Erik Marbén Zepeda Martínez
Preparatoria Regional de Ahualulco de Mercado
Ese día, mientras el sol estaba a tope y el cielo ausente de nubes se preguntó Tomás ¿cómo era la lluvia? Con los pies arrastrando, llegó al consultorio médico: la tifoidea lo estaba matando. Un constante mareo le zarandeaba hasta los recuerdos. La sala de espera estaba atiborrada, calculó una hora de espera como mínimo. Le costaría más trabajo ir al siguiente consultorio que esperar una hora. Mientras tanto, sentía el reflujo, en forma de hipo, treparle el esófago. Comenzó a sudar. El ventilador que tenía al lado resultó inútil para equilibrar su temperatura corporal. Dentro de la sala una mujer lo miró fijamente. Cruzaron miradas. Él volvió la vista al suelo. La punzada de los ojos clavados en su cara era más insoportable que el reflujo y las náuseas. Era una garrapata que no quería desprenderse. No supo cuánto tiempo pasó, pero al salir del consultorio la mujer lo esperaba.
“Disculpe, pero… bueno, es que…” no le encontraba sentido a la conversación. Buscó eludirla. Caminó hasta encontrarse a la orilla de la acera, preparado para cruzar el mar de coches. “…soñé con usted…” La ignoró y siguió caminando. “…Y estaba muerto”. Se volvió de golpe en dirección a la mujer. “¿Muerto?” Preguntó extrañado. La mujer le respondió al sacar un arma de su bolso y descargarle la vida. El relámpago de los disparos fue invisible a la luz del sol.
“Decían que era sicario, pero parecía tan buena gente”, declaró la vecina, entrevistada por el periódico local.