Viajé como pétalo de cempasúchil
a las brasas de la muerte blanca,
amanecí tendida en las llamas
creyendo en lo erróneo del fin
pues a mí llegó un nuevo aliento
del pensamiento de un alma gentil
Escuché a lo lejos aquel canto
que mi familia entonaba ágil
para que a ellos pudiera ir.
Tomé nota de la luna menguante,
que me observaba con culpa
del vislumbro que su reflejo causaba en mí
Y de regreso, caminé sobre el puente
oloroso de flores anaranjadas
que me llevaría nuevamente,
al infierno de la tierra en llamas
Y olí los enormes y variados platillos
y me deleité con montón de sabores
y me sentí bien viva al alzar la voz;
llena de sangre, cubierta de mil colores
y fui corriendo a lo que le daba gracia
al existir de mi nueva risa.
La muerte me permitió quedarme un rato más,
la convencí de dejarme admirar su cara,
notó lo asustada que estaba, y
me recordó cual afortunada fui.
Me dejó abrazarla con fuerza,
y entre las manos me devolvió cargada,
y con su hoz, atada a mi pecho
dejándome sentir: calma
y así, finalmente, morir feliz.
Juliana Belén Villafaña Silva
Preparatoria 9