La pelea del oeste

Las calles del condado de San Bartolo estaban desiertas, los trompos se habían escondido en sus casas por la llegada del Magno Trompo, el más vil de todos. Hecho con madera y con una cobra grabada, giraba lentamente en busca de víctimas. Lo que no sabía era que un joven que acababa de llegar al condado, venía de tierras lejanas, su nombre era Little Trompo y había llegado al condado de San Bartolo para realizar su sueño de participar profesionalmente en las luchas de trompos y al escuchar del Magno Trompo quiso buscarlo para pedirle que lo entrenara. El pobre Little Trompo no sabía que al Magno Trompo no le gustaban los forasteros.

Little Trompo se dedicó a buscar al Magno Trompo, lo encontró girando tranquilamente por las calles del solitario condado, el sol estaba en lo alto y Little Trompo esperó a que Magno Trompo se acercara, en cuanto lo hizo, le expresó sus deseos para que fuera su entrenador; sin embargo para Magno Trompo sólo había un lugar para un peleador en el condado y ese era él, así que lo desafío a pelear.

Ambos empezaron a enrollarse en sus cuerdas para la épica batalla, mientras tanto los demás trompos empezaron a salir de sus escondites para presenciar el acto, uno de los viejos trompos conocido como El Viejo Trompo dibujó un circulo alrededor de los combatientes, retirándose rápidamente y esperó a que los dos luchadores estuvieran preparados.

Cuando terminaron de enrollarse Magno Trompo empezó a flotar, se dejó caer y giró velozmente dentro del círculo dibujado por El Viejo Trompo. Little Trompo también comenzó a flotar y se preparó para caer encima del Magno Trompo, contó: 1, 2, 3, 4, 5… y dando un giró se dejó caer, pero Magno Trompo lo esquivó.

Little Trompo se golpeó con fuerza en el suelo provocando que su cascarón de plástico recibiera algunas raspaduras, el ambiente estaba tenso, todos esperaban a que Little Trompo se levantara o que Magno Trompo le diera el golpe de gracia, pero después de algunos segundos de tensión Little Trompo se levantó y giró velozmente dentro del círculo, ahora Magno Trompo tenía que caer sobre él, Little sintió un pequeño roce pero logró esquivar el golpe con éxito, los dos dejaron de girar y quedaron acostados, fue entonces que El Viejo Trompo entró al círculo de batalla y anunció a Little Trompo como el ganador.

Todos quedaron desconcertados así que El Viejo Trompo señaló al Magno Trompo que seguía acostado, todos lo miraron y notaron que la mitad de su cuerpo estaba fuera del círculo de batalla, sólo había dos formas de perder una pelea: que el trompo contrincante terminara completamente desecho o que una parte de él estuviera fuera del círculo.

Magno Trompo se dio cuenta que efectivamente la mitad del cuerpo estaba fuera del círculo de batalla, no podía creer que alguien le hubiera ganado y menos de aquella manera.

–¡NOOOOOOOOOO!

Fue el grito que lanzó el Magno Trompo, después de unos segundos Little Trompo se levantó, los demás trompos le abrieron paso y el avanzo hacia el atardecer, mientras lo observaban marcharse se escuchó una extraña voz que venía de lejos, nadie sabía de dónde venía pero a diario la escuchaban, esa voz marcaba el fin del día.

–¡Niños, a comer!

 

 

 

Karen Lizbeth Maldonado Muñoz
Preparatoria 17

La batalla que a giros termina │Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20.

La batalla que a giros termina │Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20.

El pájaro muertero

Te hablaré de mi muerte. No fue algo fácil ni mucho menos bonito. Yo fui aventurero y de no haber sido por mi muerte, aún lo seguiría siendo.
Yo soy originario de Etzatlán, pero nunca me quedaba mucho en un lugar. Soy “una chiva sin mecate”, como diría mi difunta madre.
Comencé mi viaje al lado de mi caballo “El Macho”, una lámpara de petróleo, un gabán, un machete y doscientos pesos. Claro está que no conservé casi nada de lo que llevaba porque hacía hambre y después de haber gastado todo mi dinero, tuve que vender algunas de mis pertenencias, pero eso sí, yo jamás me deshice de la herencia de mi madre: el machete, que perteneció a su padre.
Me fui a Guanajuato, allá con los muertos. De haber sabido lo que me pasaría después, me hubiera quedado en aquel lugar, pero ya me tocaba la de malas.
Para ese tiempo yo todavía conservaba a “El Macho”. De Etzatlán me había ido directito a Guanajuato, descansando sólo por las noches, casi sin detener mi paso en ningún lugar, salvo para comer.
Llegué buscando una fonda para acabar con el hambre y los gruñidos como de fiera hambrienta que producía mi estómago.

–Oiga, doña… ¿cómo me dijo que se llamaba usted? Ah, sí, doña Tacha, deme un pozole con cebolla, aguacate y chile de molcajete. ¿Qué si quiero algo de tomar? Claro, sírvame un agua fresca de limón.

Ese día me quedé a dormir en una banca de la plaza. Amarré a “El Macho” a un árbol. Me quedé una semana en Guanajuato, me busqué un cuartito de alquiler y disfruté del pueblo. Conocí a una bella muchacha.

–Oiga usted, véngase conmigo. Está usted muy bonita.
–¿Cómo cree, señor? Primero tiene que desposarse conmigo y ya después me voy con usted.
–¡Faltaba más! Hoy mismo voy a pedir la bendición de su padre.

Y me casé. Me llevé a mi Marta a vivir a Mazamitla porque dizque ahí había mucho trabajo, y sí que daba trabajo encontrar trabajo; y se vino el hambre y a mi Marta se le pegó la piel a los huesos y tuve que vender a “El Macho”.

–Pedro.
–Dime, mi Marta querida.
–¿Oyes al pájaro cantar?
–¿Cuál, mi cielo?
–Ése, el que parece que te está hablando. Escucha.
–No escucho nada, ay, mi vida, el hambre ya te está afectando la cabeza. Duerme y no delires más.

Se me enfermó mi vieja y tuve que regalarle mi lámpara tan bonita a ese mal parido médico, que tanto la codiciaba a cambio de que viniera a ver a mi mujer.

–Solo es un resfrío.
–¿Eso cree usted? Pero mírela cómo está de pálida y cómo tuerce los ojos… y tóquela, está tan fría como las heladas que hacen en enero.
–Bueno, deberías de haberla alimentado mejor.

