Su muerte

21 de septiembre

Me encanta escribir en este diario, cada vez me acostumbro más. Antes de formar una familia, tenía el sueño tonto de compartirle al mundo mis historias. Esperaba cumplir muchas metas y hacer todo lo que mi mente pensaba cuando estaba sobre la almohada. Pero no fue así y, honestamente, creo que con lo que acaba de pasar, ya jamás lo haré de nuevo…
No redacté únicamente lo que me alegró, también impregné la suma de palabras que expresaban aquello que me dejó un irrellenable vacío en el pecho, lo que destrozaba mi alma cual chacal feroz que ataca y devora a su presa indefensa, incluso lo que me frustraba o emocionaba. Hoy no sé cómo sentirme… o quizá sí. 
Encontraron el cuerpo de mi hija.  Lo dejaron en un lote que queda a treinta minutos de la casa. Más tarde detuvieron a mi yerno; afortunadamente encontraron los papeles del coche, estaban a su nombre. “Lo adquirió hace un par de días”, nos dijo el investigador.
Antes solo había sospechas sobre él, pero los policías lograron conseguir una «prueba sólida». Lo llevaron a la cárcel y ahora solo esperamos que un juez dé el fallo en su contra.
Fue sumamente complicado para los investigadores dar con él; escuché que una vez uno de ellos gritó por la desesperación. Nos abrazó y nos dijo que estaría completamente derrotado si algo así le ocurriera a su pequeña de cuatro años, y que por ella no descansaría hasta dar con el responsable.
Recuerdo que el investigador me dijo: “no encontramos rastro alguno de ADN en el cuerpo de su hija, estaba destrozado. Lamento informarle que el responsable la torturó; su cráneo está partido, recibió muchos golpes; sus manos fueron atadas por horas, supongo que usó cables para retenerle”.
 

18 de septiembre


Se convirtió en el sospechoso principal.
Hoy me acerqué al investigador porque lo que dijo mi esposa me hizo dudar de alguien. Estaban investigando a nuestro vecino porque es una sombra en el vecindario, “un misterio que causa escalofríos” según mi esposa y un “loco” para el resto de nuestros vecinos. Pero yo no dudo de él, desconfío de mi yerno. Él llevaba seis meses con nuestra pequeñita hermosa y nunca pudimos comprobar nada de lo que nos decía. Era un foráneo que llegó de intercambio a su universidad. No tenía familia aquí, era un extraño que paseaba por nuestra casa cada que mi hija le invitaba. Maldigo el momento en que cruzaron miradas.
Llegó un anonimato a mi casa. Eran letras al azar sobre un papel manchado de grasa que olía a gasolina, polvo y mugre. En el centro contenía una coordenada que indicaba un lugar que había sido abandonado hace algunos años.
Cuando los oficiales arribaron al lugar indicado se encontraron con la escena del crimen (como le llaman ellos). Era un edificio, deshabitado por las condiciones indignas de vida y por la enorme tasa de inseguridad que había en la zona. Dentro de él, encontraron una mordaza, cables enrollados, un líquido bermellón que cubría casi todo un cuarto y un estuche de herramientas que se encontraba completamente vacío.
Sobre una mesa que yacía abandonada en el lugar, se encontraron varios objetos: unas flores, dos copas de vino, una botella de Santo Tomás Merlot, comida que empezaba a presentar signos de descomposición, un ramo de begonias y una canastita de dulces Laposse.
Todo se encontraba desordenado; los investigadores nos dijeron que posiblemente hubo una pelea entre mi hija y su agresor o agresores. Me dijeron que era muy probable que no la volviera a ver, porque la sangre podría ser suya y, en caso de serlo, era casi imposible que hubiera podido sobrevivir a la violencia que sufrió. Ese golpe fue muy duro para mí, imaginé en ese momento el dolor por el que pasara mi pequeñita.
Me sentí triste y salí del lugar. Mi esposa estaba esperándome, pero intentaba quitar de su camino a uno de los policías. Le dije que era mejor que nos fuéramos, pero de un instante a otro ella había logrado pasar. Fui corriendo tras de ella, pero era tarde… Lo vio todo. Dijo que todo aquello que estaba en la mesa eran cosas que le gustaban a nuestra Marlene. El policía calló un momento y nadie dijo nada. Escuché que en el fondo el investigador y un policía secreteaban. Seguramente comenzaban a sospechar de alguien más o tenían otra pista.  No perdí el tiempo, me acerqué. Le dije en voz baja que posiblemente el responsable era su novio, una bestia que la controlaba y le ordenaba qué hacer.
El investigador me llevó a otro lugar para decirme que era extraño que el responsable decidiera dejarlo todo aquí como si se burlara, ya que no había dejado rastro alguno. Me aseguró que lo que creía era posible, ya que suponía que el villano de esta historia la tenía vigilada y analizada, que era cercano y que había planeado esto desde hacía tiempo.
 
