Vanessa Naomi Puga Ayón / Preparatoria 5
El color blanco, un trozo de papel, la textura del mismo, líneas;
no hay espacio para que mis ojos las perciban a todas ellas.
No hay más, no tengo nada que no sea;
una pluma, una piedra y un papel
para plasmar lo que soy, lo que siento.
Al final somos un conjunto de piel y huesos entregados a la tierra,
a los granos de arena que podemos tocar,
que las palmas de nuestras manos y pies pueden tener.
Soy todo y nada, existo o simplemente no,
estamos a una decisión, equilibrados en la cuerda,
una cuerda de hilo delgado que corre el riesgo de soltarse, de soltarme.
Esa es mi cabeza, la que me ilusiona o decepciona,
la que me insista a volar y correr
la que me toma, me estruja y me avienta lejos,
al abandono, a la intemperie,
donde lo único que tengo son mis alas en migajas
que forman parte de lo que fui, de lo que un día existió.
No más sombras, hay ausencia de luz;
no más luz, hay ausencia de luna;
nada nos ilumina, nada se asoma, nada nos conforma, ya nada somos en la memoria.
Una ilustración, una letra, una palabra, un enunciado que…
¿Formará parte de alguien más? ¿Mi existencia será la de alguien más?
No quiero, no puedo, ya no es mi turno.
¿Será el de alguien más?
¿Serán nuestras memorias las de alguien más?
Es que no sé si mi conjunto de piel y huesos a alguien más lo haga sentir,
si lo puedan beber o si logre estremecer.
¿Será acaso el soplo de mi sangre es el que te haga sentir que estoy ahí?