Haikú, kimono

Me duele la garganta, la cabeza y… ¡oh, sorpresa! Un drag queen en mi cama (es la primera vez). Me asombra que aún tenga esas botas de plataforma. Después de esta noche lo hicimos con los tacones puestos (los traíamos de aretes).

     Apenas me di cuenta que estaba ¿calvo o calva? En fin, sin cabello y aún maquillado (con el maquillaje corrido pero no embarrado). Yo, en cambio, tenía embarrado todo el cuerpo de labial.

     —Buenos días…

     —Buenos días, bombón.

     —Me dio mucha gracia su comentario. Y su voz femenina tan fingida.

     —¿Qué hora es?

     —Van a ser las 12…

     —Qué temprano. —Se rió, se dejó caer, levantó una pierna y se miró las largas y enormes botas.

     —Buenas botas—, miró mis botas.

     —Lindos botines.

     No teníamos nada más puesto, sólo las botas. Tomé un kimono corto, blanco, con cinturón rojo y me lo coloqué.

     —Préstame ropa, me la rompiste toda, hasta la ropa interior…

     —Toma lo que quieras.

     Abrí mi closet y mi invitado apretó los labios.

     —Tienes el clóset de una drag queen, veo de todo: pieles, abrigos, t-shirts, camisas, el kimono que traes, plásticos onda Britney… y cosas muy entalladas y cortas.

     —Dame ese kimono tan lindo, quítatelo.

     —Me lo quitó y me besó.

     Entró al baño con una bolsa donde llevaba sus esponjas y pantimedias. Salió una impecable mujer calva de pecho plano con botas enormes.

     —¡Wow!

     —¡Gracias, bombón!

     —¿Así estabas anoche? Creo que ayer me salió lo hetero.

     —No, no se te salió lo hetero. Anoche no traía nada en la parte de arriba, me veía más masculina que tú, —me reí mucho.

     Tenía un físico muy andrógino, si no fuera por su pecho plano pensaría que era una mujer calva.

     —¿No me pedirás un taxi? —me preguntó muy serio.

     —No. Quiero que te quedes, quiero pasar el día contigo.

     —Ok, pero no me verás sin maquillaje, —dijo muy contento.

     —Deja me cambio.

     —No te pongas nada oriental… porque ya seríamos dos.

     Me acerqué a mi clóset y me puse un overol corto, color amarillo, sin playera, unas calcetas rosas, tenis blancos Vans. Veía sobre mi hombro que el drag queen (no sabía o no recordaba su nombre) me miraba bien pero muy raro.

     —Tienes un estilo muy especial.

     —¿Eso es malo?

     —Para mí no y espero que para ti tampoco.

     —Para nada me molesta.

     —¿Puedo preguntar qué significa eso?, —apuntó a su clavícula refiriéndose a la mía, a mi tatuaje.

     —Es club kid.

     —¿Te gustan los club kids?

     —Se supone que soy uno, que sigo el estilo, pero James St. James diría que es muy simple para ser uno, y Boy George que es muy diferente para ser simple. Así que se diría que estoy como a medias. Digamos que soy un simple jotito. Soltamos la carcajada las dos locas.

     —Eres como una fusión de Boy George y Pink, —se rio más fuerte.

     —¿Sí? Tú eres Nina Flowers versión La Lagunilla. —Ahora sí, no le pareció.

     Dejamos ahí esa pequeña discusión y pasamos a la sala. Puse algo de Boy George, desde su “Karma chamelion” hasta su “My god”.

     Preparé el desayu-comida, le di lo que encontré en el refrigerador, le preparé unos huevos con jamón y yo tomé un café soluble (esta vez sí estaba dulce) y tratamos de recordar lo que pasó ayer. Ambos coincidimos en que fue extraño pero satisfactorio.

     Estaba tumbado en el sofá rosa, mirando cómo caminaba y se paseaba por mi depa, tocando todo, luciendo ese kimono que siempre me recuerda la pureza del alma (súper etéreo y místico —mucha mamada, lo sé, ¡pero así lo veo! —), tan liviano, tan blanco. Tocaba mis libros con una gracia muy elegante. Se dio cuenta cómo lo observaba y se acercó a mí. Se sentó frente y sobre de mí, mirándome a la cara. Acarició mi tatuaje con su uña larga y sentí un escalofrío por toda la espina dorsal, me excité. Le toqué el culo con las dos manos. Le besé el cuello.

     Lo llevé a la habitación.

     —Me tengo que ir. ¿Me prestas ropa masculina?, —se rio al momento—, bueno, otro tipo de ropa, distinta a la que traigo.

     —Sí, toma lo que te guste.

     Tomó un sweater color guinda, unos jeans verde militar y unos tenis. Entró al baño como una bella mujer calva con kimono y salió un hombre muy atractivo y muy varonil, con cejas gruesas y nada que ver con su álter ego.

     —¡Qué onda! —dijo con una voz muy gruesa pero fresca.

     —¡Qué pedo!

     —¿No te dije que soy hombre? —y esa voz y esa risa hicieron que se me frunciera el culo.

     —¿Dónde estaba esa voz?

     —Cuando entro en personaje ya no soy Carlos, me convierto en Ururi-ha.

     —Ah, ¿por eso te gustó mi kimono? —me guiñó el ojo.

     Después de su transformación en un hombre guapo y varonil nos sentamos en la sala. Abrazados vimos una película The adventures of Priscilla, queen of the desert, o algo así. No presté atención a la película por estar mirando y abrazándolo. Me sentía muy protegido, como cuando era pequeño. Durante la película me quedé dormido sintiendo su calor.

     Desperté y ya no estaba. Me levanté del sillón azul. Había en la mesa rubic de centro una notita: “Me divertí muchísimo, bombón rosita, espero que nos volvamos a ver. Tienes buena poesía, pero te faltan algunos haikús. Un besazo. Ururi-ha. Un beso. Carlos”.

     Estuvo raro, es verdad, pero así es esto.

Juan Luis González Hernández

Egresado de la Preparatoria 12

 

Phoebe Daniela Cruz Chávez. Hiding

Hiding. Phoebe Daniela Cruz Chávez. Preparatoria Regional de El Salto.

Ámbar

1976. El zumbido de los insectos velludos, con sus bellos patrones amarillentos y negruzcos, no le molestaban a Martha; para ella era como el sonido del universo al nacer, un consuelo para la represión, un escape del amor doloroso hacia el Creador y un recordatorio de lo intrincado de la vida.

          Martha no aborrecía su existencia, su mudanza al convento de San Hipólito a los 15 años fue tan presurosa e ineludible que sólo quedaba resignación ante los mandatos de su padre, un hombre que se arrepentía día con día de haber engendrado una anormalidad perversa; 40 años después, su padre descansa bajo tierra, con su conciencia en negrura, y sus palabras aún haciendo eco en la mente de su retoño.

          Durante uno de los múltiples viajes a sus labores apicultoras cerca de la ladera de un cerro boscoso, Martha vio a lo lejos lo que parecía un espejismo: Helena, una novicia agraciada de 18 años, que daba alaridos afligidos y lastimeros, llenos de frustración e impotencia; dos monjas arrastraban a la señorita dentro del convento, donde después la enorme puerta de madera antigua carcomida por termitas cerró, un carruaje se alejó de la escena, los caballos caminaron con pesadez.

