Nada que decir

Me despierto.
El silencio me estorba
como sutil grosería
a la incesante cuestión de la madrugada.
¿Hasta dónde estaba dispuesta a llegar?
Ya eran las tres en punto,
esa mediocre medida
que marcada con rojo el reloj susurraba.
No llegamos a ningún acuerdo;
el tiempo pasa desapercibido,
no entiende razones.
Dejé de insistir
todo parecía inútil.
¿Qué puedo yo hacer?,
al fin yo no hablaba de nada.

Ángel Camaño Andrade
Preparatoria 2