Erik Marbén Zepeda Martínez
Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado
Casi pensé que el día era bello. “Parece un día de otoño”. Musitó un tipo sentado a mi lado en el tranvía. El sol se matizaba por una masa invisible, el viento que corría sin prisa se impregnó de un aroma a flores. La noche anterior había llovido, el agua subió por los patios y las casas en que el césped se podó el día anterior, amanecieron con el umbral y las aceras zarpeadas de residuos verdes. Bajé del tranvía para entrar a una cabina telefónica, instrumento anticuado por este tiempo. No tenía mi celular, lo había vendido para comprar mi autoexilio.
—¿Bueno? —Escuché al otro lado de la línea. Me preguntó cómo estaba, pero sabía el tono con que lo decía. Me había temblado la voz al contestar.
—Pronto nos vamos a ver. — Eso pareció hacerle un poco de ilusión porque escuché que reía; entre tanto, imaginé su sonrisa. Luego me dijo algo que no entendí. No quería hablar de la guerra.
—Ya nada es como lo recuerdas. De la plaza no queda ni la banca en que nos sentábamos. El otro día fui y… ya no estaba. — El tiempo se había agotado, la máquina me pedía depositar una moneda para darle otra vuelta al reloj de palabras. “Nos vemos… Te quiero”. Pero las dos últimas palabras no bajaron por el cable en dirección a otro país. Fueron calladas y cegadas por la fulgurante luz de un relámpago que hizo estallar los polveados escaparates de la esquina, que expusieron mi cuerpo y mis palabras.