          Martha dormía en su austera habitación, decorada con una silla, un escritorio, una cama básica e incómoda y una imagen de San Hipólito. Una abeja entró a su habitación y se posó en su mejilla, la monja despertó y se lamentó por ello. Comenzó a llorar, como una niña pequeña, mientras observa cómo su casa se vuelve cenizas tras un incendio incontrolable, que traspasa capa tras capa de piel hasta llegar al tuétano. Satanás la había tomado como un muñeco de trapo y abierto su vientre cual mantequilla tibia para revolver sus entrañas, llenando sus manos de sangre y fluidos.

          Martha terminó. Su breve éxtasis derramó arrepentimiento. Caminó hacia su escritorio y encendió una vela. La llama era alta e imponente. Puso la palma de su mano sobre la flama y lloró, no por el insoportable dolor, sino por el reconocimiento de las tinieblas que la envolvían y que prometían no irse nunca. La mujer rogó por su salvación.

          En la cocina, de los 50 cuchillos que estaban inventariados en un cuadernillo viejo que se encontraba en el buró de la Madre Superiora, faltaba uno. En su habitación, justo antes del amanecer, la memoria de Helena retenía por última vez el rostro de su tórtolo de piel caramelo; la sangre de la novicia era absorbida por la frazada de lana que tapaban sus pies pálidos y fríos. Dios actúa de maneras misteriosas.

          El velorio fue de un silencio ensordecedor, rostros marcados por la edad, la amargura o el ayuno observaban el cuerpo dentro del féretro mientras sostenían un rosario murmurando palabras que parecían un idioma olvidado y marchito, un mantra polvoriento. Paulatinamente, todas se retiraron, excepto Martha que, como un gorrión asustado, estaba sentada en un rincón.

          Se acercó y tocó la carne perlada, en cuya superficie existían caminos azulinos, antaño de mucho movimiento, ahora ignorados y abandonados. Abrió sus párpados y admiró sus ojos aturquesados, sus labios esculpidos por Canova, su cabello pelirrojo perfectamente recogido cuyas brasas se habían extinguido y no quedaba rescoldo alguno. La psique cuerda de Martha cayó al suelo y se quebró en cientos de pedazos esparcidos por el prístino azulejo de la habitación, mientras su rostro se mantenía congelado, aceptando con resignación el designio, y tratando de calmar el dolor pesaroso de haber perdido a su Afrodita furiosa, que decidió adelantarse al eterno descanso. Debido a la osadía de la oposición de la afligida jovencita a seguir el plan divino y haber forzado su voluntad, su lápida merecía un lugar en la colina detrás del convento, un espacio tan solitario que hasta Dios se olvidaría de ella.

          Martha ahora aborrecía su existencia, no dejaba de tener el mórbido pensamiento de gusanos mascando sin delicadeza y con un salvajismo aberrante el cuerpo de Helena hasta dejarlo en una impersonal osamenta; el que sucediera esto era una afrenta con todo lo lógico y lo congruente, una falla terrible, un error de cálculo gravísimo que abatía todo lo construido hasta ahora. Dios y su cordero habían errado, Martha no lo haría de nuevo.

          Recolectó litros y litros de aquel dulcísimo néctar, llevándolos a la colina con dificultad. Mientras tanto, en el convento, una hermana curiosa notaría que el inventario de la cocina ahora tenía un ligero error: no faltaba un cuchillo, sino dos. Así que, caminando lentamente por la floresta, miró con condescendencia al convento que ahora, a la lejanía, era una pequeña mota negra.

          Abrió el féretro con ojos cerrados y respirando por la boca vertió toda la miel hasta llenar el ataúd. Martha miró al cielo, segura de su inmortalidad tanto terrena como espiritual, mientras su vida salía a borbotones mezclándose con la miel, al lado de aquella sublime creación, y sumergiéndose cada vez, hasta que sus ojos vieron color ámbar y nada más.

José Antonio De la Torre Vega

Egresado de la Preparatoria 7 

 

 

Olor a azufre

Olor a azufre

Después de varios tequilas, don Jorge se fue a la cama a hacer el amor. Julia, su esposa, le preguntó si creía en el diablo, y fue tan extraño como levantarse hoy solo en la cama y recordar que su mujer se había ido de viaje dos días atrás.

Notitas

Los niños creían que Anita ya no jugaba con ellos porque sabían que tenía epilepsia, así que, con la esperanza de quitarle la vergüenza para verla de nuevo, le escribieron una nota que decía: “lo sabemos”.

No recibieron respuesta, sólo vieron llegar al domicilio varias patrullas.

La mamá de Anita se declaró culpable de homicidio.

Kevin Bricio Palafox

Preparatoria Regional de Arandas, módulo San Ignacio Cerro Gordo

 

Tiendita

Tiendita

“Abrimos de 9 a 9”, dijo el dueño de la tienda. Su empleado debe obedecer al gran letrero; por eso, en cuanto abre la sucursal, se ve obligado a cerrarlo.

Caballeros

“usted quiere finiquitar esto. Le concederé el final, señor mío, pero con mis términos. ¡Si vamos a terminar esto, pues que sea con un duelo de espadas!”, le grité antes de ir a la cama para desnudarnos.

Debate

Una vez reté a Dios a un debate, pero no fue. Y me ganó.

Jesús Misael Chávez López

Egresado de la Preparatoria 9

 

La desbocada imaginación

La imaginación no lo es todo en la vida, pero cómo ayuda. Pero pienso, por ejemplo, en el número de volúmenes que el Quijote leería sobre historias de caballería para acabar deschavetado y lanzarse a salvar doncellas de situaciones peligrosas, acompañado de un escudero que lo cuestionaba todo el tiempo. Pienso, también, en el cultivo que hizo Borges del libro como objeto y como oráculo, al que le dedicó la vida entera y le sacrificó incluso su vista. Pienso, igualmente, en el empecinamiento de Dante por adentrarse y experimentar los círculos del infierno de la mano del poeta Virgilio, un imaginador. Pienso, por último, en la voluntad de Juan Preciado para conocer su destino en Comala, una tierra que se encuentra sobre el comal mismo del infierno y cuyos habitantes han dejado de existir y pululan por esas tierras como almas en pena. Imaginación, hay aquí imaginación sin duda.

Toda historia bien contada comienza con un drama. Drama que supone un conflicto entre la vida y la muerte. Quien salga triunfador poco importa para el desenlace de la buena historia. Lo que se busca, en última instancia, es poner en el escenario una lucha entre fuerzas que responde a motivaciones de índole amorosa, existencial, religiosa, e incluso de bandos políticos o de guerra. Los personajes que representan el drama son quienes, al final, resultan vencedores o vencidos, pero su cometido no es solazarse en ese supuesto triunfo o derrota, sino en el sopesar sus fuerzas con sus adversarios. El amor triunfa sobre la muerte, se dice. O la vida, al final, se impone a la maldad y los malos. Esto es consecuencia de ese poner en marcha los presupuestos de un enfrentamiento entre distintas fuerzas opositoras. Ayuda, para esto, soltarle la rienda a la imaginación.