Y se fue el condenado.
A la semana se me murió mi Marta.

–Pedro…
–Marta…
–Pedro…
–Dime, mi cielo.
–¿Oyes el pájaro cantar?
–¿Cuál, mi vida?
–Ése, el chiquito, negro y redondo que te dije el otro día, el que estaba ahí, en ese árbol, el que parece que te está hablando… escucha.
–Ay, mi Marta, esta vez sí lo escucho.

Y se murió mi vida. Se murió en mis brazos, tiritando de frío y pálida, muy pálida.
La enteré en el corral, le puse su vestido más bonito, la envolví en una sábana limpia y la eché a la fosa que yo mismo excavé, y me fui, me fui para Las Presas, allá por Ixtlahuacán del Río y cada noche, en donde quiera que llegaba, ese desgraciado pájaro del demonio cantaba; me seguía y me recordaba a mi Martita.
Caí en el peor de los vicios: el alcohol. No me quedaba en ningún lugar, iba de aquí para allá, siempre con mi pena.
Y me fui a la Sierra, allá por Yerbabuena, por Mascota.
Una india me dio posada y por la noche ese maldito pájaro cantaba y cantaba. Así estuvo varios días.

–Muchacho, vete de mi casa, anda, que tú traes la muerte con esa ave. Ese pájaro negro.
–¿Qué? ¿El pájaro?
–Qué bruto eres ¿que no sabes que cuando el tecolote canta el indio muere?

Y efectivamente, después me enteré de que a los pocos días de haberme ido, la vieja se murió.
Y así continuó ese desgraciado pájaro, llevaba la desgracia y la muerte a donde quiera que iba. Ahí, en Los Pilares un vejestorio me dijo:

–Tú, desgraciado. Ya sé que traes ese maldito pájaro, si quieres deshacerte de él vete al cerro y allá mátalo y quémalo para que no vaya a revivir, aléjate de la gente de aquí. Ten, aquí tienes esta carabina.

Y así lo hice. Me fui al cerro, corriendo, caminando, arrastrándome, alejándome de la gente. Y el maldito pájaro me siguió y lo maté.
Ya estaba muy entrada la noche cuando comenzó a cantar muy cerca de donde yo estaba y lo maté, le di dos tiros, casi sin ver, casi sin sentir, pero gracias al cielo la bala lo impactó y cayó; se cayó como el desgraciado que era.

Muere maldito, muere como el asqueroso gusano que eres.
Retuércete de dolor. Sufre. Canta. Muere.

Ya no tenía que preocuparme más por escuchar su diabólica melodía que me enchinaba el cuero y me erizaba el vello.
Ya estaba muerto y yo también. Me embriagué y la borrachera me provocó alucinaciones. Más muerto que vivo comencé a correr tras el ave que tanto había odiado, entre realidad y sueño lo perseguía dando de tumbos y tropezones, cortándome con las ramas de los árboles y gritándole al ave infamias.
Corriendo, llorando, riendo, disparando sin blanco. Muriendo.

Ester Sarón Morón Guzmán
Preparatoria Regional de Etzatlán

Tótem a la vejez │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20.

Tótem a la vejez │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20.

Mi muy querida Eli

Sábado de 17 de octubre

Mi muy querida Eli:

Quiero agradecerte el tiempo y el gesto. Tu última carta llegó a mis manos como una nave a la vista de un náufrago. Por ahora no estoy en la mejor condición, el clima es turbio y siento que el tiempo se me acaba a cada segundo. Si digo que no estoy en la mejor condición por ahora, se debe a que me ha ocurrido algo que me preocupa y que no logro explicar. La semana pasada viajé a la cabaña de la tía Sara, sigue siendo la misma pasa arrugada de siempre, quizá un poco más arrogante, pero sigue moviendo esa esquelética cadera al compás de la música antigua. La estadía fue agradable, la comida espectacular y las preguntas sobre cuándo me casaría imparables.

Sí, ya sé, quieres saber qué fue lo que me impactó, pero no es tan fácil de explicar. ¿Recuerdas aquel pequeño cuarto cerrado al lado de la cocina? ¿Aquél que nunca estaba abierto en el verano? Fui a tomar un vaso de agua en la noche y ahí estaba. El cuarto abierto, expectante, temiendo la hora en la que entrara, seduciéndome con su sombra espectral…
Antes de que me diera cuenta ya había entrado y al instante ya quería salir corriendo.
No, no encontré a un monstruo de dos cabezas, como nos imaginábamos, ni al gato del vecino muerto y colgado de una hilaza, sólo digamos… que ya sé lo que le pasó al tío Juan.

Nido de ciempiés │Diego Guadalupe Pérez Vallejo. preparatoria 20

Nido de ciempiés │Diego Guadalupe Pérez Vallejo. preparatoria 20

Mi querida Eli, no debes temer. Tía Sara ha sido amable, ella misma lo dejó claro conmigo, incluso cuando me descubrió aquella noche. Así que cálmate…
Entre otras cosas, no creo poder llegar para navidad. Tomaré el autobús hoy, después de dejar esta carta en el buzón más remoto y lejano que pude encontrar.

Si no llego en dos días, por favor dile a alguien que me vaya a buscar.
Seguramente estaré arriba del cuerpo de mi despistado tío, descubriendo los secretos de su muerte en la oscuridad.
No vengas.
Julián.

 

Karen Elizabeth Camacho Buenrostro
Preparatoria 17

Delicioso

Octo Hand │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20

Octo Hand │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20

Salí corriendo al trabajo, se había terminado el gas y no pude ducharme, iba hecha un desastre, sabría que me llamarían la atención. Dicho y hecho, me dijeron que llevaba mucho tiempo así, que no me presentara dentro de tres días y esos días no iban a ser pagados. En el transcurso del día, todo fue empeorando, clientes pidiendo devolución de dinero, fallaban las líneas telefónicas, los acosos de mis compañeros… Salí por fin, vi mi camión y corrí rápidamente para alcanzarlo, pero se fue, tuve que esperar media hora más. Pero sabía que todo mejoraría al llegar a casa, porque tenía tiempo guardando una sorpresa para un día como éste.
Por fin llegué a casa, empecé a cenar delicioso, tibio y crujiente                                                                                         pero… me molestaban sus gritos.

