-Despierta… no te vas a quedar a quedar tranquilo- una dulce voz susurra en mi oído.
-Despierta… no hay descanso hasta saber la verdad.
-¡Vamos levántate!-. Grita una ronca y escalofriante voz.
Tomo una bocanada de aire, me toco el pecho para cerciorarme que nadie lo está oprimiendo. Siento como si no hubiera respirado en un largo tiempo, me arde el pecho, en especial el costado derecho, ahí se concentra el dolor. Mi mente intenta recordar qué había hecho para encontrarme en ese terreno, parece un jardín. Miro a mi alrededor, es muy poco lo que veo, es de noche, hay flores por todos lados, en su mayoría son blancas, hay un gran adorno de flores a mi lado izquierdo, luce como los que hay en los velorios, me giro para verlo mejor, hay una tabla de cemento debajo, muevo las flores, mi respiración se detiene, es una lápida y tiene mi nombre grabado:
«Matías Cervantes Rodríguez
Hijo, hermano, amigo.
Te abrazo en el cielo- Mamá.
☆10- Junio- 1993- +13-Octubre-2017»
Muerto… no podía estar muerto, ¿cómo podía sentir mi respirar?
Mi estómago se siente vacío, mi pecho como si fuese presionado, eso no podía ser, no era cierto, tremenda broma.
Una pequeña luz se está acercando, el velador aluza el arreglo de flores y luego a mí, se detiene en mí, tengo que pedirle ayuda.
– Señor, yo no sé qué me pasó, desperté aquí y tengo demasiado frío, ¿podría ayudarme- digo todo de forma rápida.
Como si no hubiera dicho nada el velador se gira y se va justo por donde vino.
-¿Es idiota?- grito con furia.
¿Es qué será sordo? Me levanto del suelo, sacudo mi pantalón y mis manos, voy siguiendo al velador, busco acercarme lo suficiente para tocarle el hombro, quizás lo espanto si le hablo. Doy un par de pasos más, le toco dos veces el hombro, sólo se sacude, sigue sin tomarme en cuenta.
Mis pies comienzan a hundirse en el pasto, siento algo firme debajo de ellos, pero no veo que toco o si toco algo, la tierra está tragándome.
Todo es oscuro, ni siquiera puedo mi ano que tengo levantada frente a mi rostro, a lo lejos percibo un destello, se escucha una risilla, avanzo a gatas hacia el destello, no confío en poder hacerlo de pie. Es una niña, como si un reflector, la iluminara, luce radiante, está jugando con un cochecito color lila con líneas azules, suelta unas carcajadas, ni siquiera me nota, me quedo atento observándola, por un momento olvido todo lo que ha pasado.
Es preciosa, aunque lleva un vestido harapiento, los pies descalzos, sucios, igual que sus bracitos y cara.
-Pequeña…-digo en un susurro.
Se gira, con su cochecito elevado en el aire me mira atenta.
-Dígame, señor, ¿necesita algo?
Su respuesta me resulta algo extraña, luce muy pequeña para la manera en que ha respondido, y su voz tiene un tono ronco.
-¿qué lugar es este?
-Así que quiere saber qué es esto…- deja la frase al aire y su voz suena casi gutural en la última frase.
Como si de un perro se tratara, comienza a andar a gatas, haciendo círculos, su físico comienza a cambiar, balbucea cosas sin sentido, o para mí no lo tienen, su voz es gruesa y su cabello rizado y un poco enmarañado ahora es un tipo de pelaje negro, sus piernas y brazos son como unas fuertes patas, dice algo más y levanta sobre dos patas, la encantadora niña tiene ahora un aspecto aterrador y es al menos 50 centímetros más alto que yo, esa cosa no está ni cerca de ser humano. Tiene la apariencia de un lobo, todo el pelaje es negro, tiene unos cuernos coronando su cabeza y sus ojos son rojos como si estuviesen ardiendo, en las patas tiene unas largas garras, destellan al igual que sus cuernos como si esperasen el momento perfecto para atravesarte la piel.
Trago saliva, no puedo moverme.
-Ahora te diré que es esto-hace una pausa- esto es un intermedio o una parte de él. No estás muerto, aunque no estás vivo.
Su voz suena como un gruñido.
-¿Y qué hacía en el cementerio?- me atrevo a preguntar.
-Verás, Matías, tu cuerpo está inerte, tú alma… bueno, no está descansando.
Entonces realmente he muerto, pero ¿cómo pasó? Sólo recuerdo estar solo en mi cuarto, todo fue oscuro y luego desperté en el cementerio. Comienzo a temblar de forma descontrolada, a pesar de que sigo en el suelo, siento caer, el frío es cada vez peor.
-¿Tienes alguna idea del por qué no puedes morir? En todo caso tu alma.
Niego con la cabeza, escucho un bufido, sólo veo sus patas, no me atrevo a verle el rostro.