El escritor argentino Ricardo Piglia, en sus Diarios escribe que contar cuento es poner a trabajar las fuerzas de la realidad, entendida como la experiencia de la vida en su tinta, en su color. No hay escritura sin experiencia. Lo mismo, con la novela. Escribir, en todo caso, implica poner en juego las razones de un suceso, aunque en la novela o el cuento que se escriba no se mencione. Ese es un truco para contar. Lo definió muy bien el narrador estadounidense Ernest Hemingway como la Teoría del iceberg: hay que dejar ver, por ejemplo, un asalto en todas sus circunstancias, pero no contar sus razones y ni siquiera perfilar a sus protagonistas, solamente lo que eso provoca en adelante en la historia. Y para ello hay que echar a andar a señora que se desboca pronto, la imaginación.

En sus Prosas apátridas, Julio Ramón Ribeyro reflexiona sobre el acto de escribir. Por principio de cuentas, Ribeyro dice que escribir es acceder a un conocimiento, de nosotros mismos y del mundo. Contar para conocerse. Escribir para aprehender y dar. La escritura, ya se sabe, es un riesgo: una exposición a la mirada ajena. Y, por consecuencia, al juicio ajeno. “Muchas cosas las conocemos o las comprendemos únicamente cuando las escribimos”, reflexiona Ribeyro. De este modo, parafraseando al escritor peruano, es posible acceder a una realidad que estaba allí, al alcance, pero oculta, velada.

Cervantes (El Quijote), Borges, Dante (La divina comedia) y Rulfo (Pedro Páramo) son autores disímiles en muchos rubros, incluso vivieron en épocas lejanas unos de otros, pero los une un hilo poderoso: la imaginación, ese puntal para ponerse a contar historias y encontrarles su punto final. La desbocada imaginación es la piedra de toque, la piedra que sostiene y empuja la creación en toda su magnitud. Creación a la que habrá que darle un cauce para que la historia no se salga de las manos y acabe, sin pies ni cabeza, donde el autor no quiere. Los personajes son nuestros durante toda la historia, solamente al final se les deja ir para que cumplan el fin para el que fueron creados. Así de ingrata y satisfactoria, al mismo tiempo, es la escritura. La imaginación puesta en papel.

 

Juan Fernando Covarrubias

Ella murió sin amor, y yo de tristeza

Mamá era lo único que mantenía unida a esta familia.
Cuando papá nos dejó; a mi madre se le zafó la chaveta, y bastante supongo; una mujer que deja a sus padres para estar con el “amor de su vida”, embarazada a los dieciséis, cargando con toda la culpa.
Aquí entro yo… lo que arruinó todo fui yo, papá se lo gritó antes de irse. Me pregunto si tendré algún desorden mental; yo creo que sí, es el que me obligó a matar aves a pedradas y a escupirles a las personas.
¿Qué se hace con un cuerpo después de morir? Me lo pregunto todos los días.
Mamá realmente se esforzaba en hacerme sonreír, ahora mi tristeza la decepciona, mi cara larga y fría, tan fría como su cuerpo; ese cuerpo ahora tendido en la cama, y yo, en su regazo, desplomado.

¡Mamá!; le grito; una y otra vez; al mismo tiempo que limpio mis lágrimas en sus naguas.
Una. Dos. Tres. Cuatro horas tumbado en el umbral de su cama, su corazón dejó de latir, y su cerebro de funcionar, ojos abiertos, dilatados, echada, muerta, piel mallugada, morada, quebrada.
¿Eso es ahora mi madre?
Me mira fijamente, me suplica.
¡No mamá!; no me pidas que te entierre que de eso no soy capaz.
Pierdo la cabeza, la poca que tenía de hecho, y mi desorden despierta, y me tumba, sí; el mismo que me obligó a matar pájaros y a escupirles a las personas, ahora me hace pensar que mamá sigue viva.
¿Cuánto falta para que los gusanos forniquen con ella y las moscas comiencen a salir?
¿Cuánto falta para que el repugnante hedor emane de lo que una vez fue mi madre? Me exalto y grito. ¡No mamá, no me lo pidas!
¿Qué de hace con un cuerpo después de morir? Me lo pregunto.

 

Dylan Andrés Celis Soltero
Escuela Preparatoria Regional de Autlán

Los niños también lloran. Mariana Interián Rodríguez, Preparatoria del Centro Universitario UTEG Américas

Los niños también lloran. Mariana Interián Rodríguez, Preparatoria del Centro Universitario UTEG Américas

Los últimos 7 años del Sr. Paul

El señor Paul nunca fue una mala persona, gozaba casi siempre de buena salud, se mudó de la casa de sus padres a los 18 años. Terminó sus estudios como el primero de su clase. Solía acompañar a una pareja de ancianos en un pequeño parque todos los sábados quedando este justo a la vuelta de su casa. Su perro se llama Max y nunca lo abandonó.

El último cumpleaños de Paul fue hace dos semanas, se regaló así mismo un libro titulado El olvido está lleno de memoria, era perfecto, ya que gozaba de leer y escribir poesía que inundaba su día.
Al caminar por la acera los niños de la primaria le agradecieron por ayudarlos a cruzar la calle todas las mañanas, seguido de un “Que tenga un excelente día”, y en efecto: hoy sería un gran día, ya que hace tiempo había estado planeando este momento.

Hoy por la tarde, escribió un pequeño ensayo llamado: “El mejor día del resto de mi vida” donde narra cómo era su vida antes de este momento, las 7 Navidades  qué pasó solo deseando en cada una de ellas que el siguiente año fuera mejor que el anterior, los 9 San Valentines que transcurrieron desde que su único amor lo dejó hace muchas lunas, los 364 domingos que invitó a su familia a cenar y nadie llegó siquiera a la puerta, el como rescató a Max de una muerte segura para los dos, la razón de acompañar todos los sábados temprano a esta pareja de ancianos y ayudar a cruzar la calle a todos los niños del aula 4 cada mañana. Años de penas descritas en una limitada hoja de papel, una simple acción, un universo entero compactado teniendo un bolígrafo como verdugo y único testigo.

El señor Paul deja de lado el lápiz y el papel, con un pequeño salto se levanta de la silla para cometer sus buenas acciones del día: prepara una fuerte cantidad de alimento para su perro, limpia la casa detalladamente, coloca una señal de alto donde los niños pasan todas las mañanas con el objetivo de que no ocurra ningún accidente cuando él haga falta, hace una tarjeta de Navidad para sus dos hermanos, presenta una carta de renuncia en su tan agotador e incesante trabajo, hornea un pastel para sus vecinos ya ancianos y les avisa que el próximo sábado no asistirá al parque, con la excusa de que está enfermo y se quedara en casa un largo tiempo para descansar.

Después de esto cierra bien las puertas y ventanas de su casa, comienza hacer un hoyo en la pared, un tanto alto, por esto, debe subirse en una silla para trabajar,  cuando termina coloca un palo resistente y lo incrusta de manera en que éste sea firme, luego se da una ducha y viste con su mejor traje, aquel que se regaló a sí mismo el San Valentín pasado y le parece totalmente elegante y sofisticado. De nuevo sube a la silla, amarra una cuerda al extremo del palo en la pared y del otro lado de la soga, introduce su cuello. Quiere terminar con su vida.

