Diaforesis

El basurero humano │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20

El basurero humano │ Diego Guadalupe Pérez Vallejo. Preparatoria 20

Daron se pasaba el día mirando el exterior, tentador pero hostil, inexplicable, le parecía un oráculo aunque también un abismo de dudas y perdición. El problema es que había pasado toda su vida tras ese cristal polarizado, esa plataforma cálida y suave (su cama), ese transmisor informático (su ordenador), en fin, toda su habitación; o quizá sea que su madre es una loca a quien le horrorizaba la idea de que su hijo anduviera por ahí, entre tantos psicópatas, tantos virus y bacterias, tantos riesgos, tanta maldad disfrazada de dulzura. Y tenía razón, el mundo no es un lugar donde se pueda correr desnudo, sin preocupaciones, sino un sitio donde a diario se debe administrar una dosis de realidad para tener los pies en la tierra.
16:04 pm
La fecha estaba programada, quizá, un frío atardecer amenazaba con una tormenta a la ciudad de Tarbean. Daron se puso a ello, muy bien preparado con una muda en su espalda, contenía mapas de la ciudad entera y sus vecinas. Llevaba también una roca, una cuerda, una linterna, pues no sabía muy bien qué llevarse, no era como si lo hubiese planeado tanto, puede que sí, pero no sabía qué es lo que las personas guardaban en sus mudas o bolsos. Guardó un par de suéteres, eso sí sabía que iba a necesitar.
Ya era un hecho que saldría por el túnel que excavó hacia unas semanas, pues si lo pensamos ¿la puerta principal? Por favor, menuda estupidez, ¿por la ventana? Muy arriesgado, podrían verlo sus vecinos, quienes no sabían de su existencia, mientras él sabía todo de ellos.
16:23
Al dar un par de pasos fuera de su habitación recordó qué era la última cosa que necesitaba en su viaje: el crucifijo colocado al revés en uno de los cuatro muros alrededor de su habitación. Mi madre iba a cambiarlo de posición cada que podía, creo que le molestaba, creo que era una especie de blasfemia. No sé quién se cansaba más, yo de hacerla enfadar o ella de hacerme creer en algo irreal.
Se dirigió a la cocina, después al patio, el cual no tenía siquiera el techo descubierto, estaba completamente cerrado, como si los muros se contraerían hasta atraparlo en medio de su asquerosa claustrofobia algún día. Si ya de por sí aquel túnel era bastante comprimido. Me espera, paciente, sigiloso, como un lobo hambriento y sutil –pensó, aunque ni siquiera sabía a lo que se refería.
Atravesó el inmenso túnel, al salir acarició el asfalto caliente a pesar del frío en el ambiente, acarició el pasto húmedo, vivo; miró por primera vez el sol, las nubes, estiró los brazos tratando de sostener el sol y de estrujar las nubes, fue extraño que podía verlos tan cerca y sin embargo, no pudiera tocarlos. Cerca de él había un grupo de niños, que lo miraron extraño. Pobre, debe estar loco, pensaron todos, todos excepto un chico, el que agitó su mano en forma de saludo, saludo al que Daron no supo responder, se quedó pasmado, con los ojos como platos.
Y no era el chico que lo había dejado asombrado, sino el creciente bosque detrás del mismo. El bosque, un laberinto enredoso y lleno de misterio, puedes perderte fácilmente ahí, es un lugar peligroso. Tentador, ¿verdad, Daron?, se dijo a sí mismo tratando de contener esa sonrisa vaga y cínica.
19:31
Se estaba acercando cada vez más, tanto que podía percibir el aroma fresco, el aroma mismo le advertía sobre adentrarse en él, a lo que Daron hizo caso omiso pues él iba en busca de algo nuevo, no importa qué pasaría, iba tan decidido que eso no ocupaba lugar en su mente. Dejó de ver personas, autos, el interminable asfalto, todo esto dio un giro repentino al convertirse en árbol tras árbol, arbusto tras arbusto, rama tras rama, hoja tras hoja, pasto, lodo, charcos, insectos, todo organismo del bosque.
00:00
Comenzó a oscurecer, ahora todo se veía a escala de grises y azules, la penumbra era tan espesa que dejó de ver sus pasos, ya ni siquiera notaba la diferencia entre la tropósfera y la estratósfera. Sólo seguía a sus pies, hasta que recordó que llevaba una linterna en su muda, la sacó, encendió los cinco leds, el cual iluminaba tres metros de distancia. Escuchó un ruido, unos pasos correteando entre los árboles, lanzó la luz para observarlo, nada. Siguió caminando, ahora escuchó su nombre en tono quedito, volvió a dirigir la linterna hacia donde sus oídos lo pedían, nada. Luego, volvió a escuchar su nombre, seguido de “ven, acércate, no temas”, se acercó, dejó caer la linterna al suelo, por fin sintió miedo, la clase de miedo que te hace temblar, dio un grito eufórico, pero para su sorpresa, nadie podría escucharlo.
