La satisfacción humana, a veces limitada a la simple elección de una condición, una forma de ser o la simple apariencia bajo la cual nos mostramos, en ocasiones representa esa brecha impostergable entre la necesidad y el deseo. Esta pulsión entre la compensación de algo que carecemos y la búsqueda de algo por descubrir, la mayoría de las veces encuentra su realización mediante la posesión de un objeto. Esta posesión por pequeña que sea, se vuelve única cuando representa nuestro objeto de deseo. En este objeto, es posible articular todas las dimensiones de nuestros sentimientos y emociones. Podemos encontrar sueños hechos realidad o restaurar nuestro pasado perdido.
¿Quién no ha tenido la sensación de que todas las cosas que usa son prescindibles, pero que siempre hay algo único que necesitamos llevar siempre para ser nosotros mismos? A veces son un par de zapatos, un sombrero, una diadema o algo más sutil, algo invisible pero evidente, algo que sólo puedes mirar a través de los “Ojos de pantera”, como nos relata Andrea Mariam Oropeza. Un pequeñísimo objeto que en el bolsillo se vuelve un secreto, pero en los labios se vuelve la sensación de completa libertad para su nuevo dueño.
Y ya que hablamos de secretos, ¿cómo preservar nuestras palabras más allá de la muerte para que se alejen de nuestra conciencia? A veces los secretos nos reducen a la simple condición de culpa y es necesaria una confesión para librar nuestra batalla personal. Pero si no confiamos en el confesor ¿qué nos queda? En ocasiones no basta con pronunciar el secreto y dejar que se desvanezca con el viento, quizá porque se trata de palabras muy oscuras. ¿Y si esas palabras representan la vida de alguien más que desapareció entre cenizas y tierra seca? Contra el desvanecimiento de las palabras, una carta puede ser la respuesta para dar testimonio de aquello que se consumió en sus propias llamas como nos relata Mario Balam en “El venado más hermoso”.
A veces el pasado nos cobra la factura con ironía. No siempre es posible alejarse de lo que alguna vez fuimos o de aquello que el destino nos ha planteado en el derrotero de nuestras decisiones. Lo que determina la persona que somos, son nuestros actos. ¿Qué pasa con los actos de un mago que nunca creyó en su magia? Tal como nos cuenta Rocío Guadalupe Álvarez Leyva, la magia de todo buen truco reside en la inocencia de nuestro espectador.
Dios y el Diablo tienen una disputa. Todos conocemos la justicia del Creador, pero siempre habrá que creerle al dicho popular “más sabe el Diablo por viejo que por diablo”, y más si involucra a la clase política, como en el cuento “La silla presidencial”, de David Amadeo Jacohinde Corona. Por último, hay veces que nos enamoramos irreflexivamente, como en el cuento “Un café”, de Luis Enrique Solorio Salazar, que teje la vena erótico-fetichista.
En estos cinco relatos que nos ofrece el vaivén literario, descubriremos la intimidad de los personajes en distintos senderos, quizá todos ellos cobijados por la sombra de la culpa, contraída por tener una preferencia contraria a lo socialmente aceptado, exonerada al confesarla en el anonimato de una carta o lavada por la ironía del destino.
Fernando Toriz*
*Fernando Toriz (Guadalajara, 1973) es narrador y poeta. Obtuvo el grado de maestro en Gestión y Desarrollo Cultural.
Actualmente es coordinador de eventos culturales de la Libería José Luis Martínez del Fondo de Cultura Económica (FCE) en Guadalajara.