 

 
Estela Salina Álvarez
Preparatoria 3

Revolotear

Por algún motivo yo estaba ahí sentada sobre las rocas que cubrían la orilla del lago. En ese momento no podía imaginar mejor sensación que el roce del aire secando mis diminutos pies. Mis ojos se encontraban fijos en el agua que removía aquella pequeñita persona pidiendo ayuda. Mi cuerpo permaneció inmóvil hasta no escuchar más. Ya estaba sola.

 

Andrea Cuera Jáuregui
Preparatoria Regional de Tecolotlán

Conspiración

–¡¿Qué chingados tienes que decirme, güey?!

Me inmuto. Tanto que ocultar, a ver qué cuento le invento ahora. Solos en el aula. Silencio incómodo. La regué, no debí haberlo citado. “Me encantas, hazme tuyo”. Pero todo lo que él alcanza a oír es mi torpe balbuceo. Él, mi mejor amigo heterosexual, tan simpático, frente a mí, temor y pasión. Ante mis ojos, utopía. Siento coraje, lo cito para cohibirme y mentirle sobre un conflicto que inventé, suele pasar. Apaciguaré el deseo, conservaré su amistad por siempre. Aunque…

Dulce Viaje, veo el cosmos sin abrir los parpados. –Dice sin hablar, su lengua en mi boca… Salimos al pasillo, cada quien rumbo a sus respectivas novias. Ambos recreando algo que jamás sucedió.

–Shhh…

 

 

Johan Gadolberto Flores Panduro
Preparatoria Regional de Tamazula

Wendy

Las primeras noches no fue nada fácil. Los cuentos se volvieron escasos y sombríos; sus hermanos no quisieron volver a escucharla. No podía concebir el sueño (¿cómo iba Peter a encontrarla si estaba dormida?) y poco a poco los pensamientos felices abandonaron su alma.
Se recargaba en la ventana, esperando ser todavía mitad pájaro para poder volver a Nunca Jamás, donde él la estaría esperando.
Balanceándose en el vacío, se preguntaba cuánto polvo de hada quedaba en sus huesos.

 

 

María Fernanda Oliva Guzmán
Preparatoria Regional de Puerto Vallarta

Esperar

Golpeo la puerta una vez más. Media cabeza se asoma desde la ventana del segundo piso, basta eso para reconocer mi ceja derecha y mi cabello rizado. Entonces escucho un grito:

–¡Voy!

La primera palabra que le oigo decir a él en mi vida: “voy”, me quedo ahí, esperando a que “venga”, aunque en realidad yo he estado esperándolo dieciséis años, ocho meses y veinticuatro días. Creo firmemente que no existe peor cosa que esperar. No llega. Nunca llega. Me doy cuenta que no quiero que llegue. Nunca quise que llegara. ¡Qué bueno que no llegó! Si él hubiese llegado alguna vez, yo no sería quien soy ahora. Él no llegó, llegué yo. Y entonces se abre la puerta.

–Buenos días, me llamo Sofía. Soy tu hija.

 

 

Andrea Sofía Solís Jiménez
Preparatoria 5

La vida es muy corta como para quedarse en un solo lugar │ Gloria Edith Flores Guerrero. Preparatoria Regional de El Grullo

La vida es muy corta como para quedarse en un solo lugar │ Gloria Edith Flores Guerrero. Preparatoria Regional de El Grullo

Tiempo libre

[…] Tenía tiempo de sobra, una o dos horas, así que decidí dirigirme a la biblioteca. Había mucha gente y logré un punto en el que tuve una frustración total. Salí. Volví a entrar. Salió la gente. Comencé a ver los estantes. Y lo vi… Estaba entre la estantería. Yo lo vi… Con mis manos lo acaricié. Lo olí. Posé mi vista sobre él y me gustó. Mis más oscuros y salvajes deseos afloraron… Cuando encontré… mi libro favorito.

 

 

Juan Manuel Martínez Arias
Preparatoria Regional de Etzatlán

Escribirnos, leer…

Escribir es una reconciliación con el yo interno con el que vivimos en conflicto. Cuando plasmamos una idea en el papel o escribimos una historia, nos acercamos más a una armonía interna y con el entorno en que nos encontramos.
La literatura es una forma de conocimiento que ayuda a concebir aspectos del mundo que de otra manera serían difíciles de explicar. Así, logramos entender de manera clara el actuar de los personajes, identificarnos con sus miedos, comprender el porqué de sus errores y gozar también con sus aciertos.
Y diremos sin temor a equivocarnos que, para los que no tendrán nada que ver con la literatura en su vida laboral, desarrolla su creatividad y los hace mejores profesionales ya que les muestra nuevas posibilidades de resolución de problemas a través de la imaginación. Para algunos otros, los impulsa a dedicarse a la literatura como carrera.
Escribir un cuento es dejar una pequeña o gran huella en el planeta. Es la forma en la que doy a conocer mi individualidad y así puedo explicar cómo siento y cómo entiendo lo que pasa fuera de mí.
Las letras nos permiten crear y compartir mundos posibles en los que estamos inmersos. Parodiando a García Riera, podemos anotar que “la literatura es mejor que la vida”. Es un espacio acogedor al que acudimos porque siempre encontraremos a un amigo-escritor-libro con el cual seguramente nos identificaremos. Los relatos que se encuentran en tus manos son producto de la creatividad y el esfuerzo de jóvenes bachilleres, que se han refugiado en este espacio esperando encontrarse con ese amigo-escritor con quien intercambiar sus huellas y sentires.
Vaivén es tuya; es un espacio de expresión en el que puedes manifestarte abiertamente a través de la literatura. No pierdas la oportunidad de hacerlo.

Javier Ponce*

*Maestro en Lengua y Literatura Mexicana. Es investigador de la Universidad de Guadalajara. Ha publicado en diversos suplementos culturales y revistas de Jalisco y de la Ciudad de México como Armario, Uno más Uno y Tierra Adentro. Es director de la revista electrónica Sincronía. Profesor del Departamento de Letras de la Universidad de Guadalajara.

