Mi invitación se concreta en hacerles un pequeño recordatorio y darles cuatro ejemplos. Permítanme recordarles algo: en algún momento casi todos hemos experimentado un impulso. Generalmente aparece como una sensación de extrañeza, de asombro o inquietud, que irrumpe en la rutina cotidiana. Esta sensación se expresa en vagas y sugestivas preguntas, por ejemplo: ¿el espacio y el tiempo existirán por siempre?, ¿qué pasaría si Dios no existiera, o acaso existe?, ¿hay algo realmente bueno o malo?, ¿hay alguna verdad absoluta?, ¿algunas obras de arte son realmente mejores que otras?, y, por supuesto, ¿cuál es el significado de la vida?
Ése es el tipo de sensación que Aristóteles tenía cuando descubrió que la filosofía comienza con el asombro. Hay algo inquietante en los grandes abismos que tenemos sobre nuestra comprensión del mundo, parece que todavía hay una pregunta importante que requiere ser contestada y que nuestro entendimiento de las cosas no está completo, eso genera cierta desazón, cierta ansiedad epistémica. Esto es el impulso hacia la filosofía.
Pocas personas van más allá de esta condición. La razón es bastante simple: no saben cómo ir más allá. ¿Cómo pensar sobre estas cosas? Es más, ¿se puede pensar sobre estas cosas? En estas cuestiones parece como si nuestro pensamiento se moviera en círculos, se enredara. La mente se embrolla hasta paralizarse. Eventualmente el momento pasa. De algún modo la pregunta llega a ser descartada: es pospuesta, rechazada o reprimida. Y, no obstante, la sensación de algún modo permanece: en el sentido frustrante de que, después de todo, ésas son las preguntas importantes, las preguntas que realmente deben responderse. ¡Si tan sólo supiéramos cómo encontrar las respuestas!
Quien practica filosofía, que filosofa, es una persona empeñada en responder esas preguntas. Pero tiene que ir más allá de esos sentimientos y hacer que las sugestivas y grandes preguntas se desplacen del corazón a la cabeza. Es parte del trabajo de un filósofo transformar esas abrumadoras preguntas en algo que se pueda pensar. Para eso, los filósofos tienen que tener una estrategia general (un método) y tácticas particulares (técnicas para aplicar ese método), deben convertir las grandes preguntas en preguntas manejables, en preguntas un poco más modestas. Hasta aquí el recordatorio.
Los ejemplos son las ponencias redactadas por los estudiantes Nayeli Nohemí Cabrera Díaz, Ixchel Yamilet Gaeta Froylán, Emmanuel Acero Casildo, Denis Alejandra Ávila Martínez. Ellos participaron en el IV Coloquio Filosófico del SEMS 2015. Su participación implicó atreverse a ir más allá de la sensación de asombro ante las grandes preguntas; leer lo que pensaron otros; someter a crítica sus ideas, y, lo más importante, pensar por su cuenta.
Maestro Joaquín Galindo Castañeda *
* Maestro en Estudios Filosóficos por la Universidad de Guadalajara. Profesor del Departamento de Filosofía y de la Preparatoria de Tonalá Norte de la Universidad de Guadalajara. Entre otras publicaciones, destacan “La lógica operatoria. El concepto de lógica y la concepción operatoria en Piaget en la actualidad (2013)” y “Los argumentos metafísicos y las lógicas modales. La refutación del tiempo de McTaggart a la luz de la lógica temporal”.