La guerra continuaba. Entre tanto el horror se respiraba en todo lugar al que se llegara. Se escuchaban gritos de dolor e incluso en un sitio tan hermoso como Florencia se vivía con miedo. Un miedo constante que no te permitía salir por una hogaza de pan sin dejar de pensar que en cualquier momento los aviones podrían rugir y dejar caer sus bombas sobre ti. Por la ventana, se veían las plazas desoladas: sin parejas en el parque, ni el habitual anciano que alimentaba a las palomas. Las calles ya no olían a esa típica pasta casera que alguna abuela haría de cenar. Sólo había una oscuridad espesa, asfixiante; una atmósfera grisácea, que dicen, suele envolver todos los rincones donde hay guerra.
Sin embargo, sucedía algo curioso, a pesar de la constante amenaza estar en plena guerra y vivir consciente de que en cualquier momento podías morir, las personas nos entregábamos al placer, a los excesos, a una necesidad de amar y sentirse amado. Bueno, quizá esté exagerando un poco, ciertamente mis clientes no venían a buscar amor en una prostituta, sino más bien un simple gozo. Nunca escuché a alguien decir ‘’Oh ¡qué linda mujer! Cásate conmigo para vivir una vida llena de amor y felicidad. ¡No me importa tu pasado!’’. Aunque, en realidad, siempre había soñado con esas palabras.
Tenía 15 años cuando comencé a escalar en este mundo, hasta el punto de convertirme en una de las bellas más prestigiadas de Florencia. Hombres de muy buenas posiciones vienen a buscarme. Hombres que mi socio lleva a mi casa, que me miran, se desnudan y hacen lo que desean hacer. Jamás me dedican un buongiorno, mucho menos una declaración de amor. Sólo algunas palabras obscenas cuando se acerca el final de nuestros encuentros.
Todo solía ser así, simple, indiferente, rutinario. Hasta que el 7 de julio de 1943, para ser exactos, lo conocí. Maurizio, mi socio, se detuvo en el umbral de mi casa acompañado de un hombre alto, con aspecto solitario. Maurizio le dio la llave y después se retiró. El hombre solitario abrió la puerta y con gesto dudoso asomó la cabeza. Yo ya estaba preparada para recibirlo, sólo me estaba atando el cabello para poder trabajar cómodamente. Lo miré por el espejo:
—Ciao —dijo mientras sonreía—. ¿Puedo pasar?
Naturalmente estos modales no eran comunes en este tipo de encuentros.
—Adelante —dije, al tiempo que ponía mi reloj en marcha para contar las 8 horas de servicio.
—Mi nombre es Luke. Espero que no haya problema en atender al enemigo—dijo esto señalando un bolso con la bandera americana.
—No estamos aquí para hacer diplomacia, así que no me importa que seas americano.
—Mis compañeros me han hablado mucho de ti, —dijo mientras dejaba su abrigo sobre el perchero—.
—Bueno, si quieres disfrutar de tus horas pagadas… —le advertí, mientras me inclinaba hacia él— será mejor que comencemos.
—De hecho… —detuvo amablemente mis brazos que se aproximaban hacia su cuello— realmente no estoy aquí para acostarme contigo.
Esta vez fui yo la que se apartó, lo interrogué con la mirada:
—Sé que suena extraño, pero no me interesa tocarte —me mostró su mano izquierda, tenía un pedazo de tela atado en un dedo simulando un anillo—. No es personal. Una hermosa mujer me espera en casa.
— ¿Lo dices en serio? No es que me asombre ver a hombres casados por aquí, pero…
— ¿Seré acaso el primero en ser fiel a su esposa y resistirse a los encantos de una bella de Italia? Tranquila, con una copa me basta.
Me invitó a sentarme, después rellenó dos copas de vino que estaban sobre una pequeña mesa.
—Normalmente soy muy modesta, pero ¿para qué desperdiciar la oportunidad de poder estar con una de las más afamadas prostitutas, si deseas ser fiel a tu esposa? —la copa estaba llena hasta el borde. Ahí confirmé que efectivamente no era italiano.
—Quiero salvar mi pellejo, los chicos del campamento dudan que realmente me gusten las mujeres. Y si quiero llegar al menos al frente con vida… debo demostrarles que soy capaz de estar con una dama.
—Pues, si así lo deseas…
—Tranquila. La velada acaba de comenzar. Creo que hay mucho de qué hablar cuando se vive entre una guerra tan grande. ¿Más vino?
Acepté. No supe si parar el reloj o dejarlo correr. Me habló de sus orígenes, me contó que la razón por la que dominaba el italiano era porque su abuela era de Verona, me habló de su vida antes de la guerra… Hablamos sin parar como dos viejos conocidos. El sabor del vino le daba a las palabras un sabor más dulce.
—Luke, ¿qué significa ese trapo que tienes amarrado en el dedo?
—Bueno, este anillo tiene su historia. No estoy casado legalmente porque no tuve tiempo de hacerlo. Sin embargo, antes de partir, Emma, mi prometida, una rubia de ojos verdes tomó un trozo de tela de su vestido, lo dividió en dos e hicimos nuestros votos. Con la promesa de que yo volvería por ella.
—¿Y no te gustaría tener otro anillo? ¿…Un verdadero anillo?
—Por el momento estoy feliz con mi anillo de seda. Al fin y al cabo, su significado es realmente lo que importa. Dime, ¿y tú eres casada?