15 de septiembre


Todo salió mal, maldición, no era mi intención hacerlo. Todo fue su culpa. Si ella hubiera aceptado huir conmigo, nada de esto estaría pasando; su piel no estaría fría, sus manos seguirían acariciando mis mejillas al darme un abrazo, su sonrisa brillaría, sus ojos desprenderían aquel brillo divino que solo ella podía darme… Pero todo salió mal. ¿Por qué tuvo que elegirlo a él? ¿Por qué?
Estoy seguro de que soy mejor que ese foráneo. No sé qué le ve a su noviecito, yo sí la merezco y la amo más cada día. Pero me dijo que estaba loco. Se echó a llorar cuando le confesé mi amor, el amor más puro que puede existir, el de un padre a su hija, ¿o no dicen eso siempre?
Ella prefirió caminar hacia la salida de aquel edificio abandonado. Veía cómo sus piernas caminaban forzadamente. Su rostro estaba pálido. Su mano izquierda temblaba y el puño derecho lo mantenía cerrado. Cuando casi llegaba a la salida, la tiré del cabello. La empujé contra la mesa y quedó inconsciente por unos minutos. Despertó y me gritó que estaba loco. No pude contenerme más, ni siquiera sé qué pasó en ese momento. Cuando regresé a la realidad, ella ya no estaba más en este mundo; su cráneo estaba partido. En mi mano sujetaba una llave de metal. Ni siquiera recuerdo haberla sacado de mi estuche.
No sé si lo peor fue verla atada y golpeada o pensar en lo que había provocado.
Fue una lástima que nuestro amor solo existiera en mi mente. Ella debió aceptar irse conmigo y dejarlo a él, yo sé que me amaba. Ella siempre se despedía de mí con un beso y un abrazo, y me decía que me quería, yo sé que me amaba como yo a ella… Pero todo fue culpa de él. Ese maldito hizo que cambiara conmigo y ahora no me queda más que alterar el plan b. Debo culparlo de su muerte pues, si ella no hubiera decidido salir huyendo, yo jamás habría perdido el control. Tuve que limpiar todo y, aunque siento que lo hice bien, no puedo evitar pensar que dejé una pista.
 
14 de septiembre


Mañana es el gran día, estoy completamente emocionado. Finalmente tendré a solas al amor de mi vida. Sé que algunos no lo aceptarán, pero nada de eso me importa si tengo sus bellos ojos mirándome. Sin duda me encuentro muy nervioso, me tiemblan hasta las rodillas.  Después de 17 años de casados, hoy fue la primera vez que le mentí a mi mujer. Le dije que mañana debo llegar temprano al taller porque hay mucho trabajo, pero en realidad planeo salir temprano de casa para que el tiempo no me gane. Ya tengo muchas cosas en orden, pero me falta llevar la comida y las flores al lugar. Pensé en usar una nevera o algo por el estilo, pero sé que le encantará más que su comida esté fresca y llena de amor.
He preparado un plan alternativo, espero que no sea necesario usarlo. De hecho, estoy muy seguro de que mi pequeña me aceptará y finalmente confesará que me ama y me desea de la misma manera que yo a ella. Pero si algo falla, culparé al responsable de la distancia entre mi hija y yo, su novio. Ella y yo nos iremos a otro lugar, luego regresaré para decir que la secuestró o algo por el estilo, así podré ganar tiempo para convencerla de que nuestro amor es lo mejor que nos pasará en la vida.
Sin duda fue difícil robar su cartera y cambiar los datos del automóvil, pero todo se vuelve más sencillo cuando los encargados hacen menos preguntas, cuando te presentas como su mecánico.  En fin, me iré a dormir porque mañana será el inicio de una nueva etapa.