Café negro

Libertad│Juan Manuel Galindo Reyes, Preparatoria Regional de La Barca

Libertad│Juan Manuel Galindo Reyes, Preparatoria Regional de La Barca

–Una taza, ¿verdad?
–Sí, chula. Y tráeme una dona glaseada si tienes.
Termino de anotar en la libretita la orden y ensarto de nuevo la pluma entre mi pelo. Con el delantal amarrado por la cintura camino hacia la cocina, esquivando las sillas y las manos que se intentan acercar a mi falda, respirando humo de cigarro barato, me detengo para escupir el chicle a la basura que me deja un sabor amargo en la garganta.
–Qué cara, muñeca. Es viernes y tú igual de amargada, ese hombre te está matando.
–Pásame la cafetera y ahórrate el comentario, Mary, quien quita y uno de estos días sí me acaba matando y tú con tus jodidas bromas –respondo enfadada.
–Ay sí, ¡ya quisieras! Al menos dejaría de robarte todo lo que te ganas aquí a fuerza de aguantar traileros toda la noche, sirviendo café quemado y vaciando ceniceros mugrosos. Ándale, ya llévate la cafetera y las donas, y ten, la cuenta de la seis.
–Mary, te juro que a veces sólo quiero largarme de aquí…
Me da un apretón cariñoso en el hombro y siento que me duele, tengo toda la espalda hecha nudos y los pies me matan encerrados en los tacones. Necesito un cigarro. Van tres días que no puedo voltear a la derecha por una contractura en el cuello. Ojalá que Silvia traiga pomada.
Vibra la bolsa de mi falda y lo ignoro. Sirvo el café en las mesas y recibo el dinero de un tipo gordo con barba de candado. Limpio la barra con un trapo que huele a humedad. Cuando se va el hombre me encierro en el baño, reclinándome sobre el lavabo. Me veo terrible, ya no sé si mis ojeras son de ese tamaño o el delineador logró correrse hasta mis pómulos. Toco mis mejillas hundidas y trato de sonreír frente al espejo. Con el lápiz labial quebrado me veo sinceramente decadente.
Abro la llave y mojo un poco de papel para limpiarme los labios y debajo de los ojos cuando vuelve a vibrar mi celular. En la pantalla, el mismo número de siempre.
–¿Qué quieres?
–Uy, qué genio. Mira sólo hablo para decirte que ya tengo el dinero que te debía, paso por ti a la una porque tenemos que hablar, y tómate una Coca porque cuando voy siempre te estás durmiendo.
–Tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Dime qué quieres y déjame el dinero con Carmen cuando puedas.
–Al rato que te vea te explico, preciosa, te voy a dar algo para que nunca te olvides de mí –responde con voz ronca– me has estado diciendo mentiras… ¿verdad? Pero no te apures, chiquita. Te las perdono todas.
Trato de decir algo, pero sólo escucho mi voz quebrada por encima del timbre de línea ocupada.
Con los dedos adoloridos suelto el teléfono y al caer al suelo se hace pedazos. Como yo.
Siento unas enormes lágrimas rodando por mis mejillas y no puedo respirar entre sollozo y sollozo. Ese malnacido se enteró, alguien le dijo lo de Armando…seguramente fue la estúpida de Carmen, ella le dijo, ¡ella le dijo! ¡Todo es su culpa! ¿Por qué me devolvería el dinero? Ese imbécil no ha hecho más que quitarme hasta el último centavo y atosigarme con sus estúpidos celos. Viene a matarme.
Me va a meter un plomazo antes de explicarle, no voy a ver ni un peso venir de él. Se va a escuchar el disparo, me va a agarrar del cuello y va a torcérmelo como gallina, va a taparme la boca con un mugroso paliacate y a media carretera me va a pasar por encima con su motocicleta. Y después va a ir por Armando… le invitará una copa, lo va a poner borracho mientras cantan en un bar y entonces le dará un golpe en la nuca, ¡lo va a matar! ¡Nos va a matar a los dos por culpa de la tonta, tonta, tonta de Carmen!
–Paty… ¿todo bien? Dejaste dos mesas a medias, ya salte del baño.
–Sí, Mary, espérame poquito, es que me dieron como náuseas pero ya estoy bien.
–Traigo una pastilla, ¿no quieres?
Quiero doscientas.
–No, no te apures, ahorita salgo -digo secándome la cara.
Salgo del baño con los pedacitos de celular en el bolsillo y le tomo la orden a dos mesas más. Miro el reloj, cuarto para la una.
Abro la persiana de la cocina y me asomo, pasan un par de coches por la carretera haciendo líneas de luz sobre la oscuridad. Al anuncio fluorescente de la gasolinera le parpadea la “s” desde la semana pasada.
Va a matarme, o ni siquiera eso. Me quitará todas mis cosas, me va a pegar y a dejar por ahí en un baldío para que ni los perros me oigan llorar. O no… ya sé…seguramente me va a amenazar con decirle a todos lo que pasó con Armando… y yo, yo le voy a llorar y a pedir de rodillas que no, que no le diga a nadie, que le seguiré dando el dinero cada mes, todo el que necesite, que agarre de mis cigarros, que viva conmigo otra vez. Me va a traer como su títere, me va a agarrar a cachetadas cuando le dé la gana y yo no voy a decir nada, me lo voy a aguantar todo porque todo fue mi culpa…
–Paty, mija ya vete, te ves toda malita. Ándale, a descansar a tu casa, yo te cubro las mesas que faltan, ¿sí? Échate un cigarro, duerme bien, me saludas a tu hermana y mañana nos vemos.
–¿De veras, Mary?
–Córrele, niña. Antes de que me arrepienta –dice con una sonrisa.
Me sostengo temblorosa sobre las piernas mientras recojo mi chamarra y mi bolsa de los vestidores. Con los dedos helados, mientras salgo por la puerta de atrás, me pongo un cigarro en la boca y le acerco la flama del encendedor al otro extremo.
Ya no puedo, no aguanto esto. Me largo, tomo un camión a Tijuana y ya estuvo, seguro que alguna tía me recibe, me pongo a trabajar y le salgo a esto, me le zafo a este hombre.
Una, dos, tres motocicletas.
Ninguna es la suya. Ándale, Paty, anímate, lárgate. Déjalo todo, que al cabo no tienes nada.
–¿A quién esperas, preciosa?
Le brillan los ojos, se baja de la moto y se me acerca. Mugroso, con su barba de tres días, con sus manos que hacen moretes, con sus dientes que me sonríen, con esos mismos se come todo mi dinero, con esos malditos dedos me aprieta los cigarros en la pantorrilla hasta que se apagan.
Y yo, con estas manos trato de zafarme todas las noches, pero ya no.
Retrocedo un par de pasos temblando. Me encuentro con la pared de la cafetería y me quedo así, buscando con las manos. Tentando a ciegas lo rugoso de la pared hasta que lo encuentro.
Aprieto fuerte el tubo que traigo tras la espalda, hasta que me duelen los dedos. Se acerca, uno, dos, tres, cuatro pasos.
Me mira extraño, se acerca más. Mi pecho se alza frenéticamente. Doy primero en la cabeza y miro cómo se tambalea desconcertado, grito del miedo y le doy en la cara viéndolo escupir un diente. Cada vez más asustada golpeo en las costillas, detrás de las rodillas, en el estómago y cae al suelo.
Se aprieta fuerte el abdomen, parece que va a vomitar y me detengo para verlo. Acurrucado en el suelo, pujando y gimiendo de dolor. Así hasta parece humano, así hasta se parece a mí. Y golpeo más fuerte, más rápido. Quiero gritarle pero no tengo aire. Pateo su nuca y su nariz comienza a sangrar al tiempo que con las manos trata de tomar el tubo, trata de cubrirse la cara. Vuelvo a golpear en su cabeza y la deja caer.
Un último golpe. Me miro las manos. Tengo los dedos morados y las uñas levantadas. Me acerco temblando, horrorizada. Toco muy suave su cuello y no siento nada. Me acerco a su boca y su nariz, pero no respira. Da asco. Entre los moretones no se distinguen sus facciones. Los huesos de los pómulos asomándose por la piel abierta. El labio de abajo deja ver un diente que cuelga, apenas sostenido por la encía.
Tengo que correr, nadie me va a arrebatar este momento. Ni la policía, ni un par de ojos curiosos. Nadie me va a culpar de nada porque hice lo correcto. Siento que se me sale el corazón del pecho mientras tomo mis zapatos con una mano y con la otra mi bolsa. No sé a dónde ir, pero no puedo quedarme. Empiezo a correr por la banqueta de locales aislados con luces opacas. No puedo ir así hasta la central de autobuses. Tendré que cruzar. Encontraré algún tráiler que me lleve, una camioneta de carga. Siento las manos sucias.
Corro con la boca abierta intentando respirar. La acera termina con la desviación de retorno de la carretera. Está tan solo y oscuro aquí que sólo logro ver el otro lado. No me detengo a pensarlo y me dirijo hacia ahí. Atravieso el pavimento con zancadas torpes hasta que se dobla mi tobillo y caigo de bruces contra el suelo.
Veo dos luces blancas que se acercan. Escucho el sonido creciente de un motor de diésel. No podré levantarme, ya no queda nada qué hacer. Suelto mis zapatos, dejo caer la cabeza. Lo recibo.