-Te mataron, aquí no hay descanso hasta saber la verdad. Ese frío no se irá, los temblores espontáneos, el miedo, nada te dejará hasta saber quién fue.- dice todo en voz baja como si fuera un secreto.
-Yo…-mi boca se siente seca- yo no recuerdo nada.-me relamo los labios.
-Eso es lo que tienes que recordar. Tienes que revivir tú último día de vida.
-¿Me vas a ayudar?
-No. Estoy aquí para tomar tu alma, soy tu condena, cargo todos tus pecados, soy lo que llaman infierno, todos tienen uno destinado.
Lo último que recuerdo es estar en mi cuarto, supongo fue el último día de vida que tuve, pienso y pienso, nada viene a mi mente. Mi vista se comienza a nublar, todo gira, lo único que puedo ver es el rojo ardiente de los ojos del animal.
Todo se detiene, siento algo suave debajo de mí, abro los ojos, trato de enfocar algo, parpadeo un par de veces, veo el techo, me resulta conocido, me siento de a poco, estoy en mi cuarto, escucho a lo lejos la voz de mi prometida.
-Cariño, voy a bañarme.
En automático respondo:
-Está bien, despido a todos y te espero en el cuarto.
Bajo a la sala de mi casa, ya sólo están mis padres y las hermanas de Alicia, voy a la cocina y ahí está Santiago, mi mejor amigo.
-Creí que ya te habías ido.- digo al tiempo que abro el refrigerador.
-Alicia te iba a avisar que me quedaré a dormir.
Asomo la cabeza y asiento mostrando que estoy de acuerdo.
-¿Quieres una cerveza?
-No, ya quiero dormir, el viaje fue largo.
-No recordaba que habías viajado, sube, despido a todo y subo yo.
Santiago asiente y se va, yo salgo de la cocina y todos están alistándose para irse, las gemelas Natalia y Sara, están en la puerta.
-Matías, despídenos de la tarada de Alicia, nos vemos luego.
Me dan un corto beso en la mejilla y se van, mis padres se detienen antes de abrir la puerta, mi mamá se gira y me abraza.
-Te amo, Matías, buenas noches.
La abrazo con más fuerza.
-Yo a ti, ma’, nos vemos pronto.
Le doy un beso en la frente y se aleja, mi papá me da un apretón de manos.
-Hasta luego, hijo.
Me despido con la mano y cierro la puerta. Vuelvo a la cocina, me siento en la barra y termino mi cerveza, tiro el envase vacío.
Ahora que lo pienso es extraño que Santiago se quede a dormir, su novio no vive lejos de aquí, y durante la cena estuvo extraño, como si estuviera nervioso, o temeroso de algo.
Subo las escaleras hasta llegar a mi cuarto, me quito los zapatos y la camiseta, los tiro en la silla del escritorio, eso le molesta a Alicia, pero siempre he hecho eso, incluso cuando vivía con mis padres.
-Oye, Santiago.- le grito.
¿Queeee?- responde de igual manera.
-¿Ya vas a dormir?
-Claro, idiota.
-Ahhh…
Ni digo más
Sigo sintiendo que algo anda mal, él anda en algo mal.
Alicia sigue en el baño, seguro se metió en la tina a leer, hace eso cada viernes. Que aburrido me siento, me giro dándole la espalda a la puerta, me quito el pantalón, se escucha un sonido en el pasillo, en bóxer salgo a ver que fue y Santiago tiene una pequeña pistola, no me sorprende, yo mismo lo acompañé a comprarla.
-No seas idiota, si Alicia te ve con eso te sacará de aquí.- susurro entre dientes.
-Ya, ya la guardo.
-¿Qué tratabas de hacer?
-Nada, loco, ya me voy a dormir.
Regreso a paso lento a mi habitación, eso fue raro, no tiene sentido que cargue la pistola aquí.
Rebusco entre mis cajones, hasta encontrar mi pantalón de pijama. Estoy de espaldas a la puerta y escucho como la abren un poco.
-¿Qué tal estuvo tu baño amor?
Se escucha un ligero resoplido, al instante siento un dolor punzante en el lado derecho, me desplomo en el suelo, escucho unos pasos acercándose, mis ojos no enfocan, su rostro se ciñe sobre el mío, lo veo, su rostro no es claro y su cabello le resbala sobre los hombros.
-Lo siento, Matías.- su voz retumba distorsionada en mis oídos.
¿Quién es?
Siento un calor abrasivo, siento mi cuerpo arder, la garganta está seca, y no me puedo mover.
-No hay descanso, Matías, no lo habrá.
Estoy condenado, lo sé, pude percibirla pero no tengo idea de quién fue, una mujer, mi prometida, mi madre, alguna de las gemelas, cualquiera de ellas, incluso alguien que no conocía, nunca lo sabré y no voy a saberlo nunca, no tendré descanso, y no habrá alivio.
Melissa Jacquelinee Rivera Muñoz
Centro Universitario UTEG, Zapopan