesante y siguió con la siguiente entrada: “Primer día en la casa, investigué un poco y resulta que todas las personas que han vivido aquí terminan muertas, la mayoría se suicida, pero no creo que los fantasmas estén rondando por aquí y si lo están no creo que sean problema. Hoy me voy a instalar y mañana empezaré a escribir, ya tengo un par de ideas”.
Al final de esa página se leían dos notas: “suicida arrepentido” y “asesino en el sótano”. La siguiente página decía exactamente lo mismo que la primera pero ya no estaban las notas del final, en una tercera página se leía: “Tengo un déjà vu. Cada noche voy a dormir y amanezco de nuevo en el día anterior, el primer par de noches no me lo quería creer, pensé que era un sueño pero hoy hice un experimento antes de dormir. Tomé los platos del fregador y los rompí en el sueño. Cuando desperté estaban en el fregador intactos”.
Rubén empezó a intrigarse y hojeó los demás cuadernos, pero eran sólo diarios normales y otros eran cuadernos de borradores. Empezó a sospechar que quizá ese diario era falso, parte de una novela en proceso. Así que se saltó las páginas para leer entradas al azar.
“He intentado mantenerme despierto, lo que más he durado han sido tres días, pero en cuanto duermo vuelvo al maldito primer día que llegue a la casa. Hay cosas que sí permanecen al día siguiente, como todo lo que escribo en este cuaderno, también cuando reparé la puerta del piso de arriba amaneció reparada… me estoy hartando de comer la misma mierda todos los días, pero si voy y compro algo a la tienda, al día siguiente desaparece”.
Rubén, fascinado por el diario, los vinilos y los demás objetos de las cajas perdió la noción del tiempo. Ya eran casi las siete de la noche. El camino a su casa era de dos horas y ciertamente no quería pasar la noche en esa casa maldita, así que subió a su coche una caja con el diario y el resto lo depositó en el basurero. Cerró la casa y decidió que continuaría al siguiente día.
En su casa cenó como era debido, tomó una ducha y se acostó en la cama alrededor de las doce de la noche. Tenía el televisor encendido pero continuaba leyendo el diario: “Le pregunté al dueño que si tenía las cosas de los anteriores propietarios, le dije que era para mi libro y me dijo que me las traería mañana, me quedé despierto y me las trajo. Me preguntó si me encontraba bien, no me creería de todos modos. Las malditas cajas siguen aquí, todos se deshace en la noche pero las malditas cajas siguen aquí… estoy empezando a desesperarme, fui a la iglesia y después de horas de explicarle, el padre me creyó. Dijo que mañana vendría a bendecir la casa, pero mañana no recordará nada.
“Viendo las cosas del antiguo propietario, me di cuenta que a él le pasó lo mismo, en uno de sus álbumes tiene fotos del mismo día, verificó la fecha del mismo periódico una y otra vez; yo llevo la cuenta de más o menos un año y medio atrapado aquí, pero vi la última foto de ese álbum y el reverso decía ‘16 años, ya no puedo más’. El tipo duró 16 años aquí, no sé cuánto más dure yo… la maldita casa, rompí un vidrio y al ‘día siguiente’ estaba arreglado pero mi mano sí amaneció lastimada, LA MALDITA CASA QUIERO QUE SUFRA.
“Me he largado cien veces, me alejo todo lo humanamente posible pero por más que dure despierto, tan pronto como voy a dormir, despierto en la maldita casa, en el mismo maldito día… Compré un arma, tardé mucho en convencer al tipo, le dije que le entregaría mi permiso al día siguiente pero no importa, nada eso recordará. Cuando sea de mañana y la pistola no esté”.
Rubén se acercaba al final del diario. En la última entrada se leía: “12 de octubre de 1999. He contado dos años, quizá pasó más o menos tiempo, ya no tengo noción del tiempo, la pistola sí amaneció aquí”. Eso era todo, el final del diario. Rubén se quedó perplejo, confundido e intrigado. Quería saber más; si era una novela quería leerla toda. Si era un diario quería saber lo que le pasó al autor. Pero ya era muy noche, decidió que mañana buscaría más en las cajas, estaba muy confundido y quería ver si dejó algún cuaderno en la casa.
Apagó la televisión, se lavó los dientes y fue a dormir.

Alex Emmanuel Castañeda Barragán
Preparatoria Regional de Puerto Vallarta

Atrapado en Hamlet

Sin título│Andrea Azucena Avelar Barragán, Preparatoria 2

Sin título│Andrea Azucena Avelar Barragán, Preparatoria 2

Finalmente se convirtió en rey de Dinamarca. En su audaz disfraz, acudió a la gala del Marqués. La máscara le apretaba, era el único problema, pero era un requisito. La sostuvo con la mirada durante todo el baile, hasta morirse de cansancio. Hamlet se apoderó de él… jamás pudo quitarse la máscara.

Christian Geovanni Nuño Hurtado
Preparatoria 6