Sísifo, el nuevo hombre moderno

Hansel Gael López Angulo | Preparatoria 8

Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2023

Resumen

El filósofo argelino Albert Camus alguna vez proclamó que “al final uno necesita mucho más coraje para vivir, que para quitarse la vida”. El personaje mitológico de Sísifo es quizá uno de los personajes más cercanos al hombre actual. Todos los días, Sísifo, como el hombre moderno, está condenado a subir su gran peñasco sobre la montaña, lo que el filósofo argelino definió como absurdo. Me pregunto si Sísifo alguna vez se cuestionó acerca del sentido que tenía su tarea, porque el hombre moderno nunca lo ha hecho. Con ello, en la escritura de este ensayo quiero comprender cuál es ese coraje que proclamaba Camus y cuáles son los factores que contribuyen. ¿Todos los seres humanos estamos dotados de ese don o solamente son algunos los que gozan de esa habilidad? Reflexionaremos acerca de la constante necesidad de encontrarle sentido a la existencia y cómo es que se vende este ideal a la sociedad moderna como si fuera un propósito o una tarea a cumplir del ser humano. Además, se discutirá acerca de cuál es el eje al que deberíamos dirigir nuestra vida para dejar de empujar peñascos por la montaña, condenados a la eternidad.

En este ensayo mi tesis es: ¿podemos llegar a comprender el sentido de nuestra existencia? Mi propósito es establecer un análisis del comportamiento del hombre moderno; deseo establecer una relación entre sus pensamientos y él mismo para comprender qué es lo que puede llevarle a preguntarse sobre el sentido de su existencia. De ahí, quiero llegar a reflexionar acerca del significado del “sentido de la vida” y cómo es que nos debemos de regir para disfrutar de nuestro paso por este mundo.

Palabras clave:

Sentido, vida, existencia, sociedad moderna, hartazgo, absurdo.

El hombre moderno vive rápido. No puede perder ni un minuto de su día ya que tiene miles de pendientes, situaciones, menesteres que cumplir. Ha olvidado pararse a contemplar los rayos del sol, las estrellas, el aire fresco que lo rodea por la mañana. Su profesión son las responsabilidades que tiene que cumplir sea quien sea al que tenga que sobrepasar. No descansa, ha olvidado por completo la existencia de los fines de semana. Lo que tiene en mente es ganar dinero; cree que puede comprar tiempo, un verdadero amor, amistad, familia con él. Ya no le importa nada; el hombre moderno se ha querido convertir en Dios y lo ha cumplido. Después de su trabajo, llega cansado a casa. Duerme. Abre los ojos y el primer pensamiento que le llega a la cabeza es: ¿qué es lo que hago aquí? ¿Cuál es la razón de mi existencia?

Decir “sentido de existencia” es definir aquel motivo que nos hace darle una razón a nuestra vida. Actualmente, muchas personas tienen como sentido de vida el ganar dinero, la fama, las mujeres, su familia, o llegar a ser felices. Este concepto, para algunos, llega hasta ahí, como si tuvieran una elección que tomar al instante; sin embargo, su significado llega a ser temporal. Solo es momentáneo, y no abarca todos sus días (como es que debería de ser). Muchas de las veces, a mis compañeros de clase les pregunto cuál es la razón por la cual se levantan por las mañanas, pero sus razones son inconsistentes. Algunos responden “mi madre”, pero días después llegan a clase molestos porque han discutido con ellas; otros, “su futuro”, pero aún no tienen claro a lo que se quieren dedicar. Carece de sentido que el hombre moderno siga fingiendo las razones de su existencia, cuando nunca ha parado a preguntárselas.

¿Por qué no puede parar a cuestionarse su existencia? La razón es fácil: no tiene consciencia de ello. La cultura misma y los medios de comunicación le han vendido cómo es que debe de ser, qué es lo que debe de pensar, cómo debe de vestirse, qué debe de llegar a ser. El hombre moderno no es libre, está atado a innumerables situaciones que le impiden tener conciencia propia. Le han vendido lo que debe de sentir, aunque tiene un corazón propio. A posteriori, no parará de trabajar hasta convertirse en quien le han dicho que debe de ser, cueste lo que cueste. Pareciera, pues, que cuando desea preguntárselo necesita que otras personas se lo resuelvan por él. Con ello, llegan los coaches motivacionales, los libros de autoayuda, las enseñanzas de un fraile que vendió su coche lujoso. Llena su mente y su cuerpo de información que le hace creer que siguiendo lo que hizo o dijo alguien más pueda llegar a encontrarle sentido a su vacía existencia. Se hace creer que las cosas materiales pueden contestar a la pregunta que cuestiona su razón de vivir.

El crítico literario Terry Eagleton en su libro El sentido de la vida explica que:

El sentido de la vida no es la solución de un problema; consiste, más bien, en vivir de un cierto modo. No es metafísico, sino ético. No es algo separado de la vida, sino algo que hace que vivir valga la pena (lo que equivale a decir que es una cierta calidad, profundidad, abundancia e intensidad vital). Así entendido, el sentido de la vida es la vida en sí, vista de una cierta manera (2008).

