Existo en los “hubiera”
que se acumulan en mi cuerpo
y en los recovecos que forman mi anhelo,
que ahí se quedan, estancados,
nadando en los pantanos que nacieron
de los recovecos de mi cuerpo,
donde abunda todo lo que pienso
y todo lo que no expreso.
Existo de los planes que en eso se quedaron:
en planes; existo de la montaña lejana
que quise escalar y, sin embargo,
sigo aquí abajo.
Existo de las palabras de amor
que contraje en mi garganta,
obstruí su camino hacia el exterior,
se volvieron ceniza en mi boca
y las escupí, carbonizadas,
muertas y ya sin forma.
Soy todas las lágrimas que me tragué,
que se acumulan aquí dentro
formando un reguero;
soy todos mis gritos de furia,
de dolor y de angustia
que me raspan el estómago
y se deshacen en migajas
sin nunca haber visto la superficie.
Existo de los abrazos que nunca di,
de los momentos perfectos
que llegaron, no aproveché y se fueron,
se apartaron y cuando alcé las manos
para atraparlos, ya estaban muy lejos.
Existo de las miradas secretas,
sólo miradas calladas que no son nada;
de las sonrisas que me guardé,
de las aventuras que me perdí;
existo de todo eso que desperdicié,
que dejé marchar y reprimí,
que se convirtieron en “hubiera”
que colgué en un tendero
y ahora se agitan al viento
tristes, arrepentidos y marchitos.
¿Es tarde?, me pregunto.
¿Es tarde para cambiar?, me grito
hasta que el espejo de mi alma
se fragmenta en pedazos incontables,
hasta que titilan todas las luces
y se apagan, hasta que la pena
se convierte en un torbellino y me traga,
me absorbe entera, hasta que incurre
la noche difusa que me pone enferma
y duermo, duermo, duermo,
viene el amanecer que me agrieta el alma
y existo, existo, existo.
Jhovana Itzel Aguilar Jiménez
Preparatoria 8