Como lo dije antes, el Sr Paul no es una mala persona, pero carga con una vida que ya no quiere sostener. Toma un minuto para juntar el valor que necesita, el frío sudor cae desde su frente y siente una presión en el pecho. No está seguro de lo que pueda ocurrir a continuación, se inunda de miedo, quiere vivir, no de esta manera pero por ahora parece que es la única salida, él mismo se lo buscó, no cree en segundas oportunidades, ha dejado todo listo: el ensayo, la comida de Max, el pastel, la señal de alto, las tarjetas de navidad. No queda nada por corregir, no parece haber secuela ni peticiones por cumplir.

Éste es su momento. Sólo él puede decidir, vivir o morir, toma una pausa, ¿salta o baja de la silla?, considera que puede quitar la soga y bajar cuidadosamente, seguir con su vida, pero una voz en su cabeza le dice que no merece una segunda oportunidad, está contradiciéndose a sí mismo volviéndose loco. El peso de este momento cae sobre sus hombros, se pregunta si esto es valiente o cobarde, ¿Qué diría su madre si lo viera así? No puede siquiera pensar en ella. Todo es silencio en su mente por un minuto, las ideas de una manera increíble se organizan como nunca antes. Pareciera que el mundo se detiene a observar detalladamente, es extraño, ya que en ningún momento el mundo había pedido su opinión para algo y ahora quizá aparentara ser su amigo en una fracción de segundo.

Su inconsciente  emerge de pronto, justo ahí, donde guarda sus más execrables pensamientos y recuerda que anoche no durmió nada, su madre en este momento debe de estar preparando el almuerzo, sola como siempre, y casi puede olerlo, el coro de aquella canción tan amada, esa que escucha cuando se siente más que cansado comienza a sonar en su mente mientras se da cuenta de que el aire acondicionado ya no funciona y sigue pensando en el ruido tan extraño que hace el escritorio, su padre debe de estar trabajando mientras le grita a sus empleados como se lo hacia él. Su mente está clara, toma la decisión mientras una fría lágrima cae por su mejilla.

Lo logró.

 

Azul Alejandra Hernández Castro 
Preparatoria 20

Sísifo en lucha. Jesús Alejandro de la Torre López. Preparatoria Regional de Huejuquilla El Alto, módulo Mezquitic.

Sísifo en lucha. Jesús Alejandro de la Torre López. Preparatoria Regional de Huejuquilla El Alto, módulo Mezquitic.

Padre insensible

Era un hermoso día soleado, Jesús acababa de llegar de un paseo con sus amigos y esperaba el camión para ir de regreso a casa -sonó su móvil-:
-¿Qué pasa papá?
-Pasaré a recogerte a la prepa. Necesito que me ayudes a hacer el pozo.
-¿Pozo?- dijo Jesús un tanto confundido- ¿Para qué?
-¿Pues para qué más? Para tu perro-dijo el padre en un tono impaciente.
El sol se nubló, y una temible tormenta cayó dentro de aquel pobre y destrozado chico.
Era un hermoso día soleado, Jesús acababa de llegar de un paseo con sus amigos y esperaba el camión para ir de regreso a casa -sonó su móvil-:
-¿Qué pasa papá?
-Pasaré a recogerte a la prepa. Necesito que me ayudes a hacer el pozo.
-¿Pozo?- dijo Jesús un tanto confundido- ¿Para qué?
-¿Pues para qué más? Para tu perro-dijo el padre en un tono impaciente.
El sol se nubló, y una temible tormenta cayó dentro de aquel pobre y destrozado chico.

 

 

Erick de Jesús Aguilar Hernández
Preparatoria Regional De Tecolotlán

Los pensamientos. Kassandra Edith Muro Ramos. Preparatoria del Centro Universitario UTEG Américas

Los pensamientos. Kassandra Edith Muro Ramos. Preparatoria del Centro Universitario UTEG Américas

Todo comenzó con el terremoto

Grietas del Corazón. Emmanuel Romero Villegas, Preparatoria Regional de Etzatlán.

Grietas del Corazón. Emmanuel Romero Villegas, Preparatoria Regional de Etzatlán.

La tierra azotó Alquiranom sin piedad, casi como si fuera una señal de los terribles acontecimientos que venían. Durante una hora, el suelo que nos sostenía se tragó edificios, autos y personas, eso sin mencionar las réplicas que acabaron por derrumbar la poca moral que nos quedaba.
Los cadáveres llenaban las calles, se mantenían bajo los escombros tan grotescamente que nadie se atrevía a sacarlos. El presidente yacía enterrado al igual que los otros. No había nadie que pudiera ordenar el desastre en que nos convertimos.
Nuestro pequeño país estaba herido hasta lo profundo; desesperado y necesitado de un guía.
Fue ahí cuando él hizo su entrada.

El hombre se presentó sonriente ante los restos de lo que fue un próspero país.
Los medios no tardaron en alabar su elocuencia e inteligencia, por no mencionar el “apoyo”
que nos brindó. Todos lo adoramos en su momento. ¿Y por qué no habríamos de hacerlo?  Un bondadoso extranjero que llegaba a salvarnos; era justo lo que deseábamos.
Queríamos buscar una buena forma de agradecerle, y luego de la muerte del antiguo gobernante, fue sólo cuestión de tiempo para que las masas que clamaban su nombre buscaran su liderazgo.

Fuimos tan ilusos.
Estábamos tan desesperados por la esperanza que él nos brindaba que permitimos que un desconocido tomara el mando.
No pasaron ni seis meses cuando se reveló la verdad.

Nadie quería aceptarlo. Aquel que creíamos que sería un impulso positivo para el país terminó por volverse un problema aún más grave que el desastre natural que nos golpeó.
Eliminó todo rastro de autoridad superior a él. Tomó el control absoluto con tan sólo
su encanto y persuasión, sin embargo su gobierno fue cruel e intolerante. Una vez obtenido el poder ya no necesitó fingir más. Se transformó en la bestia que había ocultado bajo su sonrisa y unos perfectos dientes.

Comenzó por dominar los medios, sobornando a los directores de las cadenas de televisión y radio, y despidiendo -o desapareciendo- a aquellos que se negaran.
Se aseguró de que nadie se le opusiera.
Cuando los primeros brotes de rebelión iniciaron en las redes, él se encargó de eliminarlos uno por uno, y aunque ese trabajo demoró un poco, fue paciente. Sólo necesitó un par de horas  para que la milicia se hiciera cargo de cada rebelde que se sumaba. No pudimos saber qué les ocurrió, pero las teorías de una muerte dolorosa hacia los opositores nunca faltaron.
Ni siquiera se molestó por ocultarlo.

– Una lección- lo llamó él, advirtiendo sobre estas conductas en un discurso ensayado que pretendía ser alentador -. Cualquier rebelde será castigado dependiendo de su falta. Es por su bien. Estas personas son peligrosas; son el tipo de terroristas anónimos que buscan desestabilizarnos, por ello los cortaremos de raíz.

