Los animales: ¿El mejor entretenimiento público o las víctimas de shows sin sentido?

Amelia García Luengas
Escuela Preparatoria Regional de Atotonilco, Módulo Ayotlán
Participante del V Coloquio Filosófico del SEMS 2016
“Hannah Arendt”

Abstract

Los animales no humanos (recordemos que también los humanos somos animales) son utilizados en los más variados ámbitos, como si fuesen objetos a nuestra disposición. Son vistos como meros medios para la satisfacción de intereses ajenos. Legalmente son considerados simples “bienes muebles”, objetos de propiedad, ignorando que son individuos con intereses propios. En el ámbito económico, se les considera simples recursos de los que hacer uso. A nivel moral, debido a la discriminación a la que son sometidos por el hecho de no pertenecer a la especie humana, se mantiene que sus intereses no merecen la misma consideración que los nuestros.

Así, son utilizados vivos como blancos en atracciones feriales, concursos o competiciones, en el circo, para publicidad u otras actuaciones, provocándoles sufrimiento, dolor o degradándolos a ser objeto de tratamientos antinaturales, etcétera, todo debido a la idea de que son seres inferiores al humano: porque se piensa que, al no poseer conciencia, no tienen emociones.

No hay duda que los animales son capaces de generar todo tipo de reacciones en quienes los observan. Pueden despertar afectividad, simpatía, sorpresa, expectación, miedo. Esto hace que se conviertan en un elemento interesante a utilizar en cualquier actividad que vaya dirigida a un grupo de espectadores en quienes se pretende generar algún tipo de emoción.

Los animales, y más concretamente, los domésticos, son los protagonistas de anuncios publicitarios (el ejemplo más conocido es el de perrito que anuncia un conocido papel higiénico y que transmite suavidad), de series de televisión (el perro alemán Rex es la estrella de la serie que lleva su nombre) o de escenas de numerosas películas (los títulos de Disney que utilizan animales son numerosos, 101 Dálmatas o Bethoven), son ejemplos claros. Incluso algunos aparecen en programas de televisión demostrando alguna de sus habilidades especiales, como saber sumar y restar, bailar, o formando parte de un reality en el que una de las tareas de los concursantes es atender precisamente a su cuidado.

Pero las actuaciones de animales en espectáculos públicos no terminan en el cine y la televisión, sino que constituyen un reclamo aún mayor fuera de estos medios, estando prohibidas incluso algunas de ellas. Y en este campo sí que existen numerosos ejemplos. Es el caso de los perros en los canódromos, de los delfines, leones marinos o aves en determinados parques, del circo, de la fiesta de los toros, y también de las peleas de perros o de gallos, que son de las que más “penadas” están por las leyes.

Y, aunque de actuación propiamente dicha no se trate, sí forman parte del espectáculo (si así se puede llamar en muchos casos). Los animales que se emplean en fiestas populares aún son utilizados para cometer actos que podrían calificarse como maltrato; sin embargo, se justifican con la idea del mantenimiento de una tradición o con la de que hacen ganar dinero a quienes los organizan. ¿Pero qué culpa tienen estos pobres seres?

Aunque muchas personas piensen lo contrario, los animales son individuos capaces de sentir, de sufrir y disfrutar de su vida, con interés en tener experiencias agradables y evitar el sufrimiento y la muerte. El hecho de que sus capacidades intelectuales, lingüísticas u otras, difieran de las nuestras en tipo o grado no puede ser de ninguna forma una razón para tratarlos como si fueran un objeto. Para demostrarlo, se darán a conocer a continuación algunos estudios que argumentan las capacidades de los animales.

En el siglo XIX, el famoso científico Charles Darwin se dedicó a intentar averiguar las razones por las que los animales (y nosotros mismos) tienen emociones, en su libro The Expression of the Emotions in Man and Animals.

En él, comienza examinando los principios generales de la expresión, utilizando para ello la biología comparativa entre especies, sobre todo de animales cercanos a nosotros, además del hombre, buscando similitudes, motivaciones y utilidades. En el caso de los hombres, Darwin examina en profundidad expresiones de la emoción tan esenciales como el sufrimiento y el llanto, el abatimiento, la ansiedad, la pena, el desaliento, la desesperación, la alegría, el buen humor, el amor, etcétera. Estudió cada una de estas emociones, descomponiéndolas en sus elementos primarios y buscó puntos en común entre especies para aquellas que podían encontrarse en animales diferentes. Descubrió así que las emociones más primarias, como el miedo, parecen más extendidas por su obvia utilidad en ayudar a garantizar la supervivencia del individuo, mientras que otras más sofisticadas se han desarrollado sólo en el ámbito de las criaturas más inteligentes, es decir, aquellas que han evolucionado y avanzando más allá que las demás.