—¿Una prostituta casada? —dije mientras reía— ¿Qué te hizo pensar eso?
—Bueno, yo… —extendió su mano, apuntando a un anillo de oro que yo claramente reconocía. En su interior, estaba escrito el nombre de una tal María Benigni— Vi que, cuando entré, rápidamente te lo quitaste, cuando tomé la botella, lo vi en la mesa. Tenía curiosidad. ¿Ese es tu nombre? ¿Eres María?
—No. De hecho, ni siquiera la conozco. Un cliente tenía prisa por irse, al salir de la ducha olvidó ponérselo, así que me lo quedé.
—¿Así que ese anillo te da la ilusión de sentirte casada?
—No sólo ese, cada vez que puedo, me pongo los anillos de mis clientes. Pero este es el único que he podido conseguir.
—Amore… —lentamente acarició mi mejilla, poniéndome un mechón de cabello detrás de la oreja— No hace falta que te preocupes por ello. Eres una mujer inteligente… y hermosa. Algún día conocerás al hombre indicado.
Al escuchar esas suaves palabras sentí cómo la temperatura de mi cuerpo se elevaba, sentí mis mejillas arder…
—Según el reloj aún me quedan 3 horas a tu lado. Te propongo un trato.
—¿Un trato?
—Sí, mira, por lo que me acabas de decir, deduzco que tienes curiosidad por saber qué se siente compartir la cama con un hombre y sólo dormir. Yo soy un hombre, y quiero dormir. Así que ahora yo te ofrezco mis servicios —su sonrisa se hacía cada vez más radiante.
—Pero, si es un trato… ¿Qué te debo de dar yo?
—Tu nombre. Cuando llegué, yo te di el mío y tú te limitaste a mirarme. Ahora quiero saber el nombre de la bella mujer con la que he compartido unas copas de vino.
Su propuesta me conmovió, nadie se había interesado por mi nombre, se limitaban a llamarme zorra o perra, y yo lo había aceptado. Pero él no me veía así, me veía como un ser humano… me veía como una mujer.
—E… Eliana. Eliana Rizzo —lo dije como si fuera la primera vez que lo pronunciara, insegura y en voz baja.
—Eliana —meditó un momento—. Eliana Rizzo. Simplemente hermoso —después, me tendió la mano— Señora Rizzo, ¿le gustaría acompañarme a nuestra habitación matrimonial?
Aquella propuesta me fascinó. Sonreí y tomé su mano. Lo seguí hasta mi habitación… nuestra habitación. Se detuvo enfrente de la cama y me miró a los ojos.
—Qué tonto puedo llegar a ser. ¿Cómo lo pude olvidar? —me miró con el entrecejo fruncido, por un momento pensé que se había arrepentido.
Soltó mi mano y con gran fuerza arrancó de su camiseta una tira de tela, la dividió en dos, y tomó mi mano.
—Ahora sí podemos sentirnos como marido y mujer— me colocó una tira alrededor de mi dedo, simulando una argolla. Después besó mi mano y me tendió en la cama. Él se recostó a mi lado. Yo lo abracé mientras se colocaba su anillo de bodas encima del antiguo. Después, durmió entre mis brazos.
¿Quién diría que un pedazo de tela me haría tan feliz? Yo no pude dormir esa noche, bueno, esas tres horas. Por un momento fantasee en cómo sería mi vida si estuviera casada con un hombre como Luke. Imaginé la posibilidad de que cuando el reloj marcara el fin de sus horas pagadas, él me pediría que me quedara a su lado. Me pediría que realmente nos casáramos. Así, tomaríamos copas de vino mal servidas por mucho tiempo. Imaginé que al momento que él despertaría, me miraría dulcemente y diría mi nombre “Eliana”, “Eliana Rizzo” como en mis sueños…
Llegó el momento, el aparato anunció que el servicio estaba completo. Lo vi abriendo lentamente los ojos. Después, lo dijo…
—… ¿Emma?
Eso fue todo. Sentí mi corazón crujir. Yo no era la mujer que amaba este hombre. Yo no era su esposa. Yo no era Emma. Después de pronunciarlo, se incorporó, me dedicó una sonrisa, tomó su chaqueta y se acercó a mí.
—Jamás había pasado una velada tan perfecta. Tengo que irme, me necesitan en Sicilia. Espero haber sido de ayuda, amore —después se acercó a la puerta, justo antes de abrirla regreso hacia mí con paso decidido—. Quiero decir, Eliana, Eliana Rizzo —me puso en la mano aquel anillo de tela con el que se había convertido en mi esposo… y se fue. Ya no sería la señora Rizzo.
Al poco tiempo, supe que el 10 de julio de 1943, tras una cruenta batalla, murieron en Sicilia más de 29 000 aliados dejando a miles de familias destrozadas. Yo pensaba particularmente en una viuda americana, una joven rubia de ojos verdes llamada Emma…
Por mi parte nada ha cambiado, excepto el anillo que llevo en mi mano que, de estar hecho de oro, se convirtió en un pedazo de tela de una camisa vieja. Aún sigo en Florencia, sigo siendo una prostituta que programa el reloj para controlar el tiempo con sus clientes. Sin embargo, todavía espero que un buen hombre, después de cruzar la puerta me dedique un buongiorno dulce y tierno. Aún soy una esposa de la guerra.
Fátima Águila Cardona
Preparatoria Regional de Lagos de Moreno