Y aunque ello sonó como amenaza, nadie hacía nada, estábamos aterrados. Cohibidos de los micrófonos y las cámaras puestas en cada esquina. Un sistema de vigilancia 24/7 que era fuertemente monitoreado por nuestra gente.
No los culpaba. Un trabajo así les daba lo suficiente para sobrevivir, y los años que se mantuvo esta situación, la economía fue tan mal que era más de lo que cualquiera pudiera soñar.

Nada entraba y nada salía de la frontera, por lo que la comida escaseaba el primer invierno luego del terremoto. La crisis alimentaria se mantuvo. Los primeros arrestos por canibalismo se dieron a conocer por publicaciones en Internet. Publicaciones que desaparecieron tan rápido como se descubrieron. Todos poseíamos el conocimiento de que las cosas iban terriblemente mal, aunque en la televisión, los reporteros comentaban que las cosas nunca habían estado mejor.
Luego de un par de años las elecciones de gobierno eran historia antigua. La gota que derramó el vaso fue aquel día en que se transmitió un discurso donde dio a conocer al próximo gobernante de Alquiranom: Su hijo, aquel al que el dictador llamó príncipe ante las cámaras.

A pesar de todo el terror, el desacuerdo total no se hizo esperar. Abucheos y marchas en las calles, miles de publicaciones en las redes, además de unos cuantos murales clandestinos satanizando al líder y a su recién nacido.
Estábamos furiosos, hambrientos… Nos quitaron todo, supongo que aquel pensamiento fue lo que nos motivó: No podíamos perder nada más.

Los primeros grupos fueron los que sufrieron la peor suerte. Recuerdo uno donde atacaron los centros comerciales, robando comida para repartirla. Tres días después, encontraron los cuerpos carbonizados; no faltaba ninguno.
Otro grupo intentó atacar una televisora. Salieron al aire durante aproximadamente cinco minutos antes de que terminaran la transmisión y no se les volviera a ver con vida. Los cuerpos putrefactos se encontraron dos meses después, estaban a las afueras de la ciudad y les faltaba carne en algunas partes del cuerpo. Se dijo que los animales trataron devorarlos al no tener comida, pero en las fotos que circularon por la red podían verse mordeduras humanas. No solo los animales padecían la hambruna.
El último antes del verdadero cambio fue el peor, no por lo que les hicieron, sino porque nos obligaron a observar.
El grupo, conformado por hombres, mujeres y niños, había tratado de llegar a la casa del traidor en una simple marcha sin armas. Sólo poseían sus voces, con las gargantas lastimadas y el estómago vacío.
Las cámaras de seguridad mostraron que no pudieron llegar muy lejos cuando la milicia atacó.
Los prisioneros se distribuyeron equitativamente en cada distrito. Vivos y magullados, con heridas sangrantes en brazos y piernas. Los transportaron hasta los centros de todas las ciudades, y frente a un público horrorizado, fueron apaleados hasta la muerte mientras bolsas cubrían sus cabezas y sus extremidades yacían atadas en el suelo.
El espectáculo se transmitió en vivo y por todos los canales del país.
Nadie pudo olvidar.
La rebelión se encendió como si fuera una chispa cayendo directamente sobre la pólvora. No podíamos traer a los muertos, pero queríamos vengar a los difuntos con todo lo que teníamos.

Sigo preguntándome cómo consiguieron tantas armas, sin embargo, estoy consciente de que los cabecillas de la rebelión llevaban planeando esto por un largo tiempo. Realmente no importa de dónde las sacaron, sino el uso que les dimos.
La guerra para recuperar el poder de nuestra nación nos ha llevado años. Muchas cosas
han pasado y la mayoría se ha manchado las manos de sangre con tal de conseguir la victoria.
Hemos hecho cosas horrendas de las cuales me arrepiento y avergüenzo al recordar; pero por otro lado, todo lo bueno que hemos obtenido lo vale, o eso nos dicen los líderes de los grupos armados.

Hoy por fin estamos por acabar con este mar de sangre que hemos creado.
Encontramos dónde se esconde aquel que prometió ayudarnos, aquel rey ilegítimo, emperador de la nada, y junto a un pequeño grupo de tres personas, terminaremos este caos.

Ya hemos hablado acerca del futuro, de todas las grandes cosas que haremos. De cómo le devolveremos el poder a nuestros ciudadanos y de la grandeza renacida que tendrá esta nación. Hemos sufrido tanto que la sola idea de aquel futuro brillante suena lejano, pero estamos lo suficientemente desesperados como para creerla.

Todos están dispuestos a hacer un último gran sacrificio por la causa, pero al cruzar la puerta donde se encuentra la bestia que nos ha traído tanta desgracia, no puedo ver a un monstruo, tan solo a un padre tratando de cubrir a su hijo con su cuerpo.
Logro reconocer al infante como el príncipe destronado y sé que no tendrán piedad en el momento en que me indican apuntarle a él también. La duda me carcome lentamente, haciéndome temblar y por poco suelto el arma. Sé que es solo otro inocente cargando con los pecados de su padre, pero no puedo interferir. No debo. No ahora.

Los segundos corren y momentos antes de ver el cuerpo, lo escucho hacer un sonido sordo en el segundo exacto en que la cabeza golpea el piso. El monarca maldito ha caído.
Sólo queda el niño y nadie más que el líder parece seguro de qué hacer a pesar de tener órdenes.

-Mátenlo.- Ordena la voz con mayor autoridad, pero nadie hace nada.
-No podemos hacer esto. – Habla uno de los rebeldes bajando su mano. Quisiera agradecerle por lo que no tuve valor de decir. -Es sólo un niño… No tiene la culpa de nada.
– Tiene razón. – Lo apoya un segundo, temblando un poco y bajando su arma de igual manera.

Los únicos que continúan con el brazo arriba, somos el líder de la misión y yo. La emoción me recorre la espina dorsal, animándome a hacer lo mismo, pero antes de poder retirar el frío metal de la cabeza del niño y declararme en contra de la muerte, el sonido de una bala cruzando la habitación me aturde.

Pasan los segundos y escucho un suspiro exasperado antes de otro disparo, pero el niño sigue en pie. A mi lado, mis compañeros se desploman con un hoyo en la cabeza. No puedo reaccionar correctamente. Mi sorpresa no puede expresarse en palabras cuando me doy cuenta de que el líder que nos prometió un futuro libre, fue la misma persona que le disparó a mis compañeros.
Siento el arma en la sien cuando me invade una epifanía. Este hombre que me apunta con el filo de su arma se convertirá en el siguiente traidor y la historia se repetirá.

-¿Tú actuarás como un hombre, o tendré que dispararte también? – Siento el metal acariciando mi cabeza, frío, mortal, y extrañamente, me hace sentir vivo.
-Nada cambiara, ¿no es cierto?- Logro preguntar. – Todo esto se trata sólo de un cambio de administración. Esto seguirá igual. – Él está tan cerca que puedo sentir su respiración. Me bastaría un movimiento rápido para apuntar a su cuerpo.

La respuesta es clara cuando asiente lentamente con la cabeza, y un disparo se efectúa en la habitación.