A mis dieciocho años y con mi poca experiencia de vida, estoy de acuerdo con la premisa de Terry Eagleton. ¿A qué se refiere Eagleton cuando afirma que “El sentido de la vida no es la solución de un problema (…) sino algo que hace que vivir valga la pena? (2008). Encontramos nuestro sentido cuando descubrimos lo que hace que nuestra experiencia humana valga mucho la pena. Al contrario del pensamiento moderno, este motivo no se encuentra ni en la fama ni en los billetes. La respuesta se encuentra en las pequeñas cosas, en cosas que muchas de las veces pasamos desapercibidas. ¿Qué son esas pequeñas cosas? La risa entre amigos, una buena charla, la comida que nos gusta, una buena compañía, un sueño cumplido, un descanso pleno. Podría seguir la lista, pero cada uno de nosotros sabrá bien algunos otros ejemplos que pueda agregar.

¿Por qué los ejemplos hacen que vivir valga la pena? Porque reafirman la existencia del ser humano. Y cuando digo reafirmar, me refiero a que vuelve a sentir que no es una máquina preestablecida, es una persona. Ha vuelto a humanizarse, sabiendo que el paso agigantado de la globalización y el consumismo intervienen para que sea alguien insensibilizado.

Encontrar el sentido de nuestra vida no es una tarea a completar ni un recetario que podamos seguir. No viene en algún instructivo, ni en un programa de televisión, ni mucho menos en una película protagonizada por Will Smith donde vende computadoras. Así como afirma el escritor Gustavo Bueno en el libro El sentido de la vida:

El sentido de la vida no está previamente dado ni prefigurado, ni puede estarlo, puesto que le es comunicado a la vida por la propia persona, a medida que ella se desenvuelve. Esta es la razón por la cual los ‘sentidos de la vida’ son múltiples, diversos entre sí, de diferente alcance y nivel moral o estético; es la razón por la cual hay sentidos verdaderos (auténticos) y hay pseudosentidos o vidas falsas (ficticias, alienadas) (1996).

Afirmó la premisa de Bueno: el sentido de la vida no puede prestablecerse, no es lo mismo para cada persona. ¿Hay diferentes sentidos de vida? Es correcto, las pasiones, lo que le hace que vivir valga la pena, como hablaba Eagleton, variará entre personas. Para algunas personas, su motivo es el arte, o el pensamiento, o desean vivir inmersos entre los libros. En mi caso personal, las historias de cada libro que pasa por mis manos me reafirman lo mucho que me gusta vivir, ese coraje del que hablaba Camus. Tengo una amiga cercana que lo que hace que su existencia merezca la pena es el modelaje, la moda, las pasarelas. Es su vida, y noto en ella sus ojos brillosos cuando me habla de su pasión. No olvido una tía cercana que desde que desaparecieron a mi primo, el motivo que la hace existir es la esperanza de encontrar a su hijo, y que ninguna madre más tenga que sufrir el calvario de pasar una desaparición en México. El amor de madre es lo que la mantiene viva.

Querido hombre moderno, el sentido de la vida no lo encontrarás en Internet. No podrás pagarlo como suscripción mensual. El sentido de la vida tendrá que trabajarse en cada uno de nosotros, buscarlo, encontrarlo y no soltarlo.

Crimen y Castigo, la famosa obra de Dostoievski, es uno de los libros que me han marcado como persona y en mi vida lectora. Durante el libro seguimos las huellas y pensamientos de Raskolnikov, el personaje principal, así como su vida, sin sentido y absurda; hombres alcohólicos que gastan el dinero para mantener a sus familias en botellas de vodka, prostitutas que se convierten en personas con moral, madres de familia que solo les importa la fama y fortuna, olvidando a sus hijos indefensos.

Hacia el final de la obra, Raskolnikov, después de revelar su crimen y pasar el resto de sus días en la cárcel de Siberia, se da cuenta de una cosa importante. No es el mismo que antes, no encuentra sentido en que los demás se diviertan y él no, desea recuperar su libertad. Y se compara con Sonia, su pareja, que al entrar ella al reclusorio la reciben con cariño y admiración todos los reclusos. Antes de dejar el plano terrenal, Sonia se sienta al lado de él, le toma la mano, y ha recordado que su amor, el amor verdadero, lo mantenía vivo.

Mi tesis ha sido verdadera: el sentido de la vida se puede comprender cuando el amor es el que nos rige; hacia las personas, los lugares, los momentos. Ahí encontramos aquellas razones que hacen que vivir valga la pena. Ahora bien, dejemos de vivir una vida apresurada, de creernos dioses, de creer que las respuestas se encuentran en las cosas materiales. Tenemos las respuestas en la punta de la nariz y no nos damos cuenta.

Empecemos a ser como Raskolnikov, a entender que el amor es lo que nos mantiene vivos. Ese debería de ser el sentido de nuestra vida.

BIBLIOGRAFÍA:

Bueno, G. (1996). El sentido de la vida. Seis lecturas de filosofía moral. Oviedo: Pentalfa Ediciones.

Eagleton, T. (2008). El sentido de la vida. Barcelona: Paidós.