I
Y la besé tanto que no supe
en qué momento
los besos tumbaron las hojas,
con mi tubo de viento, las semillas.
La noticia me la trajo
el viento de sus ojos
y el miedo de sus manos.
El momento previsto
su fruto, lo inesperado.
Nueve lunas
para la última menguante,
un grito de dolor,
otro de albor.
II
El viento, el agua, el sol,
enviados por el tiempo.
La muerte germina la semilla,
la vuelve arbusto.
III
El sonido de su risa
mueve el gris de las nubes,
curva perfecta
la comisura de sus labios.
En sus ojos veo la alegría del ruiseñor
en su risa, el trinar del canario.
Un olor de flores
sus besos en mi mejilla.
Un paso hacia mí basta
para distender mis brazos
y atrapar sus movimientos de nutria.
Levanta la pupila,
y con ella mi alegría.
Hasta tierras secas
se elevan como cipselas
y florecen con lágrimas
los días en que no estoy.
IV
Apenas nacen en su boca las palabras
con preguntas sobre lo que mira.
Entre sus dudas resuelvo una
con todo mi amor, la contesto:
“Claro que te amo, hija”.
Héctor Miguel González Machuca
Escuela preparatoria 12
Publicado en la edición Núm. 12