Rocío Alvarado Sánchez

Preparatoria 5

TOC


Allá en lo alto… | Ximena Elizabeth Parra González. Preparatoria Regional de Etzatlán

Las manos me sangraban, el agua me ardía. Estaba sufriendo, pero necesitaba estar limpia, necesitaba complacerlo pues de eso iba mi vida.

Érick Michel Chávez Núñez

Preparatoria 19

Contestaré

Fiesta de luces | Ximena Elizabeth parra González. Preparatoria Regional de Etzatlán

Me encuentro solo en la oscuridad, trabajando enfrente de un ordenador. De pronto, recibo una llamada. ¡Oh, es mi padre! Bueno, contestaré a ver qué sucede. Al momento de atender la llamada, escucho cómo mi padre me empieza a gritar por ayuda, con demasiada ansiedad y desesperación, y me menciona el lugar en el que está. Escucho sus agitadas respiraciones, y de pronto una voz de fondo que dice:
—Te he encontrado…
Escucho una risa y más gritos, por lo que recojo mis llaves y conduzco lo más rápido posible. Llego al lugar y observo un cuerpo inmóvil. De pronto, una persona dice:
—Te encontré!
Abro los ojos y aún no termino este cuento. Al parecer me tomará algo más de tiempo. ¡Oh, es mi padre! Bueno, contestaré a ver qué sucede.

Alejandro Maximiliano Romero Lamas

Preparatoria Regional de El Salto

Flor Marina, el pez de Dios | Kevin Aldhair Cárdenas Gallegos. Preparatoria Regional de El Salto

Persistencia de la vida

El manzano del agua | Édgar Alberto García Barragán. Preparatoria Regional El Salto

La vida persiste, el gorgoteo de la máquina produce exhalaciones casi como si de los pulmones de quien mantiene vivos se tratase. La vida persiste, inerte el cuerpo sin poder mover un solo músculo. Aquel que caminó tantos kilómetros sobre distintas tierras, que corrió por verdes pastizales y se raspó las rodillas, que sintió la fría lluvia y el calor del sol, ahora está quieto, muy quieto. Parece que ya terminó, pero no, todavía no, la vida persiste. Su boca ahora es su nariz. Hace un esfuerzo por tomar un poco más de aire de este mundo. Las palabras se esfumaron, una tarea a la vez. Escucho su risa. Papá y mamá primero, dijo. La vida es un discurso. Buenos días al despertar y noches al dormir, hola al viajero con quien coincide, cuidado con dejar caer al niño que corría, te amo a todo aquel que merecía. Exhala una vez más. Tan solo una jeringa con un poco de agua moja su boca seca, y un sonido débil, como de aquel que está cansado de luchar. La vida persiste. Su rostro delicado fue, entonces, belleza; aquella palabra se la atribuía. Ahora hay arrugas por cualquier lugar. Su cuerpo comienza a invertirse, aún no porque la vida persiste. Sus ojos han visto tantas estrellas, amaneceres y lunas, paisajes verdes y tierra secas, fueron testigos de caballos y autos, se cerraron y abrieron 1000 y más veces. No sé si ahora podrá con el segundo paso, ahora están abiertos fijos en la nada, su brillo se ha perdido, ahora más por ellos, como si las estrellas que vieron brillaran. El mundo es testigo de muchas vidas que llegan, persisten y se unen a él de nuevo. Qué duro debe ser para él. La vida pasa como numerosas imágenes tristes, felices, rápidas y lentas, como todo adjetivo existente, y fluye, pero ahora se detiene. El primer respiro del bebé sonó, y ahora el llanto, pero después la vida cede.