 

Carolina González Arellano
Preparatoria 13

Bad Reputation.  Areli Alejandra Ruvalcaba  Becerra, Preparatoria Regional de El Salto

Bad Reputation. Areli Alejandra Ruvalcaba Becerra, Preparatoria Regional de El Salto

Largo plazo

<<No puedo seguir con esto>> pensaba recostado en mi cama mientras miraba al techo. Mi esposa, Sonia, dormía aún a mi lado. Apenas con el rabillo del ojo miré hacia la ventana como un tonto, esperando un utópico sueño que sabía que jamás llegaría, pero no vi nada que no hubiera visto antes: la espesa neblina que invadía como de costumbre el exterior.

Mi mujer despertó poco después e inició su rutinario día: se levantó y se puso ropa sencilla, zapatos igual, salió hacia la habitación de los niños y los ayudó con el uniforme, luego bajó a la cocina a preparar el desayuno. Yo me tomé mi tiempo. He escuchado que hace muchos años, más de los que el padre de mi padre recordaba, el hombre y la mujer eran iguales y que incluso ellas llegaron a tener una activa participación en la sociedad, pero son sólo cuentos.

Había pasado todo el verano haciendo turnos dobles en el trabajo. Me puse mi uniforme y bajé. Ya estaban puestos en la mesa los niños; eran aún tan frágiles y pequeños. Sonia puso sobre la mesa unos huevos fritos. Me alegré de que hoy tuviéramos el doble de la semana pasada. Julio y Javier también estaban felices. No pude evitar sonreír, y Sonia tampoco.

— Coman ustedes, yo no tengo hambre–Dijo Sonia. Era la tercera vez esta semana que “no tenía hambre”. Me detuve a observarla: estaba ya tan delgada y pálida.

Hace algunos años que había comenzado la escasez, como solían llamarle por televisión. Ya había pasado tanto tiempo desde que prometieron que todo mejoraría, pero lo único que hacía era empeorar.

— Yo tampoco– dije, y dejamos que los niños comieran hasta el último bocado.

— Ahora váyanse, que para la cena aún quedan unos huevos– Nos motivó Sonia a dejar la casa. Hace mucho que habíamos dejado de tener tres comidas al día.

Caminamos al sótano juntos, y llamamos al ascensor, que siempre tardaba unos minutos en llegar. Tenía a Julio y a Javier tomados de la mano. Nunca olvidaré el día en que nacieron, cuando Sonia y yo nos enteramos que no era sólo Julio, o no sólo era Javier, eran Julio y Javier y no lo supimos hasta que vimos salir a ambos.

Aprecié un segundo el sótano, en su totalidad estaba vacío, a excepción del ascensor y unos viejos generadores que distribuían energía, principalmente a los filtros de aire que evitaban que termináramos asfixiados, repartiendo prudentemente raciones de oxígeno por toda la casa.

El ascensor llegó. Bajamos al menos 9 pisos y cuando llegamos al correspondiente, Julio y Javier se unieron a la fila de los de preescolar, y yo a la de los obreros. Pude notar que en la fila donde estaban mis hijos faltaban dos niños.

— Cada vez somos menos, ¿eh?– dijo un compañero– Este no es un lugar para niños.

— ¿Qué pasó con Rubén?– pregunté en tono discreto refiriéndome al padre de los niños que faltaban.

Respondió con un gesto en la mirada, y yo seguí la dirección que señalaban sus ojos, que me llevaron al final de la fila. Y lo alcancé a ver, cabizbajo, allá atrás. Había sido un pésimo verano, para unos más que para otros.

Para llegar a los túneles en los que estábamos trabajando tuvimos que atravesar un par de campos, proyectos del gobierno que jamás dieron frutos, literalmente sus cultivos estaban marchitos y sus ganados enfermos. Además, en el segundo campo se alcanzaba a ver un largo pasillo. Aquí se detuvieron algunos obreros. Era la sala de máquinas, el centro de control de la electricidad de los túneles y las casas. El resto de obreros caminamos hasta las minas.

Trabajé una jornada más larga de lo normal. Las minas estaban casi vacías.  Me encontraba ya tan cansado que sólo pensaba en volver a casa. Caminé casi automáticamente  entre los túneles y me detuve a mitad del campo. Me quedé quieto mirando cómo se llevaba a cabo el cambio de turno de los obreros que trabajaban en la sala de máquinas. Sabía que era el momento oportuno.

Llegué al ascensor y esperé por él. Salí al sótano y subí feliz las escaleras con mis reservas de energía y tomé aire para gritar <<¡Ya llegué!>> pero en lugar de ser recibido con besos y abrazos, como era lo usual, escuché sollozos, así que seguí el origen del sonido, y cuando atravesaba la cocina me detuve en seco, pues había vidrios rotos por todos lados, cajones desordenados y trastes en el suelo. El refrigerador estaba volteado, también en el suelo y completamente vacío. Supe lo que había pasado y recé porque no hubiera heridos. Encontré a Sonia y a los niños, por fin, en mi habitación, llorando ahora desconsolados y abrazándose con fuerza. Me uní a ellos en llanto y dolor. Esa noche dormimos juntos con la televisión encendida.

Desperté a mitad de la noche; nunca me había sentido tan débil y vulnerable, pero sobre todo sentía una enorme impotencia, tenía mis manos atadas. Lo mejor que podía hacer por ellos era trabajar tiempo extra, pero le faltaban horas al día para poder compensar las ganancias frente a las pérdidas, y aunque tuviera más horas, sentía que a cada paso mi cuerpo se desgastaba más de lo habitual. Mis brazos y piernas me exigían desesperadamente parar. La oleada de crímenes y asaltos a los hogares de familias honestas propiciaba la muerte por deshidratación y hambre.

Iba a la mitad de mi vida, pero mi vida no aspiraba a más, no había algo mejor, ni para mí ni para ellos, lo único que podíamos esperar era dolor, del que da tras varios días sin comer, el cansancio, pero sobre todo, el sufrimiento de ver a quienes más amas perecer frente a tus ojos sin poder hacer nada. No puedo con esto. Me levanté con cautela y dejé que mis instintos me guiarán. Sin darme cuenta, estaba en el sótano. Llamé al ascensor por última vez. Conté del uno al nueve los pisos que descendía. Los mismos que esta mañana. Atravesé los túneles con una sensación extraña en la garganta. Llegué al primer campo, y sentía la calma de la tierra con mis pisadas y cómo las semillas que jamás llegaron a ser plantas luchaban por salir para agradecer mis decididos pasos. Caminé lento pero firmemente al segundo campo, allá donde estaba el ganado, y noté que sus ojos suplicantes apoyaban mis pensamientos. Desde donde estaba alcancé a ver el inconfundible pasillo que había estado dibujado en mi mente desde el momento en que me levanté de la cama. Ahora mis piernas actuaban antes que de que siquiera se percataran de la situación, y de un momento a otro ya había atravesado el pasillo. En la sala de máquinas las luces titilaban, a punto de extinguirse. La sala estaba vacía, a pesar que estaba expresamente en la ley que jamás debía estarlo. La misión era bastante sencilla. Tomé un viejo tubo oxidado que encontré en el suelo; tenía una extraña mancha oscurecida de algún líquido que me resultó familiar. Busqué entre cables y máquinas mi objetivo, hasta que lo encontré. Tan solo hacía falta bajar el interruptor, y lo hice sin pensarlo demasiado. El panorama se hizo más lento y mis movimientos también. El aire se hizo más espeso, casi tangible, y respirar era cada vez más difícil y doloroso. El tiempo también parecía alentarse. Mis pies me engañaron y terminé cayendo entre los cables. Todo se veía borroso desde el suelo, excepto el oxidado tubo que aún sostenía en mis manos, aparecieron en mi mente cientos de imágenes tan claras como aquel tubo, imágenes de cómo mi mano, empuñando ese oxidado metal viejo atravesaba tejido blando uno tras otro, y cómo había sido teñido poco a poco por el líquido ennegrecido que alguna vez fuese rojo carmín, tan brillante y tan vivo, ahora opaco. Vi los cuerpos cayendo a mis pasos, y ahora aparecían tirados en la sala de máquinas, los pude ver ahí acostado como si despertara de un sueño. Pero no sentí culpa. Sentí cómo me ardían los pulmones cada vez que intentaba respirar. Dolía, hasta que el oxígeno no pudo entrar más.