La criatura era enorme, medía alrededor de tres metros de altura, era delgado, incluso resaltaba su columna vertebral, tenía brazos alargados, delgados y con las venas sobresalientes, sus uñas gruesas, largas y afiladas, su piel parecida a la humana, quizá más delgada, con tez blanca, pálida, hermosa, sus ojos de obsidiana lo miraron por mucho tiempo, parecía que el tiempo no avanzaba, pues fue casi eterno; aquella criatura se acurrucó en la espalda del chico y durmió.
03:33
Daron no tardó mucho tiempo en poder escapar del cuerpo huesudo pero pesado de la criatura, estaba entumecido, sentía ese burbujeo en sus extremidades, se dirigió a la muda, extrajo de ella la roca, alzó la mano en intención de arrojársela en la cabeza, creyó que sería ridículamente estúpido, una cabeza con quizá sesenta centímetros de diámetro contra una diminuta roca de al menos 20 centímetros, también, de diámetro. La criatura se giró y se puso en pie, lanzó al chico contra un árbol, enfurecido, hizo un rugido estremecedor, dejando a Daron imposibilitado de intentar otra cosa, o al menos eso parecía.
La muda estaba cerca de su brazo, se quedó quieto para fingir que no intentaría algo estúpido otra vez. Asustado por todo lo que había leído en su ordenador, criaturas temibles que, según, no son reales, pero ahora había comprendido que no es así, todo existe; y si las criaturas existen, también existen los métodos de ejecución para éstas. Asoció todo con demonios y sacerdotes, Luzbel con Dios, así que ahora extrajo el crucifijo: Ahora servirá por primera vez ese pedazo inútil de madera, dijo apretando el crucifijo. Intentó penetrarlo en el pecho condenado de aquel demonio, la piel de la criatura se veía frágil, delicada, pero parecía ser un escudo, pues ni siquiera una “presencia” del divino verbo logró matarlo, sólo consiguió que se enfureciera más y atara al chico a un árbol.
La raza humana quiere ejercer su fuerza y autoridad ante todo, creen ser superiores a todo, cuando hay cosas que no pueden ni podrán entender jamás, si aceptaran lo que no está a su alcance todo pudo estar bien.
La cuerda estaba amputándole las manos y el estómago a Daron, intentaba zafarse, pero todo era vano. Observaba cómo la criatura, o demonio, encendía fuego mientras hacía unas conjeturas con rugidos, quemó la muda del chico, lo miró con desdén, sus ojos ahora se tornaron de color sangre proveniente de las venas, color tinto, pues la sangre arterial es rojo brilloso, no el tono que reflejaba la criatura. Comenzó a abrirse un agujero en el suelo, tragándose el fuego que la criatura había encendido segundos antes, absorbía todo lo que estaba a su alcance. La criatura desató al chico, lo colocó en su lomo y se lanzó al abismo desconocido para Daron.
El abismo ardía, le quemaba la piel mientras la criatura se deslizaba con tranquilidad, quizá su piel sea más resistente de lo que parece. El agujero iba cambiando de color, su tonalidad iba oscureciéndose.
Estaba ansioso por lo que sucedería, si funcionaría su plan, cerró los ojos, sintió un dolor terrible, desgarrador, en su estómago, era la cuerda que había dejado atada al árbol y ató a su estómago debajo de la camisa, se aferró a la misma con tanta fuerza que sentía un ardor en las manos, escaló de ella hasta llegar el bosque otra vez. La criatura había soltado un rugido de furia al ver lo que sucedía, pero justo cuando intentó traerlo de regreso el portal se cerró.
5:37 am
Desperté con diaforesis, casi llorando, mi gato que estaba a un costado mío se apegaba a mí mientras ronroneaba, extrañaba ese sonido que me indicaba que estaba a salvo en casa.
–¡Mamá! ¡Mamá! ¡Mamá! –comencé a gritar desenfrenadamente.
–¿Qué ocurre, pequeño?, ¿pesadillas?
Le di un abrazo estrangulador, le besé las manos y le pedí que no me volviera a dejar salir.
–Pero ¿de qué estás hablando? No has salido últimamente de casa, te noto distante, sin ánimos, haces cosas extrañas y siempre traes una cuerda en tu muda, ¿me estás ocultando algo?

Natasha Naomi Cervantes Delgadillo
Preparatoria 8