Hundido

El agua lo envuelve, sus movimientos rápidos lo ocultan y si quieres meterte deberás pensarlo, te abrazará hasta lo hondo, tendrás que observar bien dónde pisas. El sol está en su tardío. El sonido de avispa del agua que va rápida.

          Tu corazón palpita como el de un caballo que galopa en un campo abierto, verde. Miras a todos lados sin dejar de ver agua. Los árboles con sus ramas largas y frondosas dan sombra potente, basta y espesa.

          Bramas un nombre esperando en el eco el tuyo, tus dos manos en la boca en forma de embudo. Gritas de nuevo. Las nubes, el viento frío, el chocar del agua con las piedras, como si rascara el lomo de las piedras que suenan como susurro y te rosa la mejilla la humedad del sonido. El arrebol en su paroxismo.

          Algunas nubes negras sustituyen las rojas hasta abarcar el cielo, tan aprisa. Un rayo truena seco y tiembla. Corres a un lado del río como en una carrera, tratas de alcanzar toda esa agua, la espuma. El miedo te invade, la respiración arrecia, tus ojos chorrean lágrimas, la lluvia en tu cabeza comenzado suave, una caricia apenas.

          El viento furioso golpea los árboles, las hojas se escuchan chocar con otras y ramas. El agua hierve, burbujas en efervescencia, un suspiro se te escapa, un nombre a gritos. El agua que va, que nunca viene. El último hilo de sol se teje en una orilla, reconoces la forma y brota como flor de noche el cuerpo de tu hijo.

Héctor Miguel González Machuca

Egresado de la Preparatoria 12