Obed Alistair Montes Hidalgo

Preparatoria 15

El hombre detrás del guayacán

Sin título I | Pedro Aguilar Rodríguez. Preparatoria 20

Allá en el camellón, los pájaros peleaban. Era la hora en la que buscan su lugar en las ramas de los grandes árboles. El ruido lo despertó. Desconcertado, abrió los ojos y buscó aquello que le faltaba. Se sentó y vio una espalda morena. Lo había encontrado, era él. Descubrió que se había quedado dormido y lo había despertado aquella guerra del camellón.
Olía a cigarro, pues quien estaba afuera tenía esa manía: solo fumaba después de un orgasmo y solo abría el balcón después de haberse acabado mínimo cinco cigarros, como si quisiera que todo el lugar se impregnara con el olor hasta la siguiente ocasión, pues no diario ocurría aquello. Así era él, un hombre serio y callado, de cejas espesas e inexpresivas y unos ojos del mismo color que su piel. Lo vio recargarse, sin camisa, solo con el pantalón de vestir.
Volteó y sobre la mesita de noche estaba el pasaje, justo donde lo había dejado. El único cambio era que alguien le había puesto un cenicero encima. Al instante supo que eso lo había hecho la persona que miraba por el balcón, pues entraba un viento cálido y constante que hacía estremecer tanto a puertas como a ventanas en sus marcos.
Salió descalzo y pisó unas flores secas de la bugambilia que susurraba ahí, en una maceta. A su encuentro, el otro giró la cabeza y notó la incomodidad en los pasos del otro. Rápido, se inclinó y le indicó sin pronunciar palabra que se apoyara en él para que pudiera sacudirle la planta del pie.
—Hoy están particularmente ruidosos —le dijo el afectado, a la par que le pasaba el brazo por el hombro. El otro calló unos segundos, daba golpecitos al pie mientras comprobaba si la afirmación era cierta.
—Suenan igual que siempre. Ya está.
Se irguió, volviéndose evidente que era más alto que su acompañante, por lo que este tuvo que apartar su brazo. Ambos se recargaron en el barandal. Uno miraba al frente y el otro no le apartaba los ojos, mientras sonreía, pensando en la calidez de sus hombros.
—Mi madre decía que cuando están así es porque están rezando —mencionó sin voltear la mirada.
De pronto se sintió ridículo y giró la cabeza al lado contrario del ahí presente. La pregunta: “¿te refieres a cuando eras Germancito?” vino con una mirada retadora y tierna. “Tú sigues siendo un Chemita”, fue la respuesta del hombre alto. Chema, sorprendido, rio. Quiso abrazarlo y lo habría hecho, pero dudó unos segundos. Cuando se decidió y dio un paso al frente, escuchó la campana de una bicicleta justo debajo de ellos.
—Buenas noches, señor Germán —dijo Vicente, el repartidor de la tienda de abarrotes. El bien intencionado saludo fue correspondido por las manos levantadas de ambos. También fue una señal para que Germán diera media vuelta y entrara, dejando a un Chema pensativo. Las últimas aves peleaban por un lugar en las ramas, gorjeando cada vez más despacio, pues el sol ya casi se había ido.
Después de unos segundos, Chema siguió los pasos de Germán mientras, en la calle, las farolas se iban encendiendo una tras otra.
Al entrar, cerró las puertas del balcón tras de sí. Recordó que debía tomar un camión y levantó la muñeca para ver la hora, iba retrasado. En media hora ya estaba bañado, cambiado y con todas sus cosas en la maleta. Tomó el pasaje de la mesita de noche y se dispuso a irse. Llegando a la puerta, Germán lo llamó y este se giró conteniendo la sonrisa, pues era lo que quería. Lo vio todavía sin camisa y sintió cómo su mano se posaba en su cachete, acariciando con los pulgares su mejilla sonrojada. Lo besó, y al separarse, se vieron a los ojos, sonriendo. Después se abrazaron; sintió que parte de él se quedaba en ese abrazo, pues había sido más largo de lo usual en cada partida.
Se despidieron ahí, separados por el marco de la puerta. Chema caminó, inclinado por la maleta que insistía en cargar. Bajó los tres pisos y se dirigió al lugar de donde partiría su camión, pensando en el inusual abrazo, al tiempo que un ruido blanco le molestaba cada vez más.
Llegó a tiempo a la estación y quiso fumar al aire libre antes de subir; caminó hacia un guayacán cerca, soltó
la maleta y recargó la espalda en el árbol. De su chaqueta sacó un cigarro sin filtro y una caja de cerillos. Temblaba; le costó tres intentos lograr encender el cigarro.
Poco a poco empezó a recorrerse y, cuando estuvo atrás del todo, el llanto le vino de un modo en el que ya no pudo mantenerse de pie. Tuvo que encogerse sobre sí, dejando caer el cigarro y llevándose las manos a la cara para intentar cesar su dolor. Debajo de ese guayacán y de la luz amarilla de la farola, entendió el significado de aquel abrazo.
Dos semanas estuvo en su ciudad natal. El día que llegó, culpó al viaje de su callada actitud, excusándose de que las curvas y el cansancio lo habían dejado en ese estado. Al segundo y tercer día, siguió usando la misma excusa; al cuarto al menos ya lo veían salir de la habitación. Su madre le dijo a sus hermanas que parecía de esos zopilotes que quedan mensos después de una pedrada, y entre todas hablaron con su padre, quien lo quiso llevar a tomar algo para que, entre hombres, le compartiera qué pensamientos lo atormentaban en las noches, a tal grado que se sentaba en el borde del pozo, y que hasta a la perra Sorulla ignoraba. Comía lo que le servían, pero por voluntad propia no estiraba la mano ni para tomar un pan dulce de la canasta.
Así fue hasta que llegó el día de su regreso. Su madre le encomendó solucionar lo que había dejado pendiente allá en la otra ciudad. Le dijo que lo amaba y que lo esperaría a su regreso, ya fuera platicador o callado. Subió al camión y se durmió en cuanto sintió el motor encenderse.
Seguía medio dormido cuando llegó al mismo lugar de donde semanas antes había partido. Bajó, tomó su maleta y volteó a ver aquel árbol amarillo, casi invisible, pues la farola había dejado de funcionar.
Se encaminó hacia donde debía. Caminaba, de prisa, lamentándose de no haber escuchado a los pájaros del camellón, pues la noche había llegado hacía ya unas horas.
Subió al tercer piso y tocó. Mientras esperaba, vio cómo una fila de hormigas se adentraba en una maceta. Se abrió la puerta y Germán salió, sorprendido. Preguntó que qué hacía ahí y que por qué no había llamado para avisar. Chema se excusó diciendo que solo quería un lugar para dormir y que era lo que estaba más cerca. Se cerró la puerta y la maleta quedó arrumbada en algún lugar de la oscuridad. Ambos fueron directo a la cama y se acostaron. Desde que se abrió la puerta Chema había notado el olor a cigarro, pero solo al estar en la cama notó también un dulce perfume de mujer que lo maldecía.
Entre tibias caricias, recargó la cabeza en su pecho, con la oreja bien pegada. Escuchó su corazón y por unos segundos le rogó a Dios que nunca se detuviera. Tenía la certeza de que su amor era correspondido, pero solo Dios y ellos sabían qué se interponía.
No quiso ocultar las lágrimas que salían, tampoco ocultó su amor. A pesar de estar muy adentrado en su sueño, seguía apretando con fuerza la mano del otro contra su cachete, a sabiendas de que al día siguiente iría a comprar otro pasaje.