Selene María Flores Camacho
Preparatoria 12

Nube

4:30 a.m. Hotel.
Suena la alarma y con la mano derecha, por debajo de las sábanas, la apago. Con la misma mano me rasco la cabeza después. Enciendo la televisión en el noticiero mientras tomo una toalla blanca con letritas doradas en la esquina derecha, y escucho la monótona voz del conductor de todos los días, hablando de la misma crisis que azota a los mismos países, la misma pobreza que desmorona los mismos barrios en temporada de lluvia.

Ansiedad│Elías Pablo Zepeda Rodríguez, Preparatoria 7

Ansiedad│Elías Pablo Zepeda Rodríguez, Preparatoria 7

Agosto, no es buen tiempo para volar, pero es mi favorito.
Abro la llave derecha solamente y me pongo bajo el chorro de agua fría tallándome los ojos, destapo el champú y me pongo bastante en la mano con la que me empiezo a frotar el cabello. Lo enjuago.
Tengo sueño. Me tallo con el jabón líquido el resto del cuerpo y termino mi baño abriendo un poco el agua caliente. Salgo envuelto en la toalla y meto la loción para manos del hotel en la maleta junto con las burbujas de la bañera, antes de cerrarla saco mi uniforme y me lo pongo llevando bajo el brazo el sombrero.
5:23 a.m. Hora de salir.
Antes de apagar la televisión el presentador dice: “Avión se desploma esta mañana mientras cruzaba el Atlántico, cuarenta y dos fallecidos repor…”.
5:24 a.m. Se termina.
Salgo de la habitación del hotel al pasillo, doblo tres veces a la derecha, una vez a la izquierda, las ruedas de la valija se atoran dos veces en la alfombra azul marino.
Presiono la tecla que dice lobby y bajo siete pisos en silencio, cuando las puertas se abren me recibe el bullicio natural de Nueva York, tan gris, aburrida y ruidosa que no me da tiempo de extrañarla. Pregunto en recepción por mi taxi, devuelvo la llave del cuarto a la señorita que me atiende y ella señala el auto amarillo estacionado en la acera de enfrente. Subo al viejo Volkswagen y empezamos a andar.
7:11 a.m. Prefiero volar.
Presento en la entrada del aeropuerto mi identificación y en el baskin robins alguien me hace señas para que me acerque. Es Cliff.
–¡Ben! Qué bien que llegas, justo Marvin y yo planeábamos algo, los tres una semana a Las Bahamas, ¿qué dices? Llevaré a Michelle y a los niños este verano y deberíamos de sentarnos del otro lado de la cabina alguna vez. ¡El oficio nos está matando! -ríe.
–Lo siento, Cliff, agenda llena –digo mientras pido un café en el mostrador.
Dicen más cosas intentando persuadirme pero me siento desconectado, aún tengo sueño, supongo. No tengo ganas de discutir sobre vacaciones cuando veo a diario cientos de personas con sus bermudas tomándose fotos en las tiendas del aeropuerto. Quizá será mejor dejarlas para después, iré otro día.
A otro lado, muy lejos. Miro el reloj de mi muñeca izquierda y faltan diez a las ocho, apronto a Cliff para ir al andén a hacer las pruebas antes del vuelo de hoy y nos despedimos de Marvin que comienza hasta la tarde.
Lisa, la mujer de seguridad que siempre nos inspecciona antes de abordar, nos saluda alegremente mientras Cliff la vuelve a invitar a cenar y ella vuelve a decir que no señalando su anillo de compromiso.
–Vamos, muñeca, ¿qué tiene de malo una cena entre dos amigos casados?
Ella sólo ríe y nos da permiso de pasar, atravesamos ya sin las maletas por el tubo de goma que conecta al edificio con el avión y entramos al cuarto de control. Me siento en el asiento de la izquierda, de piloto. Cliff se acomoda a mi derecha. Hacemos las revisiones de rutina.
–Los controles se ven bien –digo.
–Pero tú te ves horrible, te digo que te faltan vacaciones.
Creo que dice más cosas pero no lo escucho en realidad, en cuestión de minutos vendrá cualquier sobrecargo con exceso de maquillaje (que seguro ya se habrá acostado con Cliff) a decirnos que se han dado las instrucciones de seguridad y por su parte podemos despegar.
8:41 a.m. Intercambio.
El avión corre… corre por la pista.
Hace tanto que no corro, dejé todo por volar… por volar… (les habla el segundo al mando de la nave, estamos por despegar del suelo hasta alcanzar una altura aproximada de trece mil pies sobre el niv…) volar, volar como hacen los pájaros, como no hago yo.
Dejamos de sentir el suelo, volvemos a mirar los controles.
Despegamos las llantas del asfalto (les recordamos que el cinturón de seguridad debe permanecer…), despegamos los pies de la tierra.
9:03 a.m. Aquí de nuevo.
Llegamos a la orilla de la costa y veo el mar, lo azul que es el mar y me impresiono de nuevo, porque otra vez me he sentido perdido, como tantas otras desde que trabajo en esto, en medio de la inmensidad.
Sin diferenciar al agua del cielo, a las nubes de las olas. ¿Vacaciones en Las Bahamas? Aquí son mis vacaciones. Perdido.
–Oye, Ben, el radar está señalando otra dirección, ¿qué crees que sea?
–Seguro no es nada, alguien debe tener un celular encendido, ya ves que nunca falta –sonrío.
–Sí, debe ser eso.
Estoy volando, ayer volé y mañana lo haré de nuevo. Pero volar no es suficiente, yo quiero quedarme aquí, ¿aquí? No sé, no sé si aquí, es que estoy perdido.
–Escuché que en el aeropuerto al que arribamos esta tarde tiene un restaurante italiano excelente, deberíamos pasar a cenar, ¿no crees? –se acomoda los audífonos.
No tengo hambre, no me apetece, sólo asiento con la cabeza. Mi cabeza que se va despegando de mí, idéntica a la sensación de despegar las ruedas de la pista, de saltar al vacío sin vacío alguno, sólo flotando. Mi cabeza que desprende de mi cuello, mi cuello de los hombros a su vez.
No me decido sobre las vacaciones. Me gustan las nubes, flotan todo el tiempo, no aterrizan ni dejan de existir. Y en cambio el agua, el agua es el nítido reflejo del cielo que tanto me gusta y puede estar en paz, serena, o decidirse a azotar la costa. Si tan sólo pudiera tener mis vacaciones aquí, flotando justo en medio de ambos.
–Ben, la velocidad está bajando.
Aquí puedo verlo todo tan claro, éstas son mis vacaciones, es mi cuerpo el que flota y no el avión. Pierdo el peso y dejo de sentir la gravedad.
Bajan las máscaras de oxígeno, un bebé llora, sacan por la fuerza a una mujer del sanitario, salen de los asientos chalecos naranjas.
–Ben, Ben, ¿qué estás haciendo? Capitán Ben…
–¡Mira las nubes, Cliff! Me hago uno con ellas, mira mi cuerpo, mira a través de él, mira cómo absorbo la luz del sol.
Y floto, nunca caigo, estoy en medio de lo que soy, y soy justo lo que quiero.
Soy nube. Soy cuarenta y dos nubes.
4:30 a.m. Rutina.
Suena la alarma y con la mano derecha, por debajo de las sábanas, la apago. Con la misma mano me rasco la cabeza después. Enciendo el televisor en el noticiero mientras tomo una toalla blanca con letritas doradas en la esquina derecha, y escucho la monótona voz del conductor de todos los días, hablando de la misma crisis que azota a los mismos países, la misma pobreza que desmorona los mismos barrios en temporada de lluvia.
5:23 a.m. Termino.
Antes de apagar la televisión el conductor dice: “Avión se desploma esta mañana mientras cruzaba el Atlántico, cuarenta y dos fallecidos repor…”.
Y la apago.

