Alucinaciones cítricas

Ana estaba exprimiendo naranjas como cualquier otra mañana de invierno, aferrada a la palanca del exprimidor, lenta y pensativa, entumecida por los redondeos mentales y el replicar de esa maquinita. A su alrededor: los perros y las palomas, entre edificios e ideas entrecruzadas como el cableado frío.
De vez en cuando, una queja salía de su superior. Casi todas eran comprensibles y pesadas para la chica, pero en ese momento, superior a cualquiera de las quejas rutinarias, desde las naranjas empezaron a saltar gotitas gitanas, brillantes como ámbar: chispas de fragua, animadas por olas solares de otro sitio. Se empezaron a escurrir entre los trastos. Luego de eso, comenzaron a exprimirse de la risa sobre las mesas; corrieron, jugaron y brincaron como si fuera divertido que ella no entendiera su vitalidad.
Palpitantes, se mostraron a la muchacha y la distrajeron con sus piruetas de pétalo líquido. Llegó un punto en el que la confundieron y sus vestimentas fotosintéticas le dieron mareos profundos e inconscientes. De momento, ella no lo entendió, pero a fin de cuentas ella estaba pensando de más.

Diego Morán Díaz

Preparatoria 9