La imagen más profunda

Lectura │Alison Alexa Valadez Olivares. Preparatoria Regional de El Salto

Lectura │Alison Alexa Valadez Olivares. Preparatoria Regional de El Salto

¿Alguna vez te pusiste a pensar cómo se sentían los condenados de Dante Alighieri de estar en semejante infierno? ¿O los piratas que murieron a manos de Wan Guld que el Corsario Negro no pudo salvar? ¿Qué tal los elfos de Tolkien que murieron en una injusta batalla sin poder recibir oportunidad? Yo tampoco. ¿Qué motiva más al hombre a crear que el hecho de pretender ser Dios siendo nosotros tan imperfectos y es quizá eso lo que nos limita a ver nuestros errores?

En mis aventuras el Conde de Eudes, señor de las tierras del Altiplano Oriental, destinado a la grandeza, vivió la gran plenitud que ofrece el arte de escribir. Yo sentía al mismo tiempo el regocijo que ese personaje debía tener, se siente igual que tener la más grande fortuna, comienzas a ver el mundo por debajo de ti, porque realmente nunca llegaron a tu altura. Él era, por el simple hecho de existir, el más digno portador de espada, nadie la envainaba y la cruzaba contra sus enemigos de una forma más precisa que él. Se lesionó muchas veces, pero es el personaje principal, así que sanaba pronto, a veces de forma milagrosa. El Gran Duque de Paladio lo notó varias veces, pero alguna extraña fuerza le impedía remarcarlo. Lo mismo que el hijo del Marqués de San Juan Pedestal, cuyas glorias fueron arrebatadas en dichosas peleas enmarcadas en un cuadro de madera donde sólo hacía una sombra a la espalda de su opositor.

Muchos, en diversos reinos, notaban que este hombre siempre aparecía en las canciones más populares entre los pueblos que los juglares visitaban. Le tenían una envidia comparable con la torre más alta de la Montaña Celeste, al otro lado del Río Machete, en donde las nubes cubrían la loma y más arriba estaba aquella cúpula donde nuestro héroe ahora descansaba. Claro que se quedó con la princesa. Nadie le preguntó si a ella le gustaba él. El amor es sólo una palabra recurrente cuando de historias se habla. La tradición dice, y ella estaba consciente, que quien demuestra valor es el merecedor de tan hermosa dama, y ella no era nadie para romper la tradición. El Conde de Eudes se sentía como deben sentirse los que no ayudan a la limpieza y sólo se recuestan en ella, con una vida prometedora y un buen futuro con la dama (cuyo nombre se me olvida ya que viene del germano antiguo). Veo en ese hombre mi reflejo, sólo que él no usa lentes, ni tiene el cabello rizado, ni usa el mismo colorete. Realmente, ni siquiera es mujer, pero de igual forma vive las aventuras que hay en mi interior.

Dejé de escribir la historia y me dispuse a comer en el comedor de mi casa, sin saber que el punto final aún no estaba puesto. Desde un escondite cercano el Duque de Paladio me veía comer, silencioso, agazapado, como el gato que intenta saltar hacia el ratón. Un duque jamás viene solo, venían muchos hombres, armados y temerosos de que los oyera. Mi masticar debió ocultar el ruido del enorme escándalo que se escuchaba. Fueron hasta donde estaba mi cuaderno, y fuera de lo común comenzaron a escribir. Sin borrar, sólo escribir. En ella redactaron las miserias por las que pasaron, liberaron su rencor, su trato injusto y el futuro por el que estaban condenados a pasar, un futuro en el que no tenían brazos, ni pies, ni ojos, ni cuello, ni esperanza. ¿Algo motiva más que ser Dios? Sí, ser Lucifer, en cuyo reino existe la autoridad de castigar. Nada le gusta más que la venganza, ese concepto que es abstracto en nuestro mundo pero dominante en el suyo. Liberar rencores y depositar angustias es tarea diaria. Los nuevos escritores fueron formados (o creados) con las mismas aspiraciones de un hombre. El hombre no aspira a cambiar el mundo, aspira a dejarlo tal como él fue dejado. No debieron tardar mucho porque, al menos, yo no lo hice.

Regresé a mi escritorio lista para redactar el final de la historia. En ella anotaba las futuras aspiraciones del Conde, en donde se incluía matar un dragón, volar en un glifo alado, hacerse invisible, conocer las divinas identidades…

Escribía tan rápido que mi mano no dejaba de menear el lápiz, cada palabra y cada frase formaban un suceso nuevo y el grafito le dio forma a una noche oscura y sumida en la profundidad de los Calabozos de Plomo en donde el Conde caminaba lentamente acompañado de otros hombres y a su alrededor había otros, que lo empujaban para que se diera prisa. Más al fondo se veía un resplandor proveniente de una hoguera. El Conde estaba asustado, desconcertado, y nadie le decía nada que el entendiera, sólo balbuceos que parecían venir de otra época. Alrededor de la hoguera había más gente reunida que en el imponente Coliseo, todos gritaban con gran furia y estruendo. Le aventaban piedras, y palos, y zapatos, y las piezas de su antes lujosa armadura. Gente vista en sueños, en pesadillas, en realidades y en lecturas. No se sentía fuerte, se sentía totalmente indefenso, cada golpe de una prenda le dolía más que lo que antes le dolió el garrotazo con el palo más grande que se pudiera imaginar.

En ese momento quiso salir de lo que ya era tradicional, romper el esquema impuesto, pero en eso tropezó. ¡Mis pies estaban atados! Mientras yacía en el suelo, recibió azotes de un rígido látigo. Salieron lágrimas inútiles de sus débiles ojos que penas distinguían algo. ¡Qué extraño! Antes veía bien. Con un tormentoso dolor en la espalda no hacía más que seguir los pasos de los hombres que lo conducían. Hubiera querido que el Conde estuviera ahí, pero él era el Conde. ¿Por qué rayos no hacía uno de sus fabulosos escapes? Esperaba que esa fuerza que lo movía todo el tiempo se interpusiera, y con algún mágico poder él se desataría y comenzaría la batalla en la que saldría victorioso.

Lo que estaba enfrente del Conde no era una hoguera, era una gigantesca bombilla eléctrica. En ella, el Conde se vio a sí mismo como nunca lo quiso hacer y notó a una muchacha de mediana estatura, con cabello rizado y un uso excesivo de colorete. Alrededor de ella había gente deforme por haberse quemado en la hoguera de la Santa Inquisición, a los heridos con flechas en la Guerra del Panteón, a los ejecutados, a los asesinados, al Duque de Paladio y al Marqués de San Juan Pedestal junto a su hijo, el cual, abrazaba con lujuria a su querida dama. Ella estaba ahí, le faltaban los lentes, me faltaban mis lentes. También distinguí a las personas de los círculos del infierno, al moderno Prometeo, a Flores Narval, a Gregorio Samsa convertido en el repugnante insecto que se describía en el cuento, pero ellos no son de mi historia. ¿Qué hacen aquí? ¡Qué horror, esa jamás fue mi intención! El brillo del foco se acercaba más y más, a una velocidad que ni la luz hubiera alcanzado, antes de fundirse.

La mamá de Tamara la buscó por toda la casa sin encontrar más que su libreta de apuntes que parecía calcinada y un lápiz cuya punta emanaba grandes bocanadas de humo negro.

 

 

Oscar Rito Muñoz
Preparatoria 5