Selene María Flores Camacho
Preparatoria 12

Chingado

No disparen por favor. Y nadie disparó. Llevaba Carmelo a la virgen de Guadalupe en la espalda. Los pies con costras. La cara quemada por el sol. Cuando suplicó que no dispararan, lo hizo con una sinceridad enorme, no queriendo escaparse de la propia muerte, sino más bien de la vida. Me atrevo a decir que fue eso lo que conmovió a los soldados, que no dispararon, que mantuvieron sus armas apuntando, mas sin ninguna intención de abrir fuego. Y Carmelo pasó sin apresurarse en medio de todos ellos. Y la virgencita mantenía su mirada fija en algún punto lejano.
Ni federales ni revolucionarios se atrevieron a emitir ruido alguno mientras pasaba Carmelo. Sin embargo, ¿era él por quien luchaban? Descalzo, moreno, chaparro, con callos en pies y manos. Sudoroso y con costras. Con tierra pegada en todo el cuerpo. Llevaba a la virgen, pesadísima, en la espalda. ¿Por qué? ¿A dónde iba? Pero sobre todo ¿de dónde había salido? No se podía imaginar a ese hombre siendo un niño. Tal vez un adolescente.
Ni remotamente. No pudo haber nacido de ninguna mujer. Su caminar lento, a la vez tímido y estoico, no pudo haber nacido así como así. No era por él por el que ninguno de los dos bandos luchaba. No podía ser. Y si era él…
No podía. Porque era muy parecido a ellos. Y cada vez era más insoportable mirarlo. Y no se iba, y no se iba. Pero no podían disparar. Porque él pidió que no lo hicieran. Y nadie lo hacía. Pero mirarlo a él era más y más incómodo. Asqueroso. Como mirar una herida abierta, sangrante, podrida. Una herida propia. ¿De dónde venía ese hombre? ¿De qué pueblo? ¿De qué tierra? Era claro que había nacido de un huevo. O quién sabe. En algún lugar, un campesino de barro tiene plantíos y plantíos donde cosecha personas. Ara la tierra y mete ahí cualquier cosa que se le ocurra. Lo que sale de ahí, son esos hombres chaparros, morenos, con la vista hacia abajo y con una virgen de Guadalupe en la espalda.
Los soldados retrocedían cuando el hombre se acercaba demasiado. Como si estuviera enfermo. Enfermo de simplemente ser él. Enfermo de ser mexicano. Enfermo de llevar una virgen, como un tumor, acá en la espalda, y enfermo de no querer que le disparen.
¿A dónde iba? Ése era otro misterio. Pues se estaba internando en el monte. ¿Encontraría la basílica en algún momento? ¿O llevaba la figura a algún pueblo, a alguna familia, a algún altar en el cerro? ¿Sabía siquiera a dónde iba? Tal vez agarró la estatua de virgen, se la cargó en la espalda, y empezó a caminar sin rumbo definido sólo porque sí.
La calma se iba rompiendo. Porque cada pregunta que generaba el caminar lento de Carmelo, generaba preguntas a los soldados sobre sí mismos. ¿A dónde iban ellos? ¿Qué haría cualquiera de los dos bandos si ganaba? ¿Por qué? ¿Era por Carmelo por quien luchaban? ¿Esos eran ellos? ¿Carmelo podría representarlos? Pero por supuesto que no. Porque camina lento. Con la vista agachada, sin zapatos, y porque no nació de una mujer.
Todos empezaron a cuestionarse de dónde habían salido. Quizás de los mismos cultivos del campesino de barro. Quizá ellos también agachaban la vista, cargaban virgencitas en la espalda y temían que les disparasen. Dudaron, aunque suena a blasfemia, de su propia madre. ¿De verdad era aquella mujer sagrada quien los había parido? Sintieron que su madre en realidad estaba ahí, sobre la espalda de Carmelo. Vieron su propio nacimiento. Vieron sangrar la vagina de la virgen. Como se supone que sangra cada mes. No hay blasfemia en eso. Porque de ahí nacieron. De su útero. Todos. Y la cara de sus madres sustituyó a la cara de yeso de la virgen. Y respiró. ¡Carmelo estaba secuestrando a sus madres! Por eso su paso tan pesado. Por eso su mirada al piso. Su paso lento. Por eso.
Un terror silencioso se extendió entre todos. Si aquel era el hombre por el que luchaban ¿Qué eran ellos?
Carmelo no se iba. Con sus madres en la espalda. Seguía caminando lento. Y los soldados sólo querían que se llevara a esa mujer. Sagrada y repudiable. Del corazón hinchado hasta desgarrarse. De la vagina violada y el útero profanado.
Los hijos de la chingada vieron a la chingada ahí encima. La vieron a los ojos. Viva. Respirando. La vieron sobre ellos mismos. Sobre Carmelo, hundiéndolo. Y sintieron pena por él. Por ellos. Pero él avanzaba para ella. Si no, se quedaría parado.
¿Cómo ayudarlo? Su destino era ése. Estar peleando constantemente contra todo. Ser una víctima por decisión. Que sus pies y sus manos sangren y sangren.
¿Cómo ayudarlo? ¿Cómo ayudarse?
Carmelo siguió caminando. Igual de lento. Y no se alteró cuando todo el pelotón de ambos bandos lo acribilló con balazos de pánico. Quedó a mitad del monte, sangrando, con pedacera de virgen sobre su cuerpo. Tizne blanco de yeso. Muerto. Violado. Chingado.

Mario Balam Morgado Olvera
Preparatoria 12

Déjà vu

Sigue tu camino│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Sigue tu camino│Diego Guadalupe Pérez Vallejo, Preparatoria 20