 

 

 

Nayeli González Ortiz
Preparatoria de Jalisco

Manos Vacías. Katia Elizabeth López Urzúa. Preparatoria Regional de El Salto

Manos Vacías. Katia Elizabeth López Urzúa. Preparatoria Regional de El Salto

Constelaciones en la piel

Sagitario. Valeria Venegas Sandoval, Preparatoria 14.

Sagitario. Valeria Venegas Sandoval, Preparatoria 14.

Sí, han matado a María, la gitana.
Don Lalo pagó por compartir un momento de intimidad con ella, y María, quien aprendió a leer el futuro con los astros del firmamento, comparó los lunares que se extendían desde el cuello de él hasta su pecho,  eran como estrellas, y las leyó.

Se puso a llorar, pronto moriría el hombre que dormía en su cama, desconsolada, fue a prepararse una taza de café, nada más para mirar el fondo, y los granos de café indicaban el mismo destino para ella. Don Lalo quería irse, pero la joven gitana no se lo permitió, quería protegerlo de lo que allá fuera a pasar, y así, un encuentro que esperaba ser breve, pasó junto a las miradas de sus ojos y se volvió pasión, se tomaron por el cuello, se besaron y de ahí decidieron amarse con el cuerpo.

Mientras compartían el calor de sus almas, la puerta de la recamara se abrió, pegando en la pared como un rayo estruendoso, ambos sin despegarse voltearon a ver quién era, “mi vieja” susurró el amante al oído de María.

La mujer parada en la puerta levantó una pistola, cerró un ojo para ver con el otro. María, acostada sobre Don Lalo se volteó para ver sus ojos y lo abrazó…
¡PUM!

 

Kevin Bricio Palafox
Preparatoria Regional de Arandas,
módulo San Ignacio Cerro Gordo

Nocaut

Lo observaba todos los días discretamente mientras entrenaba.
Cuando llegaba al gimnasio y se sentaba al borde del ring a vendarse las manos.
Cuando terminaba el calentamiento y se ponía sus guantes de 12 onzas.
Cuando hacía explosiones en el costal y sparring al final del día.
Así que un día dejé de observarlo y subí al ring, solté dos jab directo a sus labios, un gancho al hígado  y esquivé un contra golpe que casi roza mis senos, volví con un volado, un uppercut directo al rostro…  quedó enamorado de mí.

 

 

Andrea Jacquelinne Reyes Luna
Preparatoria 13

Pura pura

La prueba de embarazo dio positivo.
Seguía siendo virgen, pero llorando
afuera del laboratorio se dio cuenta que
el sacerdote le había mentido.

 

Kevin Bricio Palafox
Preparatoria Regional de Arandas,
módulo San Ignacio Cerro Gordo

Asfixia. Katia Elizabeth López Urzúa, Preparatoria Regional de El Salto.

Asfixia. Katia Elizabeth López Urzúa, Preparatoria Regional de El Salto.

