La mochila

Fernanda Rodríguez Alonso | Preparatoria 15

A las 5 a.m. me caí del sueño, me hundí en el sillón entre libros, apuntes y la computadora, hasta que la alarma sonó a las 6 am, 7 am entro a clases.
El tren parte de la estación, me jaloneó como si me quisiera quedar donde estaba, mis manos agarran la mochila de un muchacho confundiéndola con el tubo, mis pies se aferran al piso del vagón y esta mochila pareciera querer hacer lo mismo que ellos, como si alguien también me tomara de ella para no caer.
Imposible bajar de este tren atiborrado. ¿Por qué esta mochila pesa tanto? ¿Será el litro y medio de agua?, ¿los tres estuches?, ¿los cuatro “toppers”?, ¿el recopilador con las diez lecturas? ¿o el molcajete que metí porque no me dio tiempo de hacer una salsa? o, ¿lo que no dije en la discusión de ayer?… ¿el coraje que le traigo a la vecina?…

El tren casi llega a mi estación, alguien se prepara para salir y voy detrás de él aprovechando el camino que abre entre la multitud. Cruzo el puente sin entender por qué vengo a la escuela; la maestra con la que tengo clase no me cae bien, es tediosa, aburrida, ni se preocupa en tocar los temas de
su materia, porque está muy ocupada hablando de su vida y haciendo comentarios que me hacen preguntarme por qué tiene tantos grupos a su cargo.
Ya en la entrada de la escuela saco de mi cartera la credencial de la prepa, se la muestro al guardia y mientras la trato de guardar me doy cuenta de que le enseñé la tarjeta del Pollo Pepe, ni son del mismo color, pero a él no pareció importarle ese pequeñísimo detalle, me volteo como para echarle una mirada de desprecio, pero no lo encuentro, solo me veo a mí, con las ojeras hasta el subsuelo y con la espalda que parezco camarón; esa mirada de desprecio es para mí. La cartera no cierra, ojalá fuera por el montón de billetes que me cargo, pero es por las notas, dibujitos, una envoltura de Takis hecha bolita, hojas secas y una bolsita de té de tila que traigo por si se ofrece, ah, y claro, la tarjeta del Pollo Pepe… ¿Y eso cómo llegó ahí? Si yo soy
vegetariana ¿Será prudente limpiar está cartera? Llego tarde a la clase. Mis compañeros están dormidos, haciendo dibujitos, o mirando el trayecto que sigue una cucaracha, yo creo que no me perdí de nada. Nos dice que va a
subir las tareas a Classroom. Tareas. En plural; deja trabajos como si enseñara. No entendí lo último que dijo, le pregunto a Daniel, no está seguro de lo que escuchó de la clase, pero sí se enteró de cómo obtuvo su posgrado, Arteaga hasta anda babeando la mesa, y Raquel fue al baño y aún no ha regresado, ¿otra vez diarrea? -Maestra, ¿puede repetir lo último por favor?”… “¡Doctora!” – Es lo único que responde, no repite nada. Para la siguiente péguese el título de su posgrado en la frente. En el receso les entrego su comida a unos compañeros, no porque me caigan bien o los quiera mucho, me la encargaron y me la pagaron, propina aparte. Yo saco y me como el sándwich que tiene más lágrimas que jitomate, el que hice casi en el camino, sabe mal, saladísimo, pero me está rugiendo la tripa y se me andan cerrando los ojos; ya no rindo con una hora de sueño. Llega Lucía y recuerdo que le traje su libro, llevo todo el semestre con él y tengo que aceptar que no lo voy a leer. Después de recibirlo le pregunta a Arteaga que cómo está… ¿Qué respondería yo si alguien se preocupara en hacerme esa pregunta? Con los párpados tan pesados como esta mochila, la motivación a la altura de mis ojeras y con el cuerpo cada vez más encogido… pero a mí nadie me preguntó. Se acaba el receso. Tomo mis ganas de ir a la siguiente clase, son tan livianitas, ojalá así estuviera mi mochila, hablando de ella, también me la tengo que llevar… pesa tanto como si yo misma me hubiera
metido en ella. Traigo tres “toppers” menos, el otro ya no trae comida, traigo un libro menos, he estado tomando de mi agua. ¿Y pesa más?, ¿por qué? Antes de llegar al salón Daniel me detiene, me dice que el profesor mandó un mensaje; no va a haber clase. Pero si yo me desvelé haciendo la tarea de esta materia, ya caminé hasta este lado del campus. Bueno, iré a casa a dormir, pero no descansé anoche por hacer la tarea, pero porque cancelaron la clase ahora me puedo ir a dormir. Por esta clase he estado cargando las diez lecturas, pero ahora puedo ir a casa a descansar.
De regreso el tren no va tan lleno, sin embargo ahora mis brazos no pueden sujetarse, mis piernas no pueden soportarme, esta mochila me va aplastando, me encojo cada vez más. La mochila va dejando líneas de agua por el suelo mientras arrastro los pies por el camino, ando en cuclillas, entro a gatas a mi casa. Me dejo caer, me safo de este bulto que cargo en la espalda ¡¿Por qué?! ¡¿por qué pesas tanto?! Saco todo lo que trae dentro, trato de voltearlo para que nada quede en su interior, ni siquiera lo puedo
levantar del piso, ¡¿Por qué?! ¡¿Por qué?! Entre más cosas saco esto pesa más y más, mientras, yo me hago más pequeñita y ligera, el cansancio me empuja dentro de ella.
No había sacado todo.

Mi espacio | Pamela Abigail Romo Raymundo | Preparatoria Regional San Juan de los Lagos