Era mediodía cuando Rubén llegó a la casa. Trató con dos llaves antes de dar con la indicada. La casa era de dos pisos, estaba a un metro de la banqueta, ahí debería haber un jardín pero nadie se molestó en regarlo. La pintura azul cielo de las paredes se estaba descarapelando y por las ventanas se veía una cortina naranja a rayas en muy mal estado. Al entrar, Rubén notó que no estaba tan mal como pensaba. La imaginaba llena de basura, hasta el techo, y pilas de tiliches por todos lados. Sin embargo, lo que se encontró fue con unos cuantos muebles cubiertos por una capa gruesa de polvo. Su trabajo se había reducido rápidamente, al menos como lo había imaginado.
Así, un poco más animado, decidió dar una vuelta rápida por el lugar. La sala estaba pintada de color naranja combinando con las cortinas. Había dos sillones, uno grande y antiguo, roto de los respaldos; el otro era un sofá individual de cuero. También había una mesita en el centro. En la cocina, a diferencia del resto de la casa, quedaban trastes del propietario anterior. Había trastes apilados en el lavabo, y del refrigerador emanaba un fuerte hedor; decidió que empezaría por ahí. Tenía que limpiar la casa y arreglar todo lo que se necesitara, la tendría que pintar y redecorar si quería que alguien la rentara o, en el mejor de los casos, la comprara. Éste era el primer día de muchos en la reparación de la vieja casa.
Hace más de un mes que era el dueño de la casa, la heredó de su padre al morir; pero ésta era la segunda vez en su vida que la visitaba. No había podido ir antes porque sus estudios en el último año de la universidad se lo impedían. Decidió que se encargaría de la casa cuando estuviera de vacaciones, se haría cargo en ese pequeño tiempo de transición entre su época escolar y el resto de su vida. Se había graduado de médico veterinario y ya tenía un trabajo seguro en una modesta clínica a las afueras de la ciudad; quizá no se volvería rico, pero no lo hacía por el dinero.
Cuando subía al segundo piso notó que unas cajas apiladas estaban debajo de las escaleras. Las movió, eran seis. Había dos cajas grandes del tamaño de una estufa y las otras eran medianas. Abrió una de éstas y se dio cuenta que eran objetos de inquilinos que habían pasado por la casa.
Dio una mirada rápida al resto de las cajas. Las grandes estaban muy pesadas y cuando las abrió, estaban llenas de sábanas, cobijas y ropa, todas repletas de polillas. Las cosas interesantes estaban en las cajas pequeñas. Decidió que después de mirar comenzaría la limpieza y luego se dedicaría a curiosear las cajas.
Eran las tres de la tarde cuando Rubén se sentó en el sofá de cuero (ahora limpio) a ver las cajas pequeñas. El sol empezaba a sofocar la tarde, se sentía un calor bochornoso en esa casa sin ventilación. Empezó a sentir hambre, marcó a la operadora para que le dieran el número de la pizzería, ordenó y, mientras llegaba su pizza comenzó a curiosear las cajas. Se dio cuenta que muchos de los libros que había visto eran en realidad álbumes fotográficos; el primero que vio contenía solamente fotos, repetida una y otra vez, era algo grueso, lleno de fotos con la fecha del 23 de febrero de 1986, al parecer tomada de un periódico. Los otros eran álbumes normales. En el fondo de la caja había muchos negativos sin revelar. El calor de la tarde y el hambre hicieron que se quedara dormido en el sofá.
Despertó con el sonido del repartidor tocando. Fue y pagó. Mientras comía comenzó a ver la segunda caja, ésta le parecía mucho más interesante, contenía muchos vinilos sin rotular, aunque estaban en mal estado. A él le gustaba coleccionarlos. Deseó poner uno para ver si servían y saber de qué música se trataba pero no había tocadiscos. También había una máquina de escribir y varios cuadernos. Tomó el primero, era uno rojo de pasta dura, al abrirlo notó que en el interior de la tapa superior había muchas líneas llenas en grupos de cinco como si se llevara la cuenta de algo. Rubén no los contó pero había fácilmente unos 600 rayones. Empezó a hojearlo y se dio cuenta que se trataba de un diario. No leía hoja por hoja pero intuyó que se trataba del diario de un escritor. En muchas páginas ponía ideas encerradas en círculo como para recordarlo más tarde: “chicas asesinas”, “pepenador descubre cuerpo”, “detective-múltiple personalidad-asesino”. Todos los libros que había en la caja eran libros de misterio lo que le pareció muy natural. Lo que le pareció extraño era que de la mitad del diario en adelante todas las entradas comenzaban con la misma fecha “12 de octubre de 1999”. Se dio cuenta de eso cuando pasó rápido todas las hojas. Decidió ir a la última entrada antes de esta fecha, era del 10 de octubre. Se recargó en el sofá para leer mientras comía otra rebanada de pizza.