No hay descanso

-Despierta… no te vas a quedar a quedar tranquilo- una dulce voz susurra en mi oído.
-Despierta… no hay descanso hasta saber la verdad.
-¡Vamos levántate!-. Grita una ronca y escalofriante voz.
Tomo una bocanada de aire, me toco el pecho para cerciorarme que nadie lo está oprimiendo. Siento como si no hubiera respirado en un largo tiempo, me arde el pecho, en especial el costado derecho, ahí se concentra el dolor. Mi mente intenta recordar qué había hecho para encontrarme en ese terreno, parece un jardín. Miro a mi alrededor, es muy poco lo que veo, es de noche, hay flores por todos lados, en su mayoría son blancas, hay un gran adorno de flores a mi lado izquierdo, luce como los que hay en los velorios, me giro para verlo mejor, hay una tabla de cemento debajo, muevo las flores, mi respiración se detiene, es una lápida y tiene mi nombre grabado:
«Matías Cervantes Rodríguez
Hijo, hermano, amigo.
Te abrazo en el cielo- Mamá.
☆10- Junio- 1993- +13-Octubre-2017»
Muerto… no podía estar muerto, ¿cómo podía sentir mi respirar?
Mi estómago se siente vacío, mi pecho como si fuese presionado,  eso no podía ser, no era cierto, tremenda broma.
Una pequeña luz se está acercando, el velador aluza el arreglo de flores y luego a mí, se detiene en mí, tengo que pedirle ayuda.
– Señor, yo no sé qué me pasó, desperté aquí y tengo demasiado frío, ¿podría ayudarme- digo todo de forma rápida.
Como si no hubiera dicho nada el velador se gira y se va justo por donde vino.
-¿Es idiota?- grito con furia.
¿Es qué será sordo? Me levanto del suelo, sacudo mi pantalón y mis manos, voy siguiendo al velador, busco acercarme lo suficiente para tocarle el hombro, quizás lo espanto si le hablo. Doy un par de pasos más, le toco dos veces el hombro, sólo se sacude, sigue sin tomarme en cuenta.
Mis pies comienzan a hundirse en el pasto, siento algo firme debajo de ellos, pero no veo que toco o si toco algo, la tierra está tragándome.
Todo es oscuro, ni siquiera puedo mi ano que tengo levantada frente a mi rostro, a lo lejos percibo un destello, se escucha una risilla, avanzo a gatas hacia el destello, no confío en poder hacerlo de pie. Es una niña, como si un reflector, la iluminara, luce radiante, está jugando con un cochecito color lila con líneas azules, suelta unas carcajadas, ni siquiera me nota, me quedo atento observándola, por un momento olvido todo lo que ha pasado.
Es preciosa, aunque lleva un vestido harapiento, los pies descalzos, sucios, igual que sus bracitos y cara.
-Pequeña…-digo en un susurro.
Se gira, con su cochecito elevado en el aire me mira atenta.
-Dígame, señor, ¿necesita algo?
Su respuesta me resulta algo extraña, luce muy pequeña para la manera en que ha respondido, y su voz tiene un tono ronco.
-¿qué lugar es este?
-Así que quiere saber qué es esto…- deja la frase al aire y su voz suena casi gutural en la última frase.
Como si de un perro se tratara, comienza a andar a gatas, haciendo círculos, su físico comienza a cambiar, balbucea cosas sin sentido, o para mí no lo tienen, su voz es gruesa y su cabello rizado y un poco enmarañado ahora es un tipo de pelaje negro, sus piernas y brazos son como unas fuertes patas, dice algo más y levanta sobre dos patas, la encantadora niña tiene ahora un aspecto aterrador y es al menos 50 centímetros más alto que yo, esa cosa no está ni cerca de ser humano. Tiene la apariencia de un lobo, todo el pelaje es negro, tiene unos cuernos coronando su cabeza y sus ojos son rojos como si estuviesen ardiendo, en las patas tiene unas largas garras, destellan al igual que sus cuernos como si esperasen el momento perfecto para atravesarte la piel.
Trago saliva, no puedo moverme.
-Ahora te diré que es esto-hace una pausa- esto es un intermedio o una parte de él. No estás muerto, aunque no estás vivo.
Su voz suena como un gruñido.
-¿Y qué hacía en el cementerio?- me atrevo a preguntar.
-Verás, Matías, tu cuerpo está inerte, tú alma… bueno, no está descansando.
Entonces realmente he muerto, pero ¿cómo pasó? Sólo recuerdo estar solo en mi cuarto, todo fue oscuro y luego desperté en el cementerio. Comienzo a temblar de forma descontrolada, a pesar de que sigo en el suelo, siento caer, el frío es cada vez peor.
-¿Tienes alguna idea del por qué no puedes morir? En todo caso tu alma.
Niego con la cabeza, escucho un bufido, sólo veo sus patas, no me atrevo a verle el rostro.
-Te mataron, aquí no hay descanso hasta saber la verdad. Ese frío no se irá, los temblores espontáneos, el miedo, nada te dejará hasta saber quién fue.- dice todo en voz baja como si fuera un secreto.
-Yo…-mi boca se siente seca- yo no recuerdo nada.-me relamo los labios.
-Eso es lo que tienes que recordar. Tienes que revivir tú último día de vida.
-¿Me vas a ayudar?
-No. Estoy aquí para tomar tu alma, soy tu condena, cargo todos tus pecados, soy lo que llaman infierno, todos tienen uno destinado.
Lo último que recuerdo es estar en mi cuarto, supongo fue el último día de vida que tuve, pienso y pienso, nada viene a mi mente. Mi vista se comienza a nublar, todo gira, lo único que puedo ver es el rojo ardiente de los ojos del animal.
Todo se detiene, siento algo suave debajo de mí, abro los ojos, trato de enfocar algo, parpadeo un par de veces, veo el techo, me resulta conocido, me siento de a poco, estoy en mi cuarto, escucho a lo lejos la voz de mi prometida.
-Cariño, voy a bañarme.
En automático respondo:
-Está bien, despido a todos y te espero en el cuarto.
Bajo a la sala de mi casa, ya sólo están mis padres y las hermanas de Alicia, voy a la cocina y ahí está Santiago, mi mejor amigo.
-Creí que ya te habías ido.- digo al tiempo que abro el refrigerador.
-Alicia te iba a avisar que me quedaré a dormir.
Asomo la cabeza y asiento mostrando que estoy de acuerdo.
-¿Quieres una cerveza?
-No, ya quiero dormir, el viaje fue largo.
-No recordaba que habías viajado, sube, despido a todo y subo yo.
Santiago asiente y se va, yo salgo de la cocina y todos están alistándose para irse, las gemelas Natalia y Sara, están en la puerta.
-Matías, despídenos de la tarada de Alicia, nos vemos luego.
Me dan un corto beso en la mejilla y se van, mis padres se detienen antes de abrir la puerta, mi mamá se gira y me abraza.
-Te amo, Matías, buenas noches.
La abrazo con más fuerza.
-Yo a ti, ma’, nos vemos pronto.
Le doy un beso en la frente y se aleja, mi papá me da un apretón de manos.
-Hasta luego, hijo.
Me despido con la mano y cierro la puerta. Vuelvo a la cocina, me siento en la barra y termino mi cerveza, tiro el envase vacío.
Ahora que lo pienso es extraño que Santiago se quede a dormir, su novio no vive lejos de aquí, y durante la cena estuvo extraño, como si estuviera nervioso, o temeroso de algo.
Subo las escaleras hasta llegar a mi cuarto, me quito los zapatos y la camiseta, los tiro en la silla del escritorio, eso le molesta a Alicia, pero siempre he hecho eso, incluso cuando vivía con mis padres.
-Oye, Santiago.- le grito.
¿Queeee?- responde de igual manera.
-¿Ya vas a dormir?
-Claro, idiota.
-Ahhh…
Ni digo más
Sigo sintiendo que algo anda mal, él anda en algo mal.
Alicia sigue en el baño, seguro se metió en la tina a leer, hace eso cada viernes. Que aburrido me siento, me giro dándole la espalda a la puerta, me quito el pantalón, se escucha un sonido en el pasillo, en bóxer salgo a ver que fue y Santiago tiene una pequeña pistola, no me sorprende, yo mismo lo acompañé a comprarla.
-No seas idiota, si Alicia te ve con eso te sacará de aquí.- susurro entre dientes.
-Ya, ya la guardo.
-¿Qué tratabas de hacer?
-Nada, loco, ya me voy a dormir.
Regreso a paso lento a mi habitación, eso fue raro, no tiene sentido que cargue la pistola aquí.
Rebusco entre mis cajones, hasta encontrar mi pantalón de pijama. Estoy de espaldas a la puerta y escucho como la abren un poco.
-¿Qué tal estuvo tu baño amor?
Se escucha un ligero resoplido, al instante siento un dolor punzante en el lado derecho, me desplomo en el suelo, escucho unos pasos acercándose, mis ojos no enfocan, su rostro se ciñe sobre el mío, lo veo, su rostro no es claro y su cabello le resbala sobre los hombros.
-Lo siento, Matías.- su voz retumba distorsionada en mis oídos.
¿Quién es?

Siento un calor abrasivo, siento mi cuerpo arder, la garganta está seca, y no me puedo mover.
-No hay descanso, Matías, no lo habrá.
Estoy condenado, lo sé, pude percibirla pero no tengo idea de quién fue, una mujer, mi prometida, mi madre, alguna de las gemelas, cualquiera de ellas, incluso alguien que no conocía, nunca lo sabré y no voy a saberlo nunca, no tendré descanso, y no habrá alivio.

Melissa Jacquelinee Rivera Muñoz
Centro Universitario UTEG, Zapopan

Niñez. María Candelaría Hernández Alcaraz. Preparatoria Regional de Etzatlán.

Niñez. María Candelaría Hernández Alcaraz. Preparatoria Regional de Etzatlán.

Perfección

Recordar es la mejor manera de superar. Cinthya Araceli Valdivia Velázquez. Preparatoria Regional de El Salto

Recordar es la mejor manera de superar. Cinthya Araceli Valdivia Velázquez. Preparatoria Regional de El Salto

El piano suena una y otra vez, repitiendo las mismas partituras, su música llega primero dulce y lastimera, mientras se va tornando amarga y finalmente furiosa. Una y otra vez. Se le escucha resoplar al dueño de aquellas ágiles manos, maldiciendo mientras quiere llegar a la perfección; es por ello que nadie quiere habitar de nuevo  esa vieja casona.

 

 

María Fernanda Moncada Vázquez
Preparatoria de Tonalá Norte