Mamá era lo único que mantenía unida a esta familia.
Cuando papá nos dejó; a mi madre se le zafó la chaveta, y bastante supongo; una mujer que deja a sus padres para estar con el “amor de su vida”, embarazada a los dieciséis, cargando con toda la culpa.
Aquí entro yo… lo que arruinó todo fui yo, papá se lo gritó antes de irse. Me pregunto si tendré algún desorden mental; yo creo que sí, es el que me obligó a matar aves a pedradas y a escupirles a las personas.
¿Qué se hace con un cuerpo después de morir? Me lo pregunto todos los días.
Mamá realmente se esforzaba en hacerme sonreír, ahora mi tristeza la decepciona, mi cara larga y fría, tan fría como su cuerpo; ese cuerpo ahora tendido en la cama, y yo, en su regazo, desplomado.
¡Mamá!; le grito; una y otra vez; al mismo tiempo que limpio mis lágrimas en sus naguas.
Una. Dos. Tres. Cuatro horas tumbado en el umbral de su cama, su corazón dejó de latir, y su cerebro de funcionar, ojos abiertos, dilatados, echada, muerta, piel mallugada, morada, quebrada.
¿Eso es ahora mi madre?
Me mira fijamente, me suplica.
¡No mamá!; no me pidas que te entierre que de eso no soy capaz.
Pierdo la cabeza, la poca que tenía de hecho, y mi desorden despierta, y me tumba, sí; el mismo que me obligó a matar pájaros y a escupirles a las personas, ahora me hace pensar que mamá sigue viva.
¿Cuánto falta para que los gusanos forniquen con ella y las moscas comiencen a salir?
¿Cuánto falta para que el repugnante hedor emane de lo que una vez fue mi madre? Me exalto y grito. ¡No mamá, no me lo pidas!
¿Qué de hace con un cuerpo después de morir? Me lo pregunto.
Dylan Andrés Celis Soltero
Escuela Preparatoria Regional de Autlán