Por otra parte, ya en el siglo XX, el profesor Donald R. Griffin expresa, en su obra The Question of Animal Awareness, las siguientes cuestiones: ¿Qué tan complejos son los sistemas de comunicación animal? ¿Son los animales conscientes de lo que están haciendo? ¿Es el lenguaje en verdad una característica exclusivamente humana?

“Hay una curiosa idea que he planteado en todas mis obras, que ante evidencias muy débiles, los científicos tendemos a hacer declaraciones negativas muy rotundas: no hay ningún animal que haga esto; los animales no pueden hacer aquello y demás, cuando lo cierto es que no lo sabemos. Creo que deberíamos tener la mente abierta”, dijo una vez Griffin.

La Declaración de Cambridge sobre la Conciencia, postula los siguientes puntos, basados en diversos estudios de diferentes ramas de las neurociencias:

  • Que en animales no humanos se ha mostrado que circuitos cerebrales correlacionados a la experiencia consciente y la percepción, homólogos a los humanos, responden de igual manera ante la manipulación externa.
  • Que la excitación artificial de las mismas regiones del cerebro genera comportamiento y estados emocionales similares en los animales humanos y no humanos.
  • Que en mamíferos y aves, las redes emocionales y microcircuitos cognitivos parecen ser mucho más homólogos de lo que se pensaba.
  • Que algunas especies, como grandes simios, delfines y elefantes, presentan similitudes con los seres humanos en los estudios de autorreconocimiento en el espejo.
  • Que los sentimientos emocionales de los animales humanos y no humanos surgen de las redes cerebrales subcorticales homólogas.
  • Y finalmente declaran: “La ausencia de un neocórtex no parece excluir a un organismo de experimentar estados afectivos. Evidencia convergente indica que los animales no humanos tienen la neuroanatomía, neuroquímica y sustratos neurofisiológicos de los estados de conciencia, junto con la capacidad de exhibir comportamientos intencionales. En consecuencia, el peso de la evidencia indica que los humanos no son los únicos que poseen los sustratos neurológicos que generan la conciencia. Los animales no humanos, incluyendo todos los mamíferos y aves, y muchas otras criaturas, como los pulpos, también poseen estos sustratos neurológicos”.

Gracias a las referencias anteriores, se puede argumentar que los animales no humanos tienen similitudes con nuestra especie: al contar con emociones, tales como el miedo y el dolor, tendrían que ser considerados como iguales, y en consecuencia, no deberían ser tratados como objetos, tal y como ocurre en espectáculos públicos como circos, corridas de toros, peleas de perros, carreras de caballos.

Para hacer conciencia sobre el sufrimiento que se le infringe a un animal en uno de estos shows, se da a continuación un resumen de lo que pasa en la famosa “fiesta brava”:

Las corridas de toros son un espectáculo bochornoso en tres actos, de unos veinte minutos de duración, que escenifica la falsa superioridad y la fascinación enfermiza con la sangre y la carne de la que se alimentan, contra toda lógica ética y dietética, de quienes creen tener un derecho divino a disponer a su antojo de la vida de otros seres sensibles, llegando incluso a justificar y trivializar la muerte del toro como arte y diversión.

Con lo anterior, se llega a la conclusión de que el uso de los animales no humanos para el entretenimiento debe prohibirse de manera legal, pues es un acto completamente cobarde, debido a que no existe nada más patético que una multitud de espectadores inmóviles presenciando con indiferencia o entusiasmo el maltrato a un pobre individuo que no ha hecho nada para merecer tal violación a sus derechos como ser vivo. Su interés en vivir, ser libre y no sufrir debe ser respetado.

Bibliografía

  • Charles Darwin. (1872). The Expression of the Emotions in Man and Animals. London: The University of Chicago Press.
  • Donald R. Griffin. (1976). The Question of Animal Awareness. New York: The Rockefeller University Press.
  • Fabiola Leyton. (2012). Los animales no humanos tienen conciencia. 29 de julio de 2012, de Ecosofía. Org. Sitio web: http://ecosofia.org/2012/07/los_animales_no_humanos_tienen_conciencia.html