Andrea Michel García Camino Real
Preparatoria 9
Eran las 8:47 AM de la quinta mañana. Los rayos del sol iluminaban ya todo el interior casi vacío de una enorme, blanca y radiante habitación. Un chillido, proveniente de una de las pequeñas y flotantes mesitas de noche, no paraba de sonar. Hacía casi dos horas que el ruido se repetía incesantemente. Cualquiera estaría volviéndose loco con tremendo escándalo al oído, pero no Miguel. Él continuaba dormido, suspendido en el aire, como las mesitas a su alrededor.
Siempre había tenido un sueño demasiado pesado. Algo fuera de serie. Una vez que se dormía, no podía despertar. Debido a su condición, Miguel nunca había tenido una vida normal. Nunca había podido tener un trabajo estable ni una amistad longeva ni mucho menos una relación sentimental duradera. A menudo se preguntaba qué sería de él si un día ya no despertara. Sabía que a los demás no les importaría; todos lo consideraban un bueno para nada, un irresponsable, pues de la nada se desaparecía y no lo volvían a ver. Nadie lo comprendía, nadie se detenía a escucharlo y él nunca les había contado de su condición. Las cosas se ponían cada vez más difíciles.
Deseaba poder llevar una vida normal, dormir una noche y despertar a la mañana siguiente, como las demás personas lo hacían. Así que, usando todo su ingenio, había ideado y construido un artilugio que estaba seguro de que pondría fin a su problema. Después de mucho esfuerzo, a prueba y error, había construido su Gran Invento por fin, y estaba listo para hacerlo funcionar.
Entonces una noche, antes de irse a dormir, había programado la hora a la que deseaba despertarse: 07:07 am. No le gustaban las horas en punto. ¡Qué gran emoción pensar que funcionaría! Esta sería la primera prueba, la primera mañana.
Había transcurrido la noche. 8:55 am. Durante casi dos horas, un ruido estrepitoso había estado azotando la casa y sus alrededores. Las vibraciones hacían crujir los muros y sacudían todo cuanto había ahí, incluido a Miguel, que comenzaba a abrir los ojos, que comenzaba a despertar. ¡Había funcionado, su invento era un éxito! ¡Lo había logrado! ¡No cabía de júbilo y emoción! Pero su invento era capaz de hacer retumbar los oídos de media ciudad y despertar a quien fuera de un sobresalto. Así que no habían pasado más de un par de días y la ciudad ya estaba enfurecida. Nadie sabía qué demonios era ese ruido, pero no estaban dispuestos a aguantar una mañana más la tortura.
Fue a la cuarta mañana cuando los habitantes decidieron hacerlo.
La máquina comenzó a sonar a las 07:13; a Miguel no le gustaba repetir las horas. Llenos de ira, enloquecidos por el taladrante chillido, cercaron la casa y lanzaron todo tipo de objetos hacia la ventana de su cuarto. Sabían que el ruido provenía de ahí, pero no sabían de su problema de sueño. ¿Quién podría imaginar que alguien era capaz de estar cerca de semejante infierno?
Mientras el estruendo continuaba sonando, lanzaron piedras, palos, proyectiles. Como no conseguían que la alarma dejara de sonar, la ira incrementó hasta cegarlos. Entonces la locura les llevó a prenderle fuego a la casa. Después de horas de gritos y violencia, los chillidos estruendosos del aparato se dejaron de escuchar. El fuego finalmente lo consumió todo. Había dejado de existir aquella aberración sonora, el Gran Invento. Aquel lugar volvía a ser de nuevo la Ciudad del Silencio.
Muchos años después de la desaparición de Miguel, su singular caso fue investigado y comparado con otros similares. Los médicos y científicos denominaron esa extraña condición como onirofagia. La definieron como la capacidad de un organismo de mantenerse por períodos de sueño extraordinariamente largos, sin la necesidad de consumir alimento alguno, obteniendo su energía vital de la experiencia onírica. Hoy se sabe que un onirófago tiene la capacidad de alimentarse, literalmente, de sus sueños y que, si así lo desea, puede no necesitar volver al mundo real y solo existir en sus sueños.