“Conseguí rentar una casa, que dicen está maldita, pienso que vivir ahí un par de meses será la inspiración perfecta para mi nueva novela”. Le pareció interesante y siguió con la siguiente entrada: “Primer día en la casa, investigué un poco y resulta que todas las personas que han vivido aquí terminan muertas, la mayoría se suicida, pero no creo que los fantasmas estén rondando por aquí y si lo están no creo que sean problema. Hoy me voy a instalar y mañana empezaré a escribir, ya tengo un par de ideas”.
Al final de esa página se leían dos notas: “suicida arrepentido” y “asesino en el sótano”. La siguiente página decía exactamente lo mismo que la primera pero ya no estaban las notas del final, en una tercera página se leía: “Tengo un déjà vu. Cada noche voy a dormir y amanezco de nuevo en el día anterior, el primer par de noches no me lo quería creer, pensé que era un sueño pero hoy hice un experimento antes de dormir. Tomé los platos del fregador y los rompí en el sueño. Cuando desperté estaban en el fregador intactos”.
Rubén empezó a intrigarse y hojeó los demás cuadernos, pero eran sólo diarios normales y otros eran cuadernos de borradores. Empezó a sospechar que quizá ese diario era falso, parte de una novela en proceso. Así que se saltó las páginas para leer entradas al azar.
“He intentado mantenerme despierto, lo que más he durado han sido tres días, pero en cuanto duermo vuelvo al maldito primer día que llegue a la casa. Hay cosas que sí permanecen al día siguiente, como todo lo que escribo en este cuaderno, también cuando reparé la puerta del piso de arriba amaneció reparada… me estoy hartando de comer la misma mierda todos los días, pero si voy y compro algo a la tienda, al día siguiente desaparece”.
Rubén, fascinado por el diario, los vinilos y los demás objetos de las cajas perdió la noción del tiempo. Ya eran casi las siete de la noche. El camino a su casa era de dos horas y ciertamente no quería pasar la noche en esa casa maldita, así que subió a su coche una caja con el diario y el resto lo depositó en el basurero. Cerró la casa y decidió que continuaría al siguiente día.
En su casa cenó como era debido, tomó una ducha y se acostó en la cama alrededor de las doce de la noche. Tenía el televisor encendido pero continuaba leyendo el diario: “Le pregunté al dueño que si tenía las cosas de los anteriores propietarios, le dije que era para mi libro y me dijo que me las traería mañana, me quedé despierto y me las trajo. Me preguntó si me encontraba bien, no me creería de todos modos. Las malditas cajas siguen aquí, todos se deshace en la noche pero las malditas cajas siguen aquí… estoy empezando a desesperarme, fui a la iglesia y después de horas de explicarle, el padre me creyó. Dijo que mañana vendría a bendecir la casa, pero mañana no recordará nada.
“Viendo las cosas del antiguo propietario, me di cuenta que a él le pasó lo mismo, en uno de sus álbumes tiene fotos del mismo día, verificó la fecha del mismo periódico una y otra vez; yo llevo la cuenta de más o menos un año y medio atrapado aquí, pero vi la última foto de ese álbum y el reverso decía ‘16 años, ya no puedo más’. El tipo duró 16 años aquí, no sé cuánto más dure yo… la maldita casa, rompí un vidrio y al ‘día siguiente’ estaba arreglado pero mi mano sí amaneció lastimada, LA MALDITA CASA QUIERO QUE SUFRA.
“Me he largado cien veces, me alejo todo lo humanamente posible pero por más que dure despierto, tan pronto como voy a dormir, despierto en la maldita casa, en el mismo maldito día… Compré un arma, tardé mucho en convencer al tipo, le dije que le entregaría mi permiso al día siguiente pero no importa, nada eso recordará. Cuando sea de mañana y la pistola no esté”.
Rubén se acercaba al final del diario. En la última entrada se leía: “12 de octubre de 1999. He contado dos años, quizá pasó más o menos tiempo, ya no tengo noción del tiempo, la pistola sí amaneció aquí”. Eso era todo, el final del diario. Rubén se quedó perplejo, confundido e intrigado. Quería saber más; si era una novela quería leerla toda. Si era un diario quería saber lo que le pasó al autor. Pero ya era muy noche, decidió que mañana buscaría más en las cajas, estaba muy confundido y quería ver si dejó algún cuaderno en la casa.
Apagó la televisión, se lavó los dientes y fue a dormir.

Alex Emmanuel Castañeda Barragán
Preparatoria Regional de Puerto Vallarta

Atrapado en Hamlet

Sin título│Andrea Azucena Avelar Barragán, Preparatoria 2

Sin título│Andrea Azucena Avelar Barragán, Preparatoria 2

Finalmente se convirtió en rey de Dinamarca. En su audaz disfraz, acudió a la gala del Marqués. La máscara le apretaba, era el único problema, pero era un requisito. La sostuvo con la mirada durante todo el baile, hasta morirse de cansancio. Hamlet se apoderó de él… jamás pudo quitarse la máscara.

Christian Geovanni Nuño Hurtado
Preparatoria 6