Ernesto Gabriel González Santiago
Preparatoria 7
Suena el teléfono, tardan en contestar. Contestan.
—Hola, cariño. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Buenas noches, lo siento por la hora.
—Ningún problema, tú sabes que estoy para ti. ¿Qué necesitas hoy?
—Algo rápido, por favor. Necesito —se interrumpe— sacar todo este estrés. Es demasiado.
—¿Te veo donde siempre?
—Sí, por favor. Estoy solo.
—No tardo nada, corazón.
Cuelga el teléfono. Se ve al espejo, desnudo. Hace un gesto, finge otro. Se viste con lo que tiene a la mano; no mucha ropa limpia, tampoco bonita para salir. No la necesita.
Suelta perfume sobre él, da vueltas para impregnarse. Tiende la cama, esconde las manchas con las almohadas y las botellas bajo el edredón. Sale a la sala, que no está mucho mejor. Se deja caer en el sillón; no hay lo suficiente para limpiar, está bien.
Ve el reloj; casi medianoche. Toma su cartera, revisa el dinero; la cuenta será cara, pero lo necesitaba más que nunca. Abre la ventana a la fea y poca alumbrada calle; agrega otro billete de 100 al bonche.
Tocan a la puerta. Suspira hondo, cae en lágrimas y la deja pasar.
—Buenas noches, Arturo. —Le da un abrazo rápido y cordial. —¿Cómo has estado desde la última vez?
—Nada bien. Lo siento por la hora.
—Para eso estoy, cariño, no te preocupes y ponte cómodo. ¿Retomamos?
—Sí, por favor.
Llora otra vez.