La pantalla del celular dio la alarma, una melodía empezó a sonar, me decía que eran las 7:40 amna delicada silueta se movió de la cama, un poco torpe a esas horas, la seguí con la mirada. Ella salió a tropezones de la habitación, eso de levantarse temprano nunca había sido su fuerte. Escuché cómo encendía la luz del baño y abría la llave de la regadera.
Mientras oía con atención cómo corría el agua. Empecé a mirar la habitación, nuestra habitación. Ahora alumbrada por un tenue foco, era el cuarto perfecto para mí: la belleza rodeaba toda la estancia, las paredes pintadas de blanco exhibían delicados tapices florales morados y negros que daban elegancia a la sobriedad de las paredes. En el centro de ésta se exhibía la espléndida cama de acero y adornada con doseles, que era el objeto principal del cuarto. Además a cada lado había dos mesitas de noche, a juego con la cama; un enorme armario donde había una infinidad de ejemplos del buen gusto por la moda de la dueña del cuarto. Finalmente estaba el tocador, repleto de accesorios y artículos de belleza que se habían ido acumulando con el tiempo, alcé la vista mirándome en el espejo, sabía que yo era el favorito de ella, nunca se olvidaba de mí.
Escuché la puerta del baño abrirse, ella salió envuelta en una delgada toalla ceñida a su cuerpo, se dirigió inmediatamente al armario, la noche anterior había escogido su atuendo del día. En un pestañeo estaba vestidatocaba maquillarse y peinarse.
La conocía, sabía perfectamente qué ropa usaría, ella era la joven que había soñado que me poseyera. Una mujer perfecta, todo en ella reflejaba feminidad. Cómo me llenaba de placer verla siempre.
Finalmente, después de la espera, mi turno había llegado. Me miró y tocó mi cuerpo mientras me acercaba a sus labios, amaba sentirlos tan suaves y delicados, delineados cual escultura de mármol, los rocé con ímpetu, dejando a mi paso un rojo carmín. Me miró unos segundos, para después guardarme en su bolso, sabía que me necesitaría, siempre me requería.
Sentí cómo se movía la bolsa, pero no era para extrañarse porque conocía sus movimientos, sabía que hoy no iría a la escuela; pensé que sólo saldría a beber un café con sus amigas y luego a comprar, pero un cambio brusco en sus movimientos me hizo reconsiderarlo, tontamente me asomé al agujero del cierre que daba el exterior, saqué mi cabeza y vi que caminábamos en la acera de un parque; intenté mirar más cerca, buscando el nombre de la calle para ubicarme, pero justo en ese instante el tonto celular sonó, ella abrió la bolsa con brusquedad y yo salí disparado al exterior.
Al volar por los aires pensé que moriría. Sentí el concreto en mi cuerpo, pero milagrosamente salí ileso; rodé hacia una grieta de la banqueta donde me detuve. Levanté la mirada y vi que ella contestaba un mensaje, no se había dado cuenta que yo yacía en el suelo. Alarmado, comencé a gritar, la llamaba, esperaba que me viera porque yo era importante para ella. Por más que clamaba, no me vio y siguió su camino, dejándome allí, tirado en la banqueta. Yo continué llamándola, mi garganta se secó por completo sin obtener una respuesta.
La tarde llegó con una lentitud desgarradora. Por momentos deseaba que ella hubiese notado mi ausencia y regresase por mí. El tiempo seguía, burlándose de mí. Destrozado me preguntaba ¿por qué yo?
Comencé a pensar en mi dueña perfecta, tan pura, tan fémina; estaba tan absorto imaginándola que no vi lo que ocurría a mi alrededor: una sombra gigantesca se me acercó con movimientos bruscos, un hormigueo recorrió mi espalda, comencé a temblar y volteé. Era algo inmenso, de casi dos metros, me miraba sin mostrar ninguna emoción, yo intenté moverme, pedir ayuda, pero estaba atrapado en la grieta. Él dio una ojeada a su alrededor, le seguí la mirada, suspiró, al parecer aliviado mientras fijaba su vista de nuevo en mí, sus ojos eran intimidantes, parecían ojos de pantera, acechando su presa. Al ver que no había ningún alma cerca, se inclinó y me tomó.
La sensación de ser tocado por él fue la experiencia más horrible que he sentido, sus manos eran ásperas y estaban repletas de callos, las únicas manos que me habían tocado eran las suaves extremidades de ella. La fuerza que ejercía sobre mí era dura, me tenía atrapado, y yo forcejeaba con toda mi alma.
Entonces grité clamando ayuda. Las flores voltearon angustiadas, los pájaros del parque me miraron con tristeza y hasta el viejo roble movió temeroso su cuerpo; al verlos entendí que ellos no podían hacer nada contra él.
Su mano me colocó en el bolsillo delantero de sus jeans, eran estrechos, me sentí asfixiado, el movimiento de su pierna al caminar me golpeaba contra la mezclilla. No sé decir cuánto tiempo estuve en ese bolsillo, puede que hayan sido unos diez minutos, pero para mí fue un completo calvario.
