Fernanda Rodríguez Alonso
Preparatoria 15
Chocan los trastes una y otra vez.
Pego mi oreja contra la almohada. Mi pie hace movimientos bruscos de un lado a otro.
Mamá está molesta, puedo escuchar cómo suspira cada cinco segundos y le reza a la Vírgen entre dientes, con el grifo abierto.
Me apuro a salir del cuarto. ¡Mierda, ya casi es medio día! Tomo un trapo, seco unos platos, los guardo. Saludo a mamá con precaución, me responde. Tiene el ceño ligeramente fruncido y no hay contacto visual. Seco apurada otros platos más. “Deja ahí, ve y abre las cortinas de tu cuarto, ventílalo, recógelo, haz tu cama”, me dice entre resuellos.
Abro las cortinas y la ventana. Todo es un caos. Zapatos, cintos, ropa, útiles escolares sobre la cama, una pila de libros en la silla, platos con residuos, vasos, maquillaje y calcetines sobre el escritorio; las puertas del closet abiertas porque no cierran. En la repisa, a los cuadernos y papeles les falta poco para estar en el piso. Los materiales de dibujo y bisutería están enredados entre el estambre y ganchos de tejido. Lo único que parece que no está a punto de caerse es el cuaderno de arcoíris que me regaló mi mejor amiga y en el que anoto mis pensamientos.
Tomo algunas cosas y le doy varias vueltas a la casa buscándoles su lugar. A diferencia de otras veces, no sé dónde ponerlos. Los dejo donde puedo con miedo de la reprimenda. Regreso al cuarto, jalo las sábanas para tender la cama, acomodo los peluches, me alejo; es como si el vecino de cinco años hubiera tendido la cama.
Ahora el clóset; empujo la ropa y acomodo los ganchos; mis movimientos se van haciendo más agresivos. ¡Aaaaaah, con una chingada! Trato de colgar lo que está en la cama… si tan solo… entrara… el maldito gancho. ¡A la mierda! Quiero tirar todo.
Me da asco mi cuarto, me doy asco yo, no puedo. Me tiro en la cama y balanceo mi cuerpo mientras abro y cierro las manos, encajándome las uñas en las palmas. Tallo mis piernas, rasco los granitos de mi espalda.
Se abre la puerta; me hago consciente de lo inquieta que estoy, del movimiento agresivo de mis manos y del daño que me estoy causando; inmediatamente me detengo. ¿Realmente lo hice por el mal que me estaba haciendo? Mamá escanea el cuarto con la mirada, su cara es de enfado. Si, ya sé. Suspira. “Ven a desayunar”.
Estoy sola en la mesa. Hay arroz, me gusta el arroz. Está frío, eso no suele ser un problema, pero su textura es rara, se siente como si tuviera pequeños trozos de hielo y al mismo tiempo algo chicloso. Hace un ruido muy extraño, como botas pisando lodo. Es tan desagradable, pareciera que una persona mugrienta y de aliento putrefacto masticara su comida con la boca abierta al lado de mi oído mientras mueve su cara exageradamente con toda la intención de estar jodiendo… Ay, mierda, mejor veo la tele para tratar de no enfocarme en la comida.
No soporto al presentador del programa, su tono de voz, cómo pronuncia ciertas palabras, cómo gesticula. ¡Dios, me desespera tanto! Apenas me doy cuenta de mi mano apretada y la mandíbula tensa a reventar… mis dientes se sienten un poco flojos. No sé. ¡Carajo! Subo los hombros. No soporto el ruido de la licuadora, se escucha como un montón de camiones a toda velocidad, pitando dentro de tu cabeza. Trato de cubrir mis oídos con los codos, obviamente eso no sirve. Hago presión con las manos, voy al sillón, trato de hundirme en él… ya, se acabó, me paro. ¡Mierda, no! Me quedo ahí unos segundos después de que apagan la maldita máquina.
Después de lavar mi plato, recojo lo que mamá lavó. Hay ruido, está limpiando. Yo debería poder hacerlo sola, es mi cuarto. Guardo los tenedores y cucharas, al final los cuchillos… no, no, eso no.
Voy a donde mamá. “Mira los zapatos tirados.” “Tu cama está mal tendida.” “El closet…” Su saliva hace mucho ruido cuando habla. Ya no estoy prestando atención… Igual yo me lo repito suficientes veces al día, no es necesario que me lo diga otra vez. Al cabo de unos minutos, se va al patio.
Me siento en la cama y azoto la cabeza contra la pared. ¿Qué no había ahí un clavo? Estoy harta de mí. Chocan los platos, dejo todo a medias, aprieto la mandíbula. El cuarto es un asco, suena la licuadora ¿Es tan difícil?
Encajo las uñas en mi cabeza.
Hay botellas en el cuarto.
Veo la ventana abierta.