José Rodrigo Escobedo Sandoval

Preparatoria 15

Sin título II | Pedro Aguilar Rodríguez. Preparatoria 20

Efluvios literarios

La poesía es mágica, es don y milagro de quienes la profesan y la buscan; dota de brillo las frases, las acaricia, juega con ellas y las exhibe, resaltando aún más los sentidos impregnados. Las ideas, las emociones, los sentimientos y las sensaciones encuentran un cauce inagotable en ella.
Es capaz de arrasarlo todo con una fuerza expresiva que alcanza al plasmarse a través de palabras, esas pequeñas estructuras que dotamos de sentido. La fuerza de la poesía se desborda, es omniabarcante. Surge de cualquier lado: corre en nuestras casas, en las calles, los bosques, las nubes, el lecho, la banqueta, el cuerpo amado, una flor, una cloaca, un engaño, una desazón o una mirada, incluso de la nada… Surge así nada más, brota de repente y nos seduce, nos asalta hasta asirnos a ella y volvernos dependientes. Somos seres sedientos que bajo su amparo logramos hidratarnos, mitigar vacíos, señalar diferentes semblantes de la realidad y volver tangible nuestra voz interior.
Hacer poesía es mejorar el mundo, aportar un poco de belleza a entornos cada vez más enfermos; es perpetuar la unión entre la idea y la palabra. Escribir poesía es trazar panoramas que subliman todo con toques de ingenio, de gracia creativa; es tan entrañable que todo el que la busca o la desea la encuentra coqueta entre mil cosas, o aislada, esperando que logres atraparla, que llegues a ella.
La poesía nos convierte en dioses al crear mundos repletos de significación. Trazamos caprichosamente universos en los que se entretejen variadas tramas literarias en las que toda alma sensible puede recrearse. Llena de vida lo que a simple vista carece de ella, lo aciago lo torna atractivo, dota de crudeza la miel; lo impensable, lo imaginado, lo cotidiano, todo la hace reaccionar y lo convierte en arte. La revisión de los textos participantes fue una grata experiencia que nos trasladó hacia ríos desbordados de creatividad en los que convergieron múltiples modos de expresión. Se trabajó la palabra y se mostró estéticamente un mensaje. Los textos formaron un mosaico vivo, lozano del talento creativo e inspirador de sus autores.

