Bien dicen que la tierra guarda secretos fantásticos, tan impresionantes que realmente provocan miedo, escalofríos y que rompen toda creencia “absoluta” en cada persona. Aunque tanta fantástica ilusión sólo se presenta en aquellos que guardan en su interior un poder más fuerte que el ser humano ordinario no podría siquiera desarrollar.
–Me sorprende que seas un caballero de los Aderslos –escuché la voz de mi madre mientras tocaba mis mejillas con sus manos, que por la edad estaban ásperas, pero que al tocar mi piel con amor se volvieron tan suaves como la seda. –Serás un caballero demasiado joven. Un gran honor te espera.
–A mi padre le hubiera gustado verme así, le hubiera agradado ver que por lo menos un hijo suyo pudo llegar a tan alto rango en la Corona –le dije–. Siento en verdad que no esté el aquí. Él me hubiera dicho algo para sentirme aún mejor o peor, sus declaraciones siempre tenían dos intenciones.
Mi madre me siguió mirando con amor y se dirigió hacia la mesa del comedor donde estaban mi yelmo y mi espada. Mi armadura perteneció a mi padre, le fue dada cuando también llegó a ser caballero de los Aderslos, su honor estaba reflejado en la pureza del metal y de los gravados más detallados que había visto en mi corta pero tan fantástica vida. La armadura se componía de un color negro que con la luz, en algunas partes parecía cambiar a blanco. Tenía picos que asemejaban alas en las hombreras al igual que en los sobrecodales. El peto y las musleras eran la simulación de hojas de arce real, una sobre la otra hasta terminar. Era una armadura llena de gloria.
Al salir, sentí cómo mi madre se llenaba de alegría aunque también había algo de angustia ya que servir a la Corona era digno de la divinidad, pero eso representaba un costo mucho más grande: perder la vida. Subí a mi caballo, de cuyo nombre apenas supe en aquel momento: Uusi Kohde, ahora compartiría con él el viaje que me conduciría a mi nombramiento. Cabalgué hasta la tierra de Resurrección donde empezaría mi trabajo, una labor de suma importancia, ya que resguardaría la salud de mi Rey Fausto Alderslos De Cingne. Me nombró caballero cuando él, estando en Sirnea De Veltra, de donde yo provengo, al sur de Resurrección, casi pierde la vida en un bosque. Siendo yo un hombre leñador, coincidimos. Pudo haber muerto por la hierba maldita, quien la toca perece a las dos horas. Un leñador sabe qué plantas tocar y cuáles son para curar, quizá mi destino era conocer la planta que lo curaría y salvaría de pasar a las tierras de los abismos. ¿Qué otra riqueza podría aceptar del Rey?
Al llegar a las puertas del enorme castillo, me recibió otro caballero del reino y me llevó a la habitación donde viviría de ese momento en adelante. Caminé por el castillo para conocerlo y reconocer las habitaciones reales. La acústica era muy vaga en ciertas áreas del castillo, los pasillos tenían antorchas a cada cinco metros de distancia y las alfombras rojas como la sangre cubrían los pisos de las escaleras. Ante mi vista, todo era sublime, nunca había entrado al castillo.
Al seguir mi recorrido por los jardines reales me encontré con los árboles de arce real (el arce real es la insignia de Resurrección) que estaban dispuestos estratégicamente para cubrir el castillo, al adentrarme más pude ver una silueta femenina jugando con las hojas caídas secas. Intenté retirarme antes que se diera cuenta de mi presencia pero fue en vano.
– ¿Quién eres? –me preguntó.
–Nadie importante ante sus ojos, señorita –dije inclinándome
Ella sonrió cerrando sus ojos y manteniéndolos así siguió:
–Ahora están cerrados y puedes decirme quién eres.
–Soy el nuevo caballero del Rey, y me temo que yo no debería estar aquí, señorita, así que pido su permiso para retirarme.
Abrió sus ojos, a primera vista no descifré el color de su iris, pero al verlos por segunda vez, logré ver que eran de un gris metálico. Hermosos. Ella se levantó de donde estaba sentada y con una voz frágil y amorosa me dijo que era la hija del Rey y que me permitía que estuviese con ella un momento. Extendió su pequeño y claro brazo y me dio la mano para que la acompañara a su estancia en los prados. Tomé su mano con delicadeza y me senté a su lado.
– ¿Sabía que hay muchos árboles? –preguntó.
–Creo que hay los suficientes, mi lady.
–Estamos en un mundo donde las personas se hacen árboles, y después vuelven a ser seres humanos. Yo nunca lo he podido hacer, es algo difícil. La primera vez que lo intenté fue muy pobre mi poder, apenas sentí otra energía en mi cuerpo. Conforme lo estuve haciendo pude sacar de mis dedos ramas, pero me asusté y desaparecieron. Y desde entonces quiero hacerlo, pero me invade el miedo.
