Treinta años más tarde, el detective había logrado resolver todos los azarosos enigmas que inundaron su vida, dándole un cambio radical. El nombre del asesino estaba a punto de ser articulado por sus labios cuando el autor hizo bolita el manuscrito y lo tiró a la papelera, convencido de que su novela era una llana mierda.
Leonardo Miguel Gutiérrez Arellano
Preparatoria Regional de Santa Anita
Publicado en la edición Núm. 11