La profecía

Andrea Elizabeth Espín Freyssinier

Preparatoria 9

Sus pies no frenaron en ningún momento. No era consciente del tiempo; sin embargo, no se sentía cansada. Su mente trataba de entender lo que ocurría, se hacía preguntas, pero no las respondía. El cuerpo le temblaba, pero no sentía frío. Fue hasta que sus pies decidieron detenerse que miró a su alrededor por primera vez: un bosque oscuro, con ramas gruesas y altas, con un aire de misterio. El viento era fresco y tenía un ligero olor dulce, similar al de la calabaza. Dirigió su mirada al suelo y notó que había muchas setas. Estas eran de todos tamaños; algunas de ellas se encontraban pegadas al roble de los árboles. Aunque no las recordaba así, las setas eran brillantes, como bombillas de color amarillo. Era hermoso, a decir verdad. Raro y precioso. Los hongos formaban dos líneas paralelas, semejantes a las de una senda, así que decidió seguir el resplandor.
Mientras avanzaba, se percató de que el camino de hierba se convertía en uno de piedra. Alzó su mirada y encontró una casa; era pequeña, de madera y estaba llena de plantas. Unas cuantas linternas colgaban del techo, lo que la hacían muy bonita. Al verla, un sentimiento de ansiedad alteró su pecho. Se preguntó lo que podría encontrar ahí.  Rosen le había explicado que al ingresar encontraría las respuestas que tanto buscaba. Inhaló aire y lo dejó ir mientras giraba la manija.
Se llevó una decepción. Esperaba encontrarse con algún espejo o portal que la ayudara, pues después de saber que estaba muerta, ya nada la sorprendería. Pero el interior era igual de pequeño que el exterior: había una diminuta sala con muebles antiguos y unos cuantos libros regados. Tomó uno de ellos entre sus manos. Mientras los hojeaba, descubrió que era un libro de poemas románticos. Todo ahí estaba normal, solo que algo no le cuadraba. El lugar daba la sensación de que alguien viviese ahí: la chimenea estaba encendida y en la estufa había una tetera de cristal hirviendo con unas cuantas plantas dentro.
Luego lo pudo sentir: alguien la miraba. No podía saber desde dónde. No alcanzaba a distinguir qué era, pero definitivamente alguien la miraba. De pronto, un joven alto y delgado se posó frente a ella. Miró su rostro con temor. Había algo en sus peculiares ojos, una mirada felina y sus iris de un leve color violeta. Sus pupilas se encontraban levemente dilatadas, creándole un aspecto atrayente.
Pasaron minutos de silencio hasta que una flama refulgente los interrumpió. Estos la miraron hasta que se extinguió en el suelo.  Se sorprendió al ver que cada vez caían más de esos pétalos llameantes. Los ojos de Leah Glowcut brillaron a la luz de los pétalos.
Todo comenzó a temblar. Leah y el chico compartieron la mirada preocupados. De pronto, el suelo de madera estalló, haciéndolos caer, y de entre los escombros surgió una mujer, cubierta con un velo manchado y rasgado. Con una mano, de cuyos dedos salía un líquido negro y espeso, apuntó a la chica. Su voz áspera relató unas palabras:

En busca del alma del héroe perdido
La luz del cielo entre las sombras se alzará
Y la campeona de la muerte será
Ríos negros bañarán la tierra
Sus vidas preservarán o azotarán.

Al terminar sus palabras, cientos de manos la cubrieron, jalándola hacia las profundidades de la tierra. Ella daba gritos de dolor.
El joven se levantó rápidamente, como si el golpe no le hubiera dolido. Hizo unos movimientos con su mano e hizo aparecer un pergamino y una pluma. Luego, garabateó en el papel y se lo dio a leer a Leah.
Entiendo tu miedo y las preguntas que rondan por tu mente. Lamentablemente no tengo la capacidad de responderlas con mi propia voz; soy mudo. Vidrich Moonforgefull es mi nombre. Soy el guía de los difuntos y el dios de los recuerdos; tal parece que lo que acaba de suceder está unido a ti.
—¿Yo? —se señaló incrédula. Le resultaba sorprendente que existiera un dios que no pudiera hablar—. Solo vengo a recuperar mis recuerdos, no tengo nada que ver en ello. Tengo dos días de haber muerto.
Vidrich soltó un bufido de enfado. Volvió a escribir.
El tiempo en el mundo de los muertos se maneja diferente al que estabas acostumbrada mientras vivías. Cada vez que duermes, el tiempo avanza más rápido. Puedes estar en otoño, pero si cierras los ojos, ya es invierno. Llevas dos meses de haber dejado el mundo de los vivos.
La mujer que vimos es la recitadora de las profecías. Y nos acaba de dar una profecía en la que estás involucrada, para bien o para mal, nunca se sabe. Tienes que venir conmigo, mi mundo está en peligro. Tenemos que remediar esto antes de que se haga un desastre.

Conforme leía las palabras, un nudo se creó en su garganta. Ni en la muerte podía estar tranquila. Abstracta en sus pensamientos, Vidrich le volvió a escribir: solo sigue tus propios instintos, yo te guiaré mientras siga estando aquí. ¿Aceptas?

El reino del Yin y el Yang| Ana Karen García Robles. Preparatoria 15