Alma Yazmín López Magaña*


*Estudió las licenciaturas de Filosofía, en la UdeG, y Español en la Escuela Normal Superior de Jalisco. Realizó la maestría en Comunicación en el Departamento de Estudios de la Comunicación Social del CUCSH. Es maestra de tiempo completo en la Preparatoria de Tonalá Norte en donde además coordina distintos concursos relacionados con la lengua española y hace difusión de la lectura a través de una sala llamada “Sorbos literarios”.

Sombras bajo mis ojos

Mi relación con el espejo es voluble,
cambia según mi sentir,
se modifica si el sol brilla
o si el frío quema.
 
Aunque siempre mis ojeras
impiden que mi vista se nuble.
 
Las manchas oscuras
representan a mi abuela,
significan mis tíos y tías,
son el futuro de mis primas,
son parte de mi padre
y forman mi persona.
Relatan la historia
de mi paterna familia.
 
Mas no son solo por herencia,
pues describen mis desveladas,
a veces por tristeza que atropella,
en ocasiones por felicidad abrumadora.
 

Están por mis lágrimas nocturnas,
dedicadas a mi piel bronceada,
a la cara asimétrica,
a la grasa pesada,
a la cintura grande
y al pequeño busto.
Son el bello cuento
de la vil dismorfia corporal.
 
También están por mis risas ahogadas,
en medio de la simple noche,
ocasionadas por un capítulo más
dentro de mi lectura,
por un capítulo más
de mi serie favorita,
o por simplemente no desear soñar.
 
A mis queridísimas ojeras,
me comprometo con ustedes
a ya no cubrirlas con maquillaje,
por respeto a su valor vivo.

Daniela Itzel Esparza Huerta

Preparatoria 19

Ataque de pánico

El monstruo se apoderó de mí,
de nuevo, me perdí
de nuevo ya no estoy aquí
y entonces, ¿dónde estoy?
Me fijo en mi respiración
aún sigo aquí
y sin embargo el control ya lo perdí
él me controla, él me tiene
soy suya, soy su musa, su amante, su esclava
¿Qué diferencia hay?
Entonces lo entiendo, ya no soy ella
ya no soy yo
ahora soy ambas
¡Oh, vaya, qué error!

Depresión


Miro a mi alrededor y todo está oscuro.
Miro en mi interior y la oscuridad me ha invadido.
¿Qué puedo hacer, unirme a ella o desaparecer?
Mi cuerpo quiere pelear, quiero luchar
pero sé que pelear ya no es una opción y unirme es desaparecer,
así que solo me dejo llevar, me dejo ir, me dejo morir.

Érick Michel Chávez Núñez

Preparatoria 19

Draconiano

Ella lo señaló asesino, él lo confesó, ellos lo dejaron en libertad.
Ellos son corruptos, ella lo sabía, todos lo vieron.
Ella estuvo en protesta, ellos sacaron sus armas.
—¿Cómo estás, mi Rubí?
—Mamá, gracias…
 
En conmemoración a la lucha de Marisela Escobedo Ortiz. (Coahuila, 12 de junio de 1958 – Chihuahua, 16 de diciembre de 2010)

Dunas del lejano Marte | Alfonso Dominik López Osorno. Preparatoria Regional de El Salto

Maravillosa raíces

Hermana de mi padre,
imberbe e inmadura,
cállate por favor.

Diana Sheccid Sandoval Aldana

Preparatoria Regional de El Salto.

Quejas del cuerpo


Mis ideas me negarán la sonrisa
 mientras petates de caspa atosiguen la llanura de mi piocha,
mientras los focos se me fundan calmos
y el sol me aplaste con colchas 
o las líneas de un estampado con motivo idealista
parloteen acerca de las quemaduras que le provocan a mi cuerpo.
 Entonces, quejica como lo conozco (mi ser) estallará mórbido
por devorar sus mismos tejidos.

Árbol sin hojas | Jorge Hugo Guzmán Pérez. Preparatoria Regional de El Salto.

Barcos de Círdan

Pétalo, en el suelo te entretienes,
estás por secarte
blanca embarcación de mi esperanza.