Casi al borde de desmayarme sentí que paraba, escuché temerosa cómo abría varias puertas con las llaves. Él subió corriendo las escaleras no sin antes gritar con una voz muy gruesa y grave.
—Ya llegué, no tengo hambre, Mamá, me voy a mi habitación.
No entendí qué contestaron porque él ya se había encerrado en su habitación de un portazo. Presté atención a sus movimientos, aventó sus pertenencias al suelo mientras encendía una lámpara, me sacó con sus manos, comencé a llorar, qué tipo de castigo era éste; con los ojos hinchados miré su alcoba, eran el caos en persona, montañas de ropa se apilaban cerca del armario, la ropa de cama era un revoltijo de sábanas sucias y un fuerte olor recorría el cuarto.
Me dejó en lo que pretendía ser un tocador, estaba vacío comparado con el de ella, el pulso me aumentaba, encendió la radio, una serie de gritos mezclados con un solo de guitarra y batería llenaron la habitación. Él se acostó en la cama y fijó su mirada en la pared, pensativo. El tiempo transcurría lento, hubiese jurado que el reloj se burlaba. La noche llegó, él apagó la música y siguió acostado, atento a los sonidos de la casa.
Yo no podía dejar de mirarlo. No sabía qué haría ahora. La intriga me estaba matando, era demasiado misterioso.
El reloj marcó las 2 am cuando él se movió, se sentó frente al espejo y se miró. Yo realmente no sabía si mirar al real o a su reflejo, su mirada se posó sobre mí. Mientras me tomaba, sentí sus manos sudorosas, yo intentaba llorar, dar guerra; pero ya no tenía lágrimas ni fuerzas.
Me desnudó con timidez: subía y bajaba mi cremallera, no podía seguir. Me dejé tocar, derrotado, en espera de su siguiente movimiento, pero nunca imaginé lo que hizo. Me acercó a sus labios y me besó.
Los labios de él eran secos, ásperos y duros, me sentí sucio, ¿por qué yo? ¿Por qué él? Intenté contraerme pero me sujetaba muy fuerte y yo era muy débil, cuando sus labios se tornaron rojos como los de ella, lloré.
Cuando él terminó me dejó sobre el tocador, me tiré en la madera, incliné mi cabeza, no podía moverme, apenas tenía fuerzas para respirar, la imagen de ella resonaba, quería regresar, olvidar este infierno.
Estaba absorto en mí hasta que lo escuché: oí su llanto, silencioso y reprimido. Alcé la vista, ahí estaba él mirándose mientras lloraba, las lágrimas caían sobre su piel, sus ojos de pantera, esos que me habían hecho temblar estaban rojos e hinchados.
No sé cuánto tiempo lloró, pero cuando paró, volteó a verme, inexpresivo y me tomó, ahora con más delicadeza, creo. Abrió un cajón del tocador y me encerró ahí con llave.
Es imposible contar el lapso que paseé con él en su habitación, el pequeño cajón tenía como única luz la que salía del agujero de la chapa, cuando había mucho ruido solía asomarme a husmear. En esos ratos descubrí mucho sobre él, era joven, todavía vivía con sus padres, aunque no eran los mejores progenitores que uno deseara, en mi opinión, por las constantes críticas y comentarios, eran muy intolerantes y tercos. Constantemente lo presionaban para hacer o actuar de cierta manera, él acataba todo lo que le decían sin quejarse.
En el día nunca escuché una queja suya, ni siquiera una emoción de su rostro. Después comprendí que siempre tenía una máscara, una armadura. Lo que nunca entendía era por qué me usaba todas las noches, qué hacía yo para hacerlo sentir así.
Ha pasado un tiempo desde mi encierro, ya casi no me queda vitalidad. Probablemente duraré sólo hoy o mañana. Ya no me importa que sea él quien me tenga, sólo quiero su compañía ahora. Unos gritos llegan por el pasillo, es la voz de los padres, esos malditos, pero escucho algo más es… es la voz de él.
Rápido me asomo a mirar por la cerradura. El cajón está abierto. Me armo de valor, es lo único que me queda, tengo que verlo, después de gritos, escucho un ruido, probablemente un puñetazo, justo entonces él entra corriendo; cierra la puerta con seguro y se sienta a mi lado.
Lo veo; noto el gran cardenal que se le está haciendo en la parte baja del cachete, la máscara de él está rota, sus ojos vuelven a humedecerse, tristes y profundos, ya no les tengo miedo como antes, siguen siendo unos ojos de pantera, pero una pantera perdida.
Él se inclinó en el tocador junto a mí, cerró los ojos, cansado. Quería apoyarlo, tranquilizarlo, pero no sabía cómo, ya estaba cansado, las fuerzas me fallaban.
Entonces lo supe, armé la fuerza que me quedaba y rodé hacia él, era la primera vez que yo lo hacía y no otro. Le rocé los labios, les di el mejor color que he dado en mi vida, terminé con la última pincelada, cuando él abrió los ojos asombrado. Le sonreí y sucumbí.
Andrea Mariam Oropeza García
Preparatoria 5