Callé.
Cada grito ahogado,
cada lágrima oculta tras una sonrisa,
cada miedo enterrado en la almohada,
como semillas que nunca florecen.
Me volví experta en decir “estoy bien”,
con los ojos apagados como estrellas dormidas,
con el pecho roto como cristal hecho añicos,
con el alma hecha cenizas esparcidas al viento.
El mundo siguió girando,
nadie notó las grietas en mi voz,
nadie escuchó mis súplicas,
envueltas en risas fingidas como ecos en un desierto.
Y cuando el peso fue demasiado,
cuando ya no quedaba espacio
para otro suspiro contenido…
Mi cuerpo descansó en el único lugar
donde el dolor ya no podía alcanzarme.
Yarely Hernández Hernández
Preparatoria 15