Sus palabras me hicieron sentir como un padre que le cuenta una historia a su hija menor. Pero era ella quien me contaba la historia. Para no ofender su imaginación, le seguí la corriente diciéndole que no había nada que temer, que la naturaleza estaría de su parte y que yo la ayudaría a ser realidad su deseo de ser un árbol. Cuando terminé de decirle esto, llegó un sirviente del Rey pidiendo que, según palabras de su Alteza, lo acompañara a comprar las provisiones para el castillo. Me despedí de la inocente criatura y me retiré del castillo.
Mi primera tarea como caballero fue cuidar las espaldas de un criado, una historia absurda de contar. Llegamos a los puestos de fruta y verdura que estaban en el mercado. El criado bajó de la carretilla para ir por la lista inmensa de comida, yo, desde mi lugar sobre Uusi Kohde, lo miraba hacer su trabajo y observaba, además, hacia los otros puestos y las personas que caminaban.
Frente a la taberna estaban unos puestos de calabazas y ahí logré ver la figura de una doncella con un vestido rojo y otra prenda negra. Ella sintió mi mirada y me devolvió la vista, tenía un hermoso rostro y unas manos que parecían ser suaves, llevaba un anillo en forma de árbol, no le noté un mal ni un disgusto. Bajé de Uusi Kohde para dirigirme hacia ella, pero en ese momento empezó a caminar y a alejarse de mí; aun así, tenía inquietud por conocerla y saber al menos su nombre, era tan bella. La veía andar entre las personas del mercado que no me permitían llegar a ella, me volví un poco violento para poder avanzar. Llegué hasta un bosque. Caminé buscando su figura pero no lo conseguía. Me quedé de pie rastreando a través de los árboles pero me resigné y di vuelta para regresar, en ese instante me encontré con un árbol que poco antes no estaba ahí. Como había sido leñador hasta apenas unos días, podía recordar los caminos y los árboles que estaban a mi paso. Me dirigí hacia él y lo toqué. Lo sentí diferente a muchos otros árboles, éste respiraba más profundamente, como si estuviera asustado. Al mirar las raíces pude ver un anillo parecido al de la doncella, pero éste tenía piedras de otros colores. El anillo de la bella mujer tenía piedras rojas como si fueran manzanas en las ramas. Pero éste tenía el color de las manzanas grises. Como los ojos de la hija del Rey. Tomé el anillo y me dirigí al pueblo donde el criado ya estaba en la carretilla esperándome. Subí a Uusi Kohde y partimos al castillo. Llegando al castillo busqué a la hija del Rey para darle el anillo que había encontrado en el bosque. La encontré jugando en la cocina y le pedí que me acompañara afuera. Con una sonrisa me tomó de la mano y salimos.
–Mi lady, quiero darle algo que es muy poderoso, lo encontré y pensé en usted. Es un anillo, que le da poderes para convertirse en árbol, lo que usted siempre ha querido ser –le mentí, pero la imaginación de una niña no repara en ello.
Ella se alegró tanto que enseguida se lo puso, pensé que le quedaría grande pero al ponérselo le quedó justo. Miraba el anillo con mucha felicidad.
Pasaron los días y yo seguía rufianes desleales al Rey. Todo iba bien, hasta que un día la niña, la hija del Rey había desapareó. La Reina lloraba enfrente de todos y el Rey estaba más que molesto. Nos dio orden de ir al pueblo, a los bosques y a tierras lejanas para buscarla. Pero antes de emprender camino, supimos de su paradero: estaba en los jardines reales. Muchos aseguraban que ya la habían buscado ahí pero que no la encontraron. La niña recibió un regaño tremendo por haber desaparecido, aun así fue muy aliviador saber que no corrió ningún peligro.
Esa misma noche, mientras hacía guardia en los pasillos del castillo, la niña llegó a mí dando brincos de felicidad.
–Gracias por el anillo. Me ayudó para convertirme en un árbol. ¿Dónde crees que estaba cuando me raptaron? Era un hermoso árbol, pude ver cómo me buscaban pero después decidí volver a mi forma humana para no asustar a mis padres. En serio te lo agradezco –me dijo esto y siguió su camino.
No podía saber si eso fue una verdad o una fantasía de una pequeña niña; intentaba no darle mucha importancia a sus palabras; sin embargo, esa noche no pude dormir. Al día siguiente fui a los jardines reales, exactamente donde conocí a la niña. Había algo anormal ahí, estaba otro árbol que nunca había visto. Me quedé frente a él por un tiempo largo, hasta que sus hojas empezaron a caer pero no tocaban el suelo, el viento las hacía volar su alrededor. El movimiento fue de lento a más rápido. Llegó el momento en el que se unió todo: las hojas, las ramas, la fruta, todo, hasta que se formó a la hija del Rey.
–Te lo dije, ya puedo ser un árbol ¿viste lo hermosa que soy?
Arlette Paulina Reyes Muñoz
Preparatoria Regional de San Miguel el Alto
Publicado en la edición Núm. 11