Falsos ideales

Alexis Francisco Martínez Benítez*

Preparatoria Regional de Santa Anita

Resumen
El presente ensayo pretende realizar una crítica a la sociedad consumista e indiferente que antepone lo material y se convierte inconscientemente en parte de un sistema que muchas veces repugna y aborrece. Así, los sujetos de la sociedad del consumo terminan sintiéndose víctimas del sistema, pero fomentan a la vez su voraz desarrollo.

El consumismo nos ha sido impuesto sin siquiera darnos cuenta, ha formado una sociedad alejada de sus propias creencias y verdaderas necesidades. ¿De verdad queremos ser así, o tanta mercancía que consumimos nos convirtió en esto? ¿Se deberá al estatus social, al deseo de vestir como otros, a usar cosas que no están en nuestras posibilidades, o simplemente nos estamos dejando llevar? Lo cierto es que hemos tomado una identidad completamente falsa a la que tenemos. El consumismo favorece a este sistema, mercantilizando cosas muy simples solo para otorgar un estatus.
En realidad, desde hace tiempo banalizamos todo lo que está a nuestro alrededor, como menciona Debord: “En el mundo realmente invertido lo verdadero es un momento de lo falso” (S.f.). Esto nos deja clara la gran separación social que hemos tenido en los últimos años; la sociedad y el sistema nos han corrompido tanto que, en vez de darnos cuenta de que estamos alejados, creemos estar más cerca de lo imaginado.
También esta forma genera un espectáculo basado en la ilusión de un sistema completamente contrario a lo que en realidad nos quieren dar a entender. Un ejemplo de esto es Instagram, una red social que tomó fuerza en los últimos diez años. Formamos parte de una simulación que nos aleja de lo que en realidad somos, contemplamos cosas banales a las que se les ha puesto precio y giramos en el consumismo fácil que rueda bajo los intereses capitalistas.
Para colmo, es el mismo sistema capitalista el que nos genera emociones y reacciones que nos impulsan a consumir más de lo que necesitamos; nos transforma en seres falsos que caen en la desesperación y en la cultura del consumismo. En consecuencia, la convivencia que surge a través de aplicaciones se basa en la publicación de fotos e historias, y tal dinámica nos hace creer que estamos más cerca de las personas, que en realidad están completamente distantes, vacías o ajenas. Porque nos limitamos a comunicarnos sin la interacción física y solo a través de un medio intangible. Pasa semejante en el deporte: preferimos verlo por televisión y generarnos una ilusoria idea en lugar de practicarlo.
Por esta razón, Alan Moore alguna vez dijo: “Ahora filmamos y fotografiamos cada momento de nuestra vida, queremos estar entretenidos, no aguantamos ni treinta segundos de introspección. Por eso nos entregamos a los dispositivos electrónicos, convencidos de que es una forma de vivir y la única que vale la pena”, tanto que nos hemos vuelto un espectáculo dentro de la sociedad, payasos tratando de dar un show en redes para llamar la atención que creemos merecer. Somos vulnerables a las ideas que gente como nosotros nos vendió, imaginamos que podemos tener la vida que las redes nos tratan de inculcar y nace la creencia de que vale más ser un influencer.
Por consiguiente, vivir en un mundo consumista que ha robado nuestra identidad y ha mercantilizado lo que somos, nos hace ajenos a nosotros mismos; como ilustra Diego Ruzzarin: “¿Quién eres? No hablo solo de tu ropa, ni de lo que compras. Sin todo eso, dime, ¿quién eres?”.
Ahora bien, ¿cómo podemos ser auténticos en esta sociedad? Mientras más nos esforzamos en ser únicos, nos volvemos contradictoriamente más como el resto, hombres iguales y grises a los que les quitan todos sus sueños y aspiraciones y las modifican.
No es comprensible por qué alguien sería la ropa que viste, los tenis que calza o el celular que porta, hasta que captamos que de alguna forma adoptamos como personalidad el consumismo. No somos los tenis que usamos, el restaurante al que vamos a comer, mucho menos el celular que portamos. Sin embargo, consumimos estos bienes materiales porque es un reflejo de la personalidad que hoy en día otorga la etiqueta de “auténtica”, aunque en realidad no lo sea.
¿Alguna vez nos hemos preguntado si de verdad nos gustan todos esos objetos, o solo nos gusta el estatus que nos confieren? Tal vez solo somos víctimas de ideales construidos por un sistema consumista que nos ha robado la capacidad de decidir.
¿Acaso nuestros sueños valen los objetos que compramos? El sistema consume nuestros sueños y anhelos para volvernos grises, sin emociones, y nos vende la idea de que el sueño de toda la vida es comprar un Porsche, aquel auto que nunca conseguiremos, pero que nos mostraron en todas las plataformas de comunicación; nos bombardearon de tal manera que comenzamos a creer que una vida hedonista y llena de lujos es la única forma de realizarnos.
Tendrá que pasar mucho tiempo para terminar con este espectáculo que nos ha vuelto grises, vacíos. Podemos aceptar las grietas que hay dentro de la sociedad o tratar de contenerlas e ignorarlas, esperando que no se vuelvan más grandes. El mundo resultará un mejor lugar para vivir cuando nos interesemos en lo que realmente vale la pena: la gente. Ese quizá sea el arte que le falta desarrollar a la humanidad: el arte de amar al prójimo, de interesarse en los demás sin priorizar las cosas materiales.

Bibliografía: Debord, G. (s.f). La sociedad del espectáculo. Nufragio. Consultado en: https://issuu.com/batsilkop/docs/debord __ g. _-_ la _ sociedad _ del _ espect 

*Participante del Encuentro Filosófico del SEMS 2021