La Silla Presidencial

Antigüedad

Antigüedad | Itzel Montserrat Calderón García. Preparatoria 7.

Dios mandó a un ángel. El diablo no mandó a nadie. Fue, como siempre hace en estos casos, él mismo a encargarse del asunto. Se trataba de una circunstancia de importancia vital para la condición espiritual del mundo invisible. La obtención de la Silla Presidencial de la Nación. Los dos Reinos la querían, puesto que representaba una considerable ventaja.
El diablo y el ángel llegaron al mismo tiempo. El nombre de aquel ángel es tan celestial que es imposible escribirlo con letras terrenales. Por esto es y será solamente «el ángel». Al encontrarse los dos, separados por la codiciada Silla, dijo el ángel:
—Vete, que esta silla la ha reclamado el Creador.
—Pero Él también sigue Sus reglas —respondió el Acusador. Y esta silla me pertenece por derecho.
El ministro divino se mostró en desacuerdo con esto, por lo cual pidió al diablo alguna prueba de que hablaba con la verdad. La medida es comprensible, ya que es imposible confiar en él. Rió el diablo con su particular malicia y dijo que tenía más que pruebas.
—Nomás déjame hacer una llamada.
Hizo la llamada. En cuestión de sesenta y seis segundos había llegado una multitud de hombres bien vestidos pero con rostros acongojados, suplicando misericordia. El ángel los reconoció. Eran los presidentes de la Nación.  Le sorprendió ver a la mayoría y no a todos. Al acercarse al ángel, comenzaron los presidentes a implorarle que permitiera llevarse aquella Silla al Infierno.
—¡Así tendremos un poco de consuelo en medio de nuestro tormento! —decían.
Al menos recordando su poder en la Tierra menguarían un poco el sufrimiento infernal. El Acusador explicó que, allá abajo, se turnarían para poder sentarse en esa Silla. No fuera a ser que todo terminara en un desorden como el que dejaron hecho en la Nación. El Infierno no puede permitir tales desviaciones. El ángel respondió:
—Ahora déjame hacer una llamada.
Hizo la llamada. Volvió y dijo que el Creador había reconocido que esas pruebas eran muy válidas, pero no bastaban para permitirle llevar consigo la Silla Presidencial.
—Falta el carpintero —dijo el ángel—. Es necesario ver qué ha sido de ese carpintero que fabricó la Silla. Esa será la prueba definitiva para el triunfo del Cielo o del Infierno.
—¡Ja! —rió el Acusador, triunfal—. Entonces vas a tener que esperarme. Quiero mostrarte las herramientas especiales que he usado para fabricar esta y otras muchas Sillas más de distintas naciones y distintos presidentes. ¡Yo soy el Carpintero!
***

David Amadeo Jacohinde Corona
Preparatoria Regional de Puerto Vallarta

Un café

Abrí los ojos y ya no estaba ahí.
Traté de encontrarla entre las sábanas, sentirla triste, incompleta, taciturna, porque es un día sin sol, y ella despierta así en esos días. Me levanté, la busqué debajo de mi almohada, uno nunca sabe en qué momento su pareja puede convertirse en una pequeña sorpresa debajo de la almohada.
Nada.
Entré al baño, la busqué en el inodoro, en el lavabo, la busqué en el espejo, o en lo que en él se reflejaba, mi rostro, tal vez se había escondido en mis pupilas tratando de encontrar la respuesta de lo que tanto se pregunta cuando me ve a los ojos. Tampoco estaba ahí.
Me quité el pijama y me puse algo un poco más decente, no estaba seguro si tendría que salir a buscarla a la calle.
La busqué entre mi ropa interior, digo, cabía la posibilidad de que se hubiera convertido en eso. Pero no, ni la más mínima señal de ella.
Bajé.
Pude respirar su perfume, el que ya se le está acabando. «Entonces está acá abajo», pensé. Y sonreí.
Llegué a la cocina, no estaba.

Beautiful eyes

Beautiful eyes | Óscar Rodríguez Tornero. Escuela Vocacional.

Me cansé de buscar en las pequeñas cosas, me cansé de pensar que se había convertido en una prenda de vestir, en un pequeño regalo, en un dibujito, en una estampilla, en una carta, un libro, un mapa.
Me cansé, así que fui a la sala, traté de encontrarla en su forma de mujer, con sus hermosas piernas, dulces, suaves y esos ojos que parecieran estar siempre buscando algo dentro de mí: un futuro juntos, una casa, un husky, un cerdo vietnamita, una gran biblioteca, café.
Café.
Café…
¡Café!
Regresé corriendo a la cocina, el café estaba servido; junto a él, una pequeña nota:
“A veces, en las noches (todas las noches), siento la necesidad de que uno de mis ‘te amo’ estalle en tus oídos, entonces me encuentro con la frustración de que no estarás para escucharlo, y soy yo la que estalla en un millón de pedazos y así me quedo hasta que te veo y tus manos me ponen de nuevo en mi lugar”.
¡Pero qué tonto fui! ¡Yo buscándola en mis pupilas! ¡Buscándola dentro y fuera de mí! ¡En lugares imposibles! ¡En su forma de hermosísima mujer!
Mi vida, pero de qué forma terminaste. Te beberé sin azúcar, como tú hubieras querido. Mi amor, ahora que sabes a café quiero pedirte que no vuelvas a pegarme un susto así.

Luis Enrique Solorio Salazar
Preparatoria 10