Diego Morán Díaz

Preparatoria 9

Fuerte mujer

Naturalmente auténtica | Esmeralda Guadalupe Uribe Virgen. Preparatoria Regional de El Salto.


Golpe tras golpe,
le dio la vida,
pero ella, fuerte mujer,
a pesar de eso aún seguía.
Era un martirio
despertar cada día,
pero a pesar de eso
ella lo hacía con alegría.
Lavaba y planchaba,
aseo y comida,
pero a pesar de eso
puro grito recibía.
Noche tras noche,
día tras día,
en el alcohol su esposo
encontró la cobardía.
Se sentía valiente,
fuerza y hombría.


Ella callada
solo veía.
Reclamos e insultos
desde el primer día,
llegaron los golpes,
marcaron su vida.
La peor decisión
que pudo tomar
fue aquel ¡sí!
que pronunció en el altar.
Cuando al fin decidió
las cadenas romper,
volar y ser libre,
estar lejos de él.
Lamentablemente
el cuento acabó.
Por culpa de la violencia
una mujer, la vida perdió.

Anayansi Villanueva Arteaga

Preparatoria de Tonalá

Querido padrastro, déjame dejarte ir

Sufrimiento carmesí | Jonathan Manuel Santiago Jacobo. Preparatoria Regional de El Salto

Querido padrastro,
recuerdo mis tardes a tu lado.
Me gustaría volver ahí.
 
Aun si no eras de mi agrado al inicio,
te metiste en mi corazón lastimado.
Resentida con mi progenitor,
tomaste de a poco su lugar.
 
¿Por qué me dejaste tú también?
Es como si me hubieras borrado de tu vida.
¿Me dejarías borrarte de la mía?
 
Quiero crecer, perdonarte,
amarte sin rencor.
Así que dime…
 
¿Puedo dejarte ir?
Sin un abrazo, sin algo de despedida.
Solo esto,
nuestro adiós.
 
Gracias por todo, papá.
Es hora de dejarte ir.
Con cariño, tu hija.

Alexia Jocelyn Rodríguez Aviña

Preparatoria 11

Como infarto agudo al miocardio

Mirar a los colores pigmentar el alma, construir un universo ante la simpleza de mirar el cielo y sentir que la vida gira alrededor de alguien | Laura Natalí Quintero Flores. Preparatoria 4


Y dolió, dolió como el infierno,
dolió desde el pecho hasta el epigastrio,
se sintió como la llegada del invierno
y dolió tanto como el descubrimiento de un hermanastro…
Mi cuerpo dejó de producir acetilcolina
y quedó como un auto sin gasolina.
Dejé de llorar y de moverme
pero su traición nunca dejó de dolerme.
La disnea hizo acto de presencia,
las catecolaminas quedaron guardadas.
Tu voz en mi cabeza me perseguía
y me estrangulaban las palabras nunca gritadas.
Pasó un mes y la cantidad de ateromas aumentó,
la arteriosclerosis se desarrolló
y la oclusión se comenzó a expandir.
Finalmente, mi corazón dejó de luchar y latir.
Vasoconstricción periférica diagnosticaron,
la cianosis periférica era un obvio resultado.
Mis familiares desconsolados quedaron
al mirar que él de mí se había burlado.

María Guadalupe Cruz Esqueda

Preparatoria 5

Soledad de color estaño

Simplemente delicado | Dayanna Itzel Domínguez Sustaita . Preparatoria Regional de El Salto.



Fue una ráfaga de viento inesperada.
Las hojas de los árboles se desprenden,
abastecen las calles solitarias
y reclaman el bullicio ensordecedor.
 
Los labios callaron cediendo a los ojos la palabra,
reflejaron entre sí la verdadera morada del alma.
 
Y en los parques que se visten de juventud
basta con percibir el anhelo ávido del ayer.
 
¡Oh, esperanza, he perdido tu voz divina!
 
Te vuelves lejana y frágil, como ecos insólitos.
Quisimos ser cautivos de la costumbre y la angustia
en una añoranza de regresar al pasado.
Luchamos por nuestra libertad cuando somos presos de la ignorancia.
 
¡Oh, soledad desaforada de color castaño!
¿Cuánto tiempo más tendremos que sentir tu tacto lábil?

Joceline Alejandra Grajeda